domingo, 12 de septiembre de 2021

Vasili Rozanov


VASILI ROZANOV


Vasily Vasilievich Rozanov (1856-1919). Escritor, crítico, pensador y ensayista ruso, gran conocedor de la obra de Dostoyevski. Durante varios años estuvo casado con Pólina Súslova [Apollinaria Suslova] (entre 1880 y 1886), amante de Dostoyevski antes de la muerte de su primera esposa. Rozanov comenzó a escribir, poco después del triunfo de la Revolución rusa de octubre de 1917, un breve ensayo titulado El apocalipsis de nuestro tiempo, que terminó a lo largo de 1918. El ensayo está profundamente marcado por el impacto que la Revolución tuvo en el escritor, quien, desde el primer momento, estuvo en contra de ella. Forzando excesivamente en ocasiones el texto de la Biblia, interpretando de un modo muchas veces extravagante los pasajes de las Sagradas Escrituras, consecuencia quizás de un conocimiento teológico poco riguroso, a pesar de su amistad con Pável Florenski, la cuestión es que Rozanov hace afirmaciones y sustenta opiniones que no pueden cimentarse en aquellos libros de la Biblia donde él pretende apoyarse. Su principal tesis es considerar el Apocalipsis de San Juan como el texto fundacional de una nueva religión, opuesta por completo a los cuatro evangelios. El Apocalipsis, de ese modo, se opondría frontalmente a la figura y a la doctrina de Cristo. Al mismo tiempo, establece Rozanov una radical distinción entre el Padre (Dios) y el Hijo, de cuya naturaleza divina parece renegar. Dios, esto es, el Padre, el Dios de los judíos del Antiguo Testamento, sería el único Dios, aunque un Dios incompleto, pues ha tenido que crear al Hijo para alcanzar la plenitud. El Símbolo Atanasiano (Quicumque), es decir, el Credo, dice expresamente que el Hijo, esto es, Jesucristo, ha sido «engendrado de la sustancia del Padre», de igual modo que ha sido «increado»: «El Padre, por nadie fue hecho ni creado ni engendrado. El Hijo fue por solo el Padre, no hecho ni creado, sino engendrado. El Espíritu Santo, del Padre y del Hijo, no fue hecho ni creado, sino que procede». Estas palabras del Símbolo Atanasiano no las comparte Rozanov. De hecho, reniega de Cristo, algo difícil de entender en quien tanto admiraba a Dostoyevski. Rozanov ve en Cristo a un ser impotente. No soporta ni comprende su Pasión y su Crucifixión. Es como si, indirectamente, sin mencionarlo, estuviese asintiendo con el pensamiento anticristiano de Nietzsche. Pero eso no significa que Rozanov sea un hombre antirreligioso. Al revés; lo único que para él tiene sentido es la religión, que no puede ser otra que la religión ortodoxa rusa, esto es, el cristianismo. Es como si, ante el derrumbamiento de todo en Rusia tras la Revolución, Rozanov estuviese enfadado con Cristo y con la Iglesia, haciéndolos responsables de lo sucedido. Tampoco distingue entre la Iglesia institucional y la Iglesia como el cuerpo místico de Cristo. El colmo de su arbitrariedad teológica es cuando distingue dos representaciones de Dios en el AT: Elohim y Eloah (cuando todo el mundo sabe que éste último no se menciona jamás en la Biblia). No queda claro, pero parece estar hablando de un Dios masculino y otro Dios femenino. Volvamos a repetirlo: Rozanov es creyente, enemigo acérrimo del ateísmo. Pero hay incoherencia, contradicción, falta de rigor en muchas de sus opiniones. Clara aproximación al Dios judío del AT. Cristo ha castrado a ese Dios judío. Rozanov no admite la extrema dificultad de cumplir la doctrina moral de Cristo. La considera inhumana. Tampoco parece haber comprendido el significado profundo del amor predicado por Cristo. Rozanov ambiciona el poder de Dios, un poder terrenal. Naturalmente, Cristo se halla en los antípodas de esa concepción del poder. Rozanov se pregunta que cómo es posible que quien ha resucitado a Lázaro (pues acepta sin fisuras ese milagro de Jesús) no haya salvado a los mártires, a ninguno de los mártires cristianos que murieron por su fe en Cristo. Sólo hay una respuesta posible ante tal pregunta: Rozanov ignora la libertad intrínseca que Cristo concede al hombre. Un cristiano no puede prescindir de la libertad individual, de la libre elección. No se trata de que Cristo no haya querido salvar a los mártires; se trata de que éstos han escogido ese camino del martirio para dar testimonio de su fe en Cristo.

Rechazo total de los revolucionarios bolcheviques. Rusia, piensa, ha dejado de respetarse a sí misma. En cuestiones de geopolítica, también desbarra. Cree que Alemania dominará Rusia, al vencerla en la Gran Guerra. Alemania se adueñará de Rusia, aunque, en el fondo, será Rusia quien termine educando a los groseros alemanes, incapaces de hacer otra cosa que mandar y administrar. Judíos y rusos tienen mucho parecido como pueblos, especialmente en lo que se refiere a la incapacidad para ejercer el poder. También es peculiar su definición de lo que es el nihilismo: «El nihilismo no es otra cosa que la desesperación que se sufre ante la imposibilidad de realizar aquello para lo que uno carece de vocación alguna».

Los rusos no son ni occidentales ni orientales.

Cerrada defensa de la comunidad judía. Los judíos como educadores de Europa. Además de la inteligencia y el carácter industrioso, los judíos han demostrado un alto sentido moral. No siempre había opinado así Rozanov. En 1913, con motivo de un proceso judicial relacionado con un oscuro asunto de asesinato, había mostrado en el periódico reaccionario Zemshina (Nación) claras posiciones antisemitas.

Alaba una pieza teatral en un acto de Pushkin titulada El festín en tiempos de la peste (1830), recogiendo de ella la idea de que la vida terrenal es «prenda de la inmortalidad y de la vida eterna».

Más adelante, cuenta Rozanov un encuentro en su casa con sus amigos el psicólogo Piotr Fiodorovich Kapterev y el sacerdote, pensador y científico Pavel Florenski. Les lanza la pregunta a ambos que con cuál de estos animales puede él ser identificado: la oruga, la crisálida o la mariposa, cada uno de los cuales surge del anterior por un proceso de transformación completa. Florenski responde que con la mariposa, que, para este gran teólogo, es la entelequia de la oruga y de la crisálida. Florenski emplea el término entelequia en sentido aristotélico, esto es, entendiendo por tal la plenitud, la perfección, o, lo que es lo mismo, el ser en acto. Aristóteles había dicho que «el alma es la entelequia del cuerpo». Rozanov concluye diciendo que la «mariposa» constituye en realidad, y por razones misteriosas y metafísicas, el alma de la crisálida y la oruga. Tal descubrimiento lo califica Rozanov de «cosmogónico». Lo que sirve para el mundo de los insectos también es válido para el mundo de los seres humanos.

Rozanov, a continuación, diserta sobre la importancia del acoplamiento entre los seres, de la cópula, del matrimonio (para él un sacramento), de la voluptuosidad, de la sensación que experimentamos dentro de un jardín, un lugar donde liban el néctar determinados insectos, una operación esencial llevada a cabo por insectos, como las mariposas, que carecen de boca y de cualquier otro órgano que les permita beber o tomar alimentos sólidos. Las mariposas carecen de intestino, comentó en aquella reunión Kapterev.

De pronto se le iluminan a Rozanov muchas cosas de la Antigüedad, y, a este propósito, trae a colación una «frase célebre y estremecedora de Dostoyevski que vale, por sí sola, más que todo lo escrito por el “pagano Goethe”»: «Dios tomó la simiente de otros mundos y la sembró en la tierra. Y en ella creció todo lo que alcanzó a crecer. Luego, todo lo que está vivo en esta tierra lo hace gracias al contacto misterioso que mantiene con otros mundos». La frase está extraída de la doctrina del staretz Zósima en la novela Los hermanos Karamazov, de Dostoyevski. A continuación, Rozanov añade que en esta frase del genial escritor tenemos al paganismo en su máxima expresión. Nosotros creemos que podría tratarse de una explicación del paganismo desde una perspectiva cristiana; mejor aún: sólo desde una perspectiva cristiana.

Inmediatamente después Rozanov lleva a cabo una maravillosa comparación, un extraordinario paralelismo entre aquel proceso de transformación operado por la oruga, la crisálida y la mariposa, con la concepción religiosa de la vida de ultratumba de los antiguos egipcios, un pueblo muy antiguo cuya civilización admiraba profundamente Rozanov, según puso de manifiesto en su libro Motivos orientales, publicado fragmentariamente en 1916 y 1917, y en donde se muestra muy crítico con egiptólogos racionalistas como Jean-François Champollion y Gaston Maspero, que no entendieron para él nada de la idea de la muerte entre los egipcios. Éstos creen en la vida después de la muerte, y por eso, aunque el cuerpo momificado es pequeño, el sarcófago que lo guarda es muy grande. De igual modo que, según la advertencia de Kapterev, si una oruga es atravesada por una aguja no puede convertirse en crisálida, y, por tanto, no surgirá tampoco la mariposa (el «alma» de las otras dos, en opinión de Florenski), los antiguos egipcios habían seguido el mismo razonamiento y llegado a idénticas conclusiones que las del propio Rozanov. Los sarcófagos egipcios son como el «capullo» destinado a contener al hombre crisálida. Por eso el cuerpo del muerto se envolvía en vendas, de igual modo que la oruga del gusano de seda «segregando» los hilos de seda. Los ritos funerarios egipcios responden a las fases que atraviesa la oruga para convertirse en crisálida. Por eso para los egipcios el escarabajo, un insecto, es el símbolo del tránsito hacia la vida de ultratumba. El crucial descubrimiento de los egipcios fue la similitud de la vida futura con la vida de los insectos.


Málaga, mayo de 2021.



lunes, 26 de julio de 2021

 José María de la Puerta y Salamanca



José de la Puerta: la pulsión imaginativa


ENRIQUE CASTAÑOS



Después de lustros de desprecio y ostracismo, derivados tanto de una esclerotizada ideología de catecismo como de la más absoluta incomprensión acerca de la genuina función creadora del artista, plasmada en la obra, y, sobre todo, en el proceso íntimo del espíritu que la impulsa a nacer, asistimos agradecidos desde hace algunos años en nuestro país, aunque sólo sea por cuenta de un reducido grupo de estudiosos y creadores plásticos, a una correcta valoración de los argumentos elaborados por la clásica teoría formalista, sin la que, de otro lado, sería imposible entender reflexiones muy valiosas sobre las obras concretas y la naturaleza del genio, preñadas de lozanía y nuevas perspectivas de análisis, así como un buen número de títulos fundamentales de la historiografía artística de este siglo.

Los escritos del padre de aquella corriente de pensamiento, Konrad Fiedler (1841 – 1895), me han asaltado una y otra vez, siempre que he disfrutado la maravillosa oportunidad de estar delante de un cuadro del pintor José de la Puerta (Madrid, 1916), afincado en Fuengirola hace bastantes años. Y esto ha sido así porque escasas son las ocasiones, en el momento presente, de dirigir la atención a un objeto artístico que requiera, según pensaba Fiedler respecto a la verdadera obra de arte, un juicio riguroso desprovisto de adherencias extra-artísticas, lo cual significa que ni puede ser confundido con el llamado juicio estético -ya que la belleza no es una categoría consustancial a la obra plástica-, ni le está permitido tomar como objeto principal de su investigación y análisis crítico el conjunto de factores socioculturales que acompañan toda producción artística representativa -resulta obvio que estos últimos presupuestos, por el hecho de hallarse el artista incardinado en las aspiraciones, carencias, logros y contradicciones del tiempo histórico en que vive, no deben ser desatendidos; antes al contrario, el historiador y el crítico tienen la obligación de potenciar su conocimiento, Sin embargo, Fiedler, al exponer su teoría de la pura visibilidad, donde diferencia taxativamente entre «arte» y «estética», «ciencia del arte» y las consideraciones sobre lo «bello», insiste de manera muy precisa en la especificidad y autonomía de la conciencia y producción artísticas, por tanto, en la naturaleza y fines esenciales del juicio artístico, que no pueden ser otros que los que se desprenden de la escueta naturaleza artística del objeto, esto es, un juicio en ningún modo ensombrecido o subordinado a ámbitos de la sociedad y la cultura que nos ayudan a comprender aspectos de la obra pero no su esencia íntima-.

Una ocasión magnífica en la que vemos corroborada la necesidad de defender las tesis de Fiedler, es cuando nos situamos ante la pintura de José de la Puerta. A principios de los sesenta, sus composiciones, principalmente paisajes, ofrecían una densidad pastosa de la materia pictórica, una exaltación cromática y un temblor vibrante de las formas, inundadas de luz, que lo aproximaban al Vincent van Gogh del periodo parisino, entre febrero de 1886 y febrero de 1888, y a las primeras obras fauve, las del verano y otoño de 1905, sobre todo las de Maurice de Vlaminck y André Derain. ¡Qué distanciados encontramos aquellos lienzos de José de la Puerta del torpe y adocenado pseudoimpresionismo por entonces moneda común en muchas provincias españolas! Estos comienzos señalados resultarían decisivos posteriormente en la complicidad obsesiva por el color, puro símbolo y trasunto de una interioridad riquísima, y en la vehemente aplicación de la pasta, realizada siempre con un instrumento inusual, la navaja, nunca con pincel.

José de la Puerta. El carromato. 1991.


