jueves, 20 de junio de 2019



Catalina de Siena. Vida y pasiones.



André Vauchez. Catalina de Siena. Vida y pasiones. Barcelona, Herder, 2017. Traducción de Antonio Martínez-Riu. Edición original francesa en 2015.

Resumen de Enrique Castaños, Doctor en Historia del Arte.


*La primera biografía moderna de la santa es la del escritor católico danés Johannes Joergensen, de 1919 (publicada en francés en París). A partir de 1970-1980 se han interesado por ella historiadores como la francesa Odile Redon (1936 – 2007), la italiana Sofía Boesch Gajano (nacida en 1934), la medievalista estadounidense Caroline Bynum (nacida en 1941), el estadounidense Rudolph Bell (nacido en 1942), el italiano Antonio Volpato (Profesor de la Universidad de Roma) y la italiana Gabriella Zarri (nacida en 1942); pensadoras como Dominique de Courcelles (nacida en 1953); teólogas como Giuliana Cavallini (1908 – 2004) y psicoanalistas como las francesas Ginette Raimbault (1924 – 2014) y Caroline Eliacheff (nacida en 1947).

*En tiempos de Catalina de Siena (1347 – 25 abril 1380), la ciudad estuvo sumida en turbulentas luchas sociales y políticas. De tradición gibelina, los güelfos dominaron la ciudad entre 1287 – 1355. Durante ese periodo el gobierno era ejercido de forma colegiada por Nueve priores procedentes del patriciado urbano (alta burguesía o Popolo grasso), ayudados por el Consejo General de la Comuna. En 1355 este régimen es reemplazado por el de los Doce, que incorporaba ampliamente a la burguesía artesanal de las corporaciones. El otro grupo decisivo era la aristocracia, que no participaba directamente en el gobierno, pero ejercía un papel determinante en los asuntos públicos. A partir del siglo XIII, hubo en Siena una importante corriente religiosa laica, con figuras como Andrea Gallerani († 1250) y Pietro Pettinaio († 1289). En vida de Catalina residía en un bosque algo alejado un eremita de origen inglés, William Flete, que influyó mucho en ella. Pero, desde 1350, se asiste a un pronunciado declive del anacoretismo urbano, por hostilidad de la Iglesia hacia los penitentes incontrolados. Sí fueron muy importantes las penitentes laicas vinculadas a la Orden de Predicadores, llamadas Mantellate, grupo al que perteneció nuestra Catalina Benincasa desde que cumplió los dieciséis años hasta su muerte (hay quien estima la fecha en 1364 o 1365). Llevaban una veste blanca, cubierta con un manto negro y la cabeza cubierta con un velo blanco. Otra destacada hermandad penitencial y caritativa fue la de los Disciplinati di Santa Maria della Scala, de la que Catalina fue miembro. A partir de 1360 destacó el movimiento de los Pobres de Cristo (Poveri di Cristo, informalmente conocido por Brigata), fundado por dos laicos sieneses, Giovanni Colombini († 1367) y Francesco di Mino Vincenti. Su réplica femenina fue el grupo de las Povere Donne Ingesuate (Jesuatas), fundado por Catalina Colombini. Después de la muerte de Giovanni Colombini, miembros de la Brigata se fusionaron con los discípulos de Santa Catalina, los Caterinati. También estaban en Siena las benedictinas del monasterio de Santa Bonda y las Donne Agostiniane di Santa Marta, monasterio fundado en 1328.

*Sus padres, Jacopo y Lapa, pertenecientes a un medio artesano, se oponen a que no quiera casarse, decisión que toma Catalina con quince años, en agosto de 1362, después de morir de parto su hermana mayor, Bonaventura. Durante tres años la encerraron en un cuchitril, debajo de la escalera, a base de pan y agua. Replegóse en sí misma, en lo que llamó su «celda interior», un lugar de encuentro entre su conciencia y la presencia de Dios. Pasados esos tres años ablandóse su padre, por lo que se le entregó una habitación de la casa para ella sola, pudiendo así entregarse a la meditación y la plegaria. La relación con su madre permaneció tensa, a pesar de que ambas vivieron siempre juntas hasta la muerte de Catalina. Monna Lapa la sobrevivió muchos años. Cada vez deseaba más replegarse a su «celda del conocimiento de sí misma». Quien primero la comprendió fue el dominico Tommaso della Fonte, del convento vecino de San Domenico, que la inició en los rudimentos de la Teología. Leyó la Biblia y obras como las Vidas de los Santos Padres. Su estatus social lo encontró adhiriéndose entre 1364-1365 a las Mantellate que gravitaban en torno a los dominicos. Las penitentes laicas de las Mantellate no profesaban votos religiosos propiamente dichos. Sus miembros femeninos solían vivir en sus casas, reuniéndose una o dos veces al mes en San Domenico para orar y escuchar la predicación. Dedicaban su tiempo a hacer obras de caridad, visitando enfermos y encarcelados. Toda su vida, pues, hasta su muerte, fue Catalina una laica consagrada. A la muerte de su padre, en 1368, renunció a cualquier herencia familiar. Su cuñada Lisa, que se quedó viuda cuando murió Bartolo, un hermano de Catalina, también se hizo Mantellata. El que los dominicos de Siena no le aconsejasen entrar en el convento de monjas dominicas de la ciudad, debióse quizás a una estrategia: impulsar la reforma de esos conventos femeninos, cosa que podía hacerse más eficazmente a partir de mujeres laicas que actuasen desde fuera y con mayor independencia. Su flexible estatuto permitió a Catalina intervenir desde poco después de los veinte años en la vida pública de la ciudad, algo insólito en su época.

*Desde su infancia tuvo visiones de Cristo. Ya adolescente rechaza el mundo tal como es, lanzándose hacia su interioridad («celda interior»). Empezó a ser consciente de su propia nada. Sólo Dios podía llenar su vida y curarle el mal que ella discernía en el fondo de sí misma (lo que llamaba «amor propio»). Desde su adolescencia desapareció su gusto por el alimento, perdiendo la capacidad de comer, a excepción de unas pocas legumbres crudas y agua. Estos excesos, que ya no la abandonarían, parecían inverosímiles; su única explicación era que Dios penetraba hasta lo más íntimo de ella. Sus penitencias no albergaban ninguna tendencia autodestructiva, sino que con ellas pretendía llegar a una mayor intimidad con Dios. El pecado era para ella una falta de amor, una nada, mientras que Dios constituía la plenitud del ser.

*El Martes de Carnaval de 1367 o 1368, según su primer biógrafo, el dominico Raimundo de Capua (Raimondo da Capua), que fue su director espiritual durante tres años, Catalina, sola en su habitación, experimentó un acontecimiento decisivo y determinante en su vida, un «matrimonio místico con Cristo» (Desposorios místicos). Además de Cristo, vio entonces también a la Virgen María, San Pablo, Santo Domingo de Guzmán y al rey David. A partir de esa experiencia sintióse autorizada a salir al mundo y mezclarse con los hombres para salvarlos, siguiendo el ejemplo que la tradición adjudica a María Magdalena en la Provenza. Un día de 1370, Catalina sintió que Jesús había extraído su corazón de su pecho para poner en él el suyo, tras lo cual estuvo como muerta varias horas, quedando marcada con una cicatriz. Colaboró con el ermitaño William Flete en una labor de apostolado en Siena, así como en apaciguar a familias aristocráticas enfrentadas. En una visión por aquel tiempo, Cristo mismo le dijo, en un diálogo que mantuvo con ella: «Para mí no hay hombre o mujer sabio o ignorante…».

*Entre sus seguidores y discípulos estuvieron hombres como Tommaso di Guelfaccio, Santi de Terano, Neri di Landoccio Pagliaresi, Gabriele di Divino Piccolomini, Giacomo de Tolomei, Francesco di Vanni Malavolta, Nanni di Ser Vanni Savini y Cristofano di Gano Guidini, un notario que ejerció como su secretario. En Florencia siempre contó con el apoyo de Nicolás (Niccolò) Soderini.

*Las relaciones de Catalina con las autoridades comunales de Siena fueron muchas veces difíciles, reprochando su conducta a los gobernantes y a los habitantes de la ciudad. Siempre se mantuvo en el estado de penitente laica. Para ella lo esencial era encontrar a Dios, y esto podía hacerse en cualquier contexto. Se mantuvo en la lógica de la encarnación que le había revelado Cristo: la verdadera vida se sitúa en la historia, pues es en ella donde se juega el destino sobrenatural de los hombres. Esta actitud de Catalina fue muchas veces censurada. A partir de 1372-1373 su fama comenzó a desbordar los límites de Siena. En marzo de 1374 recibió la visita del obispo español Alfonso Pecha de Vadaterra, quien había conocido a Santa Brígida de Suecia († 23 julio 1373), de quien fue confidente, apoyándola en su deseo de reformar la Iglesia. La entrevista dio buen resultado, pues de lo que Vadaterra comunicase a Gregorio XI parece desprenderse que el Papa confió en Catalina, quien desde entonces mantúvose en contacto con los principales representantes del Papado en Italia (Gregorio, que fue elegido Papa el 30 de diciembre de 1370, residía por aquel tiempo en Aviñón). Poco después de esa entrevista, a Catalina se le asignó como director espiritual Raimundo de Capua, que estuvo a su lado tres años, hasta 1377, fecha en que es nombrado prior del convento dominicano en Roma, Santa Maria sopra Minerva. En mayo de 1380, poco después de morir Catalina, fue nombrado General de la Orden de Predicadores, muriendo en Núremberg en 1399. También en 1374, Catalina asistió al Capítulo general de la Orden de Predicadores en Florencia. Después volvió a Siena, entonces sacudida por una violenta epidemia. Catalina dedicóse al cuidado de los apestados.

*El 1 de abril de 1375, Domingo de Ramos, recibió, en la iglesia de Santa Cristina de Pisa, los estigmas de Cristo, invisibles para algunos y visibles para otros que la conocieron muy directamente, según reflejaría el proceso del convento de Castello, en Venecia, entre 1411-1416, determinante después para su canonización. Raimundo de Capua, que estaba presente, ha descrito el milagro con todo detalle en su Legenda maior.

*La acción de Catalina, desde 1374, tuvo tres ejes principales: el regreso del Papa de Aviñón a Roma, organizar una cruzada contra los turcos y la reforma profunda de la Iglesia. Ya en 1372 envió una carta al legado pontificio en la Toscana, Gérard du Puy, abad de Marmoutier (en Alsacia), en la que identificaba con precisión los males que era necesario atacar para lleva a cabo la reforma de la Iglesia: la solicitud de los prelados por sus parientes, la excesiva blandura respecto de los pecados, la impureza, la avaricia y la soberbia que reinan en la Iglesia, especialmente entre los miembros de la jerarquía, que, más bien, se preocupan sólo de riquezas, honores y deleites. Incluso escribe en esa misma carta: «Creo que, para poder reformar la Iglesia de arriba abajo, hay que derribarla hasta sus cimientos. Sí, quiero que os dediquéis de lleno a destruirlo todo, pues no hay otra manera». No se trataba de derribar la Iglesia en sí misma, sino el sistema político-religioso que había acabado ahogando su vida espiritual. Los altos dignatarios, es cierto, no dudaban en pedir consejo a Catalina, aunque también se asustaban por su radicalismo. Una serie de hechos y de acciones de Catalina comenzaron, además, a extender su reputación de santidad por Italia. Los grandes señores laicos y eclesiásticos no dudaban en mantener correspondencia con ella.

*Catalina aprobaba la existencia de los Estados Pontificios, en los que el Papa ejercía un poder temporal y espiritual. Pero éste último era infinitamente más importante para ella; es más, el Papa no podía comportarse en sus Estados como un príncipe cualquiera: tenía que predicar con el ejemplo. En esos territorios debían imperar la dulzura, la paz y el amor. En 1372 o 1373 visitó Pisa, entrevistándose con el capitán general de la ciudad, Pietro Gambacorta, a fin de que se adhiriese a la Cruzada; fue entonces cuando trabó amistad con la esposa y con la hija de Gambacorta, llamada Tora, quien cambió su nombre a Clara (Chiara) cuando se hizo religiosa. En marzo-abril de 1375 volvió a Pisa, a fin de conseguir de Gambacorta que no se adhiriese a la Liga toscana promovida por Florencia contra los Estados Pontificios. En ese mismo 1375 le impresionó profundamente la decapitación en Siena de un joven noble de Perusa (Perugia), Niccolò Toldo, enviado allí con una misión por el legado pontificio, Gérard de Puy, que no era otra que atraerse a la causa del Papado al senador sienés Pietro Marchese. Pero Toldo fue condenado a muerte por las autoridades de Siena, visitándolo Catalina en la prisión. Entre los dos se estableció una relación tan extraña y misteriosa que la propia Catalina presenta la decapitación del joven, a cuyo lado estaba en el cadalso para recibir su cabeza, como un matrimonio concertado entre ambos, que encontraría su consagración en el derramamiento de la sangre. Tommaso Caffarini fue testigo ocular del hecho, describiéndolo meticulosamente en el proceso de Castello (pág. 82). A partir de ese momento Catalina comprendió que su misión particular era «conducir a los hombres a la llaga abierta del costado de Cristo» y que su papel, como «dulce esposa» del Hijo de Dios, se situaba más allá de toda autoridad humana.

