viernes, 4 de noviembre de 2022

 EL PROCESO DE HOMINIZACIÓN



EL PROCESO DE HOMINIZACIÓN  

Apuntes de clase de D. Ignacio Marqués Merelo, Profesor de Prehistoria en la Universidad de Málaga, elaborados durante el curso 1974 – 1975, con añadidos, aclaraciones y actualizaciones posteriores de Enrique Castaños, Doctor en Historia del Arte.

 

EL ESLABÓN PERDIDO

*Capítulo I. El antepasado

Aquello que intentamos dilucidar en estas líneas es ese eslabón que conecta al Hombre con sus antepasados los Monos. Lo llamamos «eslabón perdido» porque todas las pruebas sobre él estuvieron perdidas hasta hace relativamente poco tiempo. 

Los primeros descubrimientos tuvieron lugar en 1848, en una cueva de Forbes Quarry (la cantera de Forbes), en la cara N del Peñón de Gibraltar. El capitán Edmund Flint, de la Royal Navy, halló el cráneo de una hembra adulta, que hoy se admite como perteneciente al Homo neanderthalensis. Este cráneo femenino fue ignorado hasta 1907. Muy poco después, en 1856, en el valle de Neander (un tramo del valle del río Düssel), unos 10 km al este de Düsseldorf, en Alemania (en el land de Renania del Norte-Westfalia), se encontró una parte de un cráneo semejante al de un Hombre, perteneciente también a la especie Homo neanderthalensis (denominado así, precisamente, por este descubrimiento en concreto). Asimismo, al lado de algunos fósiles humanos, fueron hallados restos de piedras talladas que parecían instrumentos. Posteriormente, en 1869, el geólogo Louis Lartet descubrió cinco esqueletos, esta vez pertenecientes a un tipo humano que se denominó de Cro-Magnon, por el lugar, una cueva, donde fueron encontrados, en la región de Dordoña, al SO de Francia.

En 1891 – 1892, el anatomista y paleoantropólogo holandés Eugène Dubois (1858 – 1940) descubrió en las orillas del río Solo, en Trinil, al este de la isla de Java, restos de un cráneo semejante al de un Hombre, estimándose su antigüedad entre los 750.000 y el millón de años. Le llamó Pithecanthropus erectus (Pitecántropo erecto u Hombre de Java). Un fósil de un tipo algo similar fue descubierto en Alemania, el llamado Hombre de Heidelberg (Homo heidelbergensis), un preneandertal (es decir que no se trata de un Homo erectus). Se trataba de una mandíbula inferior encontrada en 1907 en una mina de Mauer, cerca de Heidelberg. Estudiada en 1908 por el antropólogo alemán Otto Schoetensack, se estimó su antigüedad en unos 640.000 años. También en Choukoutien, cerca de Pekín, entre 1921 y 1934, fueron encontrados restos. Los hallazgos se fueron extendiendo, dándosele un nombre científico al tipo de hombre que representaban: Homo erectus.

En 1921, en la mina Broken Hill de la localidad de Kabwe, en la región central de Zambia, unos trabajadores descubrieron un cráneo muy completo perteneciente a lo que terminó denominándose Homo rhodesiensis u Hombre de Rodesia, un pre-sapiens. Su antigüedad está estimada en unos 250.000 años, esto es, del Pleistoceno medio (un periodo que se sitúa aproximadamente entre los 700.000 y los 130.000 años). El cráneo era de un individuo masculino adulto. En 2004 iba tomando cuerpo la idea de que el Hombre de Rodesia forma parte de las poblaciones africanas del Pleistoceno medio cuya evolución dio lugar únicamente a nuestra especie, es decir, al Homo sapiens.

Otro hallazgo importante para resolver la pregunta que de dónde provenía el Homo erectus, fue el realizado por la antropóloga sudafricana Josephine Salmons en Taung, en el Transvaal, en Sudáfrica, en 1924. El antropólogo australiano Raymond Dart, maestro de Salmons, estudió los restos inmediatamente, un cráneo completo, perteneciente a un Homínido al que denominó Australopithecus africanus (Niño de Taung, de unos tres años de edad). Su cronología se estimó en unos dos millones de años. Este fósil muestra el primer molar permanente recién erupcionado.

El 24 de julio de 1933 un obrero descubrió en medio de un muro de grava de una cantera en la localidad de Steinheim an der Murr, cerca de Stuttgart (en el land de Baden-Würtemberg), un cráneo femenino de unos 25 años de edad, cuya antigüedad se cifró entre 350.000 y 300.000 años. Se le conoce como Homo steinheimensis (Hombre de Steinheim) La mayoría de los paleoantropólogos lo consideran perteneciente a la especie Homo heidelbergensis, esto es, un preneandertal. Probablemente se trate de un ejemplar de transición entre el Homo heidelbergensis y el Homo neanderthalensis.

Los siguientes hallazgos fueron hechos por el paleontólogo británico-sudafricano Robert Broom (1866 – 1951) en los decenios de 1930 y de 1940 en las cuevas de Sterkfontein, en Sudáfrica, así como en otros dos lugares de Sudáfrica, siendo tantos los restos encontrados que le permitió dividir estos fragmentos de Australopitécidos en dos especies: el Plesianthropus transvaalensis, hallado en Sterkfontein en 1947, denominado posteriormente Australopithecus africanus, un tipo grácil, pequeño y delgado y con molares menores (el peso encefálico, esto es, el peso de todo su cerebro, era de 436 gramos); y, en 1948, en los yacimientos sudafricanos de Kromdraai y Swartkrans el Australopithecus Crassidens (Paranthropus Crassidens), debido a que los dientes ofrecían una gruesa capa de dentina (del latín crassus, grueso y sólido, y dens, dientes). Para Broom, el Australopithecus de Sterkfontein tenía probablemente unos dos millones de años (Plioceno). En 1937-38, en Kromdraai y Swartkrans, había hecho su hallazgo más destacado, el Paranthropus robustus, confirmando así las conclusiones de Raymond Dart sobre el Niño de Taung. El peso encefálico, esto es, el peso de todo su cerebro, del Paranthropus robustus, era de 523 gramos.

Como acabamos de decir, en 1947, en los rellenos de una cueva del valle sudafricano de Sterkfontein, Robert Broom y John T. Robinson, hallaron un fósil, con el cráneo prácticamente completo de un individuo adulto, asignado al sexo femenino. Su antigüedad se cifra en 2,5 millones de años. Atribuido inicialmente a la especie Plesianthropus transvaalensis, estudios posteriores revelaron que se trataba de un ejemplar adulto de la misma especie que el cráneo del Niño de Taung, esto es, que era un Australopithecus africanus.

 

Secuencia definida en 2004: Pre-australopitecos→Australopitecos→Parántropos

 

En julio de 1959, el matrimonio compuesto por Louis y Mary Leakey, descubrieron en la garganta de Olduvai, al N de Tanzania, restos de fósiles Homínidos, que, en cierto sentido, pueden ser considerados como el «eslabón perdido». El cráneo, de un individuo juvenil de una forma robusta de Australopiteco, pertenecía a un tipo de Homínido que se llamó Australopithecus Boisei (Zinjanthropus Boisei o, con más rigor, Paranthropus Boisei), y estaba justo sobre una capa de cenizas volcánicas cuya antigüedad se determinó en 1.750.000 años. El peso encefálico, esto es, el peso de todo su cerebro, era de 508 gramos.