Los cuadros expuestos ahora, una porción mínima de una producción vertiginosa e inmensa, corresponden a los últimos tres o cuatro años de actividad, y en ellos se hacen efectivas las dos principales características de la pintura de José de la Puerta: la presencia de la figura animal y humana y la imaginación creadora desbordante, tumultuosa. En rigor, antropofauna y bestiario personalísimos, incapaces de ser asimilados o encasillados en ninguno de los numerosos estilos y neoestilos de la actualidad. Una lectura superficial resaltaría tan sólo el contenido de crítica social y política que rezuman, cuando en verdad esconden una honda reflexión sobre la condición del individuo, el sufrimiento, la soledad y la enfermedad. Pero también hay en una parcela no desdeñable de esta pintura un carácter alegre y festivo, un finísimo sentido del humor y la ironía que es patrimonio de la verdadera inteligencia. Aunque los títulos de las obras no los puso directamente el artista, sí los ha confirmado. José de la Puerta, pintor de extraordinaria pureza, merece cuanto antes un reconocimiento que el tiempo no hará más que acrecentar.


Este texto fue publicado en el catálogo de la exposición individual dedicada a José de la Puerta en la Sala de Exposiciones de la Diputación Provincial de Málaga, entre el 2 y el 18 de octubre de 1991.


José María de la Puerta y Salamanca, marqués de Cardeñosa y conde de Luque, pintor autodidacta, nació en Madrid el 25 de octubre de 1916 y falleció en la misma ciudad el 13 de febrero de 2003. 




martes, 1 de junio de 2021

 Karl Jaspers / Genio y locura (1922)



Karl Jaspers. Genio y locura. Strindberg y Van Gogh. Barcelona, Acantilado, 2001. Traducción de Adan Kovacsics. Publicado originalmente en 1922.

 

*Jaspers, desde su perspectiva de médico psiquiatra, aborda en este estudio fundamentalmente el carácter y la personalidad del dramaturgo sueco Augusto Strindberg, constatando que padeció un proceso esquizofrénico de rasgos muy definidos, aunque existan aspectos que se resisten a ser desvelados por el investigador. «La existencia espiritual -afirma Jaspers en marzo de 1949 en el prólogo que escribió en Basilea para una posterior edición- posee como tal un punto ininteligible ... Lo esencial sólo se nos manifiesta cuando observamos de manera concreta lo individual». Para afianzar sus conclusiones, Jaspers recurre a la psiquiatría comparada. De ahí que se ocupe brevemente de Emanuel Swedenborg como caso paralelo al de Strindberg y de Friedrich Hölderlin como caso paralelo a Vincent van Gogh, pintor al que dedicó la mayor parte del capítulo segundo de su libro.

 

*Las principales fuentes para el estudio psicopatológico de Strindberg son sus propios textos autobiográficos, publicados en cinco volúmenes, y que, por orden cronológico, incluyen:

1. El hijo de la sierva e Historia de un alma, referidos al periodo anterior a 1886 y escritos en 1886. Ambos textos muestran con maravillosa plasticidad la personalidad originaria y la juventud del autor.

2. Alegato de un loco, referido a la época del primer matrimonio (1871 – 1888) y escrito en 1888. Describe, desde el presente inmediato, y, por tanto, de manera verídica y radical, las dos principales fases del proceso patológico, que se inscriben, aproximadamente, en 1887 y en 1896. Lo mismo puede decirse de Inferno y de Leyendas.

3. Desunidos, concerniente al periodo 1892 – 1894, en particular al segundo matrimonio, y redactado en 1902. Es un texto más artificial y menos verídico.

4. Inferno, dedicado a la época entre 1894 – 1897 y escrito entre mayo y junio de 1897. Con características similares a Alegato de un loco y a Leyendas, fue recopilado a partir de apuntes de diarios, convirtiéndola en el escrito más directo y menos moldeado.

5. Leyendas, sobre la época 1897 – 1898 y escrito en 1898.

6. Solitario, sobre el periodo 1899 – 1900 y escrito en 1903. Crónica un tanto opaca sobre algunos detalles del estado patológico final.

7. Las Cartas. Fueron dirigidas a distintas personalidades, tales como Georg Brandes, Paul Gauguin, Federico Nietzsche y otros. Han sido estudiadas por la profesora universitaria sueca Kerstin Dahlbäck, nacida en 1940.

 

Respecto a la bibliografía, resultan muy importantes los textos sobre Strindberg escritos por amigos, discípulos y conocidos, principalmente el crítico danés Georg Brandes (1842 – 1927), el escritor sueco Ola Hansson (1860 – 1925), los también escritores suecos Axel Lundegard (1861 – 1930) y Adolf Paul (1863 – 1943), y el cirujano alemán Carl Ludwig Schleich (1859 – 1922).

 

*Strindberg nació en Estocolmo el 22 de enero de 1849 y falleció en la misma ciudad, de un cáncer de estómago, el 14 de mayo de 1912.

En 1862 muere su madre, casi con toda seguridad el referente más importante e influyente de su atormentada existencia. En 1866, con dieciocho años, tiene su primera experiencia sexual. En 1868 se convierte en maestro de enseñanza primaria. En 1869 decide ser actor y viaja a Copenhague. En 1870 reside en Uppsala. En 1873 desempeña diversos trabajos: en una revista de seguros, como telegrafista y como empleado de un periódico. Entre 1874 y 1876 ejerce de bibliotecario. En 1875 conoce a su futura primera esposa, la actriz Siri von Essen [Sigrid Sofía Matilda Elisabet von Essen, 17 agosto 1850 – 21 abril 1912], que estuvo casada entre 1872 y 1876 con el barón y pintor Carl Gustaf Wrangel af Sauss. En 1877 realiza un breve viaje a París y se casa con Siri. En 1883 muere su padre, iniciando ese año una prolongada estancia en el extranjero (Suiza, Italia, Francia, Austria y Dinamarca), hasta 1889. En 1884, acusado de blasfemia, tiene que volver por poco tiempo a Suecia, resultando absuelto. Entre 1889 y 1892 reside en su patria, donde lleva a cabo una breve gira en 1890. En 1892 se divorcia de Siri. De su matrimonio con Siri von Essen le sobrevivieron tres hijos: Karin (Estocolmo, 26 de febrero de1880 – 10 de mayo de 1973), Greta (1881) y Hans (1884). Estancia en Berlín desde noviembre de 1892 hasta abril de 1893. En mayo de 1893 se casa con la periodista católica Frida [Friederike] Uhl (Mondsee, Austria, 4 abril 1872 – Salzburgo, Austria, 28 junio 1943). Ese año viaja a la isla alemana de Helgoland, en el Mar del Norte, a Londres, a la isla alemana de Rügen, en el Báltico, al lago austriaco de Mondsee, a Pankow, cerca de Berlín, a la ciudad checa de Brno y a la ciudad austriaca de Ardagger. Un corto periodo del año 1893 lo pasa con su mujer en el castillo de Dornach, en el municipio austriaco de Saxen[1]. En 1894 está en Ardagger, aunque hace un breve viaje a Berlín. En otoño viaja a París. Su segunda esposa lo abandona en noviembre en la capital francesa. En la misma ciudad, en 1895, se divorcia de Frida Uhl (parece ser que el matrimonio se disolvió a instancias de su mujer). Entre el 21 de febrero y el 19 de julio de 1896 reside en el hotel Orfila de París. Ese mismo julio viaja a Dieppe, ciudad del norte de Francia, junto al Canal. También en julio se desplaza a Suecia, en los alrededores de Lund. En agosto se halla en Berlín, un poco más tarde a orillas del Danubio y en diciembre de nuevo en Lund. En agosto de 1897 vuelve a París. En 1898 otra vez en Lund. En 1899 fija su residencia en Estocolmo hasta su muerte. En 1901 se casa por tercera vez, con la actriz Harriet Bosse, de quien se divorcia en 1904. Con ella tuvo a la menor de sus hijas, Anne-Marie (Estocolmo, 25 de marzo de 1902 – 17 de agosto de 2007). Fallece en Estocolmo, de un cáncer de estómago, el 14 de mayo de 1912, dejando indicado que al enterrarlo colocasen una Biblia entre sus manos.

*En torno a 1869, con veinte años, el carácter de Strindberg presenta rasgos marcados: un amor propio sensible hasta la exageración, una enorme capacidad de reacción y un yo inconstante, esto es, una personalidad inestable. Constata lo que él llamará un «doble carácter»: «ambicioso y de voluntad débil; sin escrúpulos … y flexible; … enorme confianza en sí mismo, mezclada con un profundo desaliento; sensato e irreflexivo» (El hijo de la sirvienta). Vivía para el momento, en un estado de exaltación. Superaba las dificultades obviándolas. De ahí que, durante un tiempo, cambiase constantemente de profesión. La búsqueda de lo auténtico adoptó dos formas típicas en el proceso de transformación: la necesidad de embriaguez y la del impulso histriónico (es la época en que prueba ser actor). Esta faceta de actor sería sustituida por la actividad literaria.

*Sólo en su primer matrimonio (1877 – 1892) con Siri von Essen tuvieron los celos del escritor y la infidelidad de la esposa un papel esencial. El divorcio se produjo a instancias de Strindberg. Aparece durante esta unión el llamado «delirio de celos». Todo delirio se caracteriza más por la forma de su justificación y de su génesis que por su contenido. Su estado en relación con los celos fue probablemente retratado por Henrik Ibsen en el personaje del fotógrafo Hjalmar Ekdal en El pato salvaje (en noruego Vildanden, fue escrita en 1884 y estrenada en Bergen el 9 de enero de 1885). La valoración de su mujer cambia radicalmente entre 1886, cuando escribe Historia de un alma, y 1888, cuando escriba Alegato de un loco. En 1886 escribe contra la emancipación femenina y contra las mujeres en general, pero no contra su esposa. La actitud es muy distinta en 1888, haciendo a su mujer responsable de su sufrimiento. La conclusión de Jaspers es que el delirio de celos estalló entre 1886 y 1888, pero que ciertos ataques momentáneos quizá ya existían antes como síntomas precursores.

*Según Jaspers, el proceso esquizofrénico de Strindberg se inició en 1882 con un ligero primer brote. En ese año llegó a sospechar que su esposa quería envenenarlo, pero sólo en 1888 insiste en esta obstinación. En 1884 se presentan los primeros síntomas de la manía persecutoria. Quiere huir ya en 1882. Por eso propone a su mujer un viaje al extranjero, que se materializó en 1888, con una estancia de cuatro años fuera de Suecia. En 1885, su libro Casados, donde ataca al sexo femenino, provoca una diatriba en los periódicos suizos. Se siente abandonado por sus amigos, acosado. Los síntomas indiscutibles del proceso patológico aparecen en 1887, año en que sopesó seriamente la idea del divorcio. Entre 1887 y 1896 la enfermedad mental crece lentamente, aunque se manifiesta en numerosas ocasiones. La agudización producida en 1896 supera todo lo anterior. En 1889 su mujer actúa en La señorita Julia, lo cual enorgullece a Strindberg. Hasta 1892 no se consuma el divorcio de su primera esposa. En octubre de 1892, en el primer número de la revista Zukunft, el escritor sueco Ola Hansson intercede a favor de Strindberg, que atraviesa apuros económicos.

*A mediados del decenio de 1880, Strindberg supone la existencia de una conjura de las mujeres contra él, por antifeminista. Jaspers estudia la evolución de la manía persecutoria que le torturaba. En la fase inicial de la enfermedad, esta idea surgía con intensidad y desaparecía con igual prontitud. En noviembre de 1892 se halla en Berlín, alojado en casa del matrimonio formado por Ola Hansson y su mujer Laura Marholm[2]. Pronto surgieron desavenencias, provocadas según él por la actitud de Laura, que terminarían en ruptura con su amigo Ola Hansson. En Berlín relacionóse con la colonia de artistas, especialmente con el botánico y socialista sueco Bengt Lidforss (1868 – 1913), el escritor polaco Stanislaw Prybyszewski (1868 – 1927) y la joven modelo Dagny Juel[3]. Pronto cree que los tres lo odian y quieren vengarse de él. Todo esto lo cuenta en Inferno, donde el escritor polaco es llamado Popoffsky y la joven amante Aspasia, en homenaje a la culta mujer que estuvo unida sentimentalmente a Pericles. La relación con Dagny Juel duró sólo tres semanas, contando ella con veinticinco años.

*Los estudios científicos, siempre carentes de verdadero rigor, lo absorbieron entre 1893 y 1897. Pretendía transformar unos elementos en otros e incluso fabricar oro. Los resultados de estas investigaciones se reflejan en dos libros, Antibarbarus (1894) y Sylva Sylvarum (1895). Sufre diversos estados breves de alteración de la conciencia y de parálisis subjetiva, el primero de los cuales tiene lugar en Berlín en diciembre de 1892 y el segundo, en esta ocasión un ataque específico de la esquizofrenia que padecía, en la misma ciudad, unos meses más tarde.