*A partir de finales de 1375 se agudizó el conflicto entre Florencia y el Papado, comenzando un turbulento periodo conocido como la «guerra de los Ocho Santos», esto es, los miembros de un comité ejecutivo de la ciudad revestido de plenos poderes. Desde 1353 Florencia había asistido preocupada a la recuperación del poder del Papado en los Estados pontificios gracias a la enérgica intervención del arzobispo de Toledo, el cardenal español Gil Álvarez de Albornoz y Luna (Cuenca, 1302 – Viterbo, 1367). Para el gobierno florentino, fuertemente anticlerical, constituían también una amenaza los legados pontificios en la Italia central, todos franceses, cuyo propósito era relanzar el partido güelfo en la ciudad, aliándose con poderosas familias aristocráticas, como los Albizzi. La tregua concertada por Gregorio XI con Bernabé Visconti, Duque de Milán, alarmó a los florentinos, que promovieron una Liga contra el despotismo del Papado. Hubo revueltas en algunas ciudades dependientes del Papado, sobre todo en Bolonia. El Papa acusó a Florencia y lanzó un interdicto contra la gran ciudad (los clérigos no podían celebrar Misa delante de los fieles ni administrar algunos Sacramentos), además de excomulgar a sus dirigentes y autorizar a las potencias cristianas a que se apoderasen de los bienes y riquezas de los mercaderes de la Signoria. Ésta contrató entonces los servicios del condottiero de origen inglés John Hawkwood, gasto que se sufragaría con la expropiación de los bienes eclesiásticos. También se adoptaron sanciones contra los clérigos opositores. Todo era algo inédito en la Cristiandad. Las ideas de Marsilio de Padua parecían estar poniéndose en práctica por vez primera. Catalina condenó sin paliativos la conducta de la Signoria, que no tenía autoridad alguna contra el Papado, pero, al mismo tiempo, instó al Papa a que no castigase a las ciudades rebeldes y a que reformase la administración corrupta de los Estados pontificios. Consecuencia: fue criticada por ambos bandos. Pisa, Lucca y Siena se aliaron con Florencia. En marzo de 1376 Catalina volvió a Florencia en pro de la reconciliación. Sus conversaciones con los partidarios del partido güelfo, que estaban de acuerdo con ella (especialmente Niccolò Soderini y Buenaccorso di Lapo), sirvieron de muy poco. El poder en Florencia estaba en manos de la llamada gente nueva, nada favorable a la Iglesia. La cabeza visible era el canciller Coluccio Salutati, firme partidario de la libertad republicana y de la lucha «contra los malos clérigos». No obstante, Catalina fue recibida por los priores en el Palacio de la Signoria, en calidad de mediadora. Después de enviar a Raimundo de Capua a Aviñón para preparar el terreno, ella misma presentóse en la ciudad francesa, en junio de 1376, con el propósito de entrevistarse con el Papa. Gregorio XI había recibido ya por entonces varias cartas de Catalina. La entrevista, a la que asistió como traductor Raimundo de Capua, ha sido malinterpretada, en el sentido de que no fue determinante para que Gregorio tomase la decisión de volver a Roma, ya que esta idea rondaba la cabeza del Papa desde hacía tiempo, comprendiendo que su prolongada ausencia de Roma podría debilitar su autoridad en Italia. Pero, de otro lado, la permanencia en Aviñón era una plataforma desde la que impulsar la paz entre Francia e Inglaterra, que impedía la realización de la cruzada contra los turcos que amenazaban Constantinopla. Una delegación florentina presentóse en Aviñón con pocos propósitos de conciliación. La situación debilitó a Catalina ante la Curia. Hoy podemos afirmar que la decisión de Gregorio XI de volver a Roma el 13 de sep de 1376, no se debe tanto a la intervención de la Mantellata, como a una resolución de Gregorio desde el principio de su pontificado. Es cierto que Catalina desempeñó un papel catalizador, empujando al dubitativo Gregorio a tomar la resolución definitiva. También decepcionó a Gregorio que Catalina no le revelase en Aviñón alguna visión inequívoca sobre lo que debía hacer. Pero Catalina renunció firmemente a jugar a «profeta de la corte», remitiendo al Papa a que consultase a su propia conciencia. En el proceso de Castello las opiniones se dividieron: Bartolomeo Dominici atribuyó el mérito de la vuelta a Roma del Papa a Catalina, mientras que Stefano Maconi, más prudente, dijo que la Mantellata lo había confortado en su decisión.

*A pesar de las diferencias con Gregorio XI, molesto con las duras palabras de Catalina siempre que le escribía, en relación a cuál debía ser la intachable conducta de la jerarquía de la Iglesia, el Papa concedióle la dispensa de poder comulgar todos los días, algo inefable para ella. Por fin el Papa regresó a Roma el 17 de enero de 1377, aunque la pacificación de la Italia central estaba aún muy lejana, aspecto que desacreditó desde un punto de vista político a Catalina. El hermano menor de Carlos V de Francia, Louis, Duque de Anjou, sí se mostró favorable a los llamamientos de Catalina a una cruzada. En cuanto a la mediación de Catalina para hacer posible la paz entre las dos grandes potencias cristianas, no surtió efecto alguno. Escribió a Carlos V en unos términos que probablemente desagradaron mucho al rey. Desde Aviñón la Mantellata sienesa se dirigió a Génova, donde permaneció varios meses, en casa de Orietta Scotti, por lo que no estuvo presente en Roma el día en que el Papa entró en la ciudad. No olvidemos que Catalina iba siempre acompañada de su famiglia, esto es, su madre y su círculo más íntimo de seguidores, unas veinte personas. Asimismo, consiguió del Papa la aprobación para fundar un convento de monjas en Castello di Belcaro, un antiguo fuerte muy cerca de Siena, bajo el patrocinio de Santa María de los Ángeles. La fundación tuvo lugar el 15 de abril de 1377, aunque Catalina no pudo verlo construido, por el rechazo de las autoridades de Siena a colaborar con ella. A fin de obtener recursos para la nueva fundación, acudió a la Val d’Orcia, al SE del condado sienés, donde trabajó para reconciliar a dos ramas de la familia de los Salimbeni, en uno de cuyos castillos, la Rocca di Tentennano, inició en julio de 1377 la redacción de su gran libro, el Diálogo, terminado en Siena en los primeros meses de 1378. A finales de 1377 acudió por tercera vez a Florencia, pero los enemigos del Papado no la recibieron con agrado; antes bien, intentaron desacreditarla y tacharla de impostora. La ciudad estaba muy descontenta con el interdicto y las grandes dificultades de la población para cumplir con los preceptos católicos. Ante el creciente descontento algunos clérigos, entre ellos el obispo Angelo Ricasoli, abandonaron la Signoria para no desobedecer al Papa. Catalina aprobó la conducta del obispo, aunque se vio entre dos fuegos. No obstante, hizo allí nuevos discípulos, tales como el poeta Giannozzo Sacchetti y Barduccio Canigiani, que se convirtió en su secretario particular y no la abandonó ya nunca.

*El 27 de marzo de 1378 falleció Gregorio XI en Roma, siendo elegido, el 8 de abril, un italiano, Urbano VI. El gobierno florentino, entretanto, cambió, lo que favoreció un arreglo con el nuevo Pontífice. Sin embargo, Catalina asistió con profundo disgusto a las venganzas que se sucedieron en la ciudad del Arno. El 22 de junio de 1378 estalló una sublevación popular en Florencia contra los güelfos y los amigos de Catalina. La propia santa, alojada en ese momento en casa de los Soderini, corrió grave peligro. Su valiente actitud ante los intentos de asesinarla, detuvo a la chusma, pudiendo Catalina abandonar la ciudad y retirarse a la abadía benedictina de Vallombrosa (unos treinta km al SE de Florencia). Los disturbios se reanudaron con más virulencia el 20 de julio de 1378, la célebre revuelta de los Ciompi, protagonizada por los trabajadores textiles, que arrasaron la ciudad durante tres días. Esta revuelta propició el acuerdo entre las facciones rivales, que terminaron por entenderse con Urbano VI, necesitado de ayuda para imponerse al Sacro Colegio. La paz entre el Papa y Florencia se firmó en Tívoli el 28 de julio de 1378. Fue entonces cuando Catalina volvió a Siena. El respiro duró poco. El 20 de septiembre de 1378, en Fondi, en la frontera con el reino de Nápoles, un nuevo cónclave eligió papa al francés Roberto de Ginebra, con el nombre de Clemente VII. Éste fue el inicio del gran Cisma de Occidente, que duró hasta el 11 de nov de 1417, con la proclamación de Martín V. Catalina se opuso con todas sus fuerzas y autoridad moral al antipapa francés. El Gran Cisma también sirvió para pacificar Italia, que se opuso a los intentos franceses de dominación.

*El 20 de nov de 1378 llegó Catalina a Roma, donde murió el 25 de abril de 1380, rodeada de su famiglia. En Roma alojóse en la actual Via di Santa Chiara, muy cerca del convento de Santa Maria sopra Minerva, del que era prior Raimundo de Capua desde 1377. Escuchaba misa todas las mañanas. A veces visitaba a Kari (Catalina), la hija de Santa Brígida de Suecia. Desde el primer momento, Catalina consideró a Clemente VII como el Anticristo. El primer manifiesto favorable a Urbano VI lo redactó Catalina, quien entrevistóse con el Papa y le sugirió que convocase en Roma un «concilio de los santos», esto es, un reagrupamiento de las grandes figuras espirituales de Italia, si bien los intentos de Catalina no encontraron eco, ni siquiera en esos hombres virtuosos. Lo que ella pretendía es que el Papa se rodease de hombres justos y sabios, a fin de sustituir a la Curia corrupta y llevar a cabo la necesaria reforma de la Iglesia. El 30 de abril de 1379 las milicias romanas se apoderaron del Castello de Sant’Angelo, ocupado por los partidarios de Clemente VII, con lo que Urbano VI pudo volver de Santa Maria in Trastevere al Vaticano. Ese mismo día, el antipapa abandonó Italia con destino a Aviñón. Pero Catalina se decepcionó rápida y profundamente de la política de Urbano VI, lo que no impidió que siguiera apoyándolo firmemente hasta el final de sus días. La reforma de la Iglesia la obsesionaba. El Papa, por quien tanto había luchado, no honró sus restos mortales con una visita. Fue enterrada en el cementerio contiguo al convento dominico de Santa Maria sopra Minerva. Su desaparición pasó casi desapercibida en la vorágine turbulenta de aquella época.

*No podemos disociar la vida espiritual de Catalina de su compromiso político-religioso. Fue el amor de Catalina por Cristo el origen de su celo por la reforma de la Iglesia y de la sociedad de su tiempo. No podía resignarse a que se impusiesen las fuerzas del mal, pues ello supondría el triunfo de la injusticia en la historia. Para Catalina el valor supremo es la justicia, un ideal que las instituciones políticas deben hacer realidad a través del Derecho.

*El primer foco del culto a Catalina, una vez muerta, fue Venecia. Desde 1394, Raimundo de Capua fue secundado por el dominico sienés Tommaso Caffarini († 1434). Junto con Giovanni Dominici, Caffarini hizo de los dos conventos dominicanos de Venecia, San Zanipolo (Santos Juan y Pablo) y San Domenico, los centros de la devoción a la Mantellata. Para hacer accesible a Catalina al gran público, Caffarini redactó una versión abreviada de la Legenda maior de Raimundo de Capua, la conocida como Legenda minor, que tradujo al italiano, así como redactó el Libellus de supplemento: legende prolixe virginis beate Catherine de Senis, acabado entre 1417-18. Fue Gregorio XII, papa desde 1406, que había conocido a Catalina cuando era obispo y por quien sentía gran devoción, quien autorizó el célebre «proceso de Castello», celebrado en el convento veneciano de Castello entre 1411-1416, por iniciativa y bajo la dirección de Caffarini. Este proceso, llevado a cabo muy minuciosamente y con la participación de valiosos testigos que aún quedaban con vida y que podían atestiguar la santidad y milagros de Catalina, no fue un proceso de canonización, aunque resultó determinante para hacerla santa en 1461. Stefano Marconi, secretario desde 1376 de Catalina y uno de sus principales confidentes, jugó un papel decisivo en el proceso veneciano. Reunió una colección de cartas de Catalina que está considerada como la más auténtica. El Concilio de Constanza puso fin al Gran Cisma, terminando en 1417 con la elección del papa italiano Martín V. La canonización tuvo lugar el 29 de junio de 1461 por Pío II Piccolomini, un gran humanista cuya familia era de origen sienés. La fiesta litúrgica se fijó el 30 de abril. Por su parte, Benedicto XIII, en 1724, instituyó la fiesta de los «santos estigmas» de la Mantellata sienesa.

*La nueva edición de sus cartas, publicadas por orden cronológico, la llevó a cabo Niccolò Tommaseo en 1860. Su figura anuncia el Renacimiento italiano, y, junto con Dante, ha terminado siendo una de las mayores encarnaciones del genio literario italiano. Otro gran investigador es el medievalista francés Robert Fawtier (1885 – 1966), quien desde el decenio de 1920 reaccionó contra la idealización de Catalina. Fue crítico con la Legenda maior y detectó algunas cartas falsas de la Mantellata. Asimismo, desautorizó la idea de que Catalina hubiese sido determinante en la vuelta del Papa a Roma desde Aviñón. Su obra fundamental, de 1948, en colaboración con Louis Canet, es La double expérience de Catherine Benincasa (Sainte Catherine de Sienne), de la que Fawtier escribió la parte consagrada a la vida y a los compromisos políticos de la santa, mientras que Canet trazaba su itinerario espiritual y las etapas de su vida mística. André Vauchez denuncia este planteamiento dual, dicotómico, que presenta numerosos problemas. En 1940, el medievalista romano Eugenio Dupré Theseider alcanzó a publicar las primeras 88 cartas de Catalina, una edición sumamente fiable. El 4 de octubre de 1970 Pablo VI la nombró Doctora de la Iglesia, en un acto que contó con un luminoso y penetrante discurso del gran Papa Montini: «…lo que más sorprende en la santa es la sabiduría infusa, es decir, la luminosa, profunda y embriagadora asimilación de las verdades divinas y de los misterios de la fe». Para Pablo VI, adelantóse esta excepcional mujer al Concilio Vaticano II, pues fue una santa cuya «modernidad» sorprende. Juan Pablo II, el 1 de octubre de 1999, la nombró, junto con Brígida de Suecia y Edith Stein, patrona de Europa. El propósito que lo animaba está en la línea del de Pablo VI. Poco antes, en 1980, en un coloquio celebrado en Siena, descubrióse el papel esencial desempeñado por las mulieres religiosae, laicas y muchas veces iletradas, en los dos últimos siglos de la EM europea. Aparecieron trabajos psicoanalíticos destacados, especialmente en Estados Unidos, así como el estudio dedicado a la «santa anorexia» por Rudolph Bell (Holy Anorexia, Chicago, 1985). Al final de su vida, Catalina sólo se alimentaba de un poco de agua y algunas hostias consagradas. Su caso se ha puesto en relación con el de la pensadora católica francesa de origen judío Simone Weil, quien dejóse morir de hambre en Londres en agosto de 1943 en solidaridad con el sufrimiento de su pueblo en los campos de exterminio.

*De las dos primeras biografías que le dedicaron sus contemporáneos, la de Raimundo de Capua, la Legenda maior, se distingue porque ve en Catalina una mujer sin cuerpo, pero con voz celeste, que ha transmitido a los hombres las palabras que Dios le había dirigido. A sus ojos, Catalina es una santa, pero no una autora; carecía de talento, pero no de inspiración. Sus estigmas no fueron nunca visibles, traduciéndose en dolores violentos en los lugares de las llagas. En cambio, para Tommaso Caffarini, autor de la Legenda minor, la santa sienesa es mucho más que eso: las palabras de Catalina son propiamente suyas, y ella no es un simple canal transmisor de la voluntad de Dios a los hombres. Más que de los diálogos que Catalina pudo tener con Cristo, Caffarini deja constancia de sus preguntas y demandas, sin mencionar las respuestas que habría recibido de Nuestro Señor. Subraya que Catalina confió su mensaje a la escritura, que ella dominaba, lo que la convierte en una verdadera autora, cuyos escritos, que tanto él contribuyó a difundir, constituyen la mejor prueba de su ortodoxia. Para él, Catalina es ante todo una auténtica mística, comparable con las más grandes figuras de la espiritualidad cristiana. Sus estigmas constituían una realidad física auténtica y visible, signos de su intensa devoción a la Pasión de Cristo (en unos manuscritos del Libellus de supplemento, mandado redactar por Caffarini en Venecia, figura un dibujo hecho por el círculo del miniaturista e iluminador veneciano Cristoforo Cortese, nacido hacia 1399, donde se representa la recepción de los estigmas por la santa).

