lunes, 28 de septiembre de 2020

 El secreto histórico de la vida de Jesús



*Albert Schweitzer. El secreto histórico de la vida de Jesús. Buenos Aires, Siglo Veinte, 1967, 198 páginas. Traducción de Julio Jacobson.

Albert Schweitzer (1875-1965), nacido en Alsacia y nacionalizado francés. Era primo hermano de la madre de Jean-Paul Sartre. El título original alemán de este libro es Das Messianitäts - und Leidensgeheimnis. Eine Skizze des Lebens Jesu [J. C. B. Mohr (Paul Siebeck), Tübingen, 1901]. La traducción española está hecha a partir de la traducción francesa de 1961 (Le secret historique de Jésus), cuyo título pretende atraer lectores, en detrimento de una rigurosa traducción del original alemán [aproximadamente sería éste el título: El secreto de la mesianidad y de la Pasión. Un bosquejo de la vida de Jesús]. Este trabajo le valió a su autor el título de Profesor agregado en la Facultad de Teología protestante de la Universidad de Estrasburgo, que comenzó a ejercer en 1902.


Resumen por Enrique Castaños, Doctor en Historia del Arte

 

Capítulo I / Ensayo de solución histórico-moderno

*La hipótesis de una dichosa época galilea [hasta la Misión de los Doce], seguida de un periodo de declinación, es históricamente insostenible.

*La influencia de Pablo no puede haber decidido lo que se dice sobre la Pasión en los primeros Evangelios (los de Marcos y Mateo).

*En la representación de Jesús sobre la Pasión domina la concepción supraética, escatológica del Reino, y no la ética.

*El enunciado de la idea de la Pasión no ha sido hecho bajo forma de una reflexión ética, pues se trata de un secreto incomprensible que los discípulos no necesitaban entender, y que no llegaron a captar, por lo demás.

*La llegada del Reino de Dios con potencia depende del sacrificio de Jesús. Ése es el sentido fundamental del secreto de la Pasión.

 

Capítulo II / La evolución de Jesús

*Extrema dificultad para conciliar el encuentro en Jesús de un orden de ideas ético y escatológico a la vez. Ambos conceptos se contraponen entre sí. Son conceptos opuestos del mundo.

*El pensamiento escatológico debe haber estado desde el principio hasta el final de la predicación de Jesús.

*«El Reino de los cielos está próximo» (Mt 10, 7).

*«La llegada del Hijo del Hombre» significa: el advenimiento del Reino de Dios con toda su potencia.

*La idea de la Pasión es dominada únicamente por la noción escatológica del Reino. En el discurso a los Doce se trata de modo exclusivo de la inminencia escatológica, no ética, del Reino. Se sigue de ello que la actividad de Jesús sólo contaba con la realización escatológica del Reino.

 

Capítulo III / La predicación del Reino de Dios

*Si la espera escatológica del Reino es la idea fundamental de la predicación de Jesús, toda su ética se resume en el arrepentimiento como preparación para esa llegada. Pero el sentido que los sinópticos dan al vocablo griego arrepentimiento no consiste sólo en la reparación de una falta pasada, sino, sobre todo, en una renovación moral en vista de la realización futura de un estado de universal perfección moral.

*Sólo quien haya cumplido la voluntad del Padre celestial entrará en el Reino de los cielos (Mt 7, 21).

*La enseñanza moral de Jesús es la misma desde el inicio hasta el final de su ministerio público.

*La ética moderna es «incondicional» en el sentido de que engendra por sí misma el nuevo estado moral, del cual se presume que se irá desarrollando hasta la perfección final. La ética es aquí un fin en sí misma, en tanto que la perfección moral de la humanidad responde a la perfección del Reino de Dios. Ése es el pensamiento de Kant. Esa autonomía de la ética muestra que la ética cristiana moderna está impregnada de ideas racionalistas helénicas[1].

*La ética de Jesús, en cambio, es «condicional», es decir, se halla indisolublemente ligada a la espera de un estado de perfección superior a la naturaleza. El Reino de Dios es cierta grandeza supramoral. No es posible explicarse cómo concibe [Jesús] la nueva comunidad moral, creada en torno de Él, orgánicamente ligada con el Reino por venir. La visión del círculo que se ensancha poco a poco representa una manera moderna de encarar la historia, totalmente extraña a Jesús. Pero, aunque Él no haya podido anticipar nuestra explicación, el hecho de que esa nueva comunidad [moral] estuviese en relación orgánica con la realización final era tan cierto para Él como para nosotros. Pero, puesto que Él esperaba que esa realización tuviera un carácter supranatural, el lazo escapaba al entendimiento humano: por lo tanto, era un misterio divino del cual sólo hablaba por analogía con los fenómenos de la naturaleza.

 

Capítulo IV / El misterio del Reino de Dios

*Las parábolas de Jesús relativas a los misterios del Reino de Dios (la del sembrador, la de la simiente que crece por sí misma, la del grano de mostaza y la de la levadura), no se hallan destinadas de ninguna manera a ser explicadas y comprendidas.

*El misterio del Reino de Dios lo muestran las palabras de Mt 11, 14: «El que tenga oídos para oír, que oiga».

*Esas parábolas destacan, ante todo, la desproporción de la relación existente entre la renovación moral cumplida y el cumplimiento futuro del Reino de Dios.

*El misterio del Reino de Dios es la síntesis efectuada por un espíritu soberano entre la ética de los antiguos Profetas y la apocalíptica de Daniel. Para los contemporáneos se trataba de esperar el Reino de Dios, imaginándose y representándose las fases sucesivas de la catástrofe, y preparándose para ella. Para Jesús, en cambio, era preciso provocar el acontecimiento esperado, gracias a la renovación moral. La ética escatológica se convierte en la escatología ética.

*El Reino de Dios llega a causa de la renovación moral de los círculos que se agrupan en torno de Jesús.

*En el misterio del Reino de Dios el particularismo se une al universalismo. El Reino es universalista, porque surge del acto cósmico por medio del cual Dios despierta a la gloria a los hombres de todos los tiempos y de todos los pueblos. La llegada del Reino, de todos modos, se funda sobre el particularismo, porque es determinada por la renovación moral de los coterráneos de Jesús: la salvación proviene de Israel.

*«Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios» (Mc 12, 17) es una frase pronunciada con soberana ironía y dirigida a los Fariseos, que comprendían tan poco las señales de los tiempos, que aún concedían importancia a semejante tontería. Son tan necios en las cosas del Reino de Dios como los Saduceos con la pregunta insidiosa de saber a qué esposo pertenecería la mujer casada siete veces cuando llegase la Resurrección. Porque olvidaban una cosa: la potencia de Dios (Mc 12, 24).

*¡La ética de Jesús no es moderna porque la escatología sólo sería su acompañante en el proceso mental, sino precisamente porque depende por completo de esa escatología! Esa escatología, tal como se presenta en el misterio del Reino de Dios, es profundamente moderna, considerando que es dominada por el pensamiento fundamental de que, a continuación de la renovación religiosa y moral a la cual se sujetan los creyentes, aparecerá el Reino de Dios. Cada acto moral y religioso, por consiguiente, obra apresurando la llegada del Reino de Dios.

*El misterio del Reino de Dios contiene el misterio total de la concepción cristiana del mundo.

 

Capítulo V / El misterio del Reino de Dios en la idea de la Pasión

*Las palabras de Jesús establecen una relación causal misteriosa entre la Pasión y la llegada del Reino de Dios, porque la escatología y el pensamiento de la Pasión se presentan siempre juntos, y la expectativa de los acontecimientos por venir se vuelve cada vez más intensa en los discípulos, a causa del anuncio de su sufrimiento. Por lo tanto, el misterio de la idea de la Pasión, reanuda y prolonga el misterio del Reino de Dios.

*La interdependencia de la idea de la Pasión y del misterio del Reino de Dios asegura la continuidad en el mundo del pensamiento de Jesús. Si se sitúa la idea de la Pasión en el vasto contexto del Reino de Dios, la continuidad se restablece naturalmente.

 

Capítulo VI / La dignidad de Jesús en su ministerio público

*El Bautismo señala el comienzo de la conciencia mesiánica de Jesús. La primera vez que Jesús confía en secreto a sus discípulos que es el Mesías, es en Cesarea de Filipo. En público, la primera vez que lo dice, es después de su detención, ante Caifás, el Sumo Sacerdote. La conciencia mesiánica subyace, pues, durante toda la predicación de Jesús.

*Hasta el último momento, Jesús fue para el pueblo de Jerusalén lo que había sido en Galilea: el gran Profeta, pero no el Mesías.

*El problema del mesianismo, en toda su complejidad, puede formularse así: ¿Cómo es posible que, si Jesús se sabía el Mesías desde un comienzo, no hiciese valer su mesianismo hasta el último momento en su predicación pública del Reino de Dios? ¿Cómo fue posible que a la larga el pueblo ignorase que esas palabras eran dictadas por su conciencia mesiánica? ¡Jesús era un Mesías que no quería serlo durante su ministerio público, que no necesitaba serlo y no debía serlo, a fin de poder cumplir su misión! La historia plantea el problema de esa manera.

*Si el Reino era futuro, también lo era el Mesías.

*El pueblo opinaba que Jesús era Elías, esto es, el Precursor.

*Dos matizaciones: a) en época de Jesús el objeto de la espera no era el Mesías, sino el Precursor anunciado por los Profetas, especialmente Joel y Malaquías; b) nadie sospechó, ni remotamente, que Juan el Bautista fuese el Precursor. Era considerado sólo un profeta.

*Nadie podía reconocer a Elías en la persona del Bautista, porque su actividad y su predicación del Reino no se acompañaba de señales y no concordaban con las profecías tradicionales (las de Joel y Malaquías) concernientes a la llegada del Precursor. Sólo un hombre era la excepción y le reconocía esa dignidad: ¡Jesús! A ello alude misteriosamente en presencia del pueblo (Mt 11, 14). Pero el pueblo continuó considerando al Bautista como un profeta.