El Australopithecus no era un Primate antropoide. Vivía tanto en las orillas de la selva, como en campo abierto, pero siempre sin alejarse del agua a más de un día de marcha. Vivía en pequeños grupos de machos y hembras, con sus correspondientes crías, que eran llevadas por sus madres. Caminaba sobre dos piernas, corría con celeridad y cazaba lagartijas, liebres, roedores y otras presas pequeñas. Su hábitat bullía de vida animal, que, en gran parte, le servía también para el sustento. Se movía en grupos compactos, armado de garrotes, de huesos y de piedras toscamente talladas, y poseía un agudo sentido de defensa colectiva ante cualquier amenaza. Era ágil, de vista aguda y vivía siempre alerta. El macho medía entre 130 y 150 cm, y pesaba entre 40 y 50 kg; las hembras eran algo más pequeñas. Su piel, cuyo color se desconoce, probablemente era clara y estaba cubierta de fino vello. Su rostro recordaba el de un Mono. Su mandíbula era más prominente que la del Hombre moderno, y el mentón era casi inexistente. La nariz, ancha y achatada, apenas sobresalía de la cara. La frente era pequeña y huidiza, y los arcos superciliares, prominentes. Las partes superior y posterior de la cabeza estaban poco desarrolladas en relación a las del Hombre actual, rasgo éste que acentuaría aún más el notable prognatismo de la cara. Debido a lo reducido de su cerebro, el Australopithecus parece no haber dominado el lenguaje, tal como nosotros lo entendemos, aunque debía haberse comunicado con sus congéneres a través de una variada gama de gestos, expresiones faciales y movimientos corporales. Las hembras tenían un ciclo menstrual, y eran sexualmente receptivas durante todo el mes, en lugar de sólo unos pocos días en la cumbre del ciclo. Podían haber practicado la promiscuidad. Existía cierta división sexual del trabajo, dedicándose los machos a la defensa del grupo y a la caza, mientras que las hembras se dedicaban a recolectar raíces y frutos silvestres y a cuidar a sus crías. Por la noche, parece ser que se resguardaban, o bien en los árboles de la sabana, o bien en refugios que construirían de ramas espinosas, o incluso en cavernas cuyas entradas obstruirían.

 

 

*Capítulo II. El testimonio de piedras y huesos

De tres maneras distintas podemos determinar la edad de los fósiles. Una de ellas es a través de la Geología. La segunda, a través de los fósiles mismos, y la tercera técnica provee las fechas basándose en el conocimiento de que ciertos elementos radiactivos descargan energía a un ritmo constante.

En nuestro intento de clasificar los fósiles de Primates, Antropoides (o grandes simios, como el Chimpancé y el Gorila) y Homínidos, nuestra atención debe dirigirse sobre todo a las diferencias que existen en las mandíbulas y los dientes, debido a que se fosilizaban mejor y son a menudo el único vestigio que poseemos. Al considerar, por ejemplo, los molares de un Primate inferior (Prosimios), de un Antropoide y de un Homínido, hemos de tener en cuenta lo siguiente: las cúspides existentes en la superficie trituradora de un molar de Primate son cuatro y están dispuestos a pares. Los molares de un Antropoide o un Hombre fósiles, tienen cinco cúspides. Los molares de éstos últimos no presentan una disposición claramente simétrica, sino que adoptan una posición característica en forma de Y de cinco cúspides. Este diseño Y-5 es una condición primitiva que se halla en los antepasados comunes de los Primates y de los Antropoides. Lo que no nos dice es dónde se produce la bifurcación Primate-Antropoide. Imposible resulta, por supuesto, situar con precisión la fecha exacta en que los Antropoides (grandes simios) se separaron de los Primates inferiores (Prosimios). Se trata de un largo periodo, durante el cual existieron poblaciones de antepasados que presentaban una mezcla confusa de características, tanto de Primates como de Antropoides. Durante ese periodo comenzaron a aparecer variaciones locales entre las diversas poblaciones, en respuesta a ligeras diferencias ocurridas en el medio natural o en el régimen alimentario. Lo más que se puede hacer, precisamente, es indicar aproximadamente cuándo aparecen tales diferencias.

Para entender lo que son los Hombres, debemos considerar la cadena completa. Retrocediendo en más de 75 millones de años, nos encontramos con unos Insectívoros en forma de rata, parecidos a los musgaños actuales. De estos pequeños Insectívoros surgió toda una serie de Prosimios, antepasados de los Primates, más tarde los Antropoides (grandes simios), y, por último, los Homínidos.

El paso de esos pequeños Insectívoros primitivos hacia los Prosimios, debió de operarse muy sutilmente. Quizás aparecieron Insectívoros ligeramente más inteligentes o más fuertes, o individuos mejor dotados para cazar insectos, o para captar a la hembra en la rama cercana. En respuesta a la forma evolutiva, fomentada por una forma de vida arborícola, estos animales comenzaron a cambiar muy rápidamente. Desarrollaron el salto y la suspensión; las patas posteriores se hicieron más largas; las garras delanteras perdieron gradualmente su forma de zarpa y adquirieron la forma de uñas planas, que actualmente constituyen una característica de todos los Primates. Las cuatro patas comenzaron a transformarse en manos. Los dedos crecieron cada vez más y se ablandaron, al tiempo que en sus extremos se desarrollaba una sensibilidad táctil. La importancia del olfato disminuyó en relación con la vista, ya que, al vivir en un medio arborícola tridimensional, desarrollaron una visión binocular o en relieve. En respuesta a la creciente importancia de la vista sobre el olfato, comenzó a cambiar también la cabeza de estos primitivos Insectívoros. Su hocico se hizo más corto y su cráneo se redondeó; sus ojos se agrandaron y se desplazaron gradualmente hacia la parte delantera de la cabeza. Con el tiempo, los redondeados cráneos de estos seres arborícolas comenzaron a albergar cerebros de mayores proporciones.

En el espacio de 10 o 20 millones de años, esas modificaciones llegaron a ser lo bastante notorias como para que un nuevo grupo de animales pudiera ser identificado: los Primates, siendo los primeros ejemplares los Prosimios (Primates inferiores), que surgieron durante el periodo del Paleógeno, en la época del Eoceno. Varios de estos Prosimios aún sobreviven, como son los Lémures, los Loris (de la familia de los Lorisidae), los Tarsios y los Gálagos.

Las primeras diferencias fueron apareciendo, hasta que, finalmente, Prosimios y Primates Simiiformes (Catarrinos o Monos del Viejo Mundo y Platirrinos o Monos del Nuevo Mundo) se separaron por completo. Los Primates Simiiformes desplazaron a los Prosimios, y en el árbol genealógico se indica una división entre ambos. La siguiente bifurcación se situará entre los Primates Antropoides [en rigor, la superfamilia de los Catarrinos llamada Cercopithecoidea, esto es, simios del Viejo Mundo con cola] y los Homínidos [en rigor, la superfamilia de los Catarrinos llamada Hominoidea, esto es, simios del Viejo Mundo sin cola]. Ello se detecta rápidamente por las cúspides de los molares. [Este párrafo provisional habría que rehacerlo].