*Los promotores de la investigación llevada a cabo durante el proceso de Castello, no dejaron de subrayar que los carismas de Catalina procedían de la discretio spirituum, esto es, el «discernimiento espiritual», que era la principal norma de valoración de las manifestaciones sobrenaturales por los teólogos.

*Sus escritos se componen esencialmente de las cartas que dictó entre 1367 y 1380, el Diálogo y las Oraciones (veintiséis oraciones pronunciadas en sus últimos cuatro años de vida). Han llegado a nuestras manos 383 cartas. En el Diálogo desarróllanse los dos temas fundamentales de su doctrina: el primero es el de Cristo-puente, el único que puede ayudar a los hombres a cruzar sin ahogarse el río que separa el mundo de los vivos del de los muertos. El segundo tema, relacionado con el primero, es el de la Cruz, omnipresente en todas las obras de Catalina: al verter su sangre en el Calvario, Cristo abrió para todos los hombres un camino hacia Dios y les ofreció la salvación; a cambio, el hombre debe esforzarse por darle respuesta y busca asemejarse a Cristo humillado y sufriente. Pero este movimiento de retorno a Dios sólo puede hacerse por la mediación de la Iglesia, que es el cuerpo de Cristo y que «administra» y distribuye la sangre redentora. Para Catalina, como después para Juana de Arco, Cristo y la Iglesia son una misma cosa. La segunda parte del Dialogo está dedicada a una larga descripción, muy realista, de los males que afligían a la Iglesia de su tiempo. A propósito de la sed padecida por Cristo en la Cruz, precisa en su Diálogo que la responsabilidad de su sufrimiento incumbe a toda la humanidad, y no sólo a los judíos, idea que recuperará Pascal cuando escribió: «Cristo está en agonía hasta el fin del mundo. ¡No hay que dormir durante este tiempo!» Catalina escenifica y hace concreta la teología tomista y su intención no es innovar, sino actualizar y divulgar su mensaje dándole vida.

*Catalina presenta los síntomas de la anorexia mental, enfermedad de carácter neuropsiquiátrico. Dos psicoanalistas, Ginette Raimbault y Caroline Eliacheff, le dedicaron un estudio en su libro Las indomables. Figuras de la anorexia (París, 1989; Buenos Aires, Nueva Visión, 1991), inspirado en el mencionado libro de Rudolph Bell (Holy Anorexia, 1985). Ya se ha señalado la comparación con Simone Weil, quien escribió: «Para entrar en el otro mundo es necesario dejar de ser un animal social». En ambos casos, la privación de alimento (o, más bien, su incapacidad para alimentarse correctamente) formaba parte de su identificación con los excluidos, los pobres y los que sufren. La experiencia ascética desemboca en ambas mujeres en una búsqueda del martirio; ambas consideraban que los males y crímenes de los hombres no podían ser perdonados más que por medio de los sufrimientos de una víctima obediente, hasta la muerte si era preciso[1]. El pensamiento, la ascética y la actitud de Catalina la condujeron a cometer un acto de locura, que puede parecer un suicidio, a fin de llevar a cabo la curación de un mundo enfermo y conducir de este modo a los hombres a sentir hambre del Bien absoluto, que está escondido en el interior de ellos mismos. También Simone Weil escribió algo que podría haber suscrito Catalina: «En el mundo sobrenatural el alma por la contemplación se alimenta de la verdad». La conducta alimenticia errática de Catalina fue más sufrida que escogida. La anorexia no es expresión de un rechazo de la naturaleza humana y del cuerpo, sino una propedéutica a su asimilación y fusión con el cuerpo de Cristo. Catalina no buscaba destruir su cuerpo, sino su ego, y, a pesar de las apariencias, no hay en ella trazas de masoquismo. En ella, la energía física tenía su origen en el poder del espíritu, movido por Dios. Empleó todas sus fuerzas para adquirir un perfecto dominio de su cuerpo. Decía no padecer frío y casi no dormía. Buscó disimular su femineidad. No quería ser un objeto de deseo masculino. Se atiene a la Carta de San Pablo a los Gálatas (Ga 3, 27-28): «En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús».

*Para Catalina no hay dos vías: la del espíritu y la del cuerpo. Todo el léxico con el que se declina su relación con Dios posee una fuerte dimensión corporal y Catalina se distingue por traducir las nociones espirituales en imágenes sensibles. Según Michel de Certeau, el místico es una persona que quiere «ofrecer un cuerpo al espíritu, “encarnar” el discurso y dejar resplandecer la verdad» (La fable mystique. XVIe-XVIIe siècle, París, 1982; Madrid, 2006). Catalina está muy alejada de la mística especulativa alemana del Maestro Eckhart († 1327) y sus seguidores. Tomando sobre sí la abyección física y espiritual de los demás, flagelando su carne para constreñirla a obedecer, Catalina restituye su cuerpo a lo sagrado y restablece una circulación simbólica entre los hombres que permite la redistribución de los bienes materiales y espirituales, lo que la hace capaz de convertirse, a su vez, en figura crística y fundar en Dios su propia autoridad. Su piedad y su vida religiosa son cristocéntricas, como ocurre con San Francisco de Asís.

*El aspecto más original de su pensamiento es el acento que pone en sus escritos sobre la primacía del amor. El amor propio impide el amor a Dios y al prójimo. Si el hombre se considera un absoluto, está negando a su Creador.

*En su Diálogo le hace decir a Dios: «Vosotros (los simples fieles) estáis en el cuerpo universal de la Iglesia y ellos [los clérigos] están en el cuerpo místico, puestos allí para alimentar vuestras almas», lo que corrobora que Catalina está impregnada de una concepción teocrática de la Iglesia. Pero, al mismo tiempo, fustiga la corrupción y los graves pecados de los miembros de la jerarquía eclesiástica. Así como no cesa de recordar que las distinciones entre laicos y clérigos deben relativizarse. En cuanto a su «feminismo», hay que precisar lo que ella entiende por «virilidad». Vivir con virilidad es dar muestras de tenacidad en la vida ascética y moral para liberar en uno mismo el deseo de Dios en tensión constante hacia la imitación de Cristo. En Catalina el empleo del término «viril» y de su contrario «femenino» no tiene una connotación sexual ni remite a categorías ligadas al género. No debe ser considerada una feminista, ya que nunca criticó la división de funciones entre los sexos prevalente en la Iglesia de su tiempo, pero se esforzó en ir más allá de la diferencia sexual refiriéndose en sus escritos sólo a la humanidad, subvirtiendo desde dentro la compartimentación tradicional, mostrando con su ejemplo que una mujer poco culta y de modesta extracción social podía desempeñar funciones típicamente masculinas. Sin duda, tuvo una concepción sacerdotal de su papel en la Iglesia y en la ciudad.

*El arrobamiento que experimentaba durante la Consagración era un sustitutivo de la Comunión, cuando no podía recibirla. Dios, sobre el altar, se convertía en alimento y el sacerdote en ministro de la sangre de Cristo, de la que era necesario impregnarse para alcanzar la salvación. Esta convicción a veces revestía formas paroxísticas en su comportamiento. La historiadora francesa Christiane Klapisch-Zuber (nacida en 1936) ha dicho de Catalina y las Mantellate sienesas que buscaban «sentir en sus cuerpos verdades teológicas», sobre todo la Encarnación: «a través de metáforas corporales femeninas se expresa siempre una ambición espiritual». Para Catalina la «vida en Cristo» consiste en estar unida físicamente a Jesús crucificado y a sus heridas. Habla de refugiarse en la llaga del costado de Cristo, esa «tienda llena de perfumes», que es el lugar donde ella se sitúa con mayor agrado, por encima de toda autoridad humana. No se trata de una imagen o de una metáfora, sino de una verdad experimentada: dejándose reducir al estado de cuerpo sufriente, Cristo devino mujer y madre, porque Él nos engendró a una vida nueva con sus sufrimientos y sus llagas. Para Catalina, la carne de Cristo en la Pasión se hizo carne femenina, y de ella habla como de una vulva que se abre al aguijón (spillo) del deseo, lo que conduce a una especie de inversión de los sexos en la unión mística en la que el alma deviene el esposo y Cristo la Esposa que-sólo ella-puede colmar su deseo. La imitatio Christi constituye, pues, un planteamiento en el que las mujeres cobran ventaja y hasta gozan de un privilegio, en la medida precisamente en que se vinculan con lo corporal.

*Una de las visiones decisivas de Catalina tuvo lugar el 1 de abril de 1376, relatada en una carta a Raimundo de Capua (págs. 194-195). En varias ocasiones dijo que su función era hacer entrar a la humanidad en la llaga abierta del costado de Cristo para llevarla a la salvación.

*El equilibrio entre la crítica al clero y el respeto incondicional a la jerarquía, equipara a Catalina con la gran mística, polímata [esto es, con conocimientos en el campo de las ciencias, las humanidades y el arte] y abadesa benedictina alemana Hildegarda de Bingen († 1179). Lo que hizo de Catalina una profetisa no fue su capacidad de predecir el futuro, sino la libertad y autoridad de tono con que se dirigió a papas, reyes y obispos. Hacia el final de su vida era perfectamente capaz de escribir por sí sola, hecho que Raimundo de Capua intentó ocultar, a diferencia de Tommaso Caffarini. Ella misma se presenta como una «escritora inculta» (scrittrice illiterata), es decir, ajena a la cultura latina, y, en consecuencia, al mundo de la ciencia y de la teología. De modo parecido se había definido a sí mismo San Francisco de Asís: illiteratus et idiota («inculto e ignorante»). No se ha conservado ninguna carta de Catalina de la que pueda decirse que fuera ciertamente escrita de su mano. Son cartas dictadas a personas de su confianza, especialmente el aristócrata Neri di Landoccio Pagliaresi, Stefano Maconi y el notario florentino Barduccio di Pietro Canigiani. La estudiosa Sonia Porzi escribió en 2006 que «la relación de la mujer con la palabra escrita era todavía, en el siglo XIV, algo problemático». Catalina seguramente releyó y editó ella misma el Diálogo; en cuanto a las cartas, cabe pensar que las revisaba antes de hacerlas llegar a sus destinatarios.

*En 1389 fundóse en Colmar el primer convento dominicano reformado, por Conrado de Prusia, uno de los principales líderes de la Observancia en Alemania. La referencia de estos conventos reformados fue el «protomonasterio» de San Domenico en Pisa, que se apoyaba en una red de oblatos y oblatas laicos en torno a las monjas. Fue fundado en 1385 por Clara (Chiara) Gambacorta, de nombre de pila Tora, que conoció a Catalina y fue su amiga. Gabriella Zarri ha señalado que los dominicos observantes, sobre todo Giovanni Dominici y Tommaso Caffarini (verdadero fundador de la Tercera Orden dominicana), inspirándose en Catalina, elaboraron un proyecto de identidad femenina en el terreno religioso, que no se limitaba a un robustecimiento de la disciplina, sino que pretendía apoyarse en las capacidades espirituales de las mujeres para reformar la Iglesia. El movimiento de la Observancia dominicana fue muy influyente en la vida religiosa de Italia y Alemania durante el siglo XV. Los conventos femeninos predominaron sobre los masculinos.

*Catalina fue la primera mujer en la EM en intentar establecer un vínculo entre mística y política y en asociar revelaciones privadas a una acción constante en el seno de la Iglesia, a fin de que prevaleciera la justicia. La entrada en política de Catalina no pretendía conseguir que se aplicasen sus ideas acerca del gobierno, sino afirmar en cualquier circunstancia la primacía de lo espiritual. Su espiritualidad se funda en su absoluto desprecio del mundo (de sus vanidades, riquezas y bienes materiales), construyéndose su vida sobre una ruptura con su familia y con todas las afecciones «carnales». Su actuación inauguró una nueva época en la historia de Occidente.


[1] Esta idea recuerda una expresada en 1865 por Jules Barbey d’Aurevilly en su novela Un cura casado, en el capítulo X, cuando el misterioso personaje de la Malgaigne, una espigada octogenaria que presentía lo que iba a ocurrir, le dice al joven Néel de Néhou: «Es preciso que los buenos, los inocentes y los justos paguen por los pecadores en esta vida: porque, si no pagaran, ¿quién, pues, el día de pedir cuentas, pagaría el rescate de los culpables ante el Señor?» El más ferviente discípulo de Barbey, el también novelista y ensayista francés León Bloy, manifiesta la misma idea en su novela El desesperado (comienzo de la segunda parte), publicada en 1887, a través del personaje del protagonista, Caín Marchenoir.

jueves, 9 de mayo de 2019

El hombre en busca de sentido, por Viktor Frankl


Viktor Emil Frankl. El hombre en busca de sentido. Barcelona, Herder, 2018. Prefacio de José Benigno Freire.