*En 1892, Strindberg, como hemos dicho, se divorció de su primera esposa. Durante la breve estancia berlinesa entre noviembre de 1892 y abril de 1893, vivió, según Adolf Paul, «cinco aventuras» amorosas. En mayo de 1893 se casó por segunda vez, en esta ocasión con Frida Uhl, en la isla de Helgoland. Ahora los celos han desaparecido, pero continúan la manía persecutoria y la sensación de estar sufriendo perjuicios. Piensa que Frida pretende mostrar superioridad ante él, humillándolo. La felicidad duró poco. Frida, contra la voluntad de su marido, lee Alegato de un loco. Mientras deja sola a su esposa en Londres, viaja a Hamburgo y a la isla de Rügen, donde visita a su amigo Adolf Paul (llamado Ilmarinen en Desunidos). Después, invitado por sus suegros, se desplaza por poco tiempo a orillas del lago Mondsee, en Austria, donde aquéllos vivían. El matrimonio se reencuentra, pero él no puede soportar el «despotismo» de Frida. Se marcha a Pankow, cerca de Berlín, adonde llega posteriormente su mujer. La relación entre ambos no mejora en 1894. Está convencido de que Frida quiere vengarse de él. El 31 de julio de 1894 le escribe una carta a Adolf Paul anunciándole que rompe la amistad, si bien no hay un motivo objetivo. A finales de 1894, Frida le escribe a Adolf Paul, excusando la desconfianza de Strindberg para con casi todo el mundo. En noviembre de 1894, en París, lo abandona para siempre su mujer, quien, en enero de 1895, pide el divorcio, que no llega hasta 1897.

*En 1887 y en 1896 Strindberg sufre dos verdaderos brotes. Jaspers explica que, en un proceso esquizofrénico, la huella de un brote permanece para siempre. A finales de 1892, al comienzo de la época berlinesa, cree vivir una segunda juventud. En agosto de 1893 dice encontrarse bien, aunque ese estado es muy efímero. En la primavera de 1894 afirma haber pasado en compañía de Frida «los dos meses más bellos de la convivencia de los esposos» (Desunidos). Durante ese tiempo nace su hija Kerstin (26 mayo 1894 – Estocolmo, 1956), fruto de su relación con Frida. En el Epílogo de Alegato de un loco escribe: «Casado en segundas nupcias, ahora es padre de una hermosa niñita y parece diez años más joven» (ver la nota nº 1). Pero en el invierno de 1894 – 1895 la situación con su esposa Frida se deteriora irremediablemente en París. En enero y febrero de 1895 se siente cada vez más extraño en su relación con las personas. Las Navidades de 1894 las pasa en París en casa de una familia escandinava. El verano y el otoño de 1895, en contraposición al terrible invierno de 1894 – 1895, son para él una de las épocas más felices de su vida. Es cuando escribe Sylva Sylvarum. Pero, casi inmediatamente, sobreviene la caída. El invierno de 1895 – 1896 trae el cambio, y el año 1896, la culminación del proceso psicótico.

*Dice Jaspers que una de las características del proceso esquizofrénico es la incapacidad de los enfermos de tomar conciencia plena de la enfermedad. Tal fue el caso de Strindberg. Admite Jaspers no haber encontrado información relativa al tercer matrimonio del escritor. El médico Carl Ludwig Schleich lo visitó en 1903, advirtiendo un extraño comportamiento. En 1904 intentó visitarlo Max Reinhardt, pero Strindberg no quiso recibirlo. Era una época en la que se hallaba inmerso en sus inclinaciones místicas. También Schleich habla de estas inclinaciones místico-religiosas. Ola Hansson lo visitó en 1907, detectando un extraño comportamiento, además de contarle Strindberg que algunas personas lo habían perseguido, como el profesor Galenius en la ciudad de Lund.

*Jaspers esboza la evolución de la concepción del mundo en Strindberg, admitiendo posiciones opuestas y contradictorias. Oscila entre el escepticismo y el relativismo de ciertas ideas y el fanatismo. Sensación de estar presionado y necesidad de sentirse superior. Se siente humillado: como niño ante los adultos, como plebeyo ante los más distinguidos. Habla de su odio de clase (era «hijo de una criada») y de su hostilidad a la cultura. Desarrolla una autoestima impregnada de superioridad. Es casi imposible percibir en sus escritos una concepción sustancial del mundo. Predominan los formalismos y los cambios constantes en su supuesta concepción del mundo. Su vida espiritual no transmite la idea de una totalidad humana, sino la de un conglomerado de puntos de vista siempre sostenidos con vehemencia. Su sentido apunta siempre al presente, al efecto. Sumo interés por la opinión pública respecto de él. Sólo se siente vivo cuando el mundo literario europeo lo considera el líder de las nuevas tendencias. Inestable evolución religiosa: juventud creyente; después se considera ateo, materialista y positivista; al final se convierte en un místico teosófico. Toda esta evolución va asociada a su esquizofrenia. Asimila con rapidez y se apropia de cuanto acaba de recibir de fuera. Por ejemplo, la influencia de Nietzsche denota una escasa comprensión y un conocimiento muy superficial de la obra del filósofo alemán. Así lo demuestra una carta de 1890. En este mismo año reconoce los continuos cambios en su concepción del mundo. Tiende a la exageración, como cuando, bajo la influencia de Nietzsche, dice odiar a Jesucristo y admirar a Voltaire. Más tarde queda fascinado por el catolicismo. En 1897 es consciente de haber vivido una última crisis que lo condujo a lo religioso. La crisis está relacionada con su enfermedad. Al comienzo de ésta se había acercado al nihilismo y al ateísmo, evolución que culmina en 1890. El verdadero cambio ideológico se inicia en el otoño de 1894 en Ardagger, al comienzo del segundo brote esquizofrénico. Durante su estancia berlinesa piensa que «un ser personal y consciente guiaba su vida». Se define entonces como «providencialista». En 1894 se despoja del escepticismo. Las fuerzas que amenazan con despedazarlo sólo aparecen a partir de 1896. Por esta época resultó decisiva la lectura del científico y escritor místico sueco Emanuel Swedenborg (Estocolmo, 1688 – Londres, 1772). La crisis se extiende entre altos y bajos de 1894 a 1896 y transcurre en paralelo al proceso esquizofrénico. A pesar de su inclinación al catolicismo y a la vida monástica, Strindberg no se hizo nunca cristiano. Probaba todas las posibilidades. Sin embargo, aunque no adoptase una postura confesional, sí tuvo en sus últimas décadas una postura profundamente religiosa. Rechaza cualquier dogma confesional. Cree observar en el presente una expansión de las influencias demoníacas. Según él, la juventud aguarda algo nuevo. En Leyendas (1898) considera la vuelta de la Edad Media. Su proceso esquizofrénico le aportó algún material nuevo, pero no una idea. Nunca lo abandonó del todo el escepticismo. Su antifeminismo se mantuvo constante, aunque sujeto a cambios relacionados parcialmente con el proceso esquizofrénico. La mujer que mayor influencia ejerció en su vida psíquica posterior fue su madre. Siempre anheló la figura de la madre. El valor de una mujer, de una esposa, lo ve en su cualidad de madre. Siempre mantiene una intensa propensión a adorar a la mujer, así como a legitimar la relación, y le cuesta establecer un nexo entre la mera relación sexual y una profunda relación sentimental. En 1873 tuvo una extraña experiencia, durante la cual vivió durante tres días con un ama de llaves como si estuviesen casados. Fue ella quien lo dejó por otro hombre. Se produjo entonces en Strindberg un estado histérico-reactivo. La fuerza de este tipo de amor que no era mera sexualidad, aun estando totalmente impregnado de ella, y que lo dominaba como una pasión sin límites, quedó de manifiesto en la relación con su primera esposa, Siri von Essen, con la que convivió entre 1875 y 1890 y a la que fue fiel. Nunca amó Strindberg a ninguna otra mujer con la intensidad con la que amó a Siri. El documento más impresionante de esta pasión es el Alegato de un loco, a pesar del odio que destila hacia las mujeres y su desesperación por el delirio de celos. La fuerza amorosa con Siri von Essen se desarrolló y se destruyó desde la mera vitalidad. Tanto en la confluencia apasionada como en el combate hostil entre los esposos nunca se produjo una comprensión mutua, una comunicación amorosa, una lucha por la claridad en vez de una lucha por la superioridad. No llegaron a verse como seres espirituales.

Ya hemos visto cómo en 1894 se produjo el brote más grave del proceso esquizofrénico, que en 1897 pasó al estado final. Dependiendo de la fase, la enfermedad puede excitar la sexualidad con suma intensidad o paralizarla hasta la frigidez. En 1895, durante unos días, volvió a sentirse cautivado por una inglesa, aunque sin consecuencias. Del periodo de su tercer matrimonio, entre 1901 y 1904, no tenemos detalles de su vida psíquica.

Durante la primera fase del periodo de su primer matrimonio, el antifeminismo de Strindberg es más bien teórico. No podemos saber hasta qué punto desempeña un papel la oposición interior al dramaturgo noruego Henrik Ibsen. En la segunda fase, con la culminación de los celos desesperados en 1887, crece el odio hacia el otro sexo. Esta segunda fase se refleja en dos obras de teatro, El padre y Camaradas, ambas de 1887. Hay una tercera fase, que corresponde a las últimas décadas de su vida, a partir de 1897, en que ese odio disminuye. En Historia de un alma (1886) había escrito que su verdadero «descubrimiento» del problema de la mujer data de la época en torno a 1880, es decir, transcurridos tres años de su casamiento con Siri von Essen. En unas disquisiciones del año 1886 dice que el amor puro es una contradicción, que el amor es sensual. En El hijo de la sierva, también de 1886, escribe que sólo en apariencia puede entablarse y durar una amistad entre los sexos, ya que los dos son enemigos natos. Esta opinión la mantuvo hasta el final de su vida, con la diferencia de que más tarde atribuyó el mismo grado de culpa al hombre. Recibió con alborozo el libro Sexo y carácter, publicado por el pensador austriaco Otto Weininger (1880 – 1903) en 1903 y en el que se manifiestan ideas misóginas.

Por su negativa a transparentarse, a una comunicación sin barreras, Strindberg nunca consiguió una amistad real y sobre todo amar a una mujer. Se queda en lo vital, en la pasión erótica -que no en lo meramente sexual-, pero desconoce ese elemento específicamente espiritual que apunta a la totalidad y a la continuidad.

Los años de mayor virulencia del proceso esquizofrénico progresivo son años vacíos en cuanto a producción poética. Entre finales de 1892 y 1897 no creó nada. La influencia de la enfermedad sobre el contenido de la obra es innegable. El primer brote hace culminar la misoginia e inspira obras tales como El padre y Camaradas (ambas de 1887). Strindberg manifestó una tendencia a la confesión, comunicando su vida al público con una sinceridad brutal. No se respetaba ni a sí mismo ni a los otros. No se recata, pero queda rápidamente satisfecho y toma su idea, formulada de manera aguda e incisiva, por la verdad (cree que la idea que se forma en su mente corresponde a la verdad). No posee el afán profundo propio de la voluntad ilimitada de claridad, de la voluntad absoluta de transparentarse-a-sí-mismo que no cesa de interrogar y cuestionar. Resulta por eso superficial en lo psicológico, comparado con Nietzsche o con Kierkegaard. La veracidad de Strindberg se basa en una sinceridad ligada al momento. Jamás conoció el comedimiento y la discreción; no obstante, el proceso patológico influyó sin duda en la brutalidad de su franqueza respecto a sí mismo y a los otros. Actúa con un descaro que en algún momento topa con fronteras irracionales.

 

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*En el segundo capítulo, Jaspers compara el caso de Strindberg con otro parecido, el de Swedenborg, con el que, sin embargo, mantiene notables diferencias. A Strindberg no le interesaron los dogmas cristiano-protestantes ni la concepción del mundo de Swedenborg, sino sus contenidos materiales derivados de la esquizofrenia. Precisamente el realismo de las experiencias alucinatorias es el elemento que los une. El elemento común entre ambos es el proceso que permite al enfermo conservar intactas la sensatez, la coordinación y la orientación.

Emanuel Swedenborg (Estocolmo, 1688 – Londres, 1772)[4] experimentó un vuelco en 1742. Hasta ese momento, toda su actividad estuvo dedicada a las ciencias de la naturaleza, ocupando importantes cargos en Suecia. Desde entonces abandonó las ciencias y su enorme producción posterior tuvo un contenido teosófico, religioso, teológico y místico. En 1743 dimitió de todos sus cargos.

Según Jaspers, el proceso esquizofrénico de Swedenborg debió tener una fase preliminar prolongada. En 1736 vivió una experiencia inolvidable que llamó deliquium, con ligeros mareos, visiones de una luz y un sueño tras el cual se sintió liberado y purificado. Sus anotaciones relativas a sus sueños entre 1736 y 1740 se perdieron. A partir de 1743 y durante los dos años siguientes escribió el llamado Diario de los sueños, analizado por Hans Walter Gruhle. Desde 1743 – 1745 el interés religioso se torna predominante. Las visiones se producen en medio de ataques esquizofrénicos de duración limitada.

Después de un periodo inicial que empieza en 1736 (con 48 años) sobreviene una fase aguda entre 1743 y 1745, con fenómenos angustiantes, gran intranquilidad y crisis. Luego se produce la calma, Swedenborg recobra la armonía y se muestra seguro de sí mismo. Las numerosas visiones y revelaciones a partir de los 57 años, hasta su muerte, pierden ya el carácter extático y estremecedor que vemos en el Diario de los sueños. Todo cuanto vio y oyó en sus estados visionarios le sirvió para construir una historia natural del mundo sobrenatural. La idea básica es la de dos mundos, el natural y el espiritual, que se corresponden y están relacionados.

Manuel Kant se interesó por las visiones de Swedenborg, según se deduce con toda claridad de una carta que escribió el 10 de agosto de 1763 (no de 1758, como equivocadamente dice Ludwig Ernst Borowski en el Suplemento II de su conocida biografía de Kant de 1804, Relato de la vida y el carácter de Immanuel Kant, Madrid, Tecnos, 1993, págs. 130-137, donde reproduce la carta completa) a la señorita Charlotte von Knobloch[5]. También escribió otra carta al propio Swedenborg que no obtuvo respuesta. Sobre la vivencia de Swedenborg, escribió Kant en Sueños de un visionario: «El conocimiento intuitivo del otro mundo sólo puede conseguirse en estos casos sacrificando algo del entendimiento necesario para éste».