Las diferencias fundamentales que advertimos entre una mandíbula de Primate Antropoide y la de un Hombre, son las siguientes: a) la mandíbula es más grande y más pesada, en proporción al tamaño total del cráneo, en el Primate Antropoide que en el Hombre; b) en el Primate Antropoide, los dientes tienden a formar una especie de rectángulo, con una hilera de incisivos en la parte anterior y el resto dispuesto en dos filas paralelas hacia atrás; c) los caninos de los machos son más largos que el resto de los dientes: cuando la mandíbula está cerrada, los caninos superiores sobresalen hacia abajo, entre los dientes de la mandíbula inferior, y los caninos inferiores sobresalen hacia arriba; d) hay espacios entre los dientes de la mandíbula superior para dar cabida a los caninos; e) la zona de la bóveda palatina tiende a ser aplanada.

Basándonos en estos rasgos, podemos considerar el Australopithecus africanus (Niño de Taung) de Raymond Dart como un Homínido. Los restos fósiles presentaban una dentadura finamente curvada sin caninos sobresalientes. Lo extraordinario era el cráneo, propio de un Primate Antropoide que contenía un cerebro del tamaño de un Antropoide. Tanto Raymond Dart como Robert Broom explicaron que hace dos millones de años, antigüedad en que dataron los restos fósiles de ese ejemplar, bien podía existir un antepasado común Hombre – Primate Antropoide, con una serie de mezcolanzas diversas.

Se establecieron dos tipos distintos de Hombres – Primates Antropoides, en virtud de los restos encontrados: uno era el Australopithecus robustus (Paranthropus robustus) de Broom y otro el Australopithecus africanus de Dart. Ahora bien, la dificultad surgió cuando se observó que el robustus, un millón de años más o menos posterior al africanus, era más primitivo. Parecía ser que el robustus había seguido durante mucho tiempo una corriente evolutiva hacia una vida vegetariana especializada, ya que presentaba una maciza mandíbula, dientes prominentes y aguzados y una gran cresta sagittalis. Para resolver este problema, emprendió Broom la búsqueda de herramientas de piedra relacionadas con el robustus y el africanus, pero no encontró nada.

Precisamente algo después, en 1960, el matrimonio Leakey encontró nuevos restos fósiles en la garganta de Olduvai, exactamente un cráneo, que, por su parecido a los humanos, fue separado de los Australopitécidos. Este cráneo no pertenecía, según los Leakey, a un Hombre – Primate Antropoide, sino que representaba un verdadero Hombre. Se le denominó Homo habilis, por su condición de usuario de herramientas, y se dató en 1.750.000 años. El peso encefálico, esto es, el peso de todo su cerebro, era de 619 gramos. El Homo habilis vivió en Olduvai durante unos 500.000 años, conservando su primitiva cultura de herramientas durante todo el tiempo y evolucionando hacia una especie de Homo erectus. La teoría más aceptada parece ser la que ve en el Homo habilis el descendiente del Australopithecus africanus, cuando éste último se transformó por completo. Ahora bien, no se pudo determinar si el Homo habilis era Hombre o no lo era. Su capacidad craneana, de 657 cm3, decía claramente que estaba alejado del Hombre. El interrogante se mantuvo durante gran parte del decenio de 1960. 


Teoría más aceptada: Australopithecus Crassidens → Homo habilis → Pithecanthropus (Homo erectus)

Del Pithecanthropus salen los Preneandertales y el Presapiens. De los Preneandertales, los Neandertales, y del Presapiens el Homo sapiens.

 


 



Para responder a ese interrogante, se organizó en 1967 una expedición internacional al mando de Camille Arambourg, Francis Clark Howell y Richard Leakey (dic 1944 – enero 2022), dividida en tres grupos diferentes, que se dirigieron al río Omo (al sur de Etiopía, desemboca en el lago Rodolfo) y al lago Rodolfo (lago Turkana, al norte de Kenia). Los grupos de Howell y de Arambourg descubrieron gran cantidad de fósiles animales y algunos restos de Homínidos, sobre todo dientes. El grupo de Richard Leakey no tuvo tanta suerte, por lo que abandonó la expedición y se dirigió a la orilla este del lago Rodolfo, donde hizo sensacionales descubrimientos: tres magníficos cráneos, más de dos docenas de mandíbulas o partes de mandíbulas, varios fragmentos de brazos y piernas, y algunos dientes aislados. La mayoría de estos restos pertenecían al Australopithecus Boisei, con una antigüedad que oscila entre los dos millones y el millón de años. Ello ha permitido, junto con los otros descubrimientos realizados en el valle del río Omo, hacerse una idea bastante completa del Boisei. Ha quedado muy claro que el Australopithecus Boisei constituye una especie distinta de los Australopithecus robustus (Paranthropus robustus) del África del Sur. El Boisei era un robusto en transición a super-robusto, presentando una pronunciada cresta sagittalis, a fin de afirmar músculos de gran tamaño que movían una maciza mandíbula provista de grandes molares. Los premolares del Boisei estaban en camino de transformarse en molares. Era completamente vegetariano y pudo vivir unos tres millones de años en África Oriental sin cambios perceptibles. 

En los restos hallados por Richard Leakey se demuestra que dos tipos de Boisei coexistieron con un tipo de Australopithecus gracilis, hasta que llegó un momento en que éste último, en evolución al Homo, desplazó a los Boisei, hasta que se extinguieron. El Australopithecus gracilis, Homínido grácil encontrado por Richard Leakey, presenta una gran semejanza con el Homo habilis de Olduvai descubierto en 1960 por sus padres, por lo que Richard Leakey consideró a los robustus dentro del género Australopithecus (tanto el robustus como el Boisei desaparecieron conjuntamente, unos en África del Sur y otros en África Oriental, hace un millón de años), y a los Australopithecus gracilis pertenecientes al género Homo.

En los siguientes descubrimientos realizados por Richard Leakey (un fragmento de mandíbula de 2,6 millones de años y un cráneo de 2,5 millones de años), encontramos el tipo gracilis y el Homo superpuestos en el tiempo. Ya que sus características físicas, las del Australopithecus gracilis y las del Homo, comenzaron a superponerse y a entremezclarse, resulta difícil decir cuál es uno y cuál es otro. Haremos aquí una divisoria, situando el corte en los dos millones de años, y buscaremos en esas fechas el eslabón perdido.

De otro lado, Richard Leakey descubre en el lago Rodolfo herramientas que, cronológicamente, son unos 850.000 años más antiguas que las de Olduvai. Las relaciona con su Australopithecus gracilis (para él Homo gracilis). En cuanto a los Homínidos del valle del río Omo, no sabemos con exactitud si el Boisei fabricaba o usaba herramientas. De todas formas, parece probable que el Boisei las utilizase, pero en una proporción pequeñísima en comparación con el Homo gracilis del lago Rodolfo y con el Homo habilis de Olduvai, y ello debido a que al ser vegetariano no tenía gran necesidad de útiles. Tanto el Homo habilis de Olduvai como el Homo gracilis del lago Rodolfo, suplantan al Australopithecus Boisei y al Australopithecus robustus, hace alrededor de dos millones de años.