*Viktor Frankl nació en Viena, en el seno de una familia judía, el 26 de marzo de 1905 y murió en la misma ciudad el 2 de septiembre de 1997. Estudió Medicina y Psiquiatría, siendo sus principales referencias en este campo Sigmund Freud, de cuyas teorías apartóse pronto, y, sobre todo, Alfred Adler (1870-1937), discípulo de Freud y padre de la llamada «psicología individual», de muchas de cuyas teorías y conclusiones acabó también separándose para seguir su propio camino. En 1940 era Director de la sección de Neurología del Hospital de Rothschild, en Viena, que sólo atendía a pacientes judíos. En diciembre de 1941 se casó con la joven  judía Tilly Grosser. A partir de este momento la situación de los judíos empeoró notablemente en Austria, comenzando las deportaciones masivas a los campos de concentración o de exterminio (Lager, en la terminología que emplea Viktor Frankl). Sólo una hermana suya pudo escapar a Australia. A Viktor se le ofreció la posibilidad de emigrar a los Estados Unidos, pero renunció a ello, para no dejar solos a sus padres, que no tenían la más mínima posibilidad de huir. Finalmente, en el otoño de 1942, Viktor, su esposa y sus padres son internados en el campo de Theresienstadt (en la actual República Checa). Su padre murió pronto en el Lager. El 19 de octubre de 1944 Viktor y su esposa fueron deportados a Auschwitz. Su madre, Elsa, y su hermano, Walter, fueron asesinados en Auschwitz. La esposa de Viktor fue asesinada, poco antes de la liberación, en Bergen-Belsen, donde también había sido enviada Anna Frank. El 25 de octubre de 1944 ya estaba Viktor en Kaufering, un campo de trabajos forzados en Baviera, que era un campo filial de Dachau. El 8 de marzo de 1845 lo trasladan al «campo de descanso» de Türkheim, donde lo pusieron al cargo de un grupo de enfermos de tifus. Logró sobrevivir. Fue liberado el 27 de abril de 1945. Cuando lo internaron, llevaba el manuscrito de su primer libro importante, Psicoanálisis y Existencialismo, que fue destruido por los guardias delante de él mismo. Logró reconstruir el trabajo de toda una vida con notas taquigráficas que escribía en trozos de papel. Por suerte, una copia en papel carbón se la había entregado, antes de ser hecho prisionero, a un conocido. Al salir del Lager, pudo publicarse el libro. En diciembre de 1945 ya trabajaba en la sección de Neurología del Hospital Policlínico de Viena. A mediados de 1947 contrajo matrimonio con la enfermera Eleonore Katharina Schwindt, y en 1948 ganó la Cátedra de Neurología y Psiquiatría en el Ateneo Vienés, doctorándose, a continuación, en Filosofía. En cuanto a El hombre en busca de sentido, publicóse por vez primera en alemán en 1946, bajo el título Un psicólogo en un campo de concentración. La edición inglesa, en 1959, publicóse con el título Desde el campo de la muerte al existencialismo. Tanto la edición alemana como la inglesa fueron un fracaso. Por fin, en 1961, bajo la sugerencia del psicólogo estadounidense Gordon Willard Allport (1897-1967), fundador de la Psicología de la persona, se publicó una nueva edición en los Estados Unidos, con la novedad de que añadía una breve exposición de los principios básicos de la logoterapia, un método de tratamiento descubierto por el propio Viktor Frankl. El título fue ahora El hombre en busca de sentido. Su éxito fue inmediato. Tuvo resonancia mundial y se hicieron numerosísimas ediciones en más de treinta idioma. Continúa siendo un clásico imprescindible. La principal virtud del pequeño volumen es que con claridad, sencillez y precisión describe la vida de los prisioneros en el Lager, así como las diversas reacciones psíquicas y anímicas de los reclusos en condiciones infrahumanas, donde la muerte acechaba de continuo y en cualquier instante. De sus observaciones dedujo que no es el sufrimiento (algo que acompaña la vida del hombre, lo mismo que el dolor, la enfermedad o la muerte) en sí mismo el que madura o enturbia al hombre (la mayoría de los prisioneros se degradaron a niveles de moralidad e indignidad inenarrables, pues el objetivo esencial era la mera supervivencia; pero otros maduraron interiormente y mantuvieron siempre la dignidad como individuos, aunque les costase la vida), sino que es el hombre el que da sentido al sufrimiento. «El sufrimiento, en cierto modo, deja de ser sufrimiento cuando encuentra un sentido». Frankl distingue entre metasentido (el sentido trascendente de la existencia, prueba de la primacía de la dimensión espiritual en la estructura ontológica del hombre) y sentido de la vida, que no se sitúa tanto en el análisis intelectual de la existencia como en el plano del comportamiento; es algo cercano, concreto: es más «una cuestión de hecho que de fe». Por ejemplo, la última voluntad de un prisionero que está convencido de que va a morir muy pronto, entraría dentro de ese sentido de la vida, como una cuestión de hecho; de ahí que no cabe interpretarla en clave emocional o sentimental.

*El libro de Viktor Frankl está dividido en dos partes. La primera parte, «Un psicólogo en un campo de concentración», se divide en cuatro capítulos: 1. El informe del prisionero nº 119.104. Un ensayo psicológico. 2. Primera fase. Internamiento en el campo. 3. Segunda fase. La vida en el campo. 4. Tercera fase. Después de la liberación. La segunda parte del libro está dedicada a los «Conceptos básicos de Logoterapia».


*Primera parte.
-Su libro es un intento de responder a la pregunta: ¿Cómo se veía afectada la psicología del prisionero por el día a día en un campo de concentración?

-Sólo quien ha padecido las atrocidades de los campos podría revelar las vivencias de los reclusos.

-Aparición de la «ilusión del indulto», proceso de consolación que desarrollan los sentenciados a muerte antes de su ejecución, concibiendo la infundada esperanza de que van a ser indultados en el último minuto.

-No podíamos captar la realidad de nuestra condición; el significado se nos escapaba.

-El primer día de la llegada a Auschwitz, quienes fuimos seleccionados para sobrevivir, un diez por ciento de un convoy de mil quinientas personas, mientras esperábamos la ducha se nos hizo patente nuestra desnudez, en su sentido literal: éramos solamente un cuerpo. Nada más. Sólo poseíamos la existencia desnuda.

-Aparición de la sensación de la curiosidad. Esta fría curiosidad predominaba incluso en Auschwitz. Ella nos permitía distanciarnos de alguna manera de lo que nos rodeaba y nos facilitaba contemplar la realidad con cierta objetividad. En aquellos momentos utilizábamos ese mecanismo como medida de protección.

-Asentimiento con la afirmación de Dostoyevski que define al hombre como un ser que puede acostumbrarse a todo.

-Pasados los primeros días se observaban las cámaras de gas con un horror atenuado: a fin de cuentas, le ahorraban a uno la decisión de suicidarse.

-La segunda fase de la vida en el campo era la de la apatía generalizada, que llevaba al recluso a una especie de muerte emocional. Apatía, anestesia emocional, sensación de que a uno ya no le importa nada. De ahí que los internos pudieran permanecer impasibles ante los sufrimientos diarios.

-El aspecto más lacerante de los golpes era el insulto implicado en ellos.

-La tensión psíquica, añadida a la obsesión de quedar vivos, reprimía la vida interior llevándola a un nivel elemental.

-La desnutrición, además de provocar la obsesión por la comida, explica quizás también la falta de deseo sexual en el Lager. El hambre y los efectos del shock inicial parecen ser la causa de la mínima perversión sexual en el campo. El deseo sexual ni siquiera aparecía en los sueños de los prisioneros, lo que contradice el postulado del psicoanálisis que asegura que los «deseos inhibidos» se manifiestan de forma especial en el sueño.

-El vacío emocional de los reclusos veteranos es uno de los fenómenos que mejor expresa la desvalorización de todo lo que no favorezca la conservación de la propia vida.

-Cuando los reclusos sentían inquietudes religiosas, estas brotaban de lo más profundo que cabe imaginar. Eran estremecedores los momentos de oración y los ritos improvisados en un rincón del barracón.

-Pese a la bajeza física y mental imperante, podía cultivarse una profunda vida espiritual.

-El amor es la meta última y más alta a la que puede aspirar el hombre. La salvación del hombre consiste en el amor y pasa por el amor. Comprendí que un hombre despojado de todo todavía puede conocer la felicidad―aunque sea sólo por un instante―si contempla al ser amado. Incluso en un estado de desolación absoluta, cuando ya no cabe expresarse mediante una acción positiva, cuando el único logro posible consiste en soportar dignamente el sufrimiento, en tal situación, el hombre es capaz de realizarse en la contemplación amorosa de la imagen de la persona amada. Por vez primera entendí el significado de las palabras: «Los ángeles se abandonan en la eterna contemplación amorosa de la gloria infinita». El amor trasciende la persona física del ser amado y halla su sentido más profundo en el ser espiritual, el yo íntimo. Que esté o no presente esa persona, que viva o no, en cierto modo carece de importancia [estas palabras están escritas en relación a las numerosas veces en que «veía» y «hablaba» con su amada esposa, como si estuviese junto a él más real y más viva que en la vida ordinaria].

-La intensificación de la vida interior protegía al prisionero del vacío, la desolación y la pobreza espiritual de la vida del campo, devolviéndolo a su vida anterior.

-Et lux in tenebris lucet [«Y la luz brilla en medio de la oscuridad»].

-El humor es otra de las armas del alma en su lucha por la supervivencia.

-Influido por un entorno que no reconocía la vida y la dignidad humanas, que despojaba al hombre de voluntad y lo reducía a «carne de exterminio», la persona acaba por perder sus principios morales. Si en un supremo esfuerzo por conservar la dignidad, el prisionero no luchaba por mantener sus principios, terminaba por perder la conciencia de su individualidad.

-El prisionero de un campo de concentración padecía un miedo atroz a tomar decisiones o a tener cualquier tipo de iniciativa. Era la consecuencia de sentirse un juguete del destino.

-La experiencia de la vida en el campo de concentración demuestra que el hombre mantiene su capacidad de elección. Abundan los ejemplos, a menudo heroicos, que prueban que se pueden superar la apatía y la irritabilidad. El hombre puede conservar un reducto de libertad espiritual, de independencia mental, incluso en terribles estados de tensión psíquica y física. Al hombre se le puede arrebatar todo, salvo una cosa: la libertad humana—la libre elección de la acción personal ante las circunstancias—para elegir el propio camino. El tipo de persona en que se convertía cada prisionero era más el resultado de una decisión personal que el producto de la tiranía del Lager. De modo que cada hombre, incluso en condiciones trágicas, puede decidir quién quiere ser—espiritual y mentalmente—y conservar su dignidad humana. Dostoyevski escribió: «Sólo temo una cosa: no ser digno de mis sufrimientos». Precisamente esa libertad interior, que nadie puede arrebatar, confiere a la vida intención y sentido. En esas condiciones [en las del Lager] al hombre se le niega el valor de la creación o de la vivencia, pero aún así la vida ofrece un sentido. De manera que todos los aspectos de la vida son significativos; también el sufrimiento. Si hay un sentido en la vida, entonces debe haber un sentido en el sufrimiento. La experiencia indica que el sufrimiento es parte sustancial de la vida, como el destino y la muerte. Sin ellos, la existencia quedaría incompleta. A mí me angustiaba otra cuestión: todo este sufrimiento, todas esas muertes, ¿tienen un sentido?—pues, de no ser así, tampoco tendría sentido sobrevivir a la estancia en el Lager.

-Sólo unos pocos prisioneros fueron capaces de aprovechar los atroces sufrimientos para lograr una madurez interior. Pero si sólo se hubiera dado un único caso, este bastaría para demostrar que la libertad interior puede elevar al hombre por encima de un destino adverso, y eso no solamente en un Lager. Frankl recuerda el caso de una muchacha que estaba muriéndose en el campo. Mantiene con ella una breve pero hermosísima conversación (págs. 98-99). Le dice que desde su lecho habla con un árbol que se ve a través de la ventana. A la pregunta de un atónito Frankl que qué le contestaba el árbol, responde ella: —Me dice: «Estoy aquí, estoy aquí, yo soy la vida, la vida eterna».

-Unanimidad entre los liberados en que la influencia más deprimente del cautiverio era no saber cuánto duraría el internamiento. Estaríamos ante una «vida provisional de duración desconocida».

-En realidad no importa lo que esperamos de la vida, sino que importa lo que la vida espera de nosotros. Tenemos que dejar de preguntar por el sentido de la vida y en su lugar percatarnos de que es la vida la que nos plantea preguntas continuamente. Preguntas a las que no hemos de responder con reflexiones o palabras, sino con el valor de una conducta recta y adecuada. Cuando un hombre descubre que su destino es sufrir, ha de aceptarlo porque el sufrimiento se convierte en su única y singular tarea. Es más, tendrá que llegar a la conciencia de que ese destino doloroso le otorga el valor de persona única e irrepetible. Nadie puede redimirlo de su sufrimiento ni sufrir por él. Sin embargo, es su actitud frente al dolor donde reside la posibilidad de conseguir un logro excepcional.

-Asumir el sufrimiento, no darle la espalda.

-Hay dos razas de hombres en el mundo, sólo dos: la de los hombres decentes y la de los indecentes. Ambas se mezclan en todas partes y en todas las capas sociales. ¿Qué es en realidad el hombre? Es el ser que siempre decide lo que es.

-Habíamos perdido la capacidad de sentir alegría y teníamos que volver a aprenderla lentamente. Lo que les sucedía los prisioneros se denomina en psicología «despersonalización». Todo parecía irreal, improbable, como un sueño. No tenía sino una única frase en mi cabeza: «En la angustia clamé al Señor y Él me contestó desde el espacio en libertad».


Segunda Parte. Conceptos básicos de logoterapia.
-La logoterapia es una psicoterapia centrada en el sentido. Se propone romper el círculo vicioso de los mecanismos de retroalimentación que tanta importancia tienen en el desarrollo de la neurosis.

-La logoterapia se centra en el sentido de la existencia humana y en la búsqueda de ese sentido por parte del hombre. Aludo a la voluntad de sentido, en contraste con el principio de placer (o voluntad de placer) del psicoanálisis freudiano como con la voluntad de poder que enfatiza la psicología de Alfred Adler.

-La voluntad de sentido para la mayoría es más una cuestión de hecho que de fe. El hombre no inventa el sentido de su vida, sino que lo descubre. Si afirmo que el hombre se ve arrastrado por los principios morales, de ello se infiere que apelo a su voluntad: a la libertad del hombre para elegir entre aceptar o rechazar una oportunidad; dicho de otra manera, a la libertad para completar un determinado sentido o rechazarlo. Y además, el hombre no actúa para satisfacer su impulso moral, silenciando así su conciencia; lo hace para lograr una meta con la que se identifica, o por una persona a la que ama o por la gloria de Dios. Si actuara con el fin de acallar su conciencia sería un fariseo, dejaría de ser una persona verdaderamente moral.

-Cuando el hombre malogra su voluntad de sentido, la logoterapia habla de «frustración existencial». Tres significados de «existencial»: a) la existencia misma, esto es, el modo de ser específicamente humano; b) el sentido de la existencia; c) el afán de encontrar un sentido concreto a la vida personal, es decir, la voluntad de sentido. // La frustración existencial puede desembocar en una neurosis (neurosis noógena). La neurosis noógena tiene su origen en la dimensión noológica (del griego noos, que significa «mente») de la existencia humana, no en la dimensión psicológica. Este término logoterapéutico (neurosis noógena) denota  su vinculación con el núcleo «espiritual» de la personalidad humana. Aquí, «espiritual» no tiene una connotación religiosa: describe y define (antropológicamente) una dimensión específicamente humana.

-Las neurosis noógenas no surgen del conflicto entre impulsos e instintos, sino más bien de problemas existenciales (espirituales), y en ellos desempeña una función primordial la frustración de la voluntad de sentido. La preocupación, o la desesperación, por encontrarle a la vida un sentido valioso revela una angustia espiritual, pero en modo alguno supone una enfermedad. La logoterapia difiere del psicoanálisis en la medida en que considera al hombre como un ser cuyo interés primordial consiste en asumir un sentido y realizar un conjunto de valores, y no en la gratificación y la satisfacción de sus impulsos e instintos.

-Lo que el hombre necesita no es vivir sin tensión, sino esforzarse y luchar por una meta que merezca la pena.

-Sólo con la responsabilidad personal se puede contestar a la vida. De modo que la logoterapia considera que la esencia de la existencia consiste en la capacidad del ser humano para responder responsablemente a las demandas que la vida le plantea en cada situación particular.

-Actúa como si vivieras por segunda vez y la primera lo hubieras hecho tan desacertadamente como estás a punto de hacerlo ahora. Corresponde al paciente decidir si debe interpretar su vida con responsabilidad ante la sociedad o ante su conciencia. Quiero destacar que el sentido de la vida debe buscarse en el mundo, no dentro del ser humano o de la psique, como si fuera un sistema cerrado. La verdadera meta de la existencia humana no se cifra en la autorrealización. Autotrascendencia de la existencia: ser hombre implica dirigirse hacia algo o alguien distinto de uno mismo, bien sea para realizar un valor, bien para alcanzar un sentido o para encontrar a otro ser humano. Cuanto más se olvida uno de sí mismo—al entregarse a una causa o a la persona amada—, más humano se vuelve y más perfecciona sus capacidades. Podemos descubrir el sentido de la vida de ter modos: a) realizando una acción; b) aceptando los dones de la existencia; c) por el sufrimiento.