*¿Cuándo llegó Jesús a la convicción de que Juan el Bautista era Elías (el Precursor)? En virtud de una deducción necesaria que fluyó de su propia mesianidad. Si Él era el Mesías, el otro debía ser Elías. Nadie podía suponer que el Bautista fuese Elías, a menos de deducir esa certeza del hecho de la mesianidad de Jesús. Nadie había comprendido todo el alcance de las conclusiones misteriosas del elogio de Jesús al Bautista. Sólo para Jesús era Juan el Elías prometido.

*El Bautista histórico dice: «Yo no soy el Precursor, porque éste es incomparablemente más grande y potente que yo». Es muy probable, aunque no puede demostrarse históricamente, que el Bautista considerase a Jesús como el Precursor.

*La ovación que recibe Jesús durante su entrada en Jerusalén, no se dirigía al Mesías, sino al Precursor. La versión más fiable de lo que allí se aclamó es la del Evangelio de Marcos.

*También se detiene Schweitzer en comentar el episodio de la curación del ciego de Jericó (Mc 10, 46-52). En un primer momento, el ciego, hijo de Timeo, pide ayuda al Hijo de David. Pero cuando, después de decirle los discípulos que Jesús lo llama, se acerca corriendo ante Él, y le pregunta que qué quiere (pues no puede saber que es ciego, según Schweitzer), el ciego responde: «Rabí, que vea». Para el ciego, pues, Jesús era el Rabí (Rabbuní = Maestro) de Nazaret, no el Mesías.

*Conclusión: Hasta la confesión, en presencia del Sanedrín, después de su detención, Jesús pasaba por ser el Precursor, igual que en Galilea.

 

Capítulo VII / Después del envío de los Doce. Problemas literarios e históricos

*En este capítulo comienza haciendo Schweitzer una interpretación histórica de las actividades de Jesús y sus discípulos por la zona del lago de Tiberíades, después del regreso de los Doce, una vez acabada la misión que les había encomendado Jesús de expulsar los demonios, enviándolos de dos en dos. La interpretación afecta a los capítulos VI, VII y VIII del Evangelio de Marcos.

Resumamos primero la secuencia de los sucesos de esos capítulos, tal como los narra Marcos, secuencia que Schweitzer no comparte.

→ Jesús y sus discípulos, estando junto al lago, se suben a una barca para retirarse a un lugar solitario. Pero la multitud los seguía y se les adelantó. Al desembarcar (Mc no precisa exactamente el lugar, aunque casi con seguridad se trata de la orilla occidental), acontece la comida, «a una hora muy avanzada», junto a cinco mil personas, lo que se conoce como la primera multiplicación de los panes. Terminada la comida, obligó Jesús a los discípulos a subirse en la barca y dirigirse a Bethsaida, mientras Él se retiraba a orar. Estando los Doce en medio del lago, en medio de unas aguas embravecidas, ven a Jesús en la orilla. Ante la fatiga de los discípulos, dirigióse hacia ellos caminando por las aguas, por lo que lo toman por un fantasma. Una vez Jesús en la barca, regresan todos a tierra, en Genesaret (luego los discípulos no han podido concluir su viaje a Bethsaida). Aquí, en la zona de Genesaret, localidad situada en la orilla NO del lago, tiene lugar una discusión de Jesús con los Fariseos. De Genesaret parten Jesús y sus discípulos al N, a la región de Tiro, entran en una casa para pasar inadvertidos, pero no lo consiguen. Una mujer cananea, «sirofenicia de nacimiento», esto es, pagana, se aproxima a Jesús, con el propósito de que cure a una hija pequeña suya que está poseída. Las palabras de la mujer hacen que Jesús le diga que vuelva a su casa, que su hija está curada. «Se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al Mar de Galilea, atravesando la Decápolis» (se supone que han regresado a la orilla izquierda del lago). Curación de un tartamudo sordo. Estando en esta zona (Mc sigue sin precisar el lugar exacto), acontece la segunda multiplicación de los panes, sumando ahora la multitud cuatro mil personas. Concluida la comida, subióse Jesús a la barca con sus discípulos y se fue a Dalmanuta (lugar impreciso e incierto situado casi con toda seguridad en la orilla W del lago, junto a Magdala, aunque la arqueología no ha podido confirmarlo). Por lo tanto, Jesús continúa en la orilla occidental del Mar de Galilea. En esta comarca o ciudad se produce otra discusión con los Fariseos. Dejando a éstos, se embarca de nuevo y se dirige a la orilla opuesta. Jesús y sus discípulos llegan a Bethsaida (del relato se deduce que han atravesado el lago desde Dalmanuta hasta Bethsaida, ciudad al NE del Mar de Galilea). En Bethsaida cura Jesús a un ciego. A continuación, desde Bethsaida, parten Jesús y los discípulos otra vez al N, a la ciudad de Cesarea de Filipo. En esta localidad los revela por vez primera que Él es el Mesías, pero les ordena que lo mantengan en secreto. De Cesarea de Filipo vuelven a la región del Mar de Galilea, esta vez a la ciudad costera de Cafarnaúm, al NO del lago.

 

Esta es la secuencia, muy resumida, que hace Marcos de la estancia de Jesús en la zona del Mar de Galilea, dejando muy claro que ha habido dos comidas, dos multiplicaciones de los panes y dos viajes al N, uno a Tiro y otro a Cesarea de Filipo. En cada uno de estos viajes el regreso es siempre a la zona del lago de Tiberíades.

Albert Schweitzer no ve una secuencia histórica lógica y ordenada en la narración de Marcos. Su tesis principal es que sólo ha habido una única comida con la multitud, y, por tanto, una sola multiplicación de los panes, así como sólo ha habido un viaje al Norte. Concluye así: «El desarrollo histórico de los acontecimientos es el siguiente: travesía de la orilla occidental, comida, continuación del viaje hacia el nordeste, “Jesús camina sobre las aguas” y conversación en la barca, llegada a Bethsaida, regreso a Genesaret, discusión con los Fariseos y partida hacia el norte con los discípulos». Nosotros no podemos estar de acuerdo con la interpretación del gran estudioso alsaciano, puesto que no vemos contradicción alguna en la narración de Marcos. El teólogo alemán concede mayor verosimilitud histórica al segundo relato, es decir al que comienza en Marcos una vez han regresado de su viaje a Tiro y vuelven al Mar de Galilea. Pareciera como si Schweitzer, en el primer relato, no aceptara que Jesús y los discípulos, después de haber caminado Él sobre las aguas, no llegaran a Bethsaida, que es hacia donde Jesús les había dicho claramente que se dirigieran. Pero Marcos narra muy nítidamente que, después de orar, Jesús, en la orilla, viendo que estaban asustados en medio del lago, camina hacia ellos por las aguas, no culminándose el proyectado viaje a Bethsaida, puesto que regresan en la barca a tierra, a Genesaret. Además, ¿por qué no admite Schweitzer esos dos viajes al Norte? Si vemos un mapa, la distancia entre Tiro y Cesarea de Filipo no es pequeña. Extraña aún más la interpretación que hace Schweitzer, si recordamos que considera a Marcos como el evangelista más fiable en lo que atañe a la reconstrucción del Jesús histórico.

*Sí concordamos, en cambio, con la interpretación simbólica que hace Schweitzer de la comida y de la multiplicación de los panes, aunque, como acabamos de decir, discrepemos de que sólo admita una comida y una multiplicación de los panes, pues Marcos menciona dos con toda claridad. Esa comida es una comida solemne, una comida de culto, no una comida para saciar el hambre. Cuando Jesús trocea el pan y lo distribuye a la multitud congregada en torno de Él, está actuando como en la Última Cena. Como no se trata de una comida ordinaria, por eso alcanza el pan disponible a todos los presentes. Sólo Jesús conocía el significado de esa comida, que ninguno de los presentes supo entender, como deja claro la conversación de Jesús con sus discípulos en la barca, posteriormente, en el lago de Tiberíades. La diferencia principal con la Última Cena estriba en que aquí, poco antes de ser detenido, Jesús alude, delante de sus discípulos, al sentido de la celebración, al mismo tiempo que expresa la idea de la Pasión. [No está de más recordar en este lugar que las interpretaciones dadas durante la segunda mitad del siglo XX a la multiplicación de los panes, difieren en muchos casos de la de Schweitzer; sin ir más lejos, un destacado exponente de la denominada Teología de la liberación, el brasileño Leonardo Boff (nacido en 1938), piensa que el sentido del milagro es que Jesús ordena repartir fraternalmente, compartir, la comida disponible entre todos los presentes].

*Albert Schweitzer deduce del Evangelio de Marcos, capítulos VIII y IX, que Jesús permanece con sus discípulos una semana en Bethsaida. Asimismo, amparándose en que Marcos (lo mismo que Mateo y Lucas) no menciona el nombre del monte al que Jesús se retira a orar acompañado de Pedro, Santiago y Juan, interpreta que ese monte está al N del lago de Tiberíades, muy cerca de Bethsaida, y que, por lo tanto, la llamada Transfiguración tiene lugar durante esa semana de estancia en Bethsaida. Es cierto que, desde el llamado «Evangelio de los Hebreos», el Monte Tabor (de 562 metros de altura y a unos diez km al SE de Nazareth, así como a unos 20 km al SO del Mar de Galilea) se considera como el lugar donde ocurrió la Transfiguración. El llamado «Evangelio de los Hebreos» fue un evangelio judeocristiano sincrético que ha sobrevivido sólo a través de ciertas breves citas en los escritos de algunos Padres de la Iglesia (como San Ireneo de Lyon, Clemente de Alejandría, Orígenes, Eusebio de Cesarea, San Jerónimo y otros), que conservan fragmentos del texto original. El Evangelio de los Hebreos forma parte del corpus de los Evangelios apócrifos (es el primero que aparece en la edición castellana de la BAC, reproduciendo todos los fragmentos dispersos conocidos, así como precedido de un documentado estudio crítico de Aurelio de Santos Otero).