Otro descubrimiento muy importante fue el del Australopithecus afarensis, conocido como Lucy, efectuado por el paleoantropólogo estadounidense Donald Johanson (nacido en 1943), el antropólogo francés Yves Coppens (1934 – 2022) y el paleoantropólogo francés Maurice Taieb (1935 – 2021) en 1974, en la localidad de Hadar, en la región etíope de Afar. Su antigüedad ronda los 3,25 millones de años y ha sido atribuido al sexo femenino a partir de la morfología de los huesos de la cadera. Este esqueleto, uno de los más completos de los que se dispone de los primeros Homínidos, incluye la mandíbula, fragmentos del cráneo, huesos del tronco (costillas, vértebras, escápula y hueso coxal) y de ambas extremidades (húmero, radio, cúbito, fémur, tibia, peroné y algunos huesos de manos y pies). Se ha podido establecer que el Australopithecus afarensis disponía de una locomoción completamente bípeda, que su estatura era de alrededor de un metro y su peso corporal de unos 30 kg, el promedio de una hembra de esta especie. Sus extremidades inferiores, en comparación con la longitud de los brazos, eran relativamente más cortas que las de los humanos, pero más largas que las del Chimpancé.

Otro gran descubrimiento fue el del Niño de Turkana (lago Turkana = lago Rodolfo), llamado Homo ergaster. Fue hallado en 1984, en la localidad de Nariokotome, en la ribera occidental del lago Rodolfo, en Kenia, por el equipo dirigido por Richard Leakey. De manera general se atribuye a la especie Homo ergaster, que algunos denominan Homo erectus africano. Se encontró casi la totalidad del esqueleto (sólo faltan los huesos de los pies y casi todos los de las manos). Hay cierta unanimidad en admitir que este ejemplar murió con unos diez años. Las proporciones entre piernas y brazos ya eran plenamente humanas, siendo ésta la primera especie de nuestro linaje en presentar esa característica. Su estatura era muy aproximadamente de 160 cm y su peso corporal de alrededor de 45 kg. Su antigüedad se estimó en 1.600.000 años. El peso encefálico, esto es, el peso de todo su cerebro, era de 805 gramos.

Otro importante hallazgo tuvo lugar el 25 de septiembre de 1991 en el yacimiento de Dmanisi, en la república caucásica de Georgia, en una expedición dirigida por las arqueólogas Medea Nioradze y Antje Justus, si bien la zona se venía excavando desde 1936, siendo muy destacado el periodo de excavaciones que tuvo lugar entre 1983 y 1991. El hallazgo de septiembre de 1991 consistía en una mandíbula que conservaba una hilera completa de dientes con pocos signos de desgaste. En Tiflis, la capital, se determinó que la mandíbula pertenecía a un individuo joven, de entre 20 y 24 años, y se adscribió al género Homo. Junto con otros restos, cuatro cráneos y tres mandíbulas más, los antropólogos georgianos Abesalom Vekua y David Lordkipanidze concluyeron que pertenecían a lo que se llamó Homo georgicus (Homo erectus georgicus), que bien podría tratarse de una forma primitiva de Homo ergaster. La antigüedad se cifró en 1.700.000 años. Junto con los restos del Homo erectus de Java, se trataría de los fósiles de homínidos más antiguos encontrados fuera de África.

Los últimos grandes descubrimientos han sido los de la Sierra de Atapuerca, en la provincia de Burgos. El 7 de julio de 1992, en la llamada Sima de los Huesos, se encontró un cráneo humano muy completo, aunque le faltaban los huesos de la cara. Bautizado como Agamenón, su nombre de inventario es el de Cráneo 4. Apenas dos días después, se encontró un segundo cráneo humano, que ha resultado ser el más completo del registro fósil de la evolución humana. Bautizado como Miguelón, el nombre oficial es el de Cráneo 5. Dos años después, en 1994, en la misma Sima de los Huesos, tuvo lugar otro hallazgo excepcional, la pelvis más completa conocida de una especie humana fósil. Se la llamó Elvis, y era de un varón. Pertenece a la especie Homo heidelbergensis. Los estudios realizados determinaron que su estatura media era de 175 cm y su peso ideal de unos 95 kg. El equipo excavador estaba dirigido por Juan Luis Arsuaga, José María Bermúdez de Castro y Eudaldo [Eudald] Carbonell y Roura. En 2002, gracias a sofisticadas técnicas radiométricas, se fechó la antigüedad de la Sima de los Huesos en torno a los 400.000 años, válidos para el Cráneo 4, el Cráneo 5 y Elvis.

Las excavaciones de la Sierra de Atapuerca llegaron en la primera semana de la campaña de 1994, en un gran relleno sedimentario conocido como la Gran Dolina, al nivel estratigráfico denominado TD 6, de una antigüedad de 800.000 años, hallándose algo inesperado, un diente humano, con lo que se refutaba una de las ideas mejor establecidas de la Prehistoria europea (por la antigüedad del fósil). Junto a este diente, los restantes restos fósiles encontrados por el mismo equipo directivo investigador (Arsuaga, Bermúdez de Castro y Carbonell) en ese nivel estratigráfico de la Gran Dolina, la mayor parte de un hueso frontal (ATD6-15), en 1994, y un esqueleto facial casi completo (ATD6-69) en 1995, corresponden a la especie llamada Homo antecessor, de la que también se han hallado restos en Ceprano (en la región del Lazio, en Italia), el denominado por algunos, un tanto equívocamente, como Homo cepranensis. Los dos restos fósiles de Homo antecessor de la Gran Dolina, han permitido estimar que el individuo murió con unos diez años, la misma con la que falleció el Niño de Turkana (Homo ergaster), si bien se trata de especies diferentes. El yacimiento de la Gran Dolina, una cueva, abarca un intervalo temporal entre los 900.000 y los 120.000 años. La antigüedad del Homo antecessor de Atapuerca lo convierte en el Homínido más antiguo de Europa. Esta nueva especie de Homo antecessor, de otro lado, ha sido propuesta como la última antepasada común de las líneas evolutivas de neandertales y humanos modernos. Asimismo, desde 1997, también en Atapuerca, en la llamada Sima del Elefante, con una antigüedad que rebasa ampliamente el millón de años, se han encontrado nuevas piezas de industria lítica.

Ahora bien, aun cuando con lo dicho anteriormente hemos dilucidado de alguna manera la supremacía de unos Australopitécidos sobre otros, queda un interrogante: ¿de dónde proceden los Australopitécidos? Aparte de los hallazgos realizados en Kanapoi (al SO del lago Rodolfo, en Kenia), como en 1965 parte de un hueso de brazo fechado en unos 4,5 millones de años; en Lothagam (también al SO del lago Rodolfo), donde se encontró en 1967 una mandíbula de unos 5,5 millones de años, y en Ngorora, en Kenia, donde se halló un molar de unos 9 millones de años, hemos de fijar sobre todo nuestra atención en los hallazgos realizados por George Edward Lewis en las colinas de Sivalik, en el Himalaya, al norte de la India, en 1932. Encontró restos fósiles de un ser al que consideró un Homínido y llamó Ramapithecus (Sivapithecus). Con una antigüedad de entre 10 y 12 millones de años, el Ramapithecus podría ser considerado un Proto-australopitécido, ya que los Australopitécidos debían provenir de algún sitio. De todas formas, carecemos de tantos datos sobre este ser, que no podemos hacer más que conjeturas. Debía estar extendido por una amplia zona, ya que Louis Leakey encontró en 1961 restos de un ser parecido en Fort Ternan, en Kenia, al que llamó Kenyapithecus, fechándolo en unos 14 millones de años. La mayoría de los paleoantropólogos lo consideran como un Ramapithecus primitivo. En definitiva, parece ser que puede seguir sosteniéndose que es en África donde apareció el Hombre. Incluso los restos más antiguos de Australopitécidos tienen aquí su origen.