-El amor es la única vía para llegar a lo más profundo de la personalidad de un hombre. Nadie conoce la esencia de otro ser humano si no lo ama. El amor no se entiende como un efecto secundario del sexo, sino que el sexo es un medio de expresión de la fusión absoluta y definitiva que es el amor.

-Uno de los postulados de la logoterapia mantiene que la preocupación primordial del hombre no es gozar del placer, o evitar el dolor, sino encontrar un sentido a la vida. Y en esas condiciones el hombre está dispuesto a aceptar el sufrimiento, si el sufrimiento tiene sentido.

-El mundo del hombre es el único lugar donde se comprende el sufrimiento.

-Con frecuencia lo que se presenta como una causa de neurosis (los complejos, los conflictos y los traumas) no son causas, sino síntomas de la neurosis. En cuanto a la verdadera causa de la neurosis, además de sus elementos constitutivos—sean de naturaleza psíquica o somática—, parece que los mecanismos retroactivos de la ansiedad anticipatoria constituyen un importante factor patógeno. La ansiedad anticipatoria debe contraatacarse con la intención paradójica (esto es: enfrentarse a las obsesiones con ironía, intentando ridiculizarlas); la hiperintención y la hiperreflexión se combaten con la «de-reflexión».

-El nihilismo se define por la radical negación de sentido del hombre.

-El psicoanálisis postula algo aún más equivocado y peligroso que el pansexualismo, a saber, aquello que llamo «pandeterminismo». Con esta expresión aludo a la visión del hombre que niega su capacidad para asumir posturas personales ante las circunstancias, sean las que sean. El hombre se determina a sí mismo, no se limita a existir, sino que decide cómo será su existencia. Todo ser humano posee la libertad de cambiar en cada instante. La libertad no es la última palabra. La libertad es una parte de la historia y la mitad de la verdad. La libertad es la cara negativa de cualquier fenómeno humano, cuya cara positiva es la responsabilidad. De hecho, la libertad corre peligro de degenerar en mera arbitrariedad, salvo si se ejerce en términos de responsabilidad.


sábado, 12 de enero de 2019

Historia de la cultura cristiana, por Christopher Dawson


Christopher Dawson. Historia de la cultura cristiana. México, Fondo de Cultura Económica, 2006. Compilación, traducción e introducción de Heberto Verduzco Hernández. La selección se ha escogido de los siguientes ensayos: Medieval Essays (1954) / The Making of Europe (1956) / Religion and the Rise of Western Culture (1950) /  Progress and Religion (1960). El historiador británico Christopher Dawson nació en 1889 y murió en 1970.

Se han añadido pequeños resúmenes complementarios de libros del historiador alemán Paul Kirn, la medievalista francesa Régine Pernoud y el escritor italiano Giovanni Papini.

Todos los extractos de este documento, algunas notas y la inmensa mayoría de las precisiones cronológicas, se deben a Enrique Castaños [E.C.], Doctor en Historia del Arte.



*Judaísmo y Cristianismo (de Progress and Religion, 1929).

La religión de Israel carecía prácticamente de toda fundamentación material. La supremacía del elemento ético se debía al espíritu intolerante e inflexible de la religión hebrea. Esta religión estuvo apoyada en la idea de un orden ritual. La ley, entre los hebreos, siempre fue considerada la Palabra y el ordenamiento de una divinidad personal, Yahvé, el Dios de Israel. La tendencia en Israel fue a acentuar la unicidad y la universalidad de la divinidad nacional.

El eón[1] de la apocalíptica judaica no es un verdadero círculo; es más bien una etapa en el desarrollo de un solo proceso, el cual conserva su importancia y valor únicos. Sin embargo, dicho proceso se transfiere del plano histórico al cósmico, o más bien se transforma en esa especie de historia que conocemos como apocalíptica. Fue esta tradición profética y apocalíptica, en cuanto distinta del ritualismo legal, en la que se apoyó el nuevo movimiento religioso que estaba destinado a transformar el mundo antiguo, a saber, el cristianismo. Para éste hay una unicidad del tiempo histórico.

El gnosticismo fue esencialmente un intento de combinar la fe de la redención espiritual con la teoría de los «eones» mundanos y de la naturaleza ilusoria del cambio terrestre, y en consecuencia toda la apología antignóstica de San Ireneo de Lyon (ca. 130-208) está orientada a defender el valor y la realidad del desarrollo histórico.

San Gregorio de Nisa (ca. 335-ca. 395), hermano de San Basilio el Grande, a diferencia de gnósticos y maniqueos, no rechaza ninguna parte de la realidad creada, ya que no puede ser privada de la compañía divina. El vínculo entre el mundo inteligible y la realidad sensible se encuentra en la naturaleza humana. El hombre fue creado por Dios «a fin de que el elemento terrestre pudiera ser elevado a la unión con lo divino». [Nota de E.C. / La aceptación de toda la realidad creada, preludia en cierto modo la actitud de San Francisco de Asís].

Uno de los principales peligros del cristianismo en el siglo III y en el siglo IV fueron las herejías orientalizantes, tales como el gnosticismo y el maniqueísmo, que intentaron convertirlo en una religión puramente espiritual al afirmar que el cuerpo y el mundo material eran esencialmente malos.

En la cultura bizantina, por ejemplo, nos encontramos con que no sólo es el resultado de la fusión de la tradición grecorromana con el cristianismo, sino que también aparece en ella un tercer elemento de procedencia oriental, que se manifiesta en las formas exteriores de la monarquía sagrada oriental. En este sentido, la rígida jerarquía del Estado bizantino, cuyo centro se halla en el Palacio Sagrado y en la casi divina persona del Santo Emperador, no es romana ni cristiana, sino puramente oriental.

En más de un aspecto, la tendencia que descuida el elemento dinámico e histórico en el cristianismo, encuentra su apogeo en el Pseudo Dionisio Areopagita (monje cristiano neoplatónico sirio, que vivió en Alejandría, Constantinopla o Antioquía, entre el 450 y el 520), escritor de enorme influencia en Bizancio, quien lleva a cabo la más extrema afirmación de la trascendencia divina y la negación de todos los modos limitados del ser, y del que Dawson nos proporciona una apretada síntesis de su teología negativa y de su teoría de la jerarquía mística. No obstante, en sus Medieval Essays (1934-1953), Dawson reconoce que la obra del Pseudo Dionisio fue aceptada por Máximo el Confesor y por casi todos los teólogos subsiguientes como la voz auténtica de la tradición apostólica (ver el estudio de Otto von Simson sobre la catedral gótica).



*El Imperio romano (de The Making [construcción]  of Europe, 1932).
Sin el helenismo, la civilización europea y el tipo del hombre europeo serían inconcebibles. Fue tarea de Roma extender a Occidente esta tradición de civilización superior; ella fue la mediadora entre el civilizado mundo helenístico del Mediterráneo oriental y los pueblos bárbaros de Europa occidental. Julio César llevó esa tradición hasta el Rin y las Islas Británicas, gracias a su conquista de las Galias. Dice Theodor Mommsen que la característica peculiar de los hombres de genio como César y Alejandro ha sido la de identificar sus intereses y ambiciones con la ejecución de un proyecto universal.

La victoria de Octavio sobre Marco Antonio en Accio (31 a. C.) salvó a la civilización europea de ser absorbida por el antiguo Oriente y de ser abatida por los bárbaros occidentales, y también inauguró un nuevo periodo de expansión de la cultura clásica.

El Imperio romano consistió esencialmente en la unión de una dictadura militar con una sociedad de ciudades-Estado. La principal misión de Roma fue introducir la civitas romana en la Europa continental, y con la ciudad vinieron la idea de ciudadanía y la tradición cívica, que ha sido la más grande creación de la cultura mediterránea. El soldado romano y el ingeniero militar fueron los agentes de este proceso de expansión. Pero esta brillante civilización urbana que fue el Imperio romano, traía en sí misma la simiente de su decadencia; su desarrollo fue externo y superficial. En esencia, fue la civilización de una clase ocioso. En cuanto la expansión de Roma llegó a su fin, el Imperio se vio forzado a pasar a la defensiva contra la constante amenaza de las invasiones bárbaras; entonces, la balanza económica se desequilibró. Los recursos del Imperio comenzaron a disminuir. Además, el proceso de urbanización también contribuyó a debilitar los fundamentos militares del sistema imperial. La tremenda máquina de combate que era el ejército romano, siempre fue una amenaza latente contra las instituciones de la ciudad-Estado. Octavio Augusto concibe el ejército legionario como una escuela de ciudadanía, y el cuerpo de oficiales debía estar compuesto de ciudadanos romanos de origen italiano reclutados parte en Italia y parte en las comunidades urbanas de las regiones más romanizadas. Pero este sistema perdió gradualmente su eficacia. El ejército perdió su vinculación con la clase ciudadana de las villas, fue perdiendo contacto con la población ciudadana de las zonas más urbanizadas, y se volvió una clase separada con un fuerte sentido de solidaridad social.

En época de Septimio Severo (193-211) vemos cómo la antigua oposición entre la ciudad-Estado y el ejército mercenario, que ya había destruido a la República y que por un tiempo fue arrinconada por Octavio Augusto, reapareció de manera más drástica que nunca, removiendo los cimientos del sistema imperial. El Imperio perdió gradualmente su carácter constitucional como comunidad de ciudades-Estado gobernado por la doble autoridad del Senado y el príncipe, y se convirtió en un mero despotismo militar.

Explicación del régimen de la tetrarquía de Diocleciano en las págs. 77-79. Reorganización del ejército, de la administración y de las finanzas, imperium colegiado como freno a la anarquía militar, nuevas cargas impositivas, disminución de las libertades cívicas. El Ejército y la burocracia acabaron controlando el Estado. Centralización estatal. Dualidad entre el servicio militar y el civil. Los gobernadores provinciales no tienen atribuciones militares. Varias provincias se agrupan en una diócesis. El vicario de la diócesis es responsable ante el prefecto pretoriano (especie de primer ministro del Imperio). En el limes las tropas serán ahora de segunda línea, esto es, integradas por soldados-campesinos. Los mejores cuerpos militares, en cambio, fueron estacionados detrás de las fronteras como fuerza de ataque en alerta permanente. Roma deja de ser el centro del Imperio. Persecución contra los cristianos.

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*San Agustín de Hipona.― Profunda influencia neoplatónica. Nostalgia del infinito y orientación hacia la visión eterna del Ser trascendente, como los cristianos de Oriente, pero también un latino, es decir, una persona que nunca pierde de vista la realidad social e histórica. Su ideal no era un nirvana impersonal, sino la Ciudad de Dios, y vio el orden espiritual no como un principio metafísico estático, sino como una fuerza dinámica que se manifiesta en la sociedad humana. En De Civitate Dei dice que: «Dos amores construyen dos ciudades. El amor de uno mismo construye la ciudad de Babilonia hasta el menosprecio de Dios, y el amor de Dios construye la ciudad de Jerusalén hasta el menosprecio de uno mismo». Toda la historia consiste en la evolución de estos dos principios encarnados en las dos sociedades, «mezclados el uno con el otro y moviéndose en todos los cambios del tiempo, desde el principio de la raza humana hasta el fin del mundo»[2].

Insiste en la debilidad de la naturaleza humana y en la omnipotencia de la gracia divina. Pero ello no implica una devaluación del aspecto ético de la vida. Atribuyó gran importancia a la voluntad moral. La voluntad humana es el motor que Dios emplea para la creación de un nuevo mundo. Concibe la Gracia primariamente como un acto del poder divino que mueve la voluntad humana. El misticismo de San Agustín es intensamente personal y tiene un carácter psicológico e introspectivo que es extremadamente raro en el misticismo del Oriente cristiano.

A este respecto, es muy significativo que la mística clásica de la Iglesia oriental se contenga en la obra de un autor desconocido, quien oculta su persona bajo el nombre del Areopagita, en tanto que el manantial del misticismo occidental sería la autobiografía espiritual de San Agustín, quien hace de su propia vida interior la clave de entrada a la profundidad divina.

Mientras que el cristianismo en Oriente tendía a convertirse en un misticismo impersonal y especulativo encarnado en un sistema ritual, en Occidente, bajo la influencia de San Agustín, se convirtió en una dinámica moral y en una fuerza social. El teólogo protestante alemán Albrecht Ritschl (1822 – 1889) expresa con fuerza esta distinción al comparar a San Agustín con el Pseudo Dionisio Areopagita. Mientras que este último es el fundador de una eclesiología ritual, el obispo de Hipona configuró una eclesiología de deberes morales al servicio del cristianismo universal.


*La teología del Occidente medieval, siguiendo a San Agustín, encontró en la doctrina de la Gracia su centro y principio de organización; los sacramentos fueron entendidos como medios de la Gracia, y la vida cristiana como vida de la Gracia. En el Oriente cristiano, en cambio, el principio y centro de la teología es la doctrina del Verbo consustancial al Padre. Los sacramentos fueron vistos como misterios de iluminación, y la vida cristiana como un proceso de divinización por el cual la humanidad se asimila a la naturaleza inmortal del Verbo Divino.


*El Oriente cristiano.

La asociación directa del cristianismo con el judaísmo y sus antecedentes palestinos había terminado ya desde el periodo apostólico. El cristianismo como religión mundial no nació en Judea, sino en las grandes ciudades del mundo mediterráneo. El pequeño reino de Edessa, en el NO de Mesopotamia, se convirtió en el primer Estado cristiano. Anatolia va a jugar un papel decisivo en la configuración de la nueva sociedad cristiano-bizantina. Los cristianos del Ponto (NE de Anatolia) y de Capadocia desempeñaron un papel muy importante en la formación de la nueva cultura de Anatolia. Los grandes padres capadocios, San Basilio el Grande (ca. 330 – 1 enero 379), su hermano San Gregorio de Nisa (ca. 335-ca. 395) y San Gregorio Nacianceno (Nacianzo, Capadocia, 329 – 389), así como el discípulo de éste último, Evagrio del Ponto (345 – 399), fueron los líderes espirituales que completaron la obra iniciada por Orígenes (185-254) y Eusebio de Cesarea (Cesarea de Palestina) (c. 263 – 339) y realizaron la síntesis entre el intelectualismo griego y la espiritualidad oriental, la cual dio su carácter distintivo a la Iglesia ortodoxa y la cultura bizantina. El Asia Menor cristiana, pues, fue el cimiento espiritual y material del Imperio bizantino.