 

 

 

Capítulo VIII / El secreto de la mesianidad

*Para Schweitzer, la escena de la Transfiguración sólo cobra sentido si se sitúa antes de la revelación de Jesús de su mesianidad a los discípulos en Cesarea de Filipo. La Transfiguración, pues, no es más que la revelación del secreto de la mesianidad a sus tres íntimos discípulos, Pedro, Santiago y Juan. Entre la escena del Bautismo y la de la Transfiguración existe una estrecha vinculación. En ambos casos nos encontramos ante un estado durante el cual se revela la personalidad de Jesús. La Transfiguración sólo puede explicarse en función de la poderosa emoción escatológica.

*Albert Schweitzer insiste una y otra vez en el carácter futuro, esto es, escatológico, de la mesianidad de Jesús. El advenimiento del Reino y el Mesías se hallan indisolublemente unidos el uno al otro. Como el Reino no había llegado aún, en vida de Jesús, tampoco había llegado el Mesías. La confidencia de Jesús durante la Transfiguración y en Cesarea de Filipo se refiere al momento en que acaecerá el advenimiento del Reino. Cuando llegue esa hora Él aparecerá como Mesías, y su mesianidad será revelada en la gloria. Ése era el secreto que sólo conocían los Doce. La concepción moderna no puede explicarse qué era la mesianidad de Jesús tal como la comprendieron sus discípulos. Para ellos era como si en Jesús existiesen dos personalidades: la de Jesús propiamente dicho y la personalidad del Hijo del Hombre. Cada una de estas dos personalidades se desdobla mentalmente en los discípulos, concibiéndose en dos planos totalmente distintos, uno en la era premesiánica, esto es, en el tiempo que vivieron con Jesús, y otro, posterior, en la era mesiánica. A los Doce les era común una doble conciencia, mientras que nosotros partimos de la base de la unidad de conciencia. Para ellos, su Señor y Maestro era aquel que sería revelado como Mesías en el eón mesiánico, esto es, cuando el advenimiento del Reino.

*Jesús se designaba a sí mismo no con la expresión «Hijo de David», sino como «Hijo del Hombre». Este nombre le parecía particularmente apropiado para expresar la conciencia que tenía de su mesianidad. Esta designación es de carácter futuro y se refiere al instante en que aparecerá el Mesías, para el Juicio, en las nubes del cielo. Ahora bien, Él y el Hijo del Hombre son, para sus discípulos y el pueblo, dos personalidades distintas. Una es una figura terrestre, y la otra una manifestación supraterrena; una pertenece a la época actual, y la otra a la era mesiánica. Para quien no conozca su secreto, Jesús y el Hijo del Hombre son dos personas diferentes. La revelación en Cesarea de Filipo consiste en que Jesús revela a sus discípulos la naturaleza del lazo personal que lo une al Hijo del Hombre que vendrá. «Hijo del Hombre», pues, es la expresión adecuada a su mesianidad mientras, bajo los rasgos de Jesús de Nazareth, hable en este eón de su dignidad futura.

Para Schweitzer, todos los pasajes en los cuales Él se nombra, antes de Cesarea de Filipo (para los tres confidentes antes de la Transfiguración), «Hijo del Hombre», no son históricos. Para esa época sólo son históricos aquellos pasajes en los que habla del Hijo del Hombre como de una manifestación futura que no le es idéntica. Son históricos todos los pasajes en los que el carácter escatológico que reviste ese término en el Libro de Daniel es efectivo (Libro de Daniel, VII, 13-14: «Y he aquí que en las nubes del cielo venía como un Hijo de hombre»); son inauténticos todos aquellos donde no es ése el caso, es decir, en los que con tal expresión se esté autodesignando.

*El cristianismo primitivo consideraba a Jesús, a medida que retrocedía en el tiempo el instante esperado de su llegada, como el Mesías sentado a la diestra de Dios.

*Cuando Jesús hablaba de su resurrección, los discípulos pensaban en la gran resurrección mesiánica, en la cual resucitaría como Mesías.

La espera del Reino y la creencia en la próxima resurrección de los muertos se hallan estrechamente ligadas. Quienquiera esperaba la llegada del Reino creía también en la próxima resurrección de los muertos.

La desvalorización de la forma de existencia terrestre llega hasta el mismo sacrificio de la vida terrestre[2], para estar seguro de tener la vida en el eón futuro. Por eso, cuando habla de la cruz de sufrimiento que habrán de soportan quienes le sigan, dice: «Quien quiera salvar su vida, la perderá».

La resurrección de los muertos es el fundamento de la dualidad de conciencia que tenían los discípulos y a la que Schweitzer se ha referido antes.

*El Jesús histórico no reivindicaba la mesianidad, sino a partir del instante mismo de la Resurrección.

*El cristianismo primitivo presupone que la conciencia mesiánica de Jesús se hallaba orientada hacia el porvenir cuando hablaba de ella con sus discípulos, y aun en sus respuestas a Caifás. Porque también los discursos de Pedro, en los Hechos de los Apóstoles, anuncian la revelación de su mesianidad a partir de su resurrección. Este testimonio del cristianismo primitivo es decisivo, pues sin él nos estaría vedado para siempre el conocimiento de la personalidad histórica de Jesús. Porque después de su muerte surgen todas las hipótesis tendentes a abolir la conciencia del carácter futuro de su mesianidad. Su resurrección como Mesías coincidía con el comienzo de la era mesiánica por la resurrección de los muertos: ésa era para sus discípulos la perspectiva antes de su muerte. Después de ésta, su resurrección como Mesías se convirtió en un hecho en sí. ¡Jesús era el Mesías antes de la era mesiánica! Ésa era la desviación, de grandes consecuencias, de la perspectiva. En eso consistía lo trágico, pero también la grandeza de la aparición del cristianismo como tal.

*Para Pablo, la mesianidad de Jesucristo es probada por su resurrección de entre los muertos. Sobre este pensamiento reposan toda la teología y la ética paulinas. Se esfumaba la conciencia de que, en la revelación de Jesús, su mesianidad y la llegada futura del Reino representaban dos acontecimientos coincidentes. Se comenzó a considerar la historia evangélica partiendo del punto de vista de que Jesús había sido el Mesías. Pablo escribió el nombre que se dio a esa nueva concepción histórica: Jesucristo. La dignidad del Resucitado (el Cristo = el Ungido, el Mesías) y su personalidad histórica (Jesús) se hallan ligadas en una sola y misma noción. El Evangelio de Juan presenta la historia de Jesús como si Él se hubiese manifestado en el mundo bajo los rasgos del Mesías.

*La verdadera traición de Judas consistió en revelarle al Sanedrín el secreto que Jesús compartía con los Doce desde Cesarea de Filipo, a saber, que Él era el Mesías. Por eso Caifás le pregunta: «¿Eres tú el Mesías?» La respuesta de Jesús fue el motivo determinante de la acusación. Jesús fue condenado como Mesías, aunque nunca se manifestó como tal.

 

Capítulo IX / El secreto de la idea de la Pasión

*La referencia a la Pasión forma parte, por su naturaleza, de la predicación escatológica.

*Después de su muerte Jesús se convierte en el Mesías por la resurrección, y entonces sucederá el advenimiento glorioso del Reino.

*El discurso fundamental que precede al envío en misión de los Doce, es que después del Juicio vendrá el Reino.

*La idea de la Pasión forma parte de la predicación de Jesús desde el comienzo. La idea de la Pasión jamás estuvo ausente de su conciencia mesiánica. ¡El sufrimiento es el camino de la revelación de la mesianidad!

*En la idea de la Pasión se advierte una extraña vacilación, pero, sin embargo, la idea de la Pasión no se puede relacionar con esa vacilación. Ésta última debe hallarse fundada en la misma voluntad divina. [El Padre es una Persona, por lo que dispone de entera libertad; el Hijo es otra Persona, luego también posee total libertad. Observamos en la idea de la Pasión una ausencia de predeterminación, de predestinación]. Lo específico de la concepción de Jesús es que la voluntad divina que determina por anticipado, de acuerdo con un plan y en la forma conocida los acontecimientos del drama mesiánico, conserva por otra parte toda su libertad respecto de éste [drama mesiánico]. La omnipotencia divina, que está detrás del esquematismo mesiánico predeterminado no es de ningún modo orientada por éste. ¡Por lo demás, no está determinada por nada!

*En virtud del secreto que Él comunica a los discípulos [en Cesarea de Filipo], Él es el único que sufre. Él sufre por ellos porque da su vida en rescate por muchos.

*La forma del misterio de la Pasión muestra que ha sido influido por dos acontecimientos. En primer lugar, la muerte de Juan el Bautista. En segundo lugar, la postergación del acontecimiento escatológico del Reino, que obligaba a Jesús a buscar incesantemente la soledad para tratar de verlo con claridad.

Antes de que el Reino pudiese venir era preciso que la tribulación se manifestase. Pero nada la anunciaba. Había que provocarla, para forzar el advenimiento del Reino. Era necesario que entrase en escena el Mesías futuro, inaugurando, en su persona, la tribulación final, tal como ya se había cumplido en Elías [= Juan el Bautista]. De ese modo, el misterio del Reino de Dios se une al secreto de la idea de la Pasión.

A Jesús le correspondía asumir la expiación en su persona. Éste es el secreto de la idea de la Pasión. Jesús fue muerto verdaderamente por los pecados de los hombres.

*La forma nueva que toma la idea de la Pasión [desde la revelación secreta acontecida en Cesarea de Filipo] se desprende de las Escrituras, de la profecía bíblica de Isaías, XL-LXVI.

Lo que sufre Jesús es una expiación por los pecados de los otros. Es un secreto entre Dios y Él. Los otros no necesitan comprenderlo, y no podrían, por lo demás, porque cuando llegue la gloria reconocerán que ha sufrido por ellos. Por esa razón Jesús no podía ni debía explicar su Pasión al pueblo y aun a sus discípulos. Eso debía quedar en el misterio: así lo exigían las Escrituras.