Aceptando el argumento del antepasado Ramapithecus, además de las otras pruebas que hemos visto, podemos concluir:

1.     Que los Homínidos se separaron de los Primates Antropoides, por lo menos hace 15 millones de años.

2.     Que los Homínidos evolucionaron hasta formar dos o tres clases distintas hace aproximadamente 5 millones de años.

3.     Que una clase continuó evolucionando y produjo un cerebro mejor y una cultura primitiva.

4.     Estos desarrollos le permitieron exterminar a sus parientes hace aproximadamente un millón de años.

5.     El superviviente ha ejercido la supremacía sobre la Tierra desde entonces.

 

 

 

*Capítulo III. Bajando de los árboles

Intentaremos comprender por qué no fue un Prosimio, sino un Primate antropoide, el que pudo haber seguido un trayecto que ningún otro Primate siguió nunca.

Remontándonos a hace unos 75 millones de años, nos encontramos con que unos pequeños Insectívoros en forma de rata, invadieron los árboles desde el suelo. Con el tiempo, a algunos de estos Insectívoros ratoniles se les transformaron las garras en manos, con dedos prensiles para agarrarse, desarrollando estos ya Prosimios o bien un medio de locomoción que consistía en agarrarse a «cuatro manos», o bien saltando y aferrándose. Éstos últimos tenían «piernas» muy largas y brazos muy cortos. Con el tiempo, la mayoría de los Prosimios crecieron. Este crecimiento pudo ser determinado por varios factores. Los que no crecieron y continuaron adaptados a su medio ambiente, siguieron siendo Prosimios. El crecimiento y consiguiente aumento de tamaño de algunos Prosimios, plantearía algunos problemas, como la mantención del equilibrio. Ello provocaría en algunos de los Prosimios un alargamiento de los brazos, para conseguir el equilibrio, pudiéndose transformar un brincador en un cogedor de largos brazos. Iban a aparecer de esta manera, hace unos 40 millones de años, los Primates inferiores [esta nomenclatura no parece exacta, pues Prosimios = Primates inferiores; quizá sería preferible hablar de Primates Simiiformes], más grandes, más pesados y de brazos más largos. Las preferencias alimentarias de los Primates que acababan de ser Prosimios, comenzaron a cambiar. Algunos de estos Primates de brazos más largos se transformaron en cuadrúpedos, corriendo fácilmente sobre las ramas, sobre las cuatro extremidades; otros, los Primates antropoides [nomenclatura de nuevo dudosa; es posible que se refiera a la superfamilia de los Catarrinos llamada Cercopithecoidea], cuyos brazos aún crecieron más, tendieron a extenderse, aferrarse, suspenderse y balancearse. Ambos tipos, los Primates inferiores y los Primates antropoides [apuntemos provisionalmente Primates Simiiformes en general, de un lado, y la superfamilia Cercopithecoidea en particular], se separaron por completo. Ahora bien, los Primates antropoides [Cercopithecoideos] tienen la potencialidad para ser animales erguidos. Son más hábiles que los Primates inferiores [Simiiformes en general] y usan más las manos. ¿Por qué no se transformaron todos en hombres? Para contestar a esta pregunta, remontémonos a un periodo de hace unos 20 o 30 millones de años, y consideremos los cuatro Primates antropoides superiores hoy existentes: Chimpancé, Gorila, Orangután y Gibón. Detengámonos en el Orangután y en el Gibón. Ambos se separaron del Chimpancé y del Gorila mucho antes que la división Hombre – Gorila – Chimpancé. Son especies asiáticas y animales muy arbóreos. Millones de años de aferrarse y balancearse, y una total confianza en los frutos que crecen en los árboles de la selva, los han conducido a un grado extremo de especialización arbórea. El Gibón, por ejemplo, como consecuencia de la especialización de sus dedos, tan importantes para trepar y balancearse por los árboles, tiene la destreza manual más pobre de todos los Primates antropoides superiores, y el cerebro más pequeño. El orangután, aun cuando más lento, también está perfectamente adaptado a una vida arborícola. Cuando estos especializados animales son comparados al modelo general Primate inferior – Primate antropoide que probablemente fue antepasado de todos, parece claro que el Gibón y el Orangután evolucionaron en dirección diferente de la que pudo haberlos transformado en humanos.

El Gorila, en cambio, aparece ya menos especializado, llevando tanto una vida en los árboles como en tierra, pero fundamentalmente terrícola. En el Gorila, tanto su aumento de tamaño como el hecho de que su dieta se completase con productos extraídos del suelo, son aspectos que van unidos. Mantiene una cierta posición erguido, dejando las manos libres para agarrar cualquier cosa.

Por último, el Chimpancé es el menos especializado de todos los Primates antropoides superiores. Es un perfecto braquiador (que braquia, que se desplaza de rama en rama descolgado y alternando los brazos con movimientos oscilantes) y su dieta es compuesta, tanto de productos extraídos de los árboles (por ejemplo, higos) como incluso de trozos de carne. Además de usar varillas como herramientas, los chimpancés usan piedras para romper las cosas. Lanzan palos y piedras, y blanden grandes ramas cuando son amenazados. Usan manojos de hierba o de hojas como esponjas para conservar el agua. A primera vista parece difícil ver por qué el Chimpancé -cuyos atributos parecen ser del mismo tipo que los que poseía el Primate antropoide que descendió del árbol y adquirió la naturaleza humana- no se transformó también en Hombre. En realidad, no hay nada de misterioso acerca del fracaso del Chimpancé para elevar su actual posición. Se supone que el proceso empezó con un Primate antropoide no especializado, útil para todo, no muy diferente del Chimpancé. El mundo le ofrece variados caminos. Puede tomar cualquiera de las posibles direcciones. Podemos considerar dos casos: a) si en un lugar del recorrido de ese Primate antropoide no especializado, hay grandes selvas y abundancia de higueras, la tentación de quedarse en los árboles y especializarse cada vez más como comedor de frutas y braquiador, será muy grande; b) pudo haber habido otro lugar u otra época en el que el medio ambiente fuese diferente: menos higueras, pero, en cambio, abundancia de semillas, bayas, tubérculos, insectos, etc. Este medio pudo estimular el desarrollo de un animal de forma y hábitos ligeramente distintos. Al residir en la tierra, necesitaba fuertes «piernas» para moverse, en vez de la importancia para la locomoción concedida a los braquiadores que habitaban en los árboles. La tendencia hacia la posición erguida sería paulatina y gradual. Debido a que estos Primates antropoides de vida semiterrestre ya tienen manos bien desarrolladas para sostener cosas, tendrán un incentivo adicional para sostenerse sobre sus extremidades posteriores, puesto que será la manera más fácil y conveniente de acarrear la comida. Si además tienen una incipiente tradición de usar piedras, varillas y ramas, probablemente también las acarrearán con ellos, lo cual contribuirá a que permanezcan erguidos aún más tiempo sobre sus extremidades traseras. ¿Podría concebirse que esta situación haya conducido a la evolución de un Chimpancé erguido, de gran cerebro, con hábitos complejos y capaz de desarrollar una cultura? A este Chimpancé erguido lo denominamos Australopitécido y al comedor de higos que continuó viviendo en los árboles, Chimpancé.

