lunes, 26 de julio de 2021

 José María de la Puerta y Salamanca



José de la Puerta: la pulsión imaginativa


ENRIQUE CASTAÑOS



Después de lustros de desprecio y ostracismo, derivados tanto de una esclerotizada ideología de catecismo como de la más absoluta incomprensión acerca de la genuina función creadora del artista, plasmada en la obra, y, sobre todo, en el proceso íntimo del espíritu que la impulsa a nacer, asistimos agradecidos desde hace algunos años en nuestro país, aunque sólo sea por cuenta de un reducido grupo de estudiosos y creadores plásticos, a una correcta valoración de los argumentos elaborados por la clásica teoría formalista, sin la que, de otro lado, sería imposible entender reflexiones muy valiosas sobre las obras concretas y la naturaleza del genio, preñadas de lozanía y nuevas perspectivas de análisis, así como un buen número de títulos fundamentales de la historiografía artística de este siglo.

Los escritos del padre de aquella corriente de pensamiento, Konrad Fiedler (1841 – 1895), me han asaltado una y otra vez, siempre que he disfrutado la maravillosa oportunidad de estar delante de un cuadro del pintor José de la Puerta (Madrid, 1916), afincado en Fuengirola hace bastantes años. Y esto ha sido así porque escasas son las ocasiones, en el momento presente, de dirigir la atención a un objeto artístico que requiera, según pensaba Fiedler respecto a la verdadera obra de arte, un juicio riguroso desprovisto de adherencias extra-artísticas, lo cual significa que ni puede ser confundido con el llamado juicio estético -ya que la belleza no es una categoría consustancial a la obra plástica-, ni le está permitido tomar como objeto principal de su investigación y análisis crítico el conjunto de factores socioculturales que acompañan toda producción artística representativa -resulta obvio que estos últimos presupuestos, por el hecho de hallarse el artista incardinado en las aspiraciones, carencias, logros y contradicciones del tiempo histórico en que vive, no deben ser desatendidos; antes al contrario, el historiador y el crítico tienen la obligación de potenciar su conocimiento, Sin embargo, Fiedler, al exponer su teoría de la pura visibilidad, donde diferencia taxativamente entre «arte» y «estética», «ciencia del arte» y las consideraciones sobre lo «bello», insiste de manera muy precisa en la especificidad y autonomía de la conciencia y producción artísticas, por tanto, en la naturaleza y fines esenciales del juicio artístico, que no pueden ser otros que los que se desprenden de la escueta naturaleza artística del objeto, esto es, un juicio en ningún modo ensombrecido o subordinado a ámbitos de la sociedad y la cultura que nos ayudan a comprender aspectos de la obra pero no su esencia íntima-.

Una ocasión magnífica en la que vemos corroborada la necesidad de defender las tesis de Fiedler, es cuando nos situamos ante la pintura de José de la Puerta. A principios de los sesenta, sus composiciones, principalmente paisajes, ofrecían una densidad pastosa de la materia pictórica, una exaltación cromática y un temblor vibrante de las formas, inundadas de luz, que lo aproximaban al Vincent van Gogh del periodo parisino, entre febrero de 1886 y febrero de 1888, y a las primeras obras fauve, las del verano y otoño de 1905, sobre todo las de Maurice de Vlaminck y André Derain. ¡Qué distanciados encontramos aquellos lienzos de José de la Puerta del torpe y adocenado pseudoimpresionismo por entonces moneda común en muchas provincias españolas! Estos comienzos señalados resultarían decisivos posteriormente en la complicidad obsesiva por el color, puro símbolo y trasunto de una interioridad riquísima, y en la vehemente aplicación de la pasta, realizada siempre con un instrumento inusual, la navaja, nunca con pincel.

José de la Puerta. El carromato. 1991.


Los cuadros expuestos ahora, una porción mínima de una producción vertiginosa e inmensa, corresponden a los últimos tres o cuatro años de actividad, y en ellos se hacen efectivas las dos principales características de la pintura de José de la Puerta: la presencia de la figura animal y humana y la imaginación creadora desbordante, tumultuosa. En rigor, antropofauna y bestiario personalísimos, incapaces de ser asimilados o encasillados en ninguno de los numerosos estilos y neoestilos de la actualidad. Una lectura superficial resaltaría tan sólo el contenido de crítica social y política que rezuman, cuando en verdad esconden una honda reflexión sobre la condición del individuo, el sufrimiento, la soledad y la enfermedad. Pero también hay en una parcela no desdeñable de esta pintura un carácter alegre y festivo, un finísimo sentido del humor y la ironía que es patrimonio de la verdadera inteligencia. Aunque los títulos de las obras no los puso directamente el artista, sí los ha confirmado. José de la Puerta, pintor de extraordinaria pureza, merece cuanto antes un reconocimiento que el tiempo no hará más que acrecentar.


Este texto fue publicado en el catálogo de la exposición individual dedicada a José de la Puerta en la Sala de Exposiciones de la Diputación Provincial de Málaga, entre el 2 y el 18 de octubre de 1991.


José María de la Puerta y Salamanca, marqués de Cardeñosa y conde de Luque, pintor autodidacta, nació en Madrid el 25 de octubre de 1916 y falleció en la misma ciudad el 13 de febrero de 2003.