*Bajo la influencia del Deutero-Isaías [o «Segundo Isaías», segunda colección de oráculos de los tres que la Biblia agrupa bajo el nombre del profeta Isaías; el Deutero-Isaías fue escrito por un autor (o autores) desconocido que probablemente vivió con los desterrados en Babilonia entre los años 550-538 a. C.], la idea de la tribulación general del fin de los tiempos se ha transformado en el secreto personal de la Pasión de Jesús.

*Después de la muerte de Jesús todo el drama mesiánico del final se resuelve en historia humana.

*La profunda humanidad de Jesús es particularmente visible en la escena de Getsemaní; en realidad, Getsemaní señala precisamente la hora en que su grandeza sobrehumana se revela en su compasión profundamente humana.

*La ruptura del lazo causal entre la muerte de Jesús y la realización del Reino fue fatal para la escatología cristiana primitiva. Al mismo tiempo que se desvanecía el secreto de la Pasión, desaparecía también el misterio del Reino de Dios. Esto significa, nada menos, que la escatología pierde precisamente el carácter específico «cristiano» que Jesús le había dado. A causa de ese hecho la escatología de la Iglesia primitiva es «descristianizada» por la muerte de Jesús. Cae así al nivel de la escatología judía contemporánea. ¡El Reino vuelve a ser objeto de pura espera!

*Con la muerte de Jesús, y precisamente a causa de ella, se hundió la escatología en la cual vivía aún por completo la Iglesia primitiva.

*La muerte de Jesús ― ¡el fin de la escatología! El Mesías, que no lo era en este mundo― ¡el fin de la espera mesiánica! ¡La concepción del mundo en el cual Él vivía y predicaba era escatológica; la «concepción cristiana del mundo» inaugurada con su muerte arrastra al mundo para siempre más allá de la escatología! Ése es el gran misterio de la economía cristiana de la salvación.

*Jesucristo apareció ante la Iglesia primitiva en su espera escatológica del mismo modo que el sol cuando se levanta encima del horizonte. Como el sol en pleno mediodía, así se nos aparece a nosotros.

*La dogmática  no debe girar en torno de sí misma. Ella es libre, pues tiene la misión de fundar nuestra concepción cristiana del mundo sobre la sola personalidad de Jesucristo, sin considerar la forma bajo la cual se manifestó en su época. Él mismo destruyó esa forma con su muerte. ¡La historia invita a la dogmática a ostentar esa no-historicidad!

Cuando Jesús hubo expirado, el centurión romano dijo: «Verdaderamente ese hombre era el Hijo de Dios» (Mc, 15, 39). Así, desde el instante de su muerte, su alta dignidad se liberó de todo marco para poder expresarse en todas las lenguas, en el seno de todas las naciones y de todas las filosofías.

 

 

Capítulo X / Resumen de la Vida de Jesús

*La «Vida de Jesús» se limita a los últimos meses de su existencia terrenal. Apareció en la época de la siembra de verano y murió, crucificado, en la Pascua del año siguiente.

La duración de su actividad pública puede evaluarse en semanas. El primer periodo va desde la siembra hasta el tiempo de la cosecha; el segundo abarca los días de su ministerio en Jerusalén, que se inicia con la llegada al territorio de Judea desde Galilea. Pasó el otoño y el invierno en tierra pagana, en el Norte, solo con sus discípulos.

*La llave de la explicación histórica de la Vida de Jesús se halla en la comprensión de los dos momentos culminantes y concordantes de la espera escatológica. Mientras Jesús se encuentra en Jerusalén se reproduce lo que ya había pasado en Bethsaida [la Santa Cena reproduce, en esta ocasión sólo ante sus discípulos, la comida de culto junto a Bethsaida, conocida como la de la multiplicación de los panes]. Sin esa hipótesis, en la tradición evangélica hay un vacío entre el envío de los Doce y la ascensión hacia Jerusalén. La historiografía se ve obligada a inventar un periodo galileo de declinación para poder unir los hechos que se cuentan, como si faltase un trozo en nuestros Evangelios. Ése es el punto débil de todas las «Vidas de Jesús».

La tarde del 24 del mes de Nisán ―en la noche de ese día debían comer el cordero de Pascua― lanza un gran grito y expira.

[Ana Catalina Emmerich, en La amarga Pasión de Cristo, comienza su primera meditación con los preparativos para la Pascua, indicando: Jueves Santo, el 13 Nisán (29 de marzo). Según las observaciones de Santiago Montiel Flores, ese día 13 del mes de Nisán, es decir, el día en que se celebró la Última Cena en el Cenáculo, era martes, pero entendido como día normal de la semana, anterior al miércoles (14 del mes de Nisán) en que murió Jesús].

 

*Albert Schweitzer concluye su estudio criticando severamente las aproximaciones modernas a la «Vida de Jesús». Ernest Renan lo profanó, al reducirlo a una figura sentimental; espíritus cobardes, como el de Arthur Schopenhauer, se atrevieron a referirse a Él cuando elaboraban sus filosofías debilitantes; nuestra época, en fin, lo modernizó, pensando penetrar su evolución por medio de la psicología.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



[1] Este párrafo debe ser matizado. Anteriormente, en su Tesis Doctoral en Filosofía, que se tituló La filosofía de la religión de Kant (Die Religionsphilosophie Kants, Tubinga, 1899), Schweitzer había planteado el problema moral en Kant, según lo ha resumido el teólogo Antonio Bentué en un artículo de 1975, del siguiente modo: «No hay duda de que el pensamiento de Schweitzer está marcado por la crítica kantiana del conocimiento. Basta recordar el tema de su doctorado en filosofía, que versó precisamente sobre la filosofía de la religión en Kant. Ahí Schweitzer es consciente de la aporía gnoseológica del idealismo crítico kantiano. Y lo destaca. Sin embargo, muestra cómo en el mismo Kant no puede hablarse propiamente de agnosticismo. La Crítica de la razón pura puede dejar esa impresión. Pero ella es corregida de hecho por la Crítica de la razón práctica, donde Kant funda la religión y la moral. El fundamento profundo de la religión y de la moral escapa, en Kant, a la aporía de la crítica del conocimiento […] Para Schweitzer, el imperativo categórico, en el cual Kant funda la moral y la religión, tiene cierta equivalencia con el fundamento de la ética cristiana; a saber, la voluntad de Dios. Lo que el imperativo categórico exige del hombre es que cumpla el deber, más allá de toda consideración pragmática. Asimismo, lo que la ética cristiana exige al creyente es que haga la voluntad del Padre; es decir, que ame, más allá de toda consideración finalista o de eficacia controlable. El amor, como exigencia de la voluntad de Dios, es en sí mismo un valor absoluto, y, por lo tanto, eficaz con la eficacia propia de la verdad y del bien absolutos. En cambio, la ética finalista, que busca resultados pragmáticos, es siempre relativa e intranscendente. Las cosas hay que juzgarlas, señala Schweitzer, “según la superior voluntad de Dios que alienta en nosotros, para que no pensemos ya en términos de finalidad humana, sino únicamente en función de la voluntad divina ... Y así los transformemos en fuerzas de la personalidad ética de Dios”».

[2] Esta desvalorización de la forma de existencia terrestre, era lo que odiaba y despreciaba particularmente Nietzsche en Jesús y en el cristianismo. Le resultaba insoportable la existencia del Crucificado.


jueves, 20 de junio de 2019



Catalina de Siena. Vida y pasiones.



André Vauchez. Catalina de Siena. Vida y pasiones. Barcelona, Herder, 2017. Traducción de Antonio Martínez-Riu. Edición original francesa en 2015.

Resumen de Enrique Castaños, Doctor en Historia del Arte.


*La primera biografía moderna de la santa es la del escritor católico danés Johannes Joergensen, de 1919 (publicada en francés en París). A partir de 1970-1980 se han interesado por ella historiadores como la francesa Odile Redon (1936 – 2007), la italiana Sofía Boesch Gajano (nacida en 1934), la medievalista estadounidense Caroline Bynum (nacida en 1941), el estadounidense Rudolph Bell (nacido en 1942), el italiano Antonio Volpato (Profesor de la Universidad de Roma) y la italiana Gabriella Zarri (nacida en 1942); pensadoras como Dominique de Courcelles (nacida en 1953); teólogas como Giuliana Cavallini (1908 – 2004) y psicoanalistas como las francesas Ginette Raimbault (1924 – 2014) y Caroline Eliacheff (nacida en 1947).

*En tiempos de Catalina de Siena (1347 – 25 abril 1380), la ciudad estuvo sumida en turbulentas luchas sociales y políticas. De tradición gibelina, los güelfos dominaron la ciudad entre 1287 – 1355. Durante ese periodo el gobierno era ejercido de forma colegiada por Nueve priores procedentes del patriciado urbano (alta burguesía o Popolo grasso), ayudados por el Consejo General de la Comuna. En 1355 este régimen es reemplazado por el de los Doce, que incorporaba ampliamente a la burguesía artesanal de las corporaciones. El otro grupo decisivo era la aristocracia, que no participaba directamente en el gobierno, pero ejercía un papel determinante en los asuntos públicos. A partir del siglo XIII, hubo en Siena una importante corriente religiosa laica, con figuras como Andrea Gallerani († 1250) y Pietro Pettinaio († 1289). En vida de Catalina residía en un bosque algo alejado un eremita de origen inglés, William Flete, que influyó mucho en ella. Pero, desde 1350, se asiste a un pronunciado declive del anacoretismo urbano, por hostilidad de la Iglesia hacia los penitentes incontrolados. Sí fueron muy importantes las penitentes laicas vinculadas a la Orden de Predicadores, llamadas Mantellate, grupo al que perteneció nuestra Catalina Benincasa desde que cumplió los dieciséis años hasta su muerte (hay quien estima la fecha en 1364 o 1365). Llevaban una veste blanca, cubierta con un manto negro y la cabeza cubierta con un velo blanco. Otra destacada hermandad penitencial y caritativa fue la de los Disciplinati di Santa Maria della Scala, de la que Catalina fue miembro. A partir de 1360 destacó el movimiento de los Pobres de Cristo (Poveri di Cristo, informalmente conocido por Brigata), fundado por dos laicos sieneses, Giovanni Colombini († 1367) y Francesco di Mino Vincenti. Su réplica femenina fue el grupo de las Povere Donne Ingesuate (Jesuatas), fundado por Catalina Colombini. Después de la muerte de Giovanni Colombini, miembros de la Brigata se fusionaron con los discípulos de Santa Catalina, los Caterinati. También estaban en Siena las benedictinas del monasterio de Santa Bonda y las Donne Agostiniane di Santa Marta, monasterio fundado en 1328.