 

 

 

*Capítulo IV. Un ambiente favorable en la sabana

Afrontaremos en este capítulo, fundamentalmente, la cuestión del bipedismo. Para el antropólogo estadounidense Sherwood Washburn (1911 – 2000), los antiguos Homínidos necesitaban afirmarse sobre sus nudillos para caminar. Para Charles E. Oxnard (nacido en 1933), Profesor de Anatomía en la Universidad de Chicago, el antepasado Homínido no pasó nunca por la fase de caminador sobre los nudillos, sino que al bajar de los árboles adoptó rápidamente el bipedismo. Para el antropólogo inglés David Pilbeam (nacido en 1940), tampoco los antepasados Homínidos pasaron por la fase de caminar apoyándose en los nudillos, hasta adoptar el bipedismo. Se basa para ello en el hecho de que los restos encontrados de Australopitécidos tienen seis vértebras lumbares en la columna vertebral, mientras que los chimpancés y los gorilas tienen sólo tres o cuatro, lo que sugiere que pueden haber perdido un par en el transcurso de su evolución como caminantes sobre sus nudillos.

Sería lógico pensar que el paso hacia el bipedismo sería de modo gradual, debido a una serie de fuerzas selectivas estimuladoras de una vida erguida. Estas fuerzas selectivas serían para Sherwood Washburn fundamentalmente las herramientas. Al Primate que llegó a ser Hombre lo sitúa en tierra, en un nuevo medio donde hay cosas para recoger, piedras para arrojar, ramas y garrotes para blandirlos en un gesto de amenaza o de defensa. Washburn supone un cambio gradual en los hábitos alimentarios, principalmente desde la seguridad de los frutos encontrados en los árboles a una dieta de todo tipo de alimentos encontrados en la tierra. Las sustancias de esta nueva dieta necesitan ser quebradas, trituradas, muertas, disputadas, y se necesita pelear por ellas en competencia con otros animales. Coloca todos estos factores juntos y encuentra a este Primate que vive en tierra usando cada vez más sus manos para acarrear objetos, para trabajar estos objetos, para pelear con objetos, y llega a la conclusión de que todo este uso de objetos fue la fuerza motriz que guio al antepasado del Hombre permanentemente hacia arriba. En resumen, Washburn piensa que el Hombre se transformó en bípedo debido a que se transformó en usuario de herramientas. Para ello hace hincapié sobre la extrema pequeñez del diente canino del Australopitécido macho: el hecho de que no tenga los caninos tan grandes como los Primates antropoides [Cercopithecoideos], indica que sus medios de autodefensa tienen que ser otros: herramientas y armas.

Otros investigadores, en cambio, como el paleoantropólogo Bernard Grant Campbell (1930 – 2017) y el paleontólogo sudafricano John Talbot Robinson (1923 – 2001), invierten este argumento, pensando que el Hombre era bípedo desde la época en que bajó por vez primera de los árboles, y que fue ese rasgo el que le dio la oportunidad de llegar a usar herramientas y liberar sus manos para portar cosas.

Ahora bien, aun cuando haya desacuerdos en si el uso de herramientas estimuló primero el caminar bípedo o si el caminar estimuló el uso de herramientas [¿y por qué no interactuaron simultáneamente ambos hechos, sin otorgar preferencia a uno o a otro?], no hay ninguna discrepancia en la importancia del uso de herramientas para favorecer el desarrollo del cráneo y para incitar a los Homínidos a seguir adelante por el camino hacia la naturaleza humana.

Vistas estas cuestiones, podríamos plantearnos ahora cuáles son las condiciones o dónde está el medio en el cual un animal dotado de forma similar a un Chimpancé (anterior evolutivamente a los Australopitécidos), pudo haber evolucionado más rápidamente. La mayoría de los antropólogos e investigadores piensan que fue en la pradera herbosa y en la sabana donde nuestro antepasado Homínido fue adquiriendo las características especiales que lo condujeron hacia la naturaleza humana. Dentro de las explicaciones que se han dado para comprender esto, es decir, encontrar algún tipo de argumento que sitúe a los antepasados Homínidos en tierra, en la sabana, y después otro argumento para explicar la interacción de tal medio con los rasgos homínidos para producir un Hombre, dentro de estas explicaciones, decíamos, la más convincente parece ser la del antropólogo Clifford J. Jolly (nacido en 1939), basada en la realimentación. Observó que los Homínidos presentaban unos molares excesivamente largos, así como unos caninos pequeños, mientras que en los demás Primates antropoides no ocurría así. Esta transformación en la dentición la atribuyó Jolly a un cambio en la alimentación, que sería en estos Homínidos de semillas entre otras cosas, desprendiéndose así de la dependencia con respecto a la fruta. Las mismas condiciones climáticas de la sabana y la gran cantidad de semillas existentes, hicieron posible que el Homínido se alimentase de ellas. La dentición apropiada para ser un eficiente comedor de semillas la poseía el Homínido: molares extremadamente grandes, pequeños caninos en ambos sexos, incisivos más bien pequeños y un paladar arqueado, todas ellas características de una dentición australopitécida. Para Clifford J. Jolly, en definitiva, la aparición de los Homínidos probablemente no comienza con un bípedo, pero sí con una herencia de caminante que se afirma sobre sus nudillos y tiene talento para usar herramientas y armas, lo cual no solamente hace posible la modificación de los dientes molares y caninos para adaptarse a una dieta basada en los granos, sino que también fomenta el mejor uso de herramientas, la destreza manual y el bipedismo, todo lo cual se combina para estimular el mejor desarrollo del cerebro. Esto, finalmente, origina un Homínido situado en la sabana: el Australopithecus.

Sherwood Washburn, por el contrario, no acepta lo de comedor de semillas en el Primate antropoide [Cercopithecoideo], en cuanto que esto determinase la particular dentición homínida. Para Washburn, esta dentición se debe al gradual aumento del uso de herramientas y armas y al desarrollo de la caza. Este argumento de Washburn sería válido para explicar cómo se desarrollaron los dientes humanos a partir de los dientes australopitécidos, pero Jolly busca más atrás; está interesado en encontrar cómo los dientes australopitécidos se desarrollaron a partir de los dientes del Primate antropoide.

Podemos concluir diciendo que, tanto el comer semillas como el uso de herramientas se interrelacionaron entre sí hasta dar lugar a la formación del Australopitécido homínido.

 

 

 

*Capítulo V. La vida social de los Hombres – Mono

La aparición del macho y de la estrecha relación macho – hembra, así como el papel del macho como jefe de familia, es importante en la evolución de los Homínidos. Existen, como mínimo, dos teorías contrapuestas. Una es la del etólogo (la Etología estudia el comportamiento animal) inglés John Hurrell Crook (1930 – 2011), para quien, en condiciones similares del medio, los animales sociales tenderán a desarrollar sociedades semejantes. En consecuencia, el medio es lo más importante, y la aparición del macho jefe de familia, así como la estrecha relación macho – hembra, están íntimamente relacionados con el medio en que se desenvuelve el grupo, principalmente si éste es hostil y escasea el alimento.

Para Sherwood Washburn, por el contrario, fue el hecho de comer carne y compartir los alimentos, lo que condujo al desarrollo de la unión permanente macho – hembra. Ya que el comer carne condujo a un perfeccionamiento en las técnicas de la caza, y ya que la práctica de la caza comienza a estar implicada con herramientas y armas más efectivas y con un mayor bipedismo, el modelo de Washburn significa una fecha más reciente para la formación de la «familia» que el modelo de Crook, quien la sitúa mucho antes, debido precisamente a que la hace depender del medio.