Aunque Gruhle consideró improbable el proceso esquizofrénico en Swedenborg, a Jaspers le parece seguro, si bien los datos transmitidos no bastan para establecer un diagnóstico tan incuestionable como en el caso de Strindberg.

 

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*Entre los estudios psiquiátricos sobre el poeta alemán Friedrich Hölderlin (1770 – 1843), resulta imprescindible, a pesar de sus limitaciones, el de Wilhelm Lange-Eichbaum (1875 – 1949), titulado Hölderlin (Stuttgart, Enke, 1909). Según Lange, queda claro que Hölderlin mostró en 1800 los primeros síntomas de una incipiente esquizofrenia, los cuales se presentaron con toda claridad en 1801. En el verano de 1802, la enfermedad mental ya resultaba evidente para su entorno. En 1806 debió ser ingresado en una clínica y a partir de 1807 fue atendido por una familia hasta su muerte. Ya en 1800 mostraba Hölderlin una extraordinaria irritabilidad. Entre abril y junio de 1802, cuando ejerce de preceptor en Burdeos, estalla una crisis de excitación. La cronología del proceso patológico puede establecerse según criterios psiquiátricos, sin necesidad de remitirse a las obras.

Quien desee hacerse una idea clara de la enfermedad mental de Hölderlin, deberá leer un texto fundamental de su amigo el poeta alemán Wilhelm Waiblinger (1804 – 1830), Hölderlins Leben, Dichtung und Wahnsinn (Vida, poesía y locura de Hölderlin, de ca. 1827/28).

Así como un molusco enfermo forma perlas [tal es el caso de la ostra, un molusco bivalvo], los procesos esquizofrénicos pueden permitir la creación de singulares obras del espíritu. Y así como quien se regocija con la perla no piensa en la enfermedad del molusco, quien experimenta la energía vital de las obras de arte tampoco piensa en la esquizofrenia, posible requisito de su creación.

Las obras escritas entre 1801 y 1805 fueron creadas sin la menor duda en una época en que Hölderlin estaba enfermo de esquizofrenia. Queda por ver si la poesía de Hölderlin sufre a partir de 1801 una transformación que le da, por así decirlo, otra fisonomía. En cuanto a la pregunta de si el cambio iniciado en torno al año 1801 supone un salto que impregna de una atmósfera común todo lo posterior -ausente, por tanto, en toda la poesía de la primera época de Hölderlin-, Norbert von Hellingrath[6] responde que hasta el derrumbe del año 1805 se extiende una evolución continua comprensible desde supuestos puramente intelectuales. El pensador Wilhelm Dilthey parece compartir esta opinión. Este último, en Das Erlebnis und die Dichtung [La vivencia y la poesía, Leipzig, 1906][7], dice lo siguiente acerca de los Nachtgesänge [Cantos de la noche, concluidos ca. diciembre de 1803, revisados posteriormente y publicados en 1805]: «Quiso el destino de esta última época de Hölderlin que toda su evolución poética apuntara a liberar totalmente el ritmo afectivo interno de las formas métricas fijas, pero que este último paso sólo se produjera a las puertas de la locura … La estructura de cada una de las imágenes adquiere así una autonomía y una energía propias». Dilthey constata la liberación en los Cantos de la noche, todos creados en la época de la esquizofrenia. Lógicamente, el salto no se produce de forma repentina, así como la grave enfermedad mental, que supone, en efecto, un salto, una ruptura total de la evolución, va surgiendo a través de transiciones sumamente lentas.

Resultaría estéril aplicar burdas categorías psiquiátricas a los poemas de Hölderlin, pero las cualidades de esta poesía podrían arrojar luz sobre la esencia de la esquizofrenia.

Entre 1805 y 1806, los poemas vuelven a cambiar radicalmente, a través de lentas transiciones. Se tornan más sencillos, infantiles y también más vacíos.


Algunos de los elementos tangibles del cambio producido en la poesía de Hölderlin, son:

a) El concepto de sí mismo. Desde muy temprano, Hölderlin posee una conciencia de su vocación poética.

b) La concepción mítica del mundo. Profunda conciencia de la afinidad del ser humano con la naturaleza, con la antigüedad griega y con lo divino. Estos tres mundos son para él uno solo. La intelección comprensiva a partir del espíritu de Hölderlin y la intelección causal a partir de la enfermedad no se contradicen, sino que se complementan. La personalidad originaria es decisiva para lo que se vive y se puede realizar en la esquizofrenia.

c) La tensión interior. Existen dos pasos en la secuencia de los poemas de Hölderlin. El primero se produce en torno a 1801; el segundo, hacia 1805 – 1806. El primero se halla en el límite entre la salud y el proceso esquizofrénico; el segundo, dentro del proceso. En el periodo que transcurre entre estos dos extremos, vemos las fuerzas del proceso            -fuerzas disolventes y excitantes que alteran las funciones- inmersas en una lucha contra la voluntad de disciplina, empeñada en mantener el orden, la coherencia, la totalidad.

d) La vehemencia del influjo divino. El poeta recoge la tempestad divina y ofrece en el canto algo que sin la forma poética resultaría destructiva. El poeta, dada su inocencia, como intermediario entre los dioses y los hombres. Sólo la creación poética puede hacer visible el peligroso contenido de lo que guardan los dioses, mostrándose cautos en revelárselo a los humanos. La experiencia de Hölderlin en este sentido es auténtica y verdadera. Cuando expresa que «sólo a veces soporta el hombre la divina plenitud», hay que entenderlo literalmente. Su experiencia, auténtica y peligrosa, sólo existe en la esquizofrenia. Nada semejante podría haber vivido o experimentado un espíritu como Goethe 

Con independencia de la enfermedad, se puede observar en Hölderlin una evolución progresiva ininterrumpida que sólo más tarde, en la enfermedad, sufre un brusco corte.


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*En lo que se refiere a Vincent van Gogh (Zundert, provincia de Brabante Septentrional, Países Bajos, 30 marzo 1853 – Auvers-sur-Oise, Île-de-France, 29 julio 1890), la principal fuente son sus Cartas, especialmente las dirigidas a su hermano Theo (Zundert, 1 mayo 1857 – Utrecht, 25 enero 1891), recopiladas por su cuñada Johanna Bonger (Johanna Gezina van Gogh-Bonger, Amsterdam, 4 oct 1862 – Laren, Holanda, 2 sep 1925), viuda de Theo, que serán publicadas en 1914: Vincent van Gogh. Briefe an seinen Bruder (Cartas a su hermano). Traducción alemana de Leo Klein-Diepold. 2 volúmenes. Berlín, Paul Cassirer, 1914. Una edición posterior de las Cartas, llevada a cabo por Bruno Cassirer (primo de Paul) en 1918, asimismo bajo la supervisión de Johanna Bonger, incluía otras, como las dirigidas al pintor Émile Bernard. 

*La constitución psíquica originaria de Van Gogh es singular. Tiende al aislamiento, a la marginación, y al mismo tiempo siempre anhela amor y comunidad. A la mayoría de la gente -no a todos- le resulta difícil convivir con él. Tiene poca fortuna con las personas. El escritor holandés Marie Joseph Brusse (1873 – 1941) dice: «Van Gogh provocaba la risa por su postura y su comportamiento, porque actuaba, pensaba, sentía y vivía de manera diferente que los otros de su edad … siempre tenía un rasgo ausente, reflexivo, serio y melancólico en su rostro. Pero cuando reía, lo hacía con cordialidad y jovialidad, y su cara se iluminaba» («Van Gogh als Buchhandlungsgehilfe [Van Gogh como auxiliar de librería]», en Kunst und Künstler, nº 12, 1914, pág. 590). Le cuesta adaptarse o no se adapta en absoluto, parece carecer de objetivos, y, sin embargo, está profundamente imbuido de algo que es preciso llamar fe. Profundamente religioso en su juventud, sea cual sea su ocupación, se basa hasta el final en una conciencia religiosa alejada de dogmas y confesiones. Busca desde el inicio lo sustancial, lo esencial, el sentido de la existencia, y, cuando trabaja como empleado en la galería de arte Goupil, no puede cumplir su cometido, por cuanto pone el valor del arte y la calidad de los objetos por encima de los intereses mercantiles. Por la época en que tiene veintiséis años, manifiesta en sus cartas la voluntad de ser útil, de ayudar, de servir.

En 1873 vivió su primer amor con una muchacha, Eugénie Loyer, de 19 años, que lo rechazó [Por entonces vivía Vincent en Londres, empleado en una sucursal de la Casa Goupil, una galería de arte. En septiembre trasladóse a la pensión de la viuda Úrsula Loyer. Después de haber sido rechazado por la hija, a instancias de la madre, que desaprobaba la relación, Vincent se enamoró de Úrsula, quien también lo rechazó en julio de 1874. No obstante, las versiones varían, pues para algunos se enamoró sólo de la hija y para otros de la madre. Sin embargo, resulta bastante verosímil que se enamorase de ambas]. En el verano de 1881 volvió a enamorarse, esta vez de una joven viuda, y de nuevo fue rechazado [se trataba de su prima Cornelia Adriana Vos-Stricker, conocida por Kee, que había ido, en el verano de 1881, a pasar unos días a casa de los padres de Van Gog en Etten; Vincent tenía entonces 28 años y Kee 35, madre de un niño pequeño, Jan. Vincent había conocido a Kee en 1877, cuando era aspirante a pastor protestante en Amsterdam. Como le gustaban los niños, el pequeño Jan lo acompañaba al campo para verlo pintar. La proposición de Vincent escandalizó y ofendió a Kee, que se marchó, junto con su hijo, inmediatamente a Amsterdam. Después de esta negativa, Vincent, desesperado, viajó a La Haya en 1882, donde conoció a una prostituta, Sien Hoornik, que tenía una hija pequeña. Vincent se enamoró de Sien, que le sirvió de modelo, aunque se aprovechaba de él y le transmitió alguna enfermedad venérea. La relación con Sien, llena de altibajos, duró un año y nueve meses. Theo se opuso rotundamente a que continuara. El fin de Sien fue trágico, pues se suicidó en 1904, a los 54 años, arrojándose al Escalda en Rotterdam]. Extraordinaria importancia tiene la relación con su hermano Theo, condición ineludible de su existencia. Desde muy temprano, toda actividad es para Van Gogh un problema vital y existencial. La solidaridad, la religión y el arte confluyen, según su convicción íntima.

Sería del todo erróneo suponer que de las palabras de Van Gogh (véanse las cartas de la primavera-verano de 1888) sobre su arte pudiera extraerse algo directamente condicionado por la esquizofrenia. El simple hecho es la existencia de un contraste entre 1888 y el periodo anterior. El hecho es que este contraste se produce de manera súbita y que existe una coincidencia temporal con el inicio del proceso psicótico reconocible a raíz de otros síntomas muy distintos. Así pues, se impone la lógica conclusión de que será preciso considerar la psicosis como uno de los factores que generaron este nuevo tono. Todas las cartas escritas antes de y durante la psicosis coinciden en una profunda seriedad. Estas cartas (sólo una cuarta parte pertenece al periodo psicótico) son en su totalidad el documento de una visión del mundo, de una existencia y de un pensamiento marcados por un elevado sentido moral, son la expresión de una sinceridad incondicional, de una fe profunda e irracional, de un amor infinito, de una generosísima humanidad, de un inquebrantable amor fati [«amor al destino», expresión nietzscheana que considero inadecuada por parte de Karl Jaspers aplicársela a un hombre profundamente religioso y creyente en Cristo como era Vincent van Gogh] … El sentido moral existe sin relación alguna con la psicosis y más bien se consolida con la enfermedad. Personalidad, acción, sentido moral, existencia y obra artística son consideradas por él como un todo. Su existencia, que nunca se esclarecería sin sus obras, es de una altura extraordinaria. En toda su existencia actúan la entrega incondicional, la elevada exigencia, el realismo impregnado de religiosidad y la total sinceridad. Impulso ético, religioso y artístico se identifican y aúnan en Van Gogh.

Si pensamos en Hölderlin y en Van Gogh, hemos de decir que la esquizofrenia no es en sí creativa. La personalidad y el talento ya existen previamente, pero de forma más inofensiva. En estas personalidades, la esquizofrenia es más tarde el requisito previo (desde una perspectiva causal) para que se revelen tales profundidades. La esquizofrenia no puede crear nada si previamente no se adquiere con suma seriedad la capacidad artística, cosa esta que Van Gogh hizo trabajando durante casi diez años en el arte y en su vida. La esquizofrenia tampoco aporta nada «absolutamente» nuevo, sino que irá al encuentro, por así decirlo, de fuerzas preexistentes. Del telos originario surge algo que no habría aparecido sin la psicosis. No cabe la menor duda de que Van Gogh sufrió un proceso psicótico. Sólo puede tratarse de un proceso esquizofrénico o de una parálisis progresiva. Ésta última no ha podido ser demostrada.

*En este punto insertamos una breve cronología de Van Gogh elaborada por el historiador de arte John Rewald (Berlín, 1912 – NY, 1994) en su célebre estudio El Postimpresionismo. De Van Gogh a Gauguin (3ª edición ampliada y revisada, Londres – Nueva York, 1978). Las aportaciones de Karl Jaspers las incluiremos entre corchetes con otro tipo de letra.