*Sus padres, Jacopo y Lapa, pertenecientes a un medio artesano, se oponen a que no quiera casarse, decisión que toma Catalina con quince años, en agosto de 1362, después de morir de parto su hermana mayor, Bonaventura. Durante tres años la encerraron en un cuchitril, debajo de la escalera, a base de pan y agua. Replegóse en sí misma, en lo que llamó su «celda interior», un lugar de encuentro entre su conciencia y la presencia de Dios. Pasados esos tres años ablandóse su padre, por lo que se le entregó una habitación de la casa para ella sola, pudiendo así entregarse a la meditación y la plegaria. La relación con su madre permaneció tensa, a pesar de que ambas vivieron siempre juntas hasta la muerte de Catalina. Monna Lapa la sobrevivió muchos años. Cada vez deseaba más replegarse a su «celda del conocimiento de sí misma». Quien primero la comprendió fue el dominico Tommaso della Fonte, del convento vecino de San Domenico, que la inició en los rudimentos de la Teología. Leyó la Biblia y obras como las Vidas de los Santos Padres. Su estatus social lo encontró adhiriéndose entre 1364-1365 a las Mantellate que gravitaban en torno a los dominicos. Las penitentes laicas de las Mantellate no profesaban votos religiosos propiamente dichos. Sus miembros femeninos solían vivir en sus casas, reuniéndose una o dos veces al mes en San Domenico para orar y escuchar la predicación. Dedicaban su tiempo a hacer obras de caridad, visitando enfermos y encarcelados. Toda su vida, pues, hasta su muerte, fue Catalina una laica consagrada. A la muerte de su padre, en 1368, renunció a cualquier herencia familiar. Su cuñada Lisa, que se quedó viuda cuando murió Bartolo, un hermano de Catalina, también se hizo Mantellata. El que los dominicos de Siena no le aconsejasen entrar en el convento de monjas dominicas de la ciudad, debióse quizás a una estrategia: impulsar la reforma de esos conventos femeninos, cosa que podía hacerse más eficazmente a partir de mujeres laicas que actuasen desde fuera y con mayor independencia. Su flexible estatuto permitió a Catalina intervenir desde poco después de los veinte años en la vida pública de la ciudad, algo insólito en su época.

*Desde su infancia tuvo visiones de Cristo. Ya adolescente rechaza el mundo tal como es, lanzándose hacia su interioridad («celda interior»). Empezó a ser consciente de su propia nada. Sólo Dios podía llenar su vida y curarle el mal que ella discernía en el fondo de sí misma (lo que llamaba «amor propio»). Desde su adolescencia desapareció su gusto por el alimento, perdiendo la capacidad de comer, a excepción de unas pocas legumbres crudas y agua. Estos excesos, que ya no la abandonarían, parecían inverosímiles; su única explicación era que Dios penetraba hasta lo más íntimo de ella. Sus penitencias no albergaban ninguna tendencia autodestructiva, sino que con ellas pretendía llegar a una mayor intimidad con Dios. El pecado era para ella una falta de amor, una nada, mientras que Dios constituía la plenitud del ser.

*El Martes de Carnaval de 1367 o 1368, según su primer biógrafo, el dominico Raimundo de Capua (Raimondo da Capua), que fue su director espiritual durante tres años, Catalina, sola en su habitación, experimentó un acontecimiento decisivo y determinante en su vida, un «matrimonio místico con Cristo» (Desposorios místicos). Además de Cristo, vio entonces también a la Virgen María, San Pablo, Santo Domingo de Guzmán y al rey David. A partir de esa experiencia sintióse autorizada a salir al mundo y mezclarse con los hombres para salvarlos, siguiendo el ejemplo que la tradición adjudica a María Magdalena en la Provenza. Un día de 1370, Catalina sintió que Jesús había extraído su corazón de su pecho para poner en él el suyo, tras lo cual estuvo como muerta varias horas, quedando marcada con una cicatriz. Colaboró con el ermitaño William Flete en una labor de apostolado en Siena, así como en apaciguar a familias aristocráticas enfrentadas. En una visión por aquel tiempo, Cristo mismo le dijo, en un diálogo que mantuvo con ella: «Para mí no hay hombre o mujer sabio o ignorante…».

*Entre sus seguidores y discípulos estuvieron hombres como Tommaso di Guelfaccio, Santi de Terano, Neri di Landoccio Pagliaresi, Gabriele di Divino Piccolomini, Giacomo de Tolomei, Francesco di Vanni Malavolta, Nanni di Ser Vanni Savini y Cristofano di Gano Guidini, un notario que ejerció como su secretario. En Florencia siempre contó con el apoyo de Nicolás (Niccolò) Soderini.

*Las relaciones de Catalina con las autoridades comunales de Siena fueron muchas veces difíciles, reprochando su conducta a los gobernantes y a los habitantes de la ciudad. Siempre se mantuvo en el estado de penitente laica. Para ella lo esencial era encontrar a Dios, y esto podía hacerse en cualquier contexto. Se mantuvo en la lógica de la encarnación que le había revelado Cristo: la verdadera vida se sitúa en la historia, pues es en ella donde se juega el destino sobrenatural de los hombres. Esta actitud de Catalina fue muchas veces censurada. A partir de 1372-1373 su fama comenzó a desbordar los límites de Siena. En marzo de 1374 recibió la visita del obispo español Alfonso Pecha de Vadaterra, quien había conocido a Santa Brígida de Suecia († 23 julio 1373), de quien fue confidente, apoyándola en su deseo de reformar la Iglesia. La entrevista dio buen resultado, pues de lo que Vadaterra comunicase a Gregorio XI parece desprenderse que el Papa confió en Catalina, quien desde entonces mantúvose en contacto con los principales representantes del Papado en Italia (Gregorio, que fue elegido Papa el 30 de diciembre de 1370, residía por aquel tiempo en Aviñón). Poco después de esa entrevista, a Catalina se le asignó como director espiritual Raimundo de Capua, que estuvo a su lado tres años, hasta 1377, fecha en que es nombrado prior del convento dominicano en Roma, Santa Maria sopra Minerva. En mayo de 1380, poco después de morir Catalina, fue nombrado General de la Orden de Predicadores, muriendo en Núremberg en 1399. También en 1374, Catalina asistió al Capítulo general de la Orden de Predicadores en Florencia. Después volvió a Siena, entonces sacudida por una violenta epidemia. Catalina dedicóse al cuidado de los apestados.

*El 1 de abril de 1375, Domingo de Ramos, recibió, en la iglesia de Santa Cristina de Pisa, los estigmas de Cristo, invisibles para algunos y visibles para otros que la conocieron muy directamente, según reflejaría el proceso del convento de Castello, en Venecia, entre 1411-1416, determinante después para su canonización. Raimundo de Capua, que estaba presente, ha descrito el milagro con todo detalle en su Legenda maior.

*La acción de Catalina, desde 1374, tuvo tres ejes principales: el regreso del Papa de Aviñón a Roma, organizar una cruzada contra los turcos y la reforma profunda de la Iglesia. Ya en 1372 envió una carta al legado pontificio en la Toscana, Gérard du Puy, abad de Marmoutier (en Alsacia), en la que identificaba con precisión los males que era necesario atacar para lleva a cabo la reforma de la Iglesia: la solicitud de los prelados por sus parientes, la excesiva blandura respecto de los pecados, la impureza, la avaricia y la soberbia que reinan en la Iglesia, especialmente entre los miembros de la jerarquía, que, más bien, se preocupan sólo de riquezas, honores y deleites. Incluso escribe en esa misma carta: «Creo que, para poder reformar la Iglesia de arriba abajo, hay que derribarla hasta sus cimientos. Sí, quiero que os dediquéis de lleno a destruirlo todo, pues no hay otra manera». No se trataba de derribar la Iglesia en sí misma, sino el sistema político-religioso que había acabado ahogando su vida espiritual. Los altos dignatarios, es cierto, no dudaban en pedir consejo a Catalina, aunque también se asustaban por su radicalismo. Una serie de hechos y de acciones de Catalina comenzaron, además, a extender su reputación de santidad por Italia. Los grandes señores laicos y eclesiásticos no dudaban en mantener correspondencia con ella.

*Catalina aprobaba la existencia de los Estados Pontificios, en los que el Papa ejercía un poder temporal y espiritual. Pero éste último era infinitamente más importante para ella; es más, el Papa no podía comportarse en sus Estados como un príncipe cualquiera: tenía que predicar con el ejemplo. En esos territorios debían imperar la dulzura, la paz y el amor. En 1372 o 1373 visitó Pisa, entrevistándose con el capitán general de la ciudad, Pietro Gambacorta, a fin de que se adhiriese a la Cruzada; fue entonces cuando trabó amistad con la esposa y con la hija de Gambacorta, llamada Tora, quien cambió su nombre a Clara (Chiara) cuando se hizo religiosa. En marzo-abril de 1375 volvió a Pisa, a fin de conseguir de Gambacorta que no se adhiriese a la Liga toscana promovida por Florencia contra los Estados Pontificios. En ese mismo 1375 le impresionó profundamente la decapitación en Siena de un joven noble de Perusa (Perugia), Niccolò Toldo, enviado allí con una misión por el legado pontificio, Gérard de Puy, que no era otra que atraerse a la causa del Papado al senador sienés Pietro Marchese. Pero Toldo fue condenado a muerte por las autoridades de Siena, visitándolo Catalina en la prisión. Entre los dos se estableció una relación tan extraña y misteriosa que la propia Catalina presenta la decapitación del joven, a cuyo lado estaba en el cadalso para recibir su cabeza, como un matrimonio concertado entre ambos, que encontraría su consagración en el derramamiento de la sangre. Tommaso Caffarini fue testigo ocular del hecho, describiéndolo meticulosamente en el proceso de Castello (pág. 82). A partir de ese momento Catalina comprendió que su misión particular era «conducir a los hombres a la llaga abierta del costado de Cristo» y que su papel, como «dulce esposa» del Hijo de Dios, se situaba más allá de toda autoridad humana.