También hemos de considerar el diferente papel asignado tanto al Homínido macho como al Homínido hembra, papel implícito incluso en su estructura fisiológica. Esto se observa, por ejemplo, en el hecho de que las hembras, al ser las que engendren a las crías y estén capacitadas biológicamente para parirlas, estén dotadas de una pelvis más grande que la del macho, a fin de permitir que los cerebros de los vástagos, sus cabezas, pasen para salir a la luz. Este agrandamiento de la pelvis, necesario para el nacimiento de unos descendientes que cada vez irán teniendo un cerebro y una cavidad craneal gradualmente más voluminosos, les impedirá a las hembras, por ejemplo, correr y desplazarse con la agilidad del macho. La actividad de la caza, elemental para la subsistencia de estos primeros Homínidos, necesitaba del seguimiento de las presas, a veces durante periodos considerables, por lo que las hembras eran relegadas y resguardadas, mientras durase la caza, en lugares seguros, hasta que volviesen los machos. Aquí tenemos un embrión de lo que sería el futuro hogar. Al mismo tiempo, la caza resultaba ser una actividad inestable, no siempre satisfactoria en cuanto a la necesidad de alimento, por lo que las hembras, cuando podían, se dedicaban a la recolección de semillas, tubérculos, granos, etc, alimentos éstos que, además, duraban más tiempo que la carne animal cazada y que podían ser consumidos durante los periodos de escasez, debido a unas ciertas reservas que se tendrían. Esto nos hace pensar ya, por parte de los Australopitécidos, no sólo en una división sexual del trabajo macho – hembra, sino en un incipiente desarrollo de la cestería, de utensilios como calabazas o trozos de cuero que sirviesen para guardar y depositar los alimentos recolectados.

 

 

*Capítulo VI. Armas y herramientas

Sólo señalar dos rasgos vitalmente importantes que pudieron haber desarrollado los Homínidos primitivos, en cuanto a su comportamiento y manera de conseguir el alimento: cazaban en grupos y compartían el alimento. Esto les permitiría no sólo ser más eficaces y que la caza les resultase más positiva que actuando por su cuenta, sino que, asimismo, van a poder dirigirse a piezas cada vez más grandes y desarrollar métodos gradualmente más efectivos.

El hecho de compartir el alimento, pudo haber desarrollado entre los Homínidos primitivos un tipo de comunicación más abundante, presumiblemente un lenguaje muy arcaico, aun cuando según las más modernas investigaciones no parece que esta condición potenciara el enriquecimiento del lenguaje en alto grado. La posibilidad misma del lenguaje estaba dificultada por el mismo pequeño tamaño de su cerebro, por lo que parece ser que sólo a partir del Homo erectus es posible ya un lenguaje mínimamente articulado.

Más que de armas podemos hablar de herramientas, de instrumentos de trabajo. Para ello vamos a centrar nuestra atención en el Homo habilis y en los descubrimientos realizados por Mary Leakey en Olduvai. Ella distingue dos tradiciones de trabajo de la piedra en Olduvai. La más antigua y primitiva de las dos es la industria Olduvayense (en inglés, Oldowan), que se encuentra en el estrato más bajo (Lecho I), y que produce lo que la gran paleoantropóloga denomina choppers. Los choppers no son más que guijarros tallados muy toscamente y que alcanzan como máximo una anchura de diez cm. Un chopper, suficientemente afilado, servirá para cortar carne, para aserrar o triturar, abriéndose camino a través de articulaciones y cartílagos, para raspar cueros o para afilar la punta de un palo.

La otra industria, a la que Mary Leakey llamó Achelense o Acheulense (en inglés, Acheulean), se encontró en el Lecho II, siendo su utensilio más distintivo el biface, herramienta cuyos bordes cortantes han sido descascarados más cuidadosamente a ambos lados del guijarro, a fin de hacer aquélla más recta y más afilada que el primitivo chopper olduvayense. La herramienta achelense es a menudo trabajada o pulida completamente para darle el tamaño, la forma y el peso deseados. Su resultado más característico es el «hacha manual», ampliamente difundida durante el Paleolítico inferior. La industria Achelense de Olduvai, con una antigüedad de cerca de 1.600.000 años, se asocia actualmente con el Homo ergaster y no con la del Homo habilis. Los paleoantropólogos actuales consideran, pues, que la invención de esa industria lítica Achelense corresponde al Homo ergaster.

Lo verdaderamente asombroso de este equipo de herramientas de Olduvai es su complejidad, hasta el punto de que Mary Leakey ha identificado hasta dieciocho tipos de objetos diferentes. Existen, además de choppers y bifaces, bolas redondas de piedra, cucharillas, buriles, punzones, yunques y martillos de piedra.

Asimismo, se han encontrado los llamados «lugares de concentración», es decir, lugares donde los Homínidos, de hecho, permanecieron por largos periodos, dependiendo de la vegetación y de la caza local. Estos hogares presentan una antigüedad de unos dos millones de años. En ellos se han hallado gran cantidad de restos fósiles y de instrumentos.

Por último, sólo señalar que Richard Leakey, al este del lago Rodolfo, encontró en 1971 un lugar de concentración que contenía huesos de animales, choppers y restos olduvayenses unos 750.000 años más antiguos que los de Olduvai. El detallado estudio de este lugar y otros semejantes nos permitiría conocer más a fondo quién fue el Australopithecus.

 

 

 

EL PRIMER HOMBRE

*Capítulo I. El gran innovador

Al primer Hombre verdadero se le ha denominado Homo erectus, esto es, un hombre erguido. Descendía directamente del Australopithecus, ser prehumano considerado como el eslabón perdido entre los Antropoides fósiles y el Hombre. Este Homo erectus tenía una altura media de 165 cm aproximadamente, debiendo su postura y su modo de andar humanos a numerosas mejoras anatómicas, como eran el desarrollo de su pelvis y de su pie. La pelvis del Homo erectus era más redondeada, de tal manera que la concavidad en que el fémur se articula con la pelvis estaba situada más adelante que en los Australopitécidos. Este desplazamiento proporcionó al erectus una postura vertical; además, el pie, arqueado para soportar mejor el peso del cuerpo, había perdido todo vestigio de la capacidad prensil que conservan los dedos del pie de los Antropoides. La mano del erectus, asimismo, aun cuando no conservemos restos fósiles de la misma, debió de pasar del «asimiento con potencia», propio de los Antropoides, al «asimiento con precisión», de tal manera que el pulgar y los otros dedos se oponen de un modo mucho más eficaz. El tipo de pulgar oponible, propio del erectus, debió de proporcionarle una mayor destreza manual.

Los huesos del Homo erectus eran más pesados y más gruesos que los del Hombre actual, por lo que esa fuerte estructura exigía de unos músculos más poderosos para moverla. Su cabeza era lo que le daba un aspecto más simiesco. Estaba dotado de una frente baja y deprimida, así como de arcos superciliares gruesos y prominentes; su mandíbula era maciza y sólo poseía un esbozo de mentón.