Cronología de Vincent van Gogh (Zundert, provincia de Brabante Septentrional, Países Bajos, 30 marzo 1853 – Auvers-sur-Oise, Île-de-France, 29 julio 1890)[8].

*1884 / Trabaja en Nuenen (Holanda), en casa de sus padres. Correspondencia con su hermano Theo y con el pintor Anthon van Rappard.

*1885 / Trabaja en Nuenen (Holanda), en casa de sus padres. Conflicto con Anthon van Rappard a propósito de Comedores de patatas, pintado en mayo. Muere su padre. En noviembre se dirige a Amberes, donde estudia en la Academia. [A partir de diciembre no cesa de referirse a trastornos físicos].

*1886 / [A comienzos de este año se siente débil y afiebrado]. En febrero llega a París. Se aloja en casa de Theo, en la rue Leval. Trabaja en el estudio de Fernand Cormon, donde conoce a los pintores Toulouse-Lautrec, Louis Anquetin y Émile Bernard. A través de Theo conoce a los pintores Camille Pissarro, Edgar Degas y Armand Guillaumin. También conoce al Père Tanguy (Julien François Tanguy). En junio, Theo y Vincent se mudan al nº 54 de la rue Lepic. En el otoño conoce a Paul Gauguin.

*1887 / Continúa viviendo con su hermano en París. Trabaja con frecuencia en Asnières-sur-Seine con Émile Bernard o con Paul Signac. Participa en pequeñas exposiciones, en la Revue Indépendante, en el restaurante Le Tambourin y en otro restaurante de la Avenida de Clichy, donde conoce a Georges Seurat. Supuesta aventura amorosa con La Segatori. Comienza a beber. Su salud se ve afectada. Algunas desavenencias con Theo.

*1888 / En febrero, tras la visita al estudio de Seurat, parte hacia Arlés. Trabaja frenéticamente. Desea fundar una comunidad de artistas. Correspondencia con Theo, Gauguin y Émile Bernard. En septiembre se muda a la Casa Amarilla. En octubre se reúne con él Gauguin. Gran actividad y acaloradas discusiones [en una carta de ese mes dice que «mis sentimientos en el estado de exaltación se concentran siempre en la eternidad y la vida eterna»]. En diciembre visita Montpellier con Gauguin. Primer ataque mental [Jaspers dice que lo que ocurrió este día es la manifestación clara de un estado psicótico, que se fue preparando desde algún tiempo atrás, lo más probable desde finales de 1887 y principios de 1888, aunque es seguro que el proceso patológico era patente en la primavera de 1888] el 23 de diciembre; se cercena el lóbulo de la oreja izquierda; hospitalizado; inconsciente durante tres días. Gauguin avisa a Theo y se marcha (la cuestión de si se cercenó toda la oreja o sólo el lóbulo, continúa sin estar resuelta; el Dr. Félix Rey y el policía Robert coinciden en que fue toda la oreja; el Dr. Paul Gachet, el hijo de éste, la esposa de Theo y Paul Signac, que sólo fue el lóbulo. El Dr. Théophile Peyron, director del sanatorio psiquiátrico de Saint-Rémy, en su informe de 9 de mayo de 1889, afirmó que se había mutilado «cercenándose la oreja»). El 24 de diciembre Theo se compromete con Johanna Bonger, su futura esposa.

*1889 / El 7 de enero abandona el hospital. A comienzos de febrero lo internan nuevamente, estando otros diez días en el hospital. Sufre de manía persecutoria. Al salir del hospital reanuda su trabajo. El 28 de febrero, a instancias del alcalde y de varios vecinos, lo internan de nuevo, sufriendo en el hospital un ataque de corta duración. A finales de marzo lo visita Paul Signac. Tiene que abandonar la Casa Amarilla. Subalquila dos habitaciones al Dr. Félix Rey. Vuelve a trabajar [tanto en marzo como poco después en mayo, manifiesta en sus cartas una extrema autovaloración crítica, creyendo que nunca podrá hacer nada importante, significativo para el arte de la pintura, pues todo lo realizado durante diez años no son más que torpes estudios]. El 17 de abril se casa Theo con Johanna Bonger. Solicita ser internado en el cercano sanatorio psiquiátrico de Saint-Paul, en la localidad de Saint-Rémy, en la Provenza, donde ingresa el 8 de mayo. Trabaja en el patio, aunque pronto se le permite hacerlo en los alrededores. El 5 de julio se entera de que la mujer de Theo está embarazada. El 8 de julio visita breve a Arlés. Poco después, un nuevo ataque ocurrido mientras pinta en el campo le obliga a permanecer seis semanas en su habitación del sanatorio [en agosto sufre terriblemente por los reiterados ataques]. Mejora su alimentación. Recupera fuerzas. Reanuda su actividad con renovadas energías. En noviembre pasa dos días en Arlés. El 22 de diciembre le informan de que la mujer de Theo está próxima a dar a luz. Por Navidad tiene un nuevo y breve ataque.

*1890 / En enero aparece el artículo de Gabriel-Albert Aurier en el primer número del Mercure de France. El 18 de enero se inaugura la exposición anual del grupo de Los XX en Bruselas, donde vende su primer cuadro. En la cena organizada con motivo de la inauguración, un miembro del grupo, Henry de Groux, descalificó el trabajo de Van Gogh, siendo inmediatamente éste defendido por Toulouse-Lautrec y por Paul Signac, lo que originó el abandono del grupo por parte del miembro que había insultado la labor pictórica de Van Gogh. A finales de enero, después de un día de estancia en Arlés, sufre un nuevo ataque. El 31 de enero nace su sobrino, al que sus padres ponen de nombre Vincent. A finales de febrero sufre un nuevo y grave ataque, tras dos días en Arlés. Trabaja durante la enfermedad. Trata de envenenarse. Hasta mediados de abril no vuelve a escribir. El 19 de marzo se inaugura en París la exposición de Les Indépendants (Société des Artistes Indépendants), donde estuvo representado con diez cuadros, muy elogiados por Gauguin y muchos otros. El 16 de mayo se marcha a París, donde permanece tres días. A continuación, se traslada a Auvers-sur-Oise, muy cerca de París. Amistad con el Dr. Paul Gachet. A comienzos de junio, Theo y su familia pasan un domingo en Auvers. A comienzos de julio hace una breve visita a París. Advierte las preocupaciones de Theo. Al regresar a Auvers lo asalta la depresión. Discute con el médico Paul Gachet. El 27 de julio se pega un tiro en el pecho, por debajo del corazón. Acude Theo. Muere el día 29, siendo enterrado en Auvers el 30. En octubre, Theo se vuelve loco y es trasladado a Holanda.

*1891 / El 25 de enero muere Theo van Gogh, que será más tarde enterrado junto a su hermano en Auvers.

*1893 / El crítico de arte alemán Julius Meier-Graefe compra pinturas de Vincent van Gogh.

 

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En cuanto a la relación entre obra artística y esquizofrenia, Jaspers plantea tres preguntas: a) ¿es, en estos individuos excepcionales [tales como Hölderlin o Van Gogh], la esquizofrenia la causa o una causa de la creación de las obras?; b) si se produce un cambio de estilo paralelo a la esquizofrenia, ¿será ésta una condición específica?; c) ¿se observa en la obra algún rasgo de tal causa específica? ¿Posee la obra características específicas de la esquizofrenia. 

La respuesta a la segunda pregunta presupone una contestación afirmativa a la primera; la respuesta a la tercera pregunta, una contestación afirmativa a la segunda.

Es muy probable que la esquizofrenia sea una condición para la creación de las obras de algunos artistas. El genio enfermo también crea un mundo nuevo, pero se destruye en él. Lo que me interesa sobremanera -o, más bien, me estremece- es ver el nexo particular que se establece en un caso concreto. No obstante, la pregunta por lo que me interesa carece de respuesta científica.

Los casos de Hölderlin y de Van Gogh son muy distintos a los de Strindberg y Swedenborg. Ambas parejas constituyen tipos diametralmente opuestos. Mientras que en Strindberg y en Swedenborg la esquizofrenia sólo posee, básicamente, una relevancia material en la obra, en Hölderlin y en Van Gogh condiciona también la forma interna, el propio núcleo creativo. En Strindberg y en Swedenborg nunca se produce una verdadera desintegración, y la capacidad de producción literaria se mantiene en el estado final. En Hölderlin y Van Gogh, las obras crecen en medio de un tempestuoso movimiento psíquico, tendente a un momento en el cual los procesos disolventes se intensifican hasta que la capacidad creativa queda anulada en el estado final.

 


[1]Según las informaciones más documentadas, Augusto Strindberg y Frida Uhl tuvieron una hija, Kerstin [Christine] (Kerstin Strindberg), nacida en el municipio austriaco de Saxen el 26 de mayo de 1894 y fallecida el 30 de abril de 1956. El 21 de agosto de 1897 nació Friedrich Strindberg († Italia, 30 marzo 1978), fruto de una relación adúltera de Frida Uhl con el dramaturgo alemán Frank Wedekind, ya que todavía no se había divorciado legalmente del autor sueco. Este niño fue legalmente aceptado por el reputado escritor, que le dio el apellido Strindberg. El nacimiento de este pequeño, fruto de la mencionada relación adúltera, es defendida por Michael Meyer en Strindberg: A Biography (Oxford University Press, 1987, pág. 363). También defiende el nacimiento de ambos pequeños, así como el nombre de sus mencionados progenitores biológicos, la estudiosa Mónica J. Strauss en su libro biográfico Cruel Banquet: The Life and Loves of Frida Strindberg (Harcourt, 2000). El propio Strindberg, en el Epílogo de Alegato de un loco (como este libro es de 1888, el Epílogo tuvo que redactarse más tarde), dice que una niña, nacida en 1894, es fruto de su matrimonio con Frida Uhl. La afirmación de Strindberg es plenamente aceptada por Karl Jaspers.

[2]Laura Katharina Marholm (1854 – 1928). De soltera, Laura Mohr. Escritora y crítico literario báltico-germana, nacida en Riga. Defensora del feminismo y de los derechos de la mujer. En el otoño de 1889 se casó con el escritor sueco Ola Hansson. El matrimonio fue amigo durante varios años de Augusto Strindberg, hasta que se produjo la ruptura. Es en 1889 cuando Hansson inicia la amistad, que se intensifica a finales de 1892. Pero, en el transcurso de 1893, cuando los Hansson estaban consolidando su posición en Berlín, las desavenencias fueron evidentes, en buena medida motivadas por la animadversión de Strindberg a Laura Marholm. Los Hansson abandonaron la capital de Alemania, estableciéndose en Baviera en 1895. El matrimonio Hansson se convirtió al catolicismo en 1898. Terminó regresando a Letonia, donde murió tres años después que su esposo

[3] Dagny Juel (Kongsvinger, Noruega, 8 junio 1867 – Tiflis, Georgia, 5 junio 1901), escritora, pianista y modelo noruega (lo fue de Edvard Munch), conoció a Strindberg en Berlín el 8 de marzo de 1893, en la taberna Zum schwarzen Ferkel (El cochinillo negro). Después del corto romance con Strindberg, se casó con el escritor polaco Stanislaw Prybyszewski, quien abandonó a su esposa, Martha Foerder, con quien tenía dos hijos, naciendo aún un tercero, una niña (el 6 de febrero de 1895), después de la separación. Martha Foerder terminó casi con toda seguridad suicidándose el 9 de julio de 1896. En cuanto a Dagny Juel, Stanislaw Prybyszewski terminó dejándola. La joven tuvo dos nuevos amantes, conocidos a través de su esposo: el escritor polaco Henryk Sienkiewicz (1846 – 1916) y Wladyslaw Emeryk, hijo del dueño de una mina. Emeryk le descerrajó un tiro en la cabeza mientras dormía en un hotel de Tiflis, en presencia del hijo de ella, Zenon, de cinco años. Fue enterrada en una iglesia católica de Tiflis (Tbilisi) y trasladados sus restos, en 1999, al cementerio Kukia de la misma ciudad.

[4] La sucinta bibliografía indicada por Jaspers menciona los siguientes escritos y estudios. De los textos de Swedenborg, sus Theologische Schriften, traducidos por Lothar Brieger-Wassergovel (Jena, Eugen Diederichs, 1904). Además, Alfred Lehmann, Aberglaube und Zauberei, 2ª edición, Stuttgart, 1908. Martin Lamm, Swedenborg, Leipzig, 1922. Hans Walter Gruhle, Psychologischen Forschung (revista), volumen V. Los estudios de Lamm y de Gruhle llevaron a Jaspers, en ediciones posteriores de Genio y locura, a modificar sustancialmente detalles de su descripción del proceso de Swedenborg.

[5] Extraigo la información de Cinta Canterla. Véase, Manuel Kant, Sueños de un visionario. Explicados desde los ensueños de la Metafísica. Prólogo de Rudolf Malter. Edición crítica del texto alemán, introducción, traducción y notas de Cinta Canterla. Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz, 1989, págs. 12 y ss. El libro de Kant, con el título Träume eines Geistersehers, erlaütert durch Träume der Metaphysik, fue publicado bajo el anonimato por el librero Johann Jakob Kanter en Königsberg en 1766. Kant no quiso el anonimato, y, de hecho, todo el mundo académico sabía que el libro era de su autoría. En el mismo año de 1766, el librero Johann Friedrich Hartknoch, de Riga, volvió a publicarlo. El interés por las visiones de Swedenborg, razón por la que escribe su libro, también se lo manifiesta Kant a Moses Mendelssohn de 8 de abril de 1766, donde queda claro que no tenía intención alguna de mantener el anonimato, aunque sí explica con sentido del humor por qué quiso darle a su obra el aspecto de un escrito anónimo. Tanto a Charlotte como a Mendelssohn les explica Kant lo que le había motivado a escribirlo, a saber, las visiones de Swedenborg, de las que quiso documentarse concienzudamente, aunque no pudo saber nada directamente del propio científico y místico sueco. Tanto la explicación de la causa de sus indagaciones acerca de las visiones de Swedenborg como la de la motivación de la publicación del escrito, pueden leerse en el prólogo de los Träume.