El extenso territorio formado por Armenia, Mesopotamia, Siria y Egipto constituía una difusa frontera entre Oriente y Occidente desde los tiempos del Bajo Imperio hasta los inicios de la Edad Media. Esta frontera no puede ser calificada como la frontera entre las Iglesias oriental y occidental. En ese extenso territorio nos encontramos con una suerte de dualismo cultural, cuyo caso más preclaro es Egipto, un vasto país que no asimiló la cultura griega impuesta por los conquistadores helenísticos, los Ptolomeos, y que permaneció sumido en sus ancestrales tradiciones. La cultura griega dominante, cuyo máximo exponente fue el gran centro de Alejandría, ejerció una influencia superficial sobre el antiguo país de los faraones. Esto fue así en tiempos de los Ptolomeos, de Julio César y de los primeros siglos del Imperio romano. Sólo el cristianismo cambió este estado de cosas y propició la unidad cultural, generándose una nueva literatura vernácula egipcio-cristiana cuyo origen estuvo en la Tebaida, desde donde pasó al Bajo Egipto. Aunque esta literatura copta es relativamente pobre y ejerció una influencia menor en la cultura bizantina, sin embargo, Egipto fue el origen de una de las más originales contribuciones de la espiritualidad cristiana primitiva: el monaquismo, cuyo origen se encuentra asimismo en el desierto de la Tebaida. Esta primera vida eremítica, germen del ascetismo cristiano, tuvo en San Pacomio al fundador de la vida cenobítica, en Tabbenesi, en la Tebaida, hacia el 330. El monaquismo fue difundido por Oriente y Occidente a través de diversos agentes. Uno de ellos fue San Basilio, maestro espiritual del monaquismo bizantino, así como Paladio el Gálata (llamado así por la región de Galatia, en el centro de Anatolia) (ca. 367 – 430), muy popular difusor del monaquismo egipcio entre el público de lengua griega. En Occidente, los primeros cenobios los fundaron San Juan Cassiano († ca. 435) y San Honorato (Tréveris, ca. 350 – Arlés, 6 enero 429) en la Riviera francesa. Éste último fue el fundador del monasterio de Lérins, en una isla frente a Cannes, regido por la Regla de San Pacomio El monaquismo llegaría muy pronto también a Gales y a Irlanda. Pero, sobre todo, la fuerza del monaquismo egipcio se dejó sentir muy pronto en Palestina, Siria (donde se fundaron las lauras, especie de monasterios semieremíticos) y Mesopotamia.

En Siria, la división entre la cultura griega y la oriental era mucho menos rígida que en Egipto. El mundo sirio proporcionó el principal canal por el cual la cultura griega penetró en el mundo oriental y por donde, también, las influencias orientales llegaron a la cultura bizantina.

Podemos resumir diciendo que la cultura bizantina tuvo dos aspectos diferentes, cada uno de los cuales representó una tradición histórica y dejó un legado distinto. Por un lado estaba la tradición oriental ascética y mística, la cual fue transmitida por el monasticismo bizantino a la Rusia medieval, y a ella se debe lo que hay de más profundo y espiritual en el cristianismo ruso; por otro lado, la tradición humanista que los bizantinos heredaron de la antigua Grecia y la cual pasaron en el Medievo tardío a la Europa moderna, no por medio de Rusia y los otros pueblos ortodoxos, sino a través de Italia y por obra de hombres como Manuel Crisoloras (ca. 1355 – 1415) y el cardenal Basilio Bessarión (Trebisonda, 2 enero 1403 – Rávena, 18 nov 1472), quien restauró el vínculo clásico entre los mundos griego y latino.

Asimismo, es muy relevante el mundo de la cultura arameo-cristiana, que, desde los Montes Taurus, al SE de Anatolia, se extendió por el norte de Siria, Mesopotamia y Persia.  Este mundo, y no el bizantino, fue el verdadero centro de la cultura cristiana oriental, pero nunca llegó a crear un Estado siriaco nacional e independiente. Fue solamente en la Iglesia donde la cultura siriaca nacional pudo encontrar su expresión. Gracias a su actividad misionera, el mundo de la cultura aramea creó una próspera cultura cristiana en Georgia y en Armenia. Ésta última, como ha demostrado el jesuita y bizantinista francés Paul Peeters (1870 – 1950), ofrece uno de los primeros ejemplos en la historia de una política conscientemente orientada a promover una cultura nacional. Para evitar ser absorbidos por Persia, los líderes armenios enviaron una misión a los centros de la cultura siria cristiana en Samosata y Edessa bajo la conducción de San Mestrop el Maestro (Mesrop Mashtots, 362 – 440), quien, con la ayuda de letrados sirios, inventó la escritura y el alfabeto armenios y puso los cimientos de una literatura nacional cristiana. La época más floreciente del reino armenio ocupó los siglos IX y X, siendo la auténtica plaza fuerte de toda la cristiandad oriental frente al islam. Destruido por el miope imperialismo bizantino, el espíritu nacional armenio sobrevivió a la conquista seljúcida, recreando un segundo Estado armenio en Cilicia (SE de Anatolia) y Comagene (Reino de Commagene, entre el primer Estado armenio y el de Cilicia, cuya capital era Samosata). Este segundo Estado armenio de Cilicia es conocido como la Pequeña Armenia, entrando en contacto con Occidente a través de las Cruzadas. Los armenios fueron receptivos tanto al Occidente como al Oriente. Su rey Haythum I (1226 – 1269) mantuvo buenas relaciones con los mongoles, intentando con la ayuda de éstos (que mantenían buenas relaciones con los cristianos nestorianos de Oriente) y la de los cruzados crear un frente común contra el islam. Sus sucesores, León III y Haythum II, continuaron el proyecto, que se vio arruinado por la defección de los cristianos occidentales y la disolución del movimiento cruzado. Pocos europeos (entre ellos, Roger Bacon, Raimundo Lulio y los papas Gregorio X y Juan XXII) eran conscientes de la importancia de esta avanzadilla cristiana en Oriente que era el reino armenio de Cilicia (independiente entre 1080 y 1198 y bajo protectorado mongol entre 1245 y 1335). Desgraciadamente, al convertirse Tamerlán al islam aumentó la intolerancia religiosa y fue anulada la influencia y la existencia misma del cristianismo sirio en el Asia central. El último rey de la Armenia cristiana murió en el exilio en París en 1393. En 1396, un gran ejército occidental que acudió en auxilio de la cristiandad oriental, fue destruido en Nicópolis, al norte de Bulgaria, sobre el Danubio. Ya no se volvió a hablar de la expansión oriental cristiana en toda esa vasta región hasta el Éufrates.


*Las Islas Británicas, sobre todo Irlanda, desarrollan una cultura nativa extraordinariamente fuerte durante los siglos VII y VIII. En Irlanda, esta cultura nativa y la tradición latina, llevada allí por monjes cristianos, se fusionaron, creándose una cultura cristiana vernácula. Esta cultura se transmitió a Northumbria, al NE de Inglaterra, por medio de monjes irlandeses y fue la fuente de la cultura vernácula inglesa durante los siglos VII y VIII, de la que se produjo la literatura anglosajona. Los anglosajones transmitieron esta cultura a Alemania, a través de la actividad misionera de San Bonifacio (Winfried) y sus fundaciones, especialmente Fulda y Saint-Gall. Hasta la creación del Imperio carolingio, la acción de esta cultura celtoanglosajona es de la mayor importancia. Dio nueva vida a la Iglesia continental y actuó como elemento formativo de la cultura carolingia. Pero no estaba destinada a perdurar; fue paulatinamente desbordada por la cultura carolingia, de tal manera que la cultura medieval en su conjunto se apoya no en la tradición vernácula cristiana de los irlandeses y los anglosajones, sino en la carolingio-latina que la reemplazó. En Inglaterra, la cultura anglosajona quedó bajo el influjo cultural del continente hasta que fue finalmente incorporada en la unidad de la cultura occidental continental como resultado de la conquista normanda. En Irlanda, en cambio, la cultura vernácula llegó a ser tan fuerte que preservó su identidad a pesar de las invasiones vikingas y anglonormandas. La consecuencia fue su aislamiento del resto de la cristiandad occidental, como detectó San Bernardo en el siglo XII.

[El historiador Paul Kirn (Basilea, 1890 – Frankfurt, 1965) escribió en la Historia Universal dirigida por Walter Goetz a finales del periodo de la República de Weimar, que, en el siglo VI, fueron la peculiar Iglesia británica y la Iglesia de Gales las que trasladaron el cristianismo en Irlanda a los habitantes del norte de esta gran isla, los escotos. Ambas Iglesias tuvieron notables puntos de contacto. Los escotos del norte de Irlanda penetraron después en la actual Escocia, que recibió más tarde ese nombre. El cristianismo escocés, pues, procede de Irlanda. El principal responsable de esta evangelización de Escocia fue el misionero irlandés Columbano el Mayor (San Columba de Iona, † 597). En cuanto a la relación de la Iglesia con el continente, destacó el misionero Columbano el Menor († 615), que estuvo en Bretaña, Borgoña, el lago de Constanza e Italia. En cuanto a la evangelización de Inglaterra, cumplió allí un papel muy destacado el monje Agustín (San Agustín de Canterbury), enviado por el papa Gregorio Magno en 596. La predicación se inició en Kent, lográndose que se bautizase el rey Etelberto de Kent. Al morir Agustín en 604, había podido establecer, además de su obispado en Canterbury, otro en Rochester y otro en Londres. Este mismo historiador reproduce un mapa relativo a la expansión del cristianismo en las Islas Británicas entre el 627 y el 715. El mapa fue elaborado por los historiadores alemanes Karl Heussi (1877-1961) y Hermann Mulert (1879-1950) en un Atlas de Historia de la Iglesia.


La situación de la Iglesia católica en las Islas Británicas entre 627-633. Área rayada en líneas horizontales: Iglesia irlandesa-escocesa / Área punteada con fondo blanco: Iglesia católica / Área punteada con fondo negro: Iglesia antigua británica / Área con trama ortogonal: Paganos. Puede verse cómo en este periodo la Iglesia irlandesa-escocesa (iroescocesa) se expande por toda Irlanda y Escocia (en Yona, una isla de la costa oeste de Escocia, fundóse en 563 por San Columba un importante monasterio cristiano). La Iglesia católica, es decir, la controlada por la Santa Sede, por Northumbria, al sur de Escocia, donde se fundaron los obispados de York y Lincoln, así como en 635 el monasterio de Lindisfarne (Holy Island of Lindisfarne, o, simplemente, Lindisfarne), una isla al NE de la actual Inglaterra, en la antigua Northumbria. La antigua Iglesia británica, por la península de Cornualles y por el país de Gales. Por último, el sur de la actual Inglaterra es zona aún pagana.
Del convento de Bangor partió para evangelizar el continente San Columbano de Luxeuil (Columbano el Menor † 615). 






La situación de la Iglesia católica en las Islas Británicas hacia 660 (mapa de la izquierda) y hacia 715 (mapa de la derecha). El significado de las distintas áreas es el mismo que en el mapa anterior. Puede verse cómo en 660 la Iglesia irlandesa-escocesa se ha expandido por el N de Irlanda, Escocia, Northumbria y buena parte del S de Inglaterra. La Iglesia católica por el sur de Irlanda, Wessex y Kent. La antigua Iglesia británica continúa en Gales y Cornualles. El paganismo, en Sussex. En Streanaeshalch, la actual Whitby, celebróse un Sínodo en 664, bajo el reinado de Oswin de Northumberland, que fue decisivo en la fusión de la Iglesia irlandesa y la católica, y, por tanto, en el avance definitivo de esta última en las islas.


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Flavio Magno Aurelio Casiodoro (Flavius Magnus Aurelius Cassiodorus Senator, ca. 485 / 490 – c. 585), quien ocupó desde muy joven altos cargos en la corte de Teodorico (llegó a ser magister officiorum) y fue senador, llegó a ser uno de los maestros de la Edad Media, una vez que se retiró en 540 al monasterio de Vivarium, en Calabria, fundado por él mismo y enriquecido con su notable biblioteca privada. En este sentido son fundamentales dos libros suyos: De artibus ac disciplinis liberalium litterarum y las Institutiones divinarum et saecularium litterarum, esto es, un tratado de las ciencias divinas y de las ciencias humanas. En las Institutiones saecularium se exponen las sietes artes liberales[3], mientras que en las Institutiones divinarum se exponen las ciencias teológicas.

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*[De la época postcarolingia es el pensador más culto y original de su tiempo, Juan Escoto Erígena (ca. 810 – ca. 870/877). De origen irlandés, formó parte del grupo de sabios y artistas que reunió en torno suyo Carlos el Calvo. Fue un temprano y extraordinario caso de neoplatonismo místico. Conocedor de las obras en griego del Pseudo-Dionisio Areopagita, a quien tradujo al latín, su escrito más importante es el Periphyseon o De la división de la naturaleza. En él se dice que todo ser, el mundo de los espíritus, el hombre y la naturaleza animada e inanimada, es incorporado al curso de un enorme proceso cósmico que comienza en Dios y en Dios termina].

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*[La posición de Pedro Abelardo (1079 – 1142) acerca de la disputa de los universales, la ha resumido Régine Pernoud en su ensayo Eloísa y Abelardo (1970). Su posición queda recogida, en primer lugar, en su tratado De la unidad y de la Trinidad divina (De Unitate et Trinitate divina, 1119-1120). Posteriormente, una vez que la obra fue condenada en el concilio de Soissons en abril de 1121, escribió un tratado de Teología cristiana (Theologia christiana, refundición de la anterior), una Introducción a la Teología (Introductio ad Theologiam, la más importante de sus obras) y un singular tratado de Dialéctica (1117-1121). En su mencionado tratado sobre la Trinidad, atacó el nominalismo del dialéctico Juan Roscelino (ca. 1050 – ca. 1121), que había sido su maestro en Loches, y para quien los universales—los géneros y las especies—no son más que palabras, es decir, no tienen verdadera existencia. Dicho de otra manera: para Roscelino, las partes de un todo no son más que palabras, como las especies. En el célebre argumento del muro y de la casa, el muro es simplemente una palabra, pues la casa no es sino el muro, el tejado y los cimientos. Abelardo lo rechaza demostrando que «si decimos que la casa es muro, tejado y cimientos, ello no significa que es cada una de estas partes tomadas por separado, sino las tres juntas y tomadas en conjunto […] Así cada parte existe antes de formar el todo en el que estará incluida» Aquí puede comprobarse cómo esta disputa afectaba de lleno a la Trinidad (tres Personas y un solo Dios). Desarrolla así Abelardo su propio sistema, llamado posteriormente conceptualismo, que hace de la especie y del género una noción colectiva que la razón es capaz de formar por comparación y por abstracción; la humanidad, por ejemplo, la especie humana, es un conjunto de individuos semejantes entre sí: «A todo este conjunto, aunque esencialmente múltiple, las autoridades lo llaman una especie, un universal, una naturaleza, igual que un pueblo, aunque compuesto de varias personas, es llamado uno…La humanidad, abstraída en las naturalezas de los diferentes individuos, se resume en una sola y misma concepción, en una sola y misma naturaleza». Dicho de otro modo, la mente, por su poder de abstracción, puede deducir lo que hay de general en lo particular. Anselmo de Canterbury (1033 – 1109) ya había reaccionado con anterioridad al incipiente nominalismo de Roscelino en su libro De fide Trinitatis, en el que escribe: «Quien no ha comprendido cómo los múltiples seres humanos son uno solo por la especie, ¿cómo comprenderá que hay varias Personas en esta muy misteriosa naturaleza, que cada una de ellas es perfectamente Dios, que son un solo Dios?» San Anselmo había renovado la fórmula agustiniana al decir: «No trato de comprender para creer, pero creo para comprender», lo que no invalida el hecho de que si bien la fe es para él prioritaria a todo, no por ello es menos necesario esforzarse en comprender racionalmente lo que se cree.