*A partir de finales de 1375 se agudizó el conflicto entre Florencia y el Papado, comenzando un turbulento periodo conocido como la «guerra de los Ocho Santos», esto es, los miembros de un comité ejecutivo de la ciudad revestido de plenos poderes. Desde 1353 Florencia había asistido preocupada a la recuperación del poder del Papado en los Estados pontificios gracias a la enérgica intervención del arzobispo de Toledo, el cardenal español Gil Álvarez de Albornoz y Luna (Cuenca, 1302 – Viterbo, 1367). Para el gobierno florentino, fuertemente anticlerical, constituían también una amenaza los legados pontificios en la Italia central, todos franceses, cuyo propósito era relanzar el partido güelfo en la ciudad, aliándose con poderosas familias aristocráticas, como los Albizzi. La tregua concertada por Gregorio XI con Bernabé Visconti, Duque de Milán, alarmó a los florentinos, que promovieron una Liga contra el despotismo del Papado. Hubo revueltas en algunas ciudades dependientes del Papado, sobre todo en Bolonia. El Papa acusó a Florencia y lanzó un interdicto contra la gran ciudad (los clérigos no podían celebrar Misa delante de los fieles ni administrar algunos Sacramentos), además de excomulgar a sus dirigentes y autorizar a las potencias cristianas a que se apoderasen de los bienes y riquezas de los mercaderes de la Signoria. Ésta contrató entonces los servicios del condottiero de origen inglés John Hawkwood, gasto que se sufragaría con la expropiación de los bienes eclesiásticos. También se adoptaron sanciones contra los clérigos opositores. Todo era algo inédito en la Cristiandad. Las ideas de Marsilio de Padua parecían estar poniéndose en práctica por vez primera. Catalina condenó sin paliativos la conducta de la Signoria, que no tenía autoridad alguna contra el Papado, pero, al mismo tiempo, instó al Papa a que no castigase a las ciudades rebeldes y a que reformase la administración corrupta de los Estados pontificios. Consecuencia: fue criticada por ambos bandos. Pisa, Lucca y Siena se aliaron con Florencia. En marzo de 1376 Catalina volvió a Florencia en pro de la reconciliación. Sus conversaciones con los partidarios del partido güelfo, que estaban de acuerdo con ella (especialmente Niccolò Soderini y Buenaccorso di Lapo), sirvieron de muy poco. El poder en Florencia estaba en manos de la llamada gente nueva, nada favorable a la Iglesia. La cabeza visible era el canciller Coluccio Salutati, firme partidario de la libertad republicana y de la lucha «contra los malos clérigos». No obstante, Catalina fue recibida por los priores en el Palacio de la Signoria, en calidad de mediadora. Después de enviar a Raimundo de Capua a Aviñón para preparar el terreno, ella misma presentóse en la ciudad francesa, en junio de 1376, con el propósito de entrevistarse con el Papa. Gregorio XI había recibido ya por entonces varias cartas de Catalina. La entrevista, a la que asistió como traductor Raimundo de Capua, ha sido malinterpretada, en el sentido de que no fue determinante para que Gregorio tomase la decisión de volver a Roma, ya que esta idea rondaba la cabeza del Papa desde hacía tiempo, comprendiendo que su prolongada ausencia de Roma podría debilitar su autoridad en Italia. Pero, de otro lado, la permanencia en Aviñón era una plataforma desde la que impulsar la paz entre Francia e Inglaterra, que impedía la realización de la cruzada contra los turcos que amenazaban Constantinopla. Una delegación florentina presentóse en Aviñón con pocos propósitos de conciliación. La situación debilitó a Catalina ante la Curia. Hoy podemos afirmar que la decisión de Gregorio XI de volver a Roma el 13 de sep de 1376, no se debe tanto a la intervención de la Mantellata, como a una resolución de Gregorio desde el principio de su pontificado. Es cierto que Catalina desempeñó un papel catalizador, empujando al dubitativo Gregorio a tomar la resolución definitiva. También decepcionó a Gregorio que Catalina no le revelase en Aviñón alguna visión inequívoca sobre lo que debía hacer. Pero Catalina renunció firmemente a jugar a «profeta de la corte», remitiendo al Papa a que consultase a su propia conciencia. En el proceso de Castello las opiniones se dividieron: Bartolomeo Dominici atribuyó el mérito de la vuelta a Roma del Papa a Catalina, mientras que Stefano Maconi, más prudente, dijo que la Mantellata lo había confortado en su decisión.

*A pesar de las diferencias con Gregorio XI, molesto con las duras palabras de Catalina siempre que le escribía, en relación a cuál debía ser la intachable conducta de la jerarquía de la Iglesia, el Papa concedióle la dispensa de poder comulgar todos los días, algo inefable para ella. Por fin el Papa regresó a Roma el 17 de enero de 1377, aunque la pacificación de la Italia central estaba aún muy lejana, aspecto que desacreditó desde un punto de vista político a Catalina. El hermano menor de Carlos V de Francia, Louis, Duque de Anjou, sí se mostró favorable a los llamamientos de Catalina a una cruzada. En cuanto a la mediación de Catalina para hacer posible la paz entre las dos grandes potencias cristianas, no surtió efecto alguno. Escribió a Carlos V en unos términos que probablemente desagradaron mucho al rey. Desde Aviñón la Mantellata sienesa se dirigió a Génova, donde permaneció varios meses, en casa de Orietta Scotti, por lo que no estuvo presente en Roma el día en que el Papa entró en la ciudad. No olvidemos que Catalina iba siempre acompañada de su famiglia, esto es, su madre y su círculo más íntimo de seguidores, unas veinte personas. Asimismo, consiguió del Papa la aprobación para fundar un convento de monjas en Castello di Belcaro, un antiguo fuerte muy cerca de Siena, bajo el patrocinio de Santa María de los Ángeles. La fundación tuvo lugar el 15 de abril de 1377, aunque Catalina no pudo verlo construido, por el rechazo de las autoridades de Siena a colaborar con ella. A fin de obtener recursos para la nueva fundación, acudió a la Val d’Orcia, al SE del condado sienés, donde trabajó para reconciliar a dos ramas de la familia de los Salimbeni, en uno de cuyos castillos, la Rocca di Tentennano, inició en julio de 1377 la redacción de su gran libro, el Diálogo, terminado en Siena en los primeros meses de 1378. A finales de 1377 acudió por tercera vez a Florencia, pero los enemigos del Papado no la recibieron con agrado; antes bien, intentaron desacreditarla y tacharla de impostora. La ciudad estaba muy descontenta con el interdicto y las grandes dificultades de la población para cumplir con los preceptos católicos. Ante el creciente descontento algunos clérigos, entre ellos el obispo Angelo Ricasoli, abandonaron la Signoria para no desobedecer al Papa. Catalina aprobó la conducta del obispo, aunque se vio entre dos fuegos. No obstante, hizo allí nuevos discípulos, tales como el poeta Giannozzo Sacchetti y Barduccio Canigiani, que se convirtió en su secretario particular y no la abandonó ya nunca.

*El 27 de marzo de 1378 falleció Gregorio XI en Roma, siendo elegido, el 8 de abril, un italiano, Urbano VI. El gobierno florentino, entretanto, cambió, lo que favoreció un arreglo con el nuevo Pontífice. Sin embargo, Catalina asistió con profundo disgusto a las venganzas que se sucedieron en la ciudad del Arno. El 22 de junio de 1378 estalló una sublevación popular en Florencia contra los güelfos y los amigos de Catalina. La propia santa, alojada en ese momento en casa de los Soderini, corrió grave peligro. Su valiente actitud ante los intentos de asesinarla, detuvo a la chusma, pudiendo Catalina abandonar la ciudad y retirarse a la abadía benedictina de Vallombrosa (unos treinta km al SE de Florencia). Los disturbios se reanudaron con más virulencia el 20 de julio de 1378, la célebre revuelta de los Ciompi, protagonizada por los trabajadores textiles, que arrasaron la ciudad durante tres días. Esta revuelta propició el acuerdo entre las facciones rivales, que terminaron por entenderse con Urbano VI, necesitado de ayuda para imponerse al Sacro Colegio. La paz entre el Papa y Florencia se firmó en Tívoli el 28 de julio de 1378. Fue entonces cuando Catalina volvió a Siena. El respiro duró poco. El 20 de septiembre de 1378, en Fondi, en la frontera con el reino de Nápoles, un nuevo cónclave eligió papa al francés Roberto de Ginebra, con el nombre de Clemente VII. Éste fue el inicio del gran Cisma de Occidente, que duró hasta el 11 de nov de 1417, con la proclamación de Martín V. Catalina se opuso con todas sus fuerzas y autoridad moral al antipapa francés. El Gran Cisma también sirvió para pacificar Italia, que se opuso a los intentos franceses de dominación.