[6] Norbert von Hellingrath (1888 – 1916), filólogo alemán, redescubridor del gran poeta, cuya obra completa comenzó a publicar. Es, además, autor del estudio Pindarübertragungen von Hölderlin, Jena, 1911 (sobre la peculiar traducción de Píndaro llevada a cabo por Hölderlin).

[7] Karl Jaspers considera este estudio de Dilthey lo mejor que ha leído sobre Hölderlin.

[8] Otra estimable síntesis cronológica es la elaborada por el pintor y poeta cubano Fayad Jamís Bernal (Zacatecas, México, 1930 – La Habana, 1988), incluida en la edición de una selección amplia de cartas de Vincent a Theo llevada a cabo por el Instituto del Libro de La Habana en 1968, del que hay edición española (Vincent van Gogh. Cartas a Theo. Introducción de Fayad Jamís. Barcelona, Barral Editores, 1971. La sexta edición es de abril de 1981, que es la que he consultado).


jueves, 8 de abril de 2021

 FRÄULEIN ELSE


Los últimos estertores del «nuevo realismo» cinematográfico alemán

 Anotaciones sobre Fräulein Else, de Paul Czinner (1929)

  

ENRIQUE CASTAÑOS

 

 

  

La película Fräulein Else («La señorita Elsa») fue dirigida por el realizador húngaro Paul Czinner en 1929. Con un guión del propio Czinner, que contó como ayudante de dirección con Herbert Selpin, la fotografía le fue encomendada al gran Karl Freund, que también fue operador, junto con Adolf Schlasy y Robert Baberske, mientras que los decorados fueron responsabilidad de Erich Kettelhut y los productores Arthur Kiekebusch y Erich Frisch. El filme se inspira en la novela homónima del escritor y médico vienés Arthur Schnitzler (1862 – 1931), publicada en 1924 y concebida en forma de monólogo interior, una novedosa técnica narrativa que acentuaba la introspección psicológica.

El guionista y director húngaro Paul Czinner (Budapest, 1890 – Londres, 1972), que había conocido poco después de 1914 al formidable guionista Carl Mayer, con quien colaboraría en dos películas a comienzos del sonoro (Ariane, de 1931, y Der Träumende Mund, de 1932), tenía en su haber dos importantes filmes antes de 1929: el protoexpresionista Inferno, de 1919, y, sobre todo, Nju, de 1924, en el que el papel protagonista correspondió a Elisabeth Bergner (Drohobych, en la región histórica de Galitzia, hoy en el oeste de Ucrania, 1897 – Londres, 1986), de soltera Elisabeth Ettel, con quien inició una relación, convirtiéndose en su esposa el 9 de enero de 1933. Con la llegada de Hitler al poder pocas semanas más tarde, ambos, que vivían y trabajaban en Berlín, se trasladaron primero a Viena y después a Londres, obteniendo la ciudadanía británica en 1938. En 1939 emigraron a los Estados Unidos, aunque regresaron a Europa en 1949, estableciéndose al año siguiente en la capital inglesa. En 1954, ella volvió durante una temporada a los escenarios alemanes.

Nju significó un hito en la carrera de Paul Czinner y en la de Elisabeth Bergner. Destacado precedente, en lo que atañe al triángulo amoroso, de la mucho más famosa Varieté, de Ewald André Dupont (1925), en la que de nuevo tuvo un papel protagonista Emil Jannings, Nju, basada en una obra del escritor ruso Ossip Dimov (Osip Dymov), plantea la insatisfacción matrimonial de una mujer casada (Elisabeth Bergner) con un marido que la quiere a su modo, pero que es un tanto grosero y vulgar (Emil Jannings), por lo que se deja seducir, de manera sorprendentemente rápida, y, hasta cierto punto, caprichosa e irracional, por un mediocre escritor, que, como suele ser habitual en el actor alemán que lo encarna, Conrad Veidt, aparece envuelto en un inquietante halo de efluvios demoníacos. La joven burguesa de clase media, cuyo nombre es Nju, deja la comodidad del hogar, abandonando a un hijo pequeño y a un esposo que no comprende nada de su triste destino, se traslada a un modesto piso alquilado y cae rendida ante los oscuros y enigmáticos encantos de un hombre que pronto se cansará de ella, conduciéndola finalmente al desengaño y al suicidio. Siegfried Kracauer escribe: «Toda la película respira una tristeza que supera a la de Die Strasse [Karl Grune, 1923]. Era como si la esperanza hubiera abandonado al mundo del hogar burgués, así como el encantado mundo callejero del rebelde de la clase media»[1]. La escena inicial, con ambos esposos en la misma habitación, ajeno el uno al otro, sumidos en la monotonía y en la indiferencia, ha sido bien descrita por Roberto Paolella: «Al comienzo, la protagonista aparece extática y alucinada, incierta y casi a la espera; luego, a través de una gran panorámica, la vemos caminar por la casa, y, finalmente, detenerse en la sala, donde el marido continúa leyendo el diario sin reparar en ella»[2]. También acierta el citado historiador italiano cuando continúa describiendo el primer cruce de miradas entre el poeta en la calle y la aburrida esposa en la ventana de su casa: «En cierto momento, la mujer se detiene detrás de la ventana cuya cortina corre deliberadamente para ver la calle donde algo llama su atención: un viejo que toca el organillo, y, luego, un hombre (Conrad Veidt) que pasa lentamente y mira hacia su ventana. Notable es la secuencia que detalla el encuentro de las miradas de la mujer y del hombre: ella tiene la imprevista sensación -por un instinto casi felino de su femineidad …- que este hombre está destinado a convertirse en su amante»[3]. La película, que se desarrolla principalmente en ambientes cerrados y cargados de tensión dramática, con pocos diálogos y cierta indiferencia hacia los nombres propios de los personajes, puede situarse, en opinión de la ensayista y crítico Lotte Henriette Eisner que nosotros compartimos[4], dentro del Kammerspielfilm, modalidad de «cine de cámara» concebida por Leopold Jessner, y, sobre todo, por el rumano Lupu Pick[5]. Típica de ese género cinematográfico que tanto le debió al Kammerspiel o «teatro de cámara» de Max Reinhardt, es la secuencia en la que «el marido tiene el mal gusto de leer, en presencia de un desconocido, las cartas que le había escrito su mujer en la época del noviazgo. Vemos entonces pasar por el rostro de la mujer todas las expresiones correspondientes a las frases del tiempo pasado, para dedicarlas -aun inconscientemente- al joven amigo, como reconocimiento de su afectuosa comprensión»[6]. En realidad, ni mucho menos era tan afectuosa, como demasiado pronto tendrá ocasión de comprobar Nju respecto del voluble, y, en el fondo, insensible y egoísta escritor. Una película, Nju, en definitiva, en la que Elisabeth Bergner tendrá ocasión de demostrar su capacidad como actriz, especialmente para este tipo de intrincadas situaciones psicológicas. Con razón escribe Lotte Eisner: «Paul Czinner encontró en ella a la intérprete ideal de sus Kammerspielfilme … En Nju aparece aún más entregada, desarmada y débil, frente a un Emil Jannings, marido robusto y sin comprensión. Czinner ha sabido, gracias a ella, expresar con sutilidad toda la Stimmung [atmósfera que sugiere las vibraciones del alma] flotante, sobre todo cuando colocó junto a ella a Conrad Veidt, siempre demoníaco. Extraño interludio aquí también, donde unas pausas evocan la tensión y donde en la película muda el silencio se hace elocuente. Cuando Elisabeth Bergner, al final de esta película, se lanza al abismo arrastrada hacia abajo por las volutas de su falda larga, estamos en el apogeo del Kammerspiel»[7].

No sería exagerado afirmar que Fräulein Else constituyó la más relevante interpretación de Elisabeth Bergner en el cine silente, así como, junto con la mencionada Nju, el más destacado trabajo de Paul Czinner antes del sonoro. De hecho, estas dos películas han sido valoradas por la crítica especializada como las mejores de su dilatada carrera, si bien merecen asimismo ser recordadas Der Geiger von Florenz («El violinista de Florencia», 1926), y The Rise of Catherine the Great («Catalina de Rusia», 1934), ambas protagonizadas por la misma menuda y nerviosa actriz nacida en uno de los centros vitales de Mitteleuropa.

Aunque el guión de Czinner modifica determinados aspectos de la narración original, algunos tan irrelevantes como situar el núcleo de la acción en otro lugar geográfico, si bien similar en cuanto que en ambos casos se trata de destinos turísticos de vacaciones, el espíritu del breve relato de Schnitzler, a pesar de sesudas opiniones críticas en sentido contrario, pervive, a nuestro juicio, en lo esencial, poniendo de manifiesto la angustia y ansiedad psicológica de la protagonista, su inasible evolución espiritual y las contradicciones morales de una burguesía media-alta de rasgos muy definidos, ya que pertenece a una antigua ciudad imperial, Viena, que era por entonces un auténtico crisol y hervidero cultural, donde se entrecruzaban las más significativas e influyentes corrientes culturales de la vieja y decadente Europa. Para comprender lo que esa época y esa ciudad significaron desde la Secession de 1897 hasta la anexión (Anschluss) de Austria por Hitler en marzo de 1938, cualquier lector interesado sabe muy bien que uno de los textos fundamentales continúa siendo El mundo de ayer. Memorias de un europeo, del prolífico y exitoso escritor de origen judío Stefan Zweig, una especie de autobiografía intelectual redactada entre 1939 y 1941, poco antes de su suicidio, junto con su mujer, en la ciudad brasileña de Petrópolis, el 22 de febrero de 1942, persuadido como estaba, ante la arrolladora preponderancia militar alemana, de que todo se había perdido, desmoronándose para siempre su viejo y querido mundo de relativa tolerancia y abierto cosmopolitismo. En esto último no le faltaba razón.

La historia que cuenta Fräulein Else deja traslucir varios temas que se entrelazan mutuamente: la hipocresía burguesa, la temeraria tentación especuladora a fin de mantener un estatus y un tren de vida por encima de las propias posibilidades, la distancia insalvable entre el afán de poseer bienes materiales y la sencilla y verdadera felicidad, la artificiosidad y vaciedad de la vida elegante, la responsabilidad de los padres en la educación de los hijos y la inmoralidad u obscenidad que muchas veces esconden individuos supuestamente respetables. Pero el problema crucial que aborda la película es de índole psicológica. Observamos a una jovencita, mimada y caprichosa, consentida y sobreprotegida por su condición de hija única, que va a demostrar, en el momento decisivo, una madurez y una resolución impropias de su edad y de las confortables circunstancias que hasta entonces habían rodeado su existencia. Precisamente otras circunstancias, esta vez ruines y mezquinas, así como el imperioso e incontrolable deseo de evitar que su padre, al que adora y tiene idealizado, ingrese en prisión, forzarán un proceso de maduración extraordinariamente rápido, vertiginoso, sin apenas tiempo para la reflexión sosegada, cuya consecuencia es la toma de una decisión por parte de Elsa en la que la preservación de la integridad moral, corolario del natural pudor femenino y del respeto a ella misma, la habrán de conducir a un desenlace trágico. En poquísimas horas adquiere cabal conciencia de cuál es su deber, asumiendo con audaz y sorprendente entereza una solución que la obliga a elegir entre dos opciones radicalmente excluyentes: o salva a su padre a costa de mancillar su propio honor, o lo salva sacrificando su propia vida, pues no está dispuesta a renunciar a su preciado e íntimo tesoro. Al final, Elsa, a pesar de parecernos durante el primer tercio del filme una muchacha frívola, nos ofrece un aleccionador ejemplo de dignidad moral. Ella es el único ser verdaderamente adulto en un mundo de adultos, ella es la única que había interiorizado, sin que nadie se percatase, un severo código ético de conducta.


                                                Elisabeth Bergner en un plano de la película


Si aceptamos la terminología de Kracauer, Fräulein Else pertenece a ese tipo de películas centradas en «las dificultades íntimas de los jóvenes de dieciocho años»[8] de finales del periodo de estabilización, la cortísima época de recuperación económica de poco más de un lustro, en rigor una suerte de espejismo, que vivirá la frágil República de Weimar hasta que los efectos de la Gran Depresión comiencen a sentirse en ella. No obstante, también hay en Fräulein Else rasgos evidentes de lo que el propio Kracauer denominó «nuevo realismo» cinematográfico alemán, cuyo más conspicuo exponente sería Georg Wilhelm Pabst. Para el eminente crítico, si en El violinista de Florencia se enfatizaba la androginia de Elisabeth Bergner, tratando de conciliar «frustración psicológica» y «ambigüedad sexual», en cuanto que «se refuerzan mutuamente», en Fräulein Else la versátil actriz «tuvo que cambiar del muchacho feminoide a la igualmente compleja mujer-niña»[9].