Una vez condenada su obra sobre la Trinidad, escribe Abelardo los otros dos tratados mencionados dedicados a la teología. Estas obras nos demuestran que Abelardo es uno de los primeros pensadores en apoyarse en Aristóteles, de tal modo que pueden considerarse como un esbozo de las grandes Sumas del siglo XIII. De hecho, la Introducción a la Teología no es sólo un comentario a la Escritura, sino un tratado dividido en tres partes que serán en adelante clásicas: la Fe, los Sacramentos y la Caridad. Pero la elaboración de su método se consolida en su obra más polémica, Sic et Non (Sí y no, 1121-1140), que es la que lo ha hecho pasar por un escéptico para la posteridad. Polemiza en ella con los Santos Padres y los Doctores de la Iglesia, lo que confirma su osadía. Trata sobre ciento cincuenta y ocho cuestiones. La primera es bien significativa: «Que la fe debe fundarse en razones humanas, y viceversa». Como buen lógico y dialéctico, quiere mostrar que, en una misma cuestión, los diversos textos son contrarios, pero no contradictorios; en lugar de anularse, hacen emerger aspectos diversos. En realidad lo que hace Abelardo en esta obra es esbozar un método que abre la vía a la crítica textual moderna: las diferencias pueden ser superficiales, pueden provenir de los diversos sentidos que reviste un mismo término, pueden ser el efecto de un simple error de copista, de un manuscrito alterado por negligencia o por ignorancia; pero su causa puede ser también más profunda. Así, ocurre—y tal fue el caso para San Agustín—que, de una obra a la otra, el autor precisara y desarrollara su pensamiento, hasta el punto de que dos textos diferentes representan, en realidad, dos etapas en su avance hacia la verdad. O, también, las divergencias provienen de que, respecto a una misma cuestión, tal texto hace alusión a la regla, tal otro a la excepción. Lo que sí proclama Abelardo es que sólo un texto está totalmente exento de error: la Biblia. «La primera clave de la sabiduría—escribe—es la interrogación asidua y frecuente…Es dudando como llegamos a la búsqueda, buscando como percibimos la verdad». El Sic et Non sienta las bases de un método que será el de toda la filosofía escolástica; Abelardo no creó este método, sino que fue quien le dio su cimiento racional; planteó la ley técnica de toda la especulación medieval en filosofía y en teología].

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*San Bernardo de Claraval.― El misticismo de San Bernardo y de toda la escuela cisterciense es profundamente agustiniano. Es un misticismo de caridad―theologia cordis [teología del corazón]―, pero en un grado más alto que en San Agustín, ya que en San Bernardo el elemento afectivo y voluntarista desborda completamente el intelectualismo neoplatónico, el cual todavía ejerce influencia en la mente de San Agustín. Para San Bernardo, el amor es superior al conocimiento, puesto que va más allá del conocimiento y es su propia causa y fin. En uno de sus sermones sobre el Cantar de los Cantares, dice lo siguiente: «El amor, fuera de sí mismo, no necesita causa ni fruto. Su fruto es su actividad misma. Yo amo porque amo, yo amo por amar. El amor es algo maravilloso, y aunque retornara a su principio y origen, aunque refluyera a su propia fuente, siempre tendrá de dónde fluir nuevamente. De todas las afecciones, sentimientos y actos del alma, el amor es lo único con lo que la criatura puede corresponder a su Autor de la misma manera aunque no en la misma medida» (In Cantica, LXXXIII, 4). San Bernardo coincide con muchos otros pensadores medievales en que todo el proceso cósmico tiene su origen en el desbordamiento del amor de Dios en el cual consiste el acto creativo y encuentra su fuerza motriz en el deseo por el cual la creación busca retornar a su fuente. De ahí que la pasión sexual no sea sino una forma ciega y degradada [o sea, de grado inferior, a saber: biológico] de la energía universal que encuentra en el amor de Dios su verdadera, consciente y normal expresión.


*[En su ensayo Abelardo y Eloísa, de 1970, resume la medievalista francesa Régine Pernoud la concepción de Ricardo de San Víctor († 1173) sobre el misterio de la Trinidad. Cuando habla de la Trinidad, pone en juego la concepción misma de la persona en el sentido humano del término y la del amor. Dios es Uno, pero esta unidad no es sentida de manera «monárquica»; pues Dios es Tres; y lo que hace que sea Uno es que es Amor: un Amor que es incesante intercambio en una perfecta igualdad, una comunión total. Así, el creyente tiene, cuando piensa en Dios, no la noción estática de un ser superior, sino la visión dinámica de un impulso de amor. Ricardo de San Víctor basa su creencia en la Trinidad a partir de una exigencia de la naturaleza profunda del amor. «El elemento esencial de la verdadera caridad no es sólo amar al otro como a uno mismo y ser amado de la misma manera, sino también querer que el otro sea amado como uno mismo quiere ser amado»; así el amor verdadero sólo es completo en el deseo de ver compartir este amor; y es el amor perfecto el que exige la tercera Persona[4], «cuya participación igual al amor y a la alegría de los otros dos es una exigencia del mismo amor, llevado a su perfección». Así, para Dios, ser significa amar].


*San Francisco de Asís.― Su ideal es revivir en la experiencia de la vida cotidiana la vida de Cristo. No debe haber una separación entre fe y vida, entre lo espiritual y lo material, puesto que ambos mundos han de fusionarse en la realidad viviente de la experiencia práctica. El ascetismo de san Francisco ya no implica rechazar el mundo natural y apartar la mente del orden creado para dirigirla al Absoluto. La regla de pobreza es un medio de liberación, no un movimiento de negación; la pobreza reconduce a la comunión con la creación de Dios. El movimiento que tuvo mayor impacto en la religiosidad medieval fue el de la piedad evangélica y la devoción a la humanidad de Jesucristo, las cuales lograron su más sublime expresión en la vida de San Francisco de Asís. En relación a esta cuestión, dice lo siguiente el jesuita francés Pierre Rousselot (1879 – 1915): «La gran novedad de la EM, su incomparable mérito religioso, fue la comprensión y el amor o, más bien podría decirse, la pasión por la humanidad de Cristo. El Verbo Encarnado, homo Christus, Jesucristo como hombre, no es solamente el modelo para ser imitado, el guía para ser seguido y también la luz increada que ilumina el interior del alma; Él es interior, aun por su Humanidad; Él es el esposo del alma, quien actúa con ella y en ella; Él es el amigo». Con San Francisco vemos por primera vez al cristianismo rompiendo las barreras de raza y de tradición social y realizando una completa y orgánica expresión en el hombre occidental.


A diferencia de lo que ocurrió en el islam, donde acabó siendo imposible una reconciliación de la fe con la filosofía, como se pone de manifiesto en la obra del gran teólogo persa Al-Ghazali (Algazel, 1058 – 1111), quien advirtió la incompatibilidad fundamental del dogma islámico de la omnipotencia divina con la concepción helénica del universo como un orden inteligible, transparente a la razón humana, en Occidente sí acabarían siendo diferentes las relaciones entre religión y filosofía, puesto que la primera se fundaba en una revelación más bien histórica que metafísica. Las provincias de la fe y la razón no coincidían, mas no eran contradictorias, sino más bien complementarias. Cada una tenía su razón de ser y su propia esfera de actividad.

*La máxima expresión de esta concepción clásica de la teología occidental la tenemos en Santo Tomás de Aquino, quien por vez primera rompe con la antigua tradición del exagerado espiritualismo oriental y del idealismo neoplatónico; su tarea consistió en reinstalar al hombre en el orden de la naturaleza. Enseñó que la inteligencia humana no es la de un espíritu puro, sino que es consustancial con la materia, y encuentra su actividad natural en la esfera de lo sensible y lo particular. El hombre no puede lograr en esta vida la intuición directa de la verdad y de la realidad espiritual. Debe construir lenta y penosamente un mundo inteligible a partir de los datos sensoriales, ordenados y sistematizados por la ciencia, hasta que finalmente el orden inteligible que es inherente a las cosas creadas sea abstraído de la envoltura material y contemplado en su relación con el Ser absoluto por la luz de la inteligencia superior. La actividad racional es una forma de entendimiento característicamente animal que únicamente puede darse en donde la inteligencia superior se encuentra velada e impedida por las condiciones de espacio y tiempo[5].

El hombre ocupa una posición única en el universo precisamente porque él es la más baja de todas las naturalezas espirituales. El hombre señala el punto en donde el mundo espiritual toca el mundo de los sentidos, y es por él y en él como la creación material alcanza la inteligibilidad y se vuelve luminosa y espiritualizada.

Puesto que el hombre no puede liberarse trascendiendo las condiciones de su naturaleza material mediante una aproximación al mundo del espíritu puro, el Verbo de Dios se ha manifestado al hombre a través de lo concreto y sensible en una forma que es apropiada a las limitaciones de sus potencias intelectuales. Así, la Encarnación del Verbo de Dios no destruye o invalida la naturaleza humana, sino que le es análoga y complementaria, ya que restaura y extiende la función natural del hombre como lazo de unión entre el mundo material y el espiritual. Éste es el principio fundamental de la síntesis de santo Tomás, quien recalca los derechos y el carácter autónomo de la actividad natural, el campo de la razón como distinto del de la fe, la ley moral de la naturaleza como distinta de la ley de la Gracia, los derechos del Estado como distintos de los derechos de la Iglesia. Su nueva filosofía cristiana proveyó una sólida fundamentación intelectual para el ideal de un Estado autónomo que no trascendiese su propia esfera con pretensiones teocráticas. Correspondióle definir clara y exhaustivamente la idea de un orden natural y una ley natural autónomos: «El Derecho divino, que es de la Gracia, no destruye al Derecho humano, que es de la razón humana»  (Summa Theologica, II-IIae, Quaest. X, art. 10). En el comentario sobre las Sentencias de Pedro Lombardo, dice: «En materia del bien civil [común], es mejor obedecer a la potestad secular que a la espiritual» (II Sent., dist. XLIV, Quaest. II, art. 2).

Conserva las grandes líneas de la doctrina agustiniana de la Gracia, pero, al igual que San Buenaventura, hizo mayor hincapié en el carácter ontológico del orden sobrenatural. Mientras que San Agustín concibe la Gracia primariamente como un acto del poder divino que mueve la voluntad humana, Santo Tomás la considera ante todo bajo su aspecto esencial de un nuevo principio espiritual que transforma y renueva la naturaleza humana por virtud de la comunicación de la Vida Divina; en otras palabras, el estado de deificación del que hablan habitualmente los Padres griegos. La gracia no es solamente un poder que mueve la voluntad, sino también una luz que ilumina la mente y transfigura enteramente el espíritu del ser humano.

Mostró que es posible conciliar el materialismo orgánico de la Política de Aristóteles con el misticismo orgánico de la visión cristiana de la sociedad, pero ello a condición de que el Estado sea considerado como un órgano de la gran comunidad espiritual, y no como el fin absoluto de la vida humana; esto es, que en la teoría y en la práctica social se debe tratar al Estado como parte y no como fin último de la sociedad.
Santo Tomás no sólo aceptó los principios cardinales de la física aristotélica, sino que los aplicó decididamente a la naturaleza del hombre, enseñando que la materia es el principio de la individuación humana y que el alma es la forma del cuerpo. De aquí que el hombre no es, como pensaban los platónicos, un ente espiritual confinado temporalmente en la prisión del cuerpo, sino que es una parte de la naturaleza, de ese orden dinámico que comprende toda la serie de seres vivientes desde el hombre hasta las plantas, y también a los seres inanimados, que si bien carecen de vida están dotados de forma (principio de individuación). Y así, la inteligencia humana no es la de un espíritu puro que existe sólo para la contemplación de la realidad absoluta, sino que es consustancial a la materia, sujeta a las condiciones del espacio y del tiempo, y puede construir un orden inteligible sólo a partir de los datos de la experiencia sensible sistematizada por la actividad cognoscitiva de la razón. Así, mientras por una parte la razón humana es característicamente animal [esto es, viviente, material, dotada de alma o conciencia sensitiva], la más baja y oscura forma de inteligencia, por otra es el principio de orden espiritual en la naturaleza, y su función esencial es reducir el ininteligible caos del mundo material a la razón y al orden.


* Mientras que un destacado discípulo de Santo Tomás, el monje agustino Egidio Romano (c. 1243 – 1316), se convertirá en un firme abogado de los títulos teocráticos del Papado en su forma más completa, otro discípulo suyo, Dante Alighieri, aunque profundamente cristiano y católico, ya no busca en la Iglesia el ideal de unidad. Para Dante, la unidad ideal no era la de la Iglesia, sino la de la humanidad, y el Imperio romano fue predestinado por Dios para ser su servidor y ministro (Dante es un gibelino, esto es, defiende la causa del Imperio frente al Papado, pero con agudos matices). Así, las prerrogativas del Imperio no se basan en su función ministerial respecto de la potestad espiritual, sino, como él lo expresa, «en la necesidad de la civilización humana», la cual no podrá realizar sus fines sin la paz y el orden que sólo la unidad política puede garantizar. El Estado tiene no sólo un fundamento independiente en el Derecho natural, sino también una misión providencial hacia el género humano, la cual es análoga en el orden natural a la misión de la Iglesia en el orden de la gracia. Llega incluso a pretender para el Estado una gracia peculiar; de ahí que existan para Dante dos pueblos escogidos y dos ciudades santas (espirituales unos, temporales otros). Pero, lejos de ser un simple apologeta del Imperio (como ocurre con Jordano de Osnabrück, ca. 1300 – ca. 1380, autor de De Praerogativa Romani Imperii), con Dante la teoría a favor del Imperio ha cambiado por completo al ser puesta en relación con la doctrina tomista de la ley natural y con la teoría social de Aristóteles, por una parte, y con la nueva conciencia política y la cultura laica de la ciudad-Estado italiana, por la otra.

[En su libro Dante vivo (1933), Giovanni Papini ha abordado un complejo problema teológico de la obra del gran poeta florentino, el de la venganza de Dios contra el hombre en la Persona de su Hijo. Este término de «venganza», en vez del de «castigo», resulta completamente inapropiado, incluso blasfemo, en la concepción de un poeta cristiano, por grande que sea, como era el Dante, y exige una explicación, de igual modo que también la exigiría el término «castigo», porque ¿es concebible que Dios castigue a los hombres por sus pecados, o se vengue de ellos, obligando a su Unigénito a morir en la Cruz?