*El 20 de nov de 1378 llegó Catalina a Roma, donde murió el 25 de abril de 1380, rodeada de su famiglia. En Roma alojóse en la actual Via di Santa Chiara, muy cerca del convento de Santa Maria sopra Minerva, del que era prior Raimundo de Capua desde 1377. Escuchaba misa todas las mañanas. A veces visitaba a Kari (Catalina), la hija de Santa Brígida de Suecia. Desde el primer momento, Catalina consideró a Clemente VII como el Anticristo. El primer manifiesto favorable a Urbano VI lo redactó Catalina, quien entrevistóse con el Papa y le sugirió que convocase en Roma un «concilio de los santos», esto es, un reagrupamiento de las grandes figuras espirituales de Italia, si bien los intentos de Catalina no encontraron eco, ni siquiera en esos hombres virtuosos. Lo que ella pretendía es que el Papa se rodease de hombres justos y sabios, a fin de sustituir a la Curia corrupta y llevar a cabo la necesaria reforma de la Iglesia. El 30 de abril de 1379 las milicias romanas se apoderaron del Castello de Sant’Angelo, ocupado por los partidarios de Clemente VII, con lo que Urbano VI pudo volver de Santa Maria in Trastevere al Vaticano. Ese mismo día, el antipapa abandonó Italia con destino a Aviñón. Pero Catalina se decepcionó rápida y profundamente de la política de Urbano VI, lo que no impidió que siguiera apoyándolo firmemente hasta el final de sus días. La reforma de la Iglesia la obsesionaba. El Papa, por quien tanto había luchado, no honró sus restos mortales con una visita. Fue enterrada en el cementerio contiguo al convento dominico de Santa Maria sopra Minerva. Su desaparición pasó casi desapercibida en la vorágine turbulenta de aquella época.

*No podemos disociar la vida espiritual de Catalina de su compromiso político-religioso. Fue el amor de Catalina por Cristo el origen de su celo por la reforma de la Iglesia y de la sociedad de su tiempo. No podía resignarse a que se impusiesen las fuerzas del mal, pues ello supondría el triunfo de la injusticia en la historia. Para Catalina el valor supremo es la justicia, un ideal que las instituciones políticas deben hacer realidad a través del Derecho.

*El primer foco del culto a Catalina, una vez muerta, fue Venecia. Desde 1394, Raimundo de Capua fue secundado por el dominico sienés Tommaso Caffarini († 1434). Junto con Giovanni Dominici, Caffarini hizo de los dos conventos dominicanos de Venecia, San Zanipolo (Santos Juan y Pablo) y San Domenico, los centros de la devoción a la Mantellata. Para hacer accesible a Catalina al gran público, Caffarini redactó una versión abreviada de la Legenda maior de Raimundo de Capua, la conocida como Legenda minor, que tradujo al italiano, así como redactó el Libellus de supplemento: legende prolixe virginis beate Catherine de Senis, acabado entre 1417-18. Fue Gregorio XII, papa desde 1406, que había conocido a Catalina cuando era obispo y por quien sentía gran devoción, quien autorizó el célebre «proceso de Castello», celebrado en el convento veneciano de Castello entre 1411-1416, por iniciativa y bajo la dirección de Caffarini. Este proceso, llevado a cabo muy minuciosamente y con la participación de valiosos testigos que aún quedaban con vida y que podían atestiguar la santidad y milagros de Catalina, no fue un proceso de canonización, aunque resultó determinante para hacerla santa en 1461. Stefano Marconi, secretario desde 1376 de Catalina y uno de sus principales confidentes, jugó un papel decisivo en el proceso veneciano. Reunió una colección de cartas de Catalina que está considerada como la más auténtica. El Concilio de Constanza puso fin al Gran Cisma, terminando en 1417 con la elección del papa italiano Martín V. La canonización tuvo lugar el 29 de junio de 1461 por Pío II Piccolomini, un gran humanista cuya familia era de origen sienés. La fiesta litúrgica se fijó el 30 de abril. Por su parte, Benedicto XIII, en 1724, instituyó la fiesta de los «santos estigmas» de la Mantellata sienesa.

*La nueva edición de sus cartas, publicadas por orden cronológico, la llevó a cabo Niccolò Tommaseo en 1860. Su figura anuncia el Renacimiento italiano, y, junto con Dante, ha terminado siendo una de las mayores encarnaciones del genio literario italiano. Otro gran investigador es el medievalista francés Robert Fawtier (1885 – 1966), quien desde el decenio de 1920 reaccionó contra la idealización de Catalina. Fue crítico con la Legenda maior y detectó algunas cartas falsas de la Mantellata. Asimismo, desautorizó la idea de que Catalina hubiese sido determinante en la vuelta del Papa a Roma desde Aviñón. Su obra fundamental, de 1948, en colaboración con Louis Canet, es La double expérience de Catherine Benincasa (Sainte Catherine de Sienne), de la que Fawtier escribió la parte consagrada a la vida y a los compromisos políticos de la santa, mientras que Canet trazaba su itinerario espiritual y las etapas de su vida mística. André Vauchez denuncia este planteamiento dual, dicotómico, que presenta numerosos problemas. En 1940, el medievalista romano Eugenio Dupré Theseider alcanzó a publicar las primeras 88 cartas de Catalina, una edición sumamente fiable. El 4 de octubre de 1970 Pablo VI la nombró Doctora de la Iglesia, en un acto que contó con un luminoso y penetrante discurso del gran Papa Montini: «…lo que más sorprende en la santa es la sabiduría infusa, es decir, la luminosa, profunda y embriagadora asimilación de las verdades divinas y de los misterios de la fe». Para Pablo VI, adelantóse esta excepcional mujer al Concilio Vaticano II, pues fue una santa cuya «modernidad» sorprende. Juan Pablo II, el 1 de octubre de 1999, la nombró, junto con Brígida de Suecia y Edith Stein, patrona de Europa. El propósito que lo animaba está en la línea del de Pablo VI. Poco antes, en 1980, en un coloquio celebrado en Siena, descubrióse el papel esencial desempeñado por las mulieres religiosae, laicas y muchas veces iletradas, en los dos últimos siglos de la EM europea. Aparecieron trabajos psicoanalíticos destacados, especialmente en Estados Unidos, así como el estudio dedicado a la «santa anorexia» por Rudolph Bell (Holy Anorexia, Chicago, 1985). Al final de su vida, Catalina sólo se alimentaba de un poco de agua y algunas hostias consagradas. Su caso se ha puesto en relación con el de la pensadora católica francesa de origen judío Simone Weil, quien dejóse morir de hambre en Londres en agosto de 1943 en solidaridad con el sufrimiento de su pueblo en los campos de exterminio.

*De las dos primeras biografías que le dedicaron sus contemporáneos, la de Raimundo de Capua, la Legenda maior, se distingue porque ve en Catalina una mujer sin cuerpo, pero con voz celeste, que ha transmitido a los hombres las palabras que Dios le había dirigido. A sus ojos, Catalina es una santa, pero no una autora; carecía de talento, pero no de inspiración. Sus estigmas no fueron nunca visibles, traduciéndose en dolores violentos en los lugares de las llagas. En cambio, para Tommaso Caffarini, autor de la Legenda minor, la santa sienesa es mucho más que eso: las palabras de Catalina son propiamente suyas, y ella no es un simple canal transmisor de la voluntad de Dios a los hombres. Más que de los diálogos que Catalina pudo tener con Cristo, Caffarini deja constancia de sus preguntas y demandas, sin mencionar las respuestas que habría recibido de Nuestro Señor. Subraya que Catalina confió su mensaje a la escritura, que ella dominaba, lo que la convierte en una verdadera autora, cuyos escritos, que tanto él contribuyó a difundir, constituyen la mejor prueba de su ortodoxia. Para él, Catalina es ante todo una auténtica mística, comparable con las más grandes figuras de la espiritualidad cristiana. Sus estigmas constituían una realidad física auténtica y visible, signos de su intensa devoción a la Pasión de Cristo (en unos manuscritos del Libellus de supplemento, mandado redactar por Caffarini en Venecia, figura un dibujo hecho por el círculo del miniaturista e iluminador veneciano Cristoforo Cortese, nacido hacia 1399, donde se representa la recepción de los estigmas por la santa).

*Los promotores de la investigación llevada a cabo durante el proceso de Castello, no dejaron de subrayar que los carismas de Catalina procedían de la discretio spirituum, esto es, el «discernimiento espiritual», que era la principal norma de valoración de las manifestaciones sobrenaturales por los teólogos.

*Sus escritos se componen esencialmente de las cartas que dictó entre 1367 y 1380, el Diálogo y las Oraciones (veintiséis oraciones pronunciadas en sus últimos cuatro años de vida). Han llegado a nuestras manos 383 cartas. En el Diálogo desarróllanse los dos temas fundamentales de su doctrina: el primero es el de Cristo-puente, el único que puede ayudar a los hombres a cruzar sin ahogarse el río que separa el mundo de los vivos del de los muertos. El segundo tema, relacionado con el primero, es el de la Cruz, omnipresente en todas las obras de Catalina: al verter su sangre en el Calvario, Cristo abrió para todos los hombres un camino hacia Dios y les ofreció la salvación; a cambio, el hombre debe esforzarse por darle respuesta y busca asemejarse a Cristo humillado y sufriente. Pero este movimiento de retorno a Dios sólo puede hacerse por la mediación de la Iglesia, que es el cuerpo de Cristo y que «administra» y distribuye la sangre redentora. Para Catalina, como después para Juana de Arco, Cristo y la Iglesia son una misma cosa. La segunda parte del Dialogo está dedicada a una larga descripción, muy realista, de los males que afligían a la Iglesia de su tiempo. A propósito de la sed padecida por Cristo en la Cruz, precisa en su Diálogo que la responsabilidad de su sufrimiento incumbe a toda la humanidad, y no sólo a los judíos, idea que recuperará Pascal cuando escribió: «Cristo está en agonía hasta el fin del mundo. ¡No hay que dormir durante este tiempo!» Catalina escenifica y hace concreta la teología tomista y su intención no es innovar, sino actualizar y divulgar su mensaje dándole vida.