La señorita Elsa Thalhof (Elisabeth Bergner), hija única, vive en Viena con sus padres, feliz y despreocupada, ajena por completo a los graves problemas financieros que atraviesa su padre, Alfred Thalhof (Albert Bassermann), un abogado endeudado en exceso que lleva un tren de vida por encima de sus posibilidades. Una inesperada y fuerte caída de la Bolsa, provoca la pérdida de un importante paquete de acciones que había apostado de manera irresponsable, afectando tan seriamente a su maltrecha situación económica que, además de estar arruinado, puede ingresar en prisión si no restituye de inmediato unos pagarés que se le habían confiado. Por este motivo recibe la visita de un notario, quien, seria, lacónica y firmemente le conmina a saldar la deuda contraída, concediéndole un plazo de veinticuatro horas. A fin de obtener un nuevo préstamo y salir momentáneamente del brete, recurre con la mayor urgencia a distintas entidades financieras y a supuestos amigos, pero sin ningún resultado.

Poco antes de conocer la noticia de su delicada situación, había consentido, junto con su esposa (Else Heller), a que Elsa pasase unos días de vacaciones en un exclusivo hotel de Saint Moritz, en el cantón suizo de los Grisones, acompañada de su tía materna Emma (Adele Sandrock) y de su primo Paul (Jack Trevor), hijo de ésta última. La localidad alpina era a la sazón muy conocida en la alta sociedad europea por disponer de modernas infraestructuras para la práctica del esquí.

Alfred Thalhof, el padre de Elsa, sabe que el único que puede acceder a prestarle el dinero que tan urgentemente necesita, es un viejo conocido suyo, el acaudalado marchante de arte von Dorsday (Albert Steinrück), justamente la última persona a cuya casa acude durante aquella acelerada e infructuosa jornada, pero el secretario del millonario le informa que se ha ausentado de Viena por unos días, sin revelarle dónde.

Al enterarse la esposa de Alfred de los apuros económicos de su marido, que acaba de recibir un ultimátum a través de una escueta carta del notario, intenta consolarlo, pero, sin ella advertirlo, pues cree que permanece descansando en la alcoba, Alfred se levanta precipitadamente, se enfunda el abrigo, donde guarda en uno de los bolsillos una pequeña pistola, y se dispone a salir de la vivienda, con claras intenciones de suicidarse en algún lugar apartado. Casi por casualidad, la esposa se apercibe de la presencia del marido a punto de salir, y, dado su notorio estado de nerviosismo, le registra los bolsillos, descubriendo el arma. Logra apaciguarlo, convenciéndole de que debe desistir de cometer semejante locura, le administra un calmante y consigue dejarlo más tranquilo y medio adormilado en su aposento. Fortuitamente, en ese momento, recibe la señora Thalhof una carta de Elsa desde Saint Moritz, comunicando a sus padres que se encuentra muy contenta y que un tal señor Dorsday la ha saludado mientras le manifestaba que conocía a su padre, a quien envía sus respetos. Esta providencial misiva le ofrece la oportunidad a la señora Thalhof, ya que su marido no está en condiciones de hacer nada, de tomar la iniciativa e intentar salvar la situación, pues Alfred ya le había informado previamente del contratiempo de no encontrar a Dorsday en su casa de Viena.

La señora Thalhof hace lo posible por hablar por teléfono con Elsa, pero la línea está interrumpida a causa de la nieve. De ahí que se decida inmediatamente a escribirle una carta, en la que le dice que hable con Dorsday, lo ponga al corriente de la delicada situación y lo persuada de conceder el ansiado préstamo. La breve epístola materna la recibe Elsa en el comedor del hotel, acompañada de su tía y de su primo. Sin abrirla aún, Elsa manifiesta una infantil alegría, pero, nada más leerla, sin que sus parientes hayan mostrado ninguna curiosidad por su contenido, permanece unos instantes pensativa, mostrando por vez primera turbación en su vivaracho rostro de jovencita ajena a los crudos entresijos de la realidad. Aquella falta de curiosidad no significa indiferencia, especialmente por parte de su apuesto primo, tan atento y protector siempre con ella, pues la sigue viendo todavía como si fuese una adolescente que no ha dejado completamente de ser niña. En cuanto a su tía, aunque la trata con la atención requerida y le profesa indudable cariño, conoce bien el modo de proceder de su imprudente cuñado, a quien en más de una ocasión ha tenido que prestarle dinero a regañadientes, cosa que no puede extrañarnos, ya que, como el espectador ha podido observar en la secuencia inicial de la película, Emma le ha manifestado confidencialmente a su hermana, en el transcurso de una velada, con cierto tono de reproche, que cómo es posible que vivan con tanto lujo y despilfarro.

Visiblemente perturbada por la lectura de la carta, Elsa, con una improvisada excusa, abandona la mesa, y, tal como está vestida, se dedica a perseguir furtivamente a Dorsday por los pasillos y salones del hotel, sin atreverse ni decidirse a abordarlo. Ya desde el principio de la llegada de Elsa al hotel, Dorsday había reparado en ella de manera poco honesta, aunque disimulada, sin que la alborozada jovenzuela pudiera darse cuenta. Él es un hombre de edad más que madura, relativamente grueso, vestido con trajes caros, aunque se percibe sin mucho esfuerzo el sello del nuevo rico, no muy sociable y celadamente vulgar, quizás con una pizca de excentricidad impostada, campechano con los camareros y con el servicio, y al que le gusta curiosear, no se sabe exactamente con qué propósito. Es muy probable que su principal y casi exclusivo pensamiento consista en cómo aumentar su considerable patrimonio.

Albert Steinrück, el actor que encarna el personaje de Dorsday, dejó palmaria constancia en esta película de sus notables dotes actorales. Gravemente enfermo, apenas pudo terminar el rodaje. Murió el 10 de febrero de 1929, pocas semanas antes del estreno, el 8 de marzo, en el cine Capitol de Berlín.

La dilatada y explícita secuencia en que Elsa espía con inocente torpeza al taimado millonario, que, aunque sin saber exactamente el designio que la anima, se ha percatado desde los primeros escarceos que la joven lo está siguiendo por diversos espacios del hotel, es una de las más conseguidas estéticamente de toda la película. La cámara se mueve de tal modo que siempre podemos calibrar la distancia física que los separa, haciendo hincapié en resaltar los malogrados intentos de la chica por evitar que sus intenciones sean descubiertas. Lo mismo se detiene a hojear un periódico, mirando por el rabillo del ojo a ese imponente caballero que sin duda la atemoriza un poco, que avanza y retrocede a un tiempo, ocultándose detrás de esquinas, pilares y columnas, mientras que Dorsday asiste un tanto extrañado, saludando cortésmente o esbozando una ligera sonrisa, a tan encantadora persecución. Por fin, es el ladino marchante quien provoca el encuentro entre ambos, sin que Elsa pueda evitar un cierto azoramiento y una pudorosa vergüenza. Dorsday, astutamente, ya que la muchacha no se decide a contarle lo que sucede con su padre, quizás porque aún no ha tomado plena conciencia de la gravedad del asunto, se limita a invitarla a que acuda, después de la cena, al baile nocturno que va a celebrarse en los salones del establecimiento. El espectador tampoco dispone de suficientes datos para poder intuir las nada limpias intenciones que impulsan al respetable capitalista.

Si el primer tercio del filme transcurre en Viena, los otros dos tercios, es decir, el nudo y el desenlace, tienen lugar en la estación de esquí. Asimismo, la acción principal se desarrolla desde que Elsa recibe la carta de su madre, después del mediodía, y cerca de la una de la noche, que es cuando se consuma la tragedia.


                                    Elisabeth Bergner en una de las escenas decisivas del filme


Nada más acceder a la invitación de Dorsday, dirígese Elsa a uno de los salones del hotel en busca de su tía, a fin de darle la noticia sobre la situación de su padre, aunque Emma, contrariada, le hace saber que no quiere ni oír hablar del asunto y que no es la primera vez que Alfred está en apuros financieros. La negativa de Emma por ayudar a su cuñado es tajante. Toda esta enojosa cuestión supone para Elsa, en muy poco tiempo, un duro baño de realidad. Jamás habíasele pasado por la imaginación que una cosa así pudiese suceder. Pero, en tal tesitura, lo que verdaderamente la agobia y la conturba es el hecho de que la persona a quien más quiere en el mundo, su padre, se encuentre en semejante trance. Ahora bien, como confirmará la siguiente reacción de Elsa, todavía no es plenamente consciente de la gravedad de los hechos. Nada más apremiarla su tía a arreglarse adecuadamente para el baile, Elsa sube a su habitación. Meditabunda y angustiada, apoya su delicada y hermosa cabecita en el espejo del armario, diciéndose a sí misma que no puede acceder a la petición de su madre. Una mezcla de pudoroso retraimiento por tener que dirigirse a un hombre mucho mayor que ella, de orgullo y de comprensible inconsciencia juvenil, la impulsan a abandonar la estación de esquí y salir precipitadamente en el primer tren con destino a Viena. Pero, cuando está recogiendo sus cosas y preparando atolondradamente las maletas, un botones llama y le entrega un telegrama enviado por su madre. En él le requiere, esta vez sin tapujos, que debe hablar cuanto antes con Dorsday, pues su padre puede ser detenido en cualquier momento por orden de la Fiscalía. El texto del telegrama supone para Elsa un fuerte impacto. Es como si de pronto fuese consciente, como una mujer adulta, de lo que en realidad está sucediendo. La expresión de su rostro cambia por completo. En una actriz tan dotada para manifestar en su semblante las más mínimas huellas de los estados de ánimo, esa transformación se aprecia con especial intensidad. La pena y el abatimiento la embargan, apoderándose de su ser sin que ella pueda oponer la más mínima resistencia. En muy pocas horas, esta jovial, despabilada y animosa muchacha, salida apenas de la adolescencia, se ha convertido en una mujer, capaz de tomar decisiones graves y sorprendentes. Las circunstancias la han hecho madurar con una inusitada rapidez. Ahora no le está permitido dudar. Deja los preparativos del viaje y decide ir al baile. Se viste con elegancia, aunque sin abandonar por entero un cierto aire todavía adolescente. Acude presurosa al encuentro con Dorsday. Éste la invita a sentarse en unos sillones un tanto apartados, a fin de permanecer ajenos a las miradas de los curiosos. Presentimos que Dorsday intuye con bastante seguridad lo que la joven va a pedirle. Elsa, azorada y afligida, con evidente nerviosismo, le cuenta de manera sucinta a Dorsday lo que sucede. Apenas se atreve, durante la breve conversación, a levantar la cabeza, que permanece gacha casi todo el rato. Confía en este hombre de apariencia tan respetable, desconocido para ella. Él, con frío cálculo, muestra una leve reticencia inicial, pero, casi sin solución de continuidad, se pone de pie y accede al ruego. A Elsa se le muda el rostro, que de la congoja pasa en segundos al regocijo. Se levanta y expresa efusivamente su agradecimiento. Pero, no ha hecho más que manifestarlo, cuando Dorsday, inesperadamente, con seguridad y premeditada parsimonia, le pone una condición. Ella aguarda. «Quisiera verla …», dice Dorsday, dirigiendo su mirada y señalando con la mano a una consola próxima, en cuya superficie vemos un único adorno: una estatuilla femenina de mármol, imitación de cualquier Venus antigua, completamente desnuda. Elsa, abochornada y humillada, apenas puede encajar un golpe tan bajo y miserable. Profundamente entristecida y desconcertada, sube a su habitación. Duda. Reflexiona. Cada minuto que pasa se encuentra más abatida, más desesperada, más sola y abandonada. Al fin, se decide a ayudar a su padre, pero, al mismo tiempo, adquiere nítida conciencia del callejón sin salida en el que la han metido. La única solución honorable que le queda es la muerte. El director tiene buen cuidado en huir de lo melodramático. A partir de ese momento todo transcurrirá con una imperturbable serenidad, salvo el afán de la muchacha en que no se trunque la resolución adoptada. Ella, una jovencísima mujer con ideas independientes y libres, no puede tolerar ser tratada como una vulgar prostituta. La drástica decisión no es otra que el suicidio: ingerir una considerable dosis de Veronal, un potente somnífero que había caído casualmente en sus manos esa misma mañana o el día anterior, cuando Paul, casi como si se tratase de un juego, se lo había arrebatado a una amiga, Cissy Mohr (Grit Hegesa), con la que había intimado desde su llegada, cuando los tres daban un paseo en trineo, entregándoselo rápidamente y a hurtadillas a su prima, quien introduce el tubo con las pastillas en el bolsillo de su abrigo. Sin prestarle ninguna importancia lo había guardado en un cajón del escritorio de su habitación. La secuencia completa de la reacción de Elsa, está construida de tal manera que incluye una elocuente elipsis, omitiendo así la acción de desvestirse. Cuando se ha quedado enteramente desnuda, se cubre el cuerpo con un lujoso e inmaculado abrigo blanco de pieles, ingiere todo el frasco de comprimidos, y, envuelta en tan simbólico sudario, se dirige a la habitación de Dorsday. Éste había abandonado su suite a la una menos veinte de la noche, cansado de esperar a la joven. Al no encontrarlo en sus habitaciones, recorre desesperada el hotel, creyendo con razón que no va a darle tiempo, pues el veneno está produciendo ya sus letales efectos. Los clientes, viéndola pasar por los salones, la observan asombrados, ya que la indumentaria que lleva no se corresponde con la agradable temperatura ambiental producida por la calefacción del edificio. Elsa se tambalea un poco. Por fin ve a Dorsday en la barra de la cafetería, junto a numerosos huéspedes. Se detiene. Está situada de espaldas al espectador, de pie, en el centro del encuadre, con la bulliciosa cafetería delante, en un eje simétrico. Avanza lentamente, recorriendo con conmovedora gallardía la despejada distancia que la separa del friso horizontal donde se sitúa el público. Pronuncia débilmente el nombre de Dorsday. Todos se vuelven y la miran, incluido el marchante. Elsa, entonces, apenas ya sin fuerzas, con la visión borrosa, se desprende con indecible galanura del abrigo, que cae cual un luminoso despojo, desvaneciéndose simultáneamente la muchacha, hasta quedar tumbada en el suelo. Todos los presentes han podido advertir fugazmente su impoluta desnudez, que una vez más permanece oculta al ojo del espectador.