Escribe Papini:

La misma dulcísima Beatriz, al anunciar la venida del Quinientos Quince [el DXV es el hermano siamés del Veltro = Espíritu Santo, aunque no son lo mismo, pues el DXV es una especie de instrumento del Veltro, una avanzada, un preparador, una criatura humana que debe desbrozar el camino para la llegada del Espíritu Santo, el tercer reino, en consonancia con las profecías de Joaquín de Fiore], solamente afirma «que venganza de Dios no teme ofrecimiento (donativo)» (Purgatorio, XXXIII, 36). Y aludiendo al mismo justiciero y vengador dice al Dante, después del grito de los justos, que asustó al poeta, que si él hubiese entendido las palabras de aquel grito

…ya sabrás algún día la venganza / que ante ti verás antes de morir (Paradiso, XXII).

Pero más grande es nuestro estupor cuando la terrible palabra es usada por el Alighieri para designar la obra de la Redención. Justiniano refiere la historia del Águila, esto es, del Imperio, y, al llegar a Tiberio, dice:

…la viva justicia que me inspira / le concedió por mano de aquel a quien me refiero, / la gloria de dar venganza de su ira (Paradiso, VI).

Y Tito, luego, destruyendo Jerusalén:

… a tomar venganza corre / de la venganza del pecado antiguo (Paradiso, VI).

Y ya había dicho lo mismo en el Purgatorio:

En aquel tiempo, en que el buen Tito, con la ayuda / del supremo rey, vengó las heridas / por donde salió la sangre vendida por Judas (Purgatorio, XXI).

Beatriz se da cuenta del estupor de Dante al oír las palabras de Justiniano y pronuncia 
un largo discurso sobre el misterio de la Redención, insistiendo en las mismas palabras del gran emperador:

Según mi parecer infalible / estás pensando como [cómo] la justa venganza fue justamente castigada (Paradiso, VII).

Y había necesidad de explicaciones.

Las doctrinas teológicas en torno de la Redención eran tres: la Mística, llamada también especulativa o física, debida especialmente a los teólogos orientales, según la cual los hombres han sido redimidos del pecado con el solo hecho de la Encarnación […]; la del rescate del Demonio, que aparece sobre todo en San Agustín, según la cual Satanás, después del pecado de Adán, se había convertido, en cierto modo, en el amo de la humanidad, de manera que fue necesario pagar un alto rescate para liberarla de tal servidumbre, y la sangre de Cristo fue la paga; y, finalmente, la teoría realista, debida principalmente a San Anselmo [en su escrito Cur Deus Homo? (¿Por qué Dios se hizo hombre?, redactado entre 1094-1098)], según la cual Cristo nos ha redimido por substitución, es decir, poniéndose en nuestro lugar y ofreciendo a Dios, con los padecimientos y la muerte, aquella satisfacción que el género humano debía al Creador después del pecado original, pero que nosotros, criaturas culpables, éramos incapaces de ofrecer.

Expone Beatriz esta última teoría siguiendo el célebre diálogo de San Anselmo, Cur Deus homo? […] Pero en San Anselmo, y también en Santo Tomás, se habla siempre de satisfactio y no de venganza. Y el ofrecimiento de la vida de Cristo es un donum del Redentor y no un castigo ofrecido por Dios. El pensamiento del Dante es, poco más o menos, el de San Anselmo y de Santo Tomás; el hombre ha pecado gravemente contra Dios y Dios debe obtener una reparación, pero el hombre no puede darle por sí una satisfacción infinita de una infinita ofensa, y por eso es necesario que Dios mismo intervenga en la Persona de Cristo, hombre y Dios. El martirio de la Cruz es un medio para castigar la naturaleza humana y por él hacerla digna del perdón: es un acto voluntario de amor por parte de Dios—no es ni puede ser una venganza—. En las palabras de Justiniano, en cambio, la teoría de San Anselmo aparece, al menos en la forma, alterada y dislocada. Dios está airado contra el hombre y es una gloria para Tiberio servir de instrumento a la venganza de Dios. Dios está encolerizado y se quiere vengar y se venga contra el hombre permitiendo que los hombres (el vicario de Tiberio, Pilato) maten a su propio Hijo.

Que Tito se vengue justamente de esta venganza destruyendo Jerusalén y dispersando a los hebreos puede parecer más natural—aunque primeramente sea una gloria para Tiberio el haber permitido la venganza, y ahora la venganza de la venganza recaiga sobre los judíos y no sobre el Imperio—, pero que el Padre considere la Crucifixión del propio Hijo unigénito como venganza, como desahogo de su ira contra un Inocente que paga por los hombres culpables, ni el Padre ni los Doctores lo han dicho y es de un atrevimiento tal que únicamente el Alighieri podía permitírselo—ese Alighieri que se inspira más frecuentemente en lo terrible del AT que en la dulzura del Nuevo—. Para la conciencia cristiana, la muerte del Redentor es una oferta espontánea, movida por un infinito y divino amor; Dante la transforma en una venganza del Padre. Incluso si venganza se substituye por castigo y se tiene en cuenta que el poeta ha querido dar más fuerza a la idea usando aquella tremenda palabra, ciertamente demasiado humana, queda, para un lector cristiano, una confusa turbación y la legítima sospecha de que Dante haya expresado con soberbia acentuación de la forma la teoría ortodoxa de la Redención. Y tal deformación, aunque sea involuntaria, hace suponer que el ánimo del Dante se inclinaba demasiado a ver la ira en la justicia y la venganza en toda pena]


En otro lugar de su estudio, cuando Papini analiza la teoría del Estado de Dante, tal como se explicita en De Monarchia, matiza que el Alighieri, a pesar de la profunda admiración que siente por Santo Tomás de Aquino, a quien considera su maestro, se distancia de él en un punto: «para el Aquinate, el bien terrenal del individuo y de la sociedad es un bien secundario con relación al bien eterno […] Dante, en cambio, establece casi una igualdad de valores entre las dos felicidades [la terrenal y la celestial], y, por consiguiente, entre los dos monarcas [el Papa y el Emperador], y para demostrar su tesis recurre a principios averroístas: que la inteligencia humana, por el hecho de que puede conocer todo lo sensible, debe conocerlo todo, lo que, siendo imposible para el individuo, dedúcese que lo conoce la humanidad en su complejo, y existe por lo tanto un fin social independiente del individual. Así la distinción entre verdad religiosa, valedera únicamente en la esfera sobrenatural, y verdad política, válida en la convivencia civil, presenta una cierta analogía con la doctrina averroísta de las dos verdades [la verdad teológica y la verdad filosófica]».


***

*Radicalmente distinta a la posición de Santo Tomás y de Dante es la de Marsilio de Padua (Padua, ca. 1275 – Munich, ca. 1343), cuya teoría del Estado está enteramente dominada por el naturalismo aristotélico, renegando de la concepción medieval de una sociedad cristiana universal. El sacerdocio ya no es para Marsilio el principio de unidad espiritual, ni el alma del organismo social; se ha vuelto uno de entre los varios órganos de la comunidad, la pars sacerdotalis, sometida a la clase gobernante, es decir, a la pars principans, y privada de toda autoridad trascendente. El principio de unidad se halla ahora en la voluntad del legislador humano, el único que tiene poder legal coercitivo. Este legislador humano no es otro que la comunidad misma, la communitas o universitas civium [la comunidad o universidad de los ciudadanos], la cual es la última fuente de la ley [«Según la verdad y el consejo de Aristóteles, hemos de decir que la causa primera, efectiva y propia de la ley es la comunidad de los ciudadanos», Defensor Pacis, I, ca. XII] y es también el poder constituyente detrás del principatus, es decir, del sector gobernante, que es su órgano o instrumento. Este mismo principio vale también para la Iglesia, la cual es una communitas fidelium, pero, puesto que Marsilio supone que su Estado es cristiano, entonces las dos comunidades son una misma cosa y por tal razón no puede haber división en cuanto a la última fuente de autoridad en la Iglesia y el Estado[6].

***

*Las universidades medievales surgen a finales del siglo XII y principios del siglo XIII. Suceden a las escuelas catedralicias. Éstas tienen su origen en el siglo X, sobre todo en Lieja, bajo el obispo Notker (entre 972 y 1008), de la Orden benedictina, y en Reims, bajo Gerberto de Aurillac (el futuro papa Silvestre II), arzobispo de la ciudad durante parte del último decenio del siglo X. Gerberto de Aurillac fue el scholasticus o maestro de la Escuela de Reims entre 970-982. Esta tradición fue continuada por el obispo San Fulberto en Chartres (entre 1007-1028) y por Adalberto o Aldaberón en Laon (obispo entre 977-1030). Después, durante el siglo XI, son importantes las escuelas catedralicias de Tournai, París, Tours, Angers y Le Mans. La última gran escuela catedralicia es la de Chartres, que alcanza su apogeo durante la primera mitad del siglo XII, bajo los hermanos Bernard († ca. 1160) y Thierry de Chartres († ca. 1150), y su discípulo Guillaume de Conches (ca. 1080 – ca. 1150).

Las dos principales universidades medievales son la de París y la de Bolonia: la de Francia fue el gran centro europeo de los estudios teológicos y filosóficos, y la italiana el indiscutible centro de los estudios jurídicos. La Universidad de Bolonia, hacia 1150, está ya casi plenamente constituida. Las escuelas de París, tanto la catedralicia como las monacales, fueron adquiriendo desde principios del siglo XII, gradualmente, su organización corporativa, que culminó con la formación de la gran universitas o corporación de magistri, es decir, docentes con licencia para enseñar bajo el control del canciller. París fue el modelo para la mayoría de las universidades del Norte de Europa. El caso de Bolonia es distinto. Ya en 1158, el prestigio de sus estudios de Derecho Civil era enorme, como se ve por la parte que tomaron los Cuatro Doctores de Bolonia en la Dieta de Roncaglia (junto a Piacenza) de ese año. Entre 1090-1130, con el jurista Irnerio, se hizo famosa Bolonia por los estudios de Derecho Romano. También estaban los canonistas, los más importantes de Europa, que proveyeron de funcionarios a la Curia romana y resultaron decisivos, como aliados del Papado, en la organización de la Iglesia desde 1150. Pero la diferencia básica entre París y Bolonia radica en que mientras la primera fue una institución básicamente clerical, Bolonia fue sobre todo una universidad laica, donde se formaron los funcionarios de las repúblicas italianas. El teólogo e historiador inglés Hastings Rashdall (1858 – 1924), en su famoso estudio Medieval Universities, dice, a propósito de los doctores enviados a Roncaglia, que «en toda la historia de la educación no ha habido maestros que ocuparan tan alta posición en la estimación pública como los doctores de Bolonia».

Además de estas dos grandes universidades, hay que tener en cuenta una tercera tradición, en la que los estudios científicos tienen la primacía. Eso es lo que ocurrió en las escuelas de Salerno, Montpellier, Toledo y la corte de Palermo. Estas escuelas fueron el canal a través del cual la ciencia griega, Aristóteles y la ciencia árabe llegaron a Occidente. En la segunda mitad del siglo XI la escuela de Salerno se convirtió en el lugar de encuentro de las corrientes griega, árabe y judía en el campo de los estudios médicos. En lo que atañe a la importantísima tarea de las traducciones, inicióse también en la segunda mitad del siglo XI en la abadía de Monte Cassino con el monje africano Constantino. Pero el foco principal fue la Escuela de Traductores de Toledo, que tiene su origen durante el arzobispado de Raimundo de Sauvetat (1126-1151), que pertenecía a la Orden cluniacense. Esta Escuela continuó su actividad durante todos los siglos XII y XIII, llegando a traducir al latín todo el corpus aristotelicum en su versión arábiga y realizando versiones de las principales obras de los filósofos y científicos judíos y musulmanes: al-Kindi, al-Farabi, al-Battani, Avicena, Ibn Gabirol y al-Ghazali. El más destacado traductor español quizá sea Domingo Gundisalvo [Dawson lo llama Domingo González] (ca. 1115 – ca. 1190), que fue archidiácono (arcediano) de Cuéllar (en la provincia de Segovia), y que desde 1162 desarrolló su actividad en Toledo. Tradujo más de veinte obras filosóficas del árabe al latín y él mismo intentó conciliar la filosofía de Avicena (a su vez una síntesis de las tradiciones aristotélica y neoplatónica) con la tradición agustiniana del cristianismo latino.

Otro de los más tempranos traductores fue, a principios del siglo XII, un scholar inglés, Adelard de Bath (ca. 1080 – ca. 1152), monje benedictino, filósofo, matemático y naturalista, educado en las escuelas catedralicias del norte de Francia, que viajó por España, el sur de Italia y el Próximo Oriente, y que tradujo las obras de Euclides y la de matemáticos y astrónomos del Asia Central del siglo IX, tales como al-Khwarizmi y Abu Ma’shar de Balkh.





[1] [Nota de E.C.] Este vocablo griego fue usado por los gnósticos del siglo II para designar las edades o ciclos del proceso temporal en que el espíritu universal (divino) se manifiesta en forma humana.
[2] [Nota de E.C.] Sobre las dos ciudades en San Agustín, véase el documentado artículo de Ramiro de Maeztu publicado en el periódico La Prensa de Buenos Aires el 19 de julio de 1931, recogido en su libro Defensa del Espíritu (Madrid, Rialp, 1958, págs. 318-335).
[3] [Nota de E.C.] El concepto de las siete artes liberales proviene de la antigüedad romana tardía, denominación que al principio hacía referencia a las ocupaciones a que puede dedicarse el hombre libre sin rebajarse a la categoría de esclavo o de jornalero. La Edad Media convirtiólas en el conjunto del saber profano: Trivium (Gramática, Retórica y Dialéctica) y Quadrivium (Aritmética, Geometría, Astronomía y Música). Por encima de ellas se situaría la Teología, que acabó siendo, ya en el transcurso del siglo XII, la culminación del saber.
[4] [Nota de E.C.] ousía = sustancia // persona = hipóstasis.
[5] Santo Tomás, en Comentarium in Sententias, I, Dist. III, Quaest. IV, art. 1, dice: ratio nihil est misi natura intellectualis alumbrata [la razón no es otra cosa que la naturaleza intelectual ensombrecida]. Y en I, Dist. XXV, Quaest. I, art. 1, dice: rationale est differentia animalis et Deo non convenit nec Angelis [lo racional es una diferencia que se da en los animales, y no se da en Dios ni en los ángeles].
[6] [Nota de E.C.] Sobre Marsilio de Padua, ver lo que dice Walter Ullmann en su libro Principios de gobierno y política en la Edad Media (1961).
Una observación: al afirmar Marsilio de Padua que la fuente de la ley es la comunidad de los ciudadanos, está ya preanunciando el error de los revolucionarios franceses, quienes se inspiraron en Rousseau y no en Montesquieu. Este error no lo cometieron los Padres Fundadores en la Revolución Americana. Esta es la conocida opinión de Hannah Arendt (en su ensayo Sobre la revolución): «Los Padres Fundadores no cometieron la desastrosa equivocación posterior de los revolucionarios franceses de confundir el origen del poder con la fuente de la ley. Para los Padres Fundadores, el origen del poder brota desde abajo, del “arraigo espontáneo” del pueblo, pero la fuente de la ley tiene su puesto “arriba”, en alguna región más elevada y trascendente».