*Catalina presenta los síntomas de la anorexia mental, enfermedad de carácter neuropsiquiátrico. Dos psicoanalistas, Ginette Raimbault y Caroline Eliacheff, le dedicaron un estudio en su libro Las indomables. Figuras de la anorexia (París, 1989; Buenos Aires, Nueva Visión, 1991), inspirado en el mencionado libro de Rudolph Bell (Holy Anorexia, 1985). Ya se ha señalado la comparación con Simone Weil, quien escribió: «Para entrar en el otro mundo es necesario dejar de ser un animal social». En ambos casos, la privación de alimento (o, más bien, su incapacidad para alimentarse correctamente) formaba parte de su identificación con los excluidos, los pobres y los que sufren. La experiencia ascética desemboca en ambas mujeres en una búsqueda del martirio; ambas consideraban que los males y crímenes de los hombres no podían ser perdonados más que por medio de los sufrimientos de una víctima obediente, hasta la muerte si era preciso[1]. El pensamiento, la ascética y la actitud de Catalina la condujeron a cometer un acto de locura, que puede parecer un suicidio, a fin de llevar a cabo la curación de un mundo enfermo y conducir de este modo a los hombres a sentir hambre del Bien absoluto, que está escondido en el interior de ellos mismos. También Simone Weil escribió algo que podría haber suscrito Catalina: «En el mundo sobrenatural el alma por la contemplación se alimenta de la verdad». La conducta alimenticia errática de Catalina fue más sufrida que escogida. La anorexia no es expresión de un rechazo de la naturaleza humana y del cuerpo, sino una propedéutica a su asimilación y fusión con el cuerpo de Cristo. Catalina no buscaba destruir su cuerpo, sino su ego, y, a pesar de las apariencias, no hay en ella trazas de masoquismo. En ella, la energía física tenía su origen en el poder del espíritu, movido por Dios. Empleó todas sus fuerzas para adquirir un perfecto dominio de su cuerpo. Decía no padecer frío y casi no dormía. Buscó disimular su femineidad. No quería ser un objeto de deseo masculino. Se atiene a la Carta de San Pablo a los Gálatas (Ga 3, 27-28): «En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús».

*Para Catalina no hay dos vías: la del espíritu y la del cuerpo. Todo el léxico con el que se declina su relación con Dios posee una fuerte dimensión corporal y Catalina se distingue por traducir las nociones espirituales en imágenes sensibles. Según Michel de Certeau, el místico es una persona que quiere «ofrecer un cuerpo al espíritu, “encarnar” el discurso y dejar resplandecer la verdad» (La fable mystique. XVIe-XVIIe siècle, París, 1982; Madrid, 2006). Catalina está muy alejada de la mística especulativa alemana del Maestro Eckhart († 1327) y sus seguidores. Tomando sobre sí la abyección física y espiritual de los demás, flagelando su carne para constreñirla a obedecer, Catalina restituye su cuerpo a lo sagrado y restablece una circulación simbólica entre los hombres que permite la redistribución de los bienes materiales y espirituales, lo que la hace capaz de convertirse, a su vez, en figura crística y fundar en Dios su propia autoridad. Su piedad y su vida religiosa son cristocéntricas, como ocurre con San Francisco de Asís.

*El aspecto más original de su pensamiento es el acento que pone en sus escritos sobre la primacía del amor. El amor propio impide el amor a Dios y al prójimo. Si el hombre se considera un absoluto, está negando a su Creador.

*En su Diálogo le hace decir a Dios: «Vosotros (los simples fieles) estáis en el cuerpo universal de la Iglesia y ellos [los clérigos] están en el cuerpo místico, puestos allí para alimentar vuestras almas», lo que corrobora que Catalina está impregnada de una concepción teocrática de la Iglesia. Pero, al mismo tiempo, fustiga la corrupción y los graves pecados de los miembros de la jerarquía eclesiástica. Así como no cesa de recordar que las distinciones entre laicos y clérigos deben relativizarse. En cuanto a su «feminismo», hay que precisar lo que ella entiende por «virilidad». Vivir con virilidad es dar muestras de tenacidad en la vida ascética y moral para liberar en uno mismo el deseo de Dios en tensión constante hacia la imitación de Cristo. En Catalina el empleo del término «viril» y de su contrario «femenino» no tiene una connotación sexual ni remite a categorías ligadas al género. No debe ser considerada una feminista, ya que nunca criticó la división de funciones entre los sexos prevalente en la Iglesia de su tiempo, pero se esforzó en ir más allá de la diferencia sexual refiriéndose en sus escritos sólo a la humanidad, subvirtiendo desde dentro la compartimentación tradicional, mostrando con su ejemplo que una mujer poco culta y de modesta extracción social podía desempeñar funciones típicamente masculinas. Sin duda, tuvo una concepción sacerdotal de su papel en la Iglesia y en la ciudad.

*El arrobamiento que experimentaba durante la Consagración era un sustitutivo de la Comunión, cuando no podía recibirla. Dios, sobre el altar, se convertía en alimento y el sacerdote en ministro de la sangre de Cristo, de la que era necesario impregnarse para alcanzar la salvación. Esta convicción a veces revestía formas paroxísticas en su comportamiento. La historiadora francesa Christiane Klapisch-Zuber (nacida en 1936) ha dicho de Catalina y las Mantellate sienesas que buscaban «sentir en sus cuerpos verdades teológicas», sobre todo la Encarnación: «a través de metáforas corporales femeninas se expresa siempre una ambición espiritual». Para Catalina la «vida en Cristo» consiste en estar unida físicamente a Jesús crucificado y a sus heridas. Habla de refugiarse en la llaga del costado de Cristo, esa «tienda llena de perfumes», que es el lugar donde ella se sitúa con mayor agrado, por encima de toda autoridad humana. No se trata de una imagen o de una metáfora, sino de una verdad experimentada: dejándose reducir al estado de cuerpo sufriente, Cristo devino mujer y madre, porque Él nos engendró a una vida nueva con sus sufrimientos y sus llagas. Para Catalina, la carne de Cristo en la Pasión se hizo carne femenina, y de ella habla como de una vulva que se abre al aguijón (spillo) del deseo, lo que conduce a una especie de inversión de los sexos en la unión mística en la que el alma deviene el esposo y Cristo la Esposa que-sólo ella-puede colmar su deseo. La imitatio Christi constituye, pues, un planteamiento en el que las mujeres cobran ventaja y hasta gozan de un privilegio, en la medida precisamente en que se vinculan con lo corporal.

*Una de las visiones decisivas de Catalina tuvo lugar el 1 de abril de 1376, relatada en una carta a Raimundo de Capua (págs. 194-195). En varias ocasiones dijo que su función era hacer entrar a la humanidad en la llaga abierta del costado de Cristo para llevarla a la salvación.

*El equilibrio entre la crítica al clero y el respeto incondicional a la jerarquía, equipara a Catalina con la gran mística, polímata [esto es, con conocimientos en el campo de las ciencias, las humanidades y el arte] y abadesa benedictina alemana Hildegarda de Bingen († 1179). Lo que hizo de Catalina una profetisa no fue su capacidad de predecir el futuro, sino la libertad y autoridad de tono con que se dirigió a papas, reyes y obispos. Hacia el final de su vida era perfectamente capaz de escribir por sí sola, hecho que Raimundo de Capua intentó ocultar, a diferencia de Tommaso Caffarini. Ella misma se presenta como una «escritora inculta» (scrittrice illiterata), es decir, ajena a la cultura latina, y, en consecuencia, al mundo de la ciencia y de la teología. De modo parecido se había definido a sí mismo San Francisco de Asís: illiteratus et idiota («inculto e ignorante»). No se ha conservado ninguna carta de Catalina de la que pueda decirse que fuera ciertamente escrita de su mano. Son cartas dictadas a personas de su confianza, especialmente el aristócrata Neri di Landoccio Pagliaresi, Stefano Maconi y el notario florentino Barduccio di Pietro Canigiani. La estudiosa Sonia Porzi escribió en 2006 que «la relación de la mujer con la palabra escrita era todavía, en el siglo XIV, algo problemático». Catalina seguramente releyó y editó ella misma el Diálogo; en cuanto a las cartas, cabe pensar que las revisaba antes de hacerlas llegar a sus destinatarios.

*En 1389 fundóse en Colmar el primer convento dominicano reformado, por Conrado de Prusia, uno de los principales líderes de la Observancia en Alemania. La referencia de estos conventos reformados fue el «protomonasterio» de San Domenico en Pisa, que se apoyaba en una red de oblatos y oblatas laicos en torno a las monjas. Fue fundado en 1385 por Clara (Chiara) Gambacorta, de nombre de pila Tora, que conoció a Catalina y fue su amiga. Gabriella Zarri ha señalado que los dominicos observantes, sobre todo Giovanni Dominici y Tommaso Caffarini (verdadero fundador de la Tercera Orden dominicana), inspirándose en Catalina, elaboraron un proyecto de identidad femenina en el terreno religioso, que no se limitaba a un robustecimiento de la disciplina, sino que pretendía apoyarse en las capacidades espirituales de las mujeres para reformar la Iglesia. El movimiento de la Observancia dominicana fue muy influyente en la vida religiosa de Italia y Alemania durante el siglo XV. Los conventos femeninos predominaron sobre los masculinos.

*Catalina fue la primera mujer en la EM en intentar establecer un vínculo entre mística y política y en asociar revelaciones privadas a una acción constante en el seno de la Iglesia, a fin de que prevaleciera la justicia. La entrada en política de Catalina no pretendía conseguir que se aplicasen sus ideas acerca del gobierno, sino afirmar en cualquier circunstancia la primacía de lo espiritual. Su espiritualidad se funda en su absoluto desprecio del mundo (de sus vanidades, riquezas y bienes materiales), construyéndose su vida sobre una ruptura con su familia y con todas las afecciones «carnales». Su actuación inauguró una nueva época en la historia de Occidente.


[1] Esta idea recuerda una expresada en 1865 por Jules Barbey d’Aurevilly en su novela Un cura casado, en el capítulo X, cuando el misterioso personaje de la Malgaigne, una espigada octogenaria que presentía lo que iba a ocurrir, le dice al joven Néel de Néhou: «Es preciso que los buenos, los inocentes y los justos paguen por los pecadores en esta vida: porque, si no pagaran, ¿quién, pues, el día de pedir cuentas, pagaría el rescate de los culpables ante el Señor?» El más ferviente discípulo de Barbey, el también novelista y ensayista francés León Bloy, manifiesta la misma idea en su novela El desesperado (comienzo de la segunda parte), publicada en 1887, a través del personaje del protagonista, Caín Marchenoir.