                                              Elisabeth Bergner en una de las últimas escenas


El más sorprendido es Dorsday, aunque su canallesca condición le impide sentir la más mínima compasión. Se produce un gran revuelo y ajetreo. Alguien cubre inmediatamente el cuerpo sin vida de Elsa y lo trasladan a la habitación. Acude el médico, pero sólo para certificar la defunción. Entretanto, cuando el médico se encontraba aún en la habitación, llegaba Paul al hotel, acompañado de su amiga Cissy, después de haber pasado la velada fuera. En el vestíbulo es informado de lo que le ha ocurrido a su prima, motivo más que suficiente para subir corriendo a su lado. En la última secuencia vemos a Paul, arrodillado junto a la cama donde yace muerta su prima Elsa, cuyo rostro, capturado de perfil por la cámara, destaca por su candorosa belleza y placidez. Entre la primera toma y la segunda, idéntica a la anterior, del semblante de la joven, se intercala una vista panorámica de las inmensas montañas cubiertas de nieve, dejando entrever lo ajena que permanece la grandiosa Naturaleza a los acontecimientos y desgracias de los seres humanos.

La película deja abierto el interrogante de si Dorsday cumplirá su palabra, aunque no parece probable que eso pueda ya importar a nadie.

Entre las críticas que se publicaron inmediatamente después del estreno, deben recordarse al menos tres: la de Ernst Jäger (en marzo, en el nº 59 de la revista Film-Kurier), la de Rudolf Kurtz (también en marzo, en el nº 57 de la revista Lichtbild–Bühne) y la de Siegfried Kracauer, en el periódico Frankfurter Zeitung (14 de abril de 1929).

Ernst Jäger enfatizó la extraordinaria atención de la que gozó Elisabeth Bergner durante toda la película, concebida por Paul Czinner para que la cámara la escrutase sin descanso, tanto de cerca como de lejos. El movimiento de la cámara logra entrelazar la figura de la menuda actriz con las distintas dependencias y el mobiliario del hotel. La sobriedad con la que Arthur Schnitzler construye a su personaje femenino protagonista, a pesar de su densa penetración psicológica, es alterada por Czinner en el sentido de asociar estrechamente a ese mismo personaje al movimiento de la cámara, que la persigue con tenaz insistencia. No obstante, para este crítico la fotografía de la película resulta ser más teatral que cinematográfica.

Por su parte, Rudolf Kurtz, a diferencia de Ernst Jäger, subraya el hecho de que Czinner sacrifica los efectos teatrales estridentes por otros más estrictamente dramáticos y silenciosos. También pondera toda esa secuencia a la que nos hemos referido anteriormente de la persecución de Dorsday por Elsa a través de los pasillos y salones del hotel, insistiendo en la habilidad con la que se ofrecen los adelantos y los retrocesos de la joven, su ocultamiento detrás de las columnas, hasta que el encuentro final entre ambos, provocado por quien se supone que es el perseguido, constituye una especie de liberación dramática, deshaciendo la tensión acumulada durante todos esos minutos. Aunque de menor duración temporal, la secuencia en la que Elsa, ingerido ya el veneno, va en busca de Dorsday, está rodada con idénticos medios, si bien ahora, creemos nosotros, se intensifica la angustia de la acción dramática, pues la vida se le está escapando de las manos. Rudolf Kurtz entiende que el guión escrito por Czinner pensando exclusivamente en Elisabeth Bergner, adolece de cierta rigidez, lo que no impidió que la gran actriz mostrase los más exquisitos matices emocionales, incluso una delicada evolución espiritual que no es más que la expresión de la propia vida interior, aspectos del arte de la interpretación para los que estaba particularmente dotada Elisabeth Bergner. Ahora bien, siendo esta capacidad interpretativa valiosa en sí misma, no es suficiente, según Kurtz, para garantizar la eficacia de una película. Un filme necesita que el efecto dramático pueda traducirse a través de medios puramente ópticos, visuales, cinematográficos. Para que las inusualmente raras cualidades interpretativas de una actriz como Elisabeth Bergner puedan brillar con luz propia, se requiere un marco dramático bien asentado, a fin de que tales cualidades puedan desenvolverse y adecuarse a la acción. Rudolf Kurtz, como varios decenios después hizo Lotte H. Eisner, no se cansa en su crítica de alabar las excepcionales dotes de Elisabeth Bergner, según él una de las más preciadas posesiones del cine alemán. Escribe: «Difícilmente hay una actriz en todo el mundo cuyo rostro y cuyo cuerpo sean una expresión tan pura de su vida interior». «Con una claridad incomprensible, continúa escribiendo el mismo crítico, su expresión habla del dolor y de la alegría de su alma». Estamos de acuerdo con el agudo crítico, sobre todo cuando prestamos especial atención a las transformaciones que se operan en el rostro de la actriz, pero no sólo en él, sino en todo su cuerpo, en sus gestos y en sus movimientos, que transitan desde un agitado e inquieto nerviosismo hasta el detenimiento provocado por la forzosa reflexión. Concluye Kurtz afirmando que sólo una actriz de alto rango, como es el caso de la Bergner, es capaz de llevar a cabo dilatados monólogos visuales, sin acompañamiento alguno, confiando únicamente en sí misma, de tal manera que genera una tensión interior cuyos efectos han de ser necesariamente dramáticos. Tales observaciones, incluso con mayor motivo, podrían igualmente aplicarse a otra de las más grandes actrices del cine mudo europeo, la danesa Asta Nielsen[10].

El menos entusiasta es Kracauer, quien ve un defecto en el hecho de que la película no haya construido su trama desde la perspectiva de la protagonista, perdiendo así significado el conjunto de acontecimientos, que acaban articulándose en una concatenación obsoleta. Según el inconfundible y polémico crítico, Paul Czinner debería haberse ceñido más al texto de Arthur Schnitzler. En el filme, a diferencia de lo que ocurre en la novela, lo psicológico cede ante lo social. Sólo las condiciones que sustentan la incardinación de Elsa en la novela, permiten que sus acciones resulten comprensibles. Tales condiciones no han sido tenidas en cuenta por Paul Czinner, es decir, que Elsa no nos es mostrada como una jovencita en la que se pueda confiar, precisamente porque en ella se conjugan armoniosamente la inocencia con la reflexión, sino que es colocada en medio de ese mundo despreocupado y frívolo de la clase media-alta alemana durante la segunda mitad del decenio de 1920. El realizador desaprovecha las complejas asociaciones que podrían desprenderse del comportamiento y de las reacciones psicológicas de Elsa, empobreciendo de ese modo la trama y completándola de manera mecánica. Es como si el espectador fuese testigo involuntario de todo el viaje en tren desde Viena hasta Saint Moritz, emprendido por Elsa en compañía de su tía y de su primo, quedando asimismo atrapado en los nimios acontecimientos del hotel de lujo con sus pequeños e insignificantes detalles. Todo esto termina siendo visto como si tuviese entidad en sí mismo, pero está desprovisto de vida al no ser contemplado desde la experiencia interior de Elsa. En definitiva, que para Kracauer la actriz Elisabeth Bergner, debido a la dirección de Paul Czinner, tiene dificultades para hacer comprensible su personaje de la señorita Elsa. Sin embargo, la intrínseca capacidad expresiva de la actriz no puede ser silenciada, asistiendo a escenas e instantes verdaderamente intensos.

Naturalmente, no compartimos el juicio crítico de Kracauer, que, como en otras ocasiones, pretende establecer un vínculo inmutable entre dos creaciones artísticas diferentes, en este caso concreto la novela de Schnitzler y la película de Czinner, rechazando la autonomía de la segunda respecto de la primera. Eso no quiere decir que una película, si se inspira directamente o es una adaptación de un relato, no deba conservar el espíritu que impregna a este último, pero no tiene por qué mimetizarlo, no sólo porque un filme, por regla general, no puede dar cumplida cuenta de los pormenorizados detalles y de las situaciones o estados de ánimo que a veces solamente permiten ser desarrollados o sugeridos en una novela, género que admite, por su propia idiosincrasia, unos recursos expresivos y unos monólogos interiores particularmente sutiles, sino también porque se trata de géneros distintos, cada uno con su propio lenguaje y sus genuinos e intransferibles procedimientos estéticos y estilísticos. La novela de Schnitzler, según hemos dejado constancia al comienzo de estas líneas, está construida en forma de monólogo interior, técnica extremadamente difícil de adecuar a las posibilidades técnicas del cine. Incluso el teatro se adapta mejor a ella. Un buen ejemplo de esa dificultad lo tenemos en las novelas de la escritora inglesa Virginia Woolf, tan renuentes a ser llevadas a la pantalla. Sin embargo, ese mismo tipo de novelas se adaptan mejor a la representación teatral, como ocurre con alguna del escritor español Miguel Delibes. No creemos que el hecho de que la realización de Czinner excluya la visión subjetiva de la protagonista, impida radicalmente la plasmación de los complejos estados espirituales y psicológicos de Elsa, los cuales evolucionan o se transforman al hilo de los acontecimientos que se narran. Tampoco estamos plenamente de acuerdo en que lo social prevalezca sobre lo psicológico. La película dibuja el comportamiento de una determinada clase social, pero sin impedir el libre desenvolvimiento psicológico y espiritual del personaje principal. Kracauer, y esto lo compartimos con él, es muy proclive a interesarse por los aspectos y motivaciones psicológicas de los personajes de las películas que examina, pero esa propensión no tiene necesariamente que minimizar otros aspectos. En otros lugares nos hemos referido a la excesiva ideologización de muchos de los análisis de Kracauer[11].

Deseamos concluir con el referido retrato que de Elisabeth Bergner hizo Lotte H. Eisner, del que ya hemos adelantado algunas líneas. Escribe: «Vibrante, sensitiva, animada de una intelectualidad nerviosa, Elisabeth Bergner había tomado, por así decirlo, en la segunda mitad de los años 20, la sucesión de Asta Nielsen. Hasta el advenimiento de Hitler, encarnó el espíritu de una época que estuvo llena de tensión, de vida espiritual intensa y muy próxima aún del éxtasis expansivo de la inmediata posguerra. Se vivía con prisa, con inquietud, como si se presintiera que esa cultura y ese impulso iban a desaparecer pronto. Se reparó en Elisabeth Bergner cuando encarnó, siendo mujer-niña llena de frágil encanto, en los escenarios de Max Reinhardt, a las jóvenes heroínas de Shakespeare; su cuerpo de efebo revestía un traje del Quattrocento, como Reinhardt la prefería, con sus hombros ligeramente alzados hacia su débil cuello. Al igual que Asta Nielsen, sabía llevar un vestido de adolescente sin que su aspecto fuera vulgar … sin traicionar su feminidad … Sus expresiones tenían miles de facetas y miles de matices»[12].

Málaga, 8 de abril de 2021.

 

 

 



[1] Siegfried Kracauer. De Caligari a Hitler. Una historia psicológica del cine alemán. Barcelona, Paidós, 1985, pág. 121. La edición original inglesa es de 1947.

[2] Roberto Paolella. Historia del cine mudo. Buenos Aires, Eudeba, 1967, pág. 331. La edición original italiana es de 1956.

[3] Ibídem, págs. 331-332.

[4] Lotte H. Eisner. La pantalla demoníaca. Las influencias de Max Reinhardt y del Expresionismo. Madrid, Cátedra, 1996, pág. 257. La edición original francesa es de 1952.

[5] Véase nuestro artículo «Hintertreppe, un notable y temprano ejemplo del Kammerspielfilm», escrito en febrero de 2021 (http://www.enriquecastanos.com/hintertreppe.htm).

[6] Roberto Paolella, pág. 332.

[7] Lotte H. Eisner, pág. 257.

[8] Siegfried Kracauer, pág. 153.

[9] Ibídem.

[10] Entre las más encendidas palabras de admiración por Asta Nielsen, destacan las de Lotte H. Eisner en uno de los apéndices de su estudio La pantalla demoníaca. Véase a este respecto nuestro artículo «Los expresivos ojos y los pesados párpados de Asta Nielsen. Anotaciones a Der Absturz, de Ludwig Wolff (1922)», de finales de marzo de 2021 (http://www.enriquecastanos.com/wolff_absturz.htm).

[11] Esta cuestión la hemos abordado en dos artículos: «Reflexiones sobre la película Das Blaue Licht, de Leni Riefenstahl (1932)», de diciembre de 2014 (http://www.enriquecastanos.com/riefenstahl_luz_azul.htm), y «Mädchen in Uniform (1931), una obra maestra de la realización y la interpretación», de enero de 2015 (http://www.enriquecastanos.com/sagan_leontine_madchen_in_uniform.htm). El primero de los dos artículos fue publicado en Fedro. Revista de Estética y Teoría de las Artes, nº 16. Universidad de Sevilla, julio de 2016; el segundo en la revista Gibralfaro, nº 92. Universidad de Málaga, julio-septiembre de 2016.

[12] Lotte H. Eisner, págs. 257-258.