Lo que verdaderamente define al Homo erectus como Hombre verdadero, es la notable evolución del cerebro, así como su comportamiento. Mientras que la capacidad craneana de un Antropoide [¿Primates superiores?] nunca supera los 500 cm3, y la del Australopithecus oscila entre los 400 y 660 cm3, el Homo erectus poseía un volumen cerebral comprendido entre 740 y 1400 cm3. Al mismo tiempo, la organización interna del cerebro del erectus presentaba una mayor complejidad que la de los Australopitécidos. El mejor uso de esta mayor capacidad cerebral está ampliamente documentado en el perfeccionamiento de sus herramientas y útiles, así como en la planificación y coordinación de sus operaciones de caza. La creciente dedicación del Homo erectus a la caza, dio también origen al desarrollo de una organización social claramente humana, basada en una estricta división sexual del trabajo entre los machos cazadores y las hembras recolectoras.

Podemos considerar al Homo erectus como el primer hombre capaz de articular un lenguaje humano rudimentario. Esto fue debido a sutiles cambios operados en su sistema y aparato vocal. La aparición del lenguaje, por muy primitivo que fuese, posibilitó la comunicación mediante símbolos y el referirse, a su vez, a objetos e ideas.

Hace aproximadamente 1.300.000 años, los últimos Australopitécidos dieron origen a los primeros grupos de Homo erectus. Donde los especialistas no se ponen de acuerdo es si aparecieron simultáneamente en diversos lugares, aunque parece que fueron originarios del África tropical, iniciando a partir de aquí una dispersión por otros continentes, bien hacia Europa o bien hacia Asia.

La dispersión del Homo erectus tuvo lugar en la Época de los grandes Hielos, lo que le obligó a continuos desplazamientos y cambios de lugar. De igual modo, parece ser que los erectus atravesaron y recorrieron en diversos sentidos la gran franja tropical que, desde el África Oriental y a través del Océano Índico, se extiende, pasando por la península del Indostán, hasta el archipiélago de la Sonda, donde se halla la isla indonesia de Java. Desde Java, una de las Grandes islas de la Sonda, pudieron dirigirse hacia China, como confirma el yacimiento de Choukoutien, cerca de Pekín. Del África Central y Oriental pudieron dispersarse hasta Europa (yacimientos de Torralba y Ambrona, ambos en la provincia española de Soria), mientras que otros grupos, contorneando el Mediterráneo por Oriente Medio y Anatolia, y luego remontando el río Danubio, pudieron llegar hasta Vértesszőlős (Vertesszolos), en Hungría, a unos 60 km al NO de Budapest. El hallazgo de Vértesszőlős, un cráneo, tuvo lugar en 1965, y presenta la circunstancia de que junto a restos humanos muy avanzados y muy emparentados con el Hombre moderno, de unos 380.000 años de antigüedad, se hallaron restos de utillaje más primitivo.

Uno de los mayores logros del Homo erectus fue el uso del fuego. El desplazamiento de estos homínidos hacia regiones cada vez más nórdicas y más frías, pudo en cierta medida activar su inteligencia, hasta llegar al uso de este elemento natural, tan indispensable para la supervivencia de la especie. Hace unos 500.000 años, el Homo erectus pekinensis (Sinanthropus pekinensis) de Choukoutien usó el fuego de manera permanente. El fuego les permitió, no sólo un mayor perfeccionamiento en sus útiles y armas, un medio de combatir el frío y ahuyentar a las fieras, sino, sobre todo, una alimentación mucho más nutritiva, mediante la cocción de los alimentos. Una vez que lograron mantener un hogar encendido, incluso transportaban brasas encendidas en sus desplazamientos.

Este Homo erectus primitivo parece que también practicó la antropofagia y el canibalismo, aunque parece que más bien se trataba de actos rituales, lo que nos haría pensar en un inicio de manifestaciones espirituales.

 


*Capítulo II. El misterio del primer Hombre

El primer descubrimiento, según hemos ya señalado, de Homo erectus, lo realizó Eugène Dubois, un médico holandés que estuvo de agregado militar en Java. De una manera consciente y deliberada, apoyado en investigaciones y estudios anteriores, se dirigió a estos apartados lugares, concretamente a la localidad de Trinil, donde, entre los años 1891 y 1893, halló restos fósiles pertenecientes a un cráneo, un fémur y dos dientes. El cráneo es el de un Hombre muy primitivo; el fémur pertenece a un ser que caminaba completamente erguido, mientras que los dientes, dos molares, revelan una cierta imprecisión, ya que uno de ellos parece corresponder a un orangután. Las controversias que se suscitaron con estos descubrimientos fueron muy enconadas, defendiendo Dubois hasta el fin de sus días, que el Pithecanthropus erectus, como él lo llamó, era el eslabón perdido. Los antropólogos saben que estos restos no pertenecen al eslabón perdido, sino a la variante de Java del Homo erectus. Donde no han podido aún ponerse de acuerdo es en determinar si tanto el cráneo como el fémur hallados por Dubois, pertenecen a un mismo individuo. Algunos piensan que el fémur correspondería a un ser más reciente.

Otro hallazgo, ya mencionado, sumamente importante en el estudio y determinación del Homo erectus, fue el realizado en 1907 en una mina de Mauer, cerca de Heidelberg, consistente en una mandíbula con la dentición casi completa. El antropólogo alemán Otto Schoetensack, de la Universidad de Heidelberg, la estudió al año siguiente, bautizando al individuo al que pertenecía como Homo heidelbergensis. Estudiando la estratigrafía geológica y los restos fósiles de animales de ese lugar, se determinó su antigüedad en unos 500.000 años. La mandíbula presentaba un aspecto muy primitivo, mucho mayor que la humana, pero su dentición era prácticamente similar a la del Hombre moderno, con pequeños colmillos y molares muy gastados, aplastados por la acción de masticar.

Hallazgos tan importantes, o más, que los anteriores, fueron los efectuados en las cuevas de Choukoutien, a unos 38 km al SO de Pekín. Estos trabajos, fueron llevados a cabo primeramente en 1921 por el paleontólogo sueco Johan Gunnar Andersson, aunque las excavaciones las realizó directamente su asistente, el paleontólogo austriaco Otto Zdansky entre 1921-23, y, posteriormente, por Pei Wen-chung (Pei Wenzhong), en 1929 y en 1933-34. Pei descubrió un fósil de Homínido y restos animales de un ejemplar llamado Canis lupus variabilis. Por su parte, el paleoantropólogo canadiense Davidson Black comenzó sus excavaciones en Choukoutien en 1927. El descubrimiento ese mismo año del paleontólogo sueco Birger Bohlin, un diente, lo adscribió Black a una nueva especie, el Sinanthropus pekinensis. En 1928 Black descubrió más fósiles de su nueva especie: dientes, una parte sustancial de la mandíbula de un joven y una mandíbula adulta completa con tres dientes. Gracias a ello, ese mismo 1928 Black consiguió establecer un laboratorio de investigación sobre el Cenozoico en el Peking Union Medical College, fundado en 1906. De otro lado, el geólogo y paleontólogo jesuita francés Pierre Teilhard de Chardin visitó Choukoutien desde 1926. Al morir Black en 1934, lo sustituyó al frente del laboratorio el antropólogo judío alemán Franz Weidenreich. En 1937 los japoneses accedieron al yacimiento de Choukoutien, asesinando a varios de los trabajadores, quedando interrumpidas las labores de excavación. En total se habían descubierto fósiles de unos 40 individuos pertenecientes al Homo erectus pekinensis, ente los que destacaban cinco cráneos y fragmentos de cráneo, seis fragmentos de la cara, 14 mandíbulas inferiores y 152 dientes. En 1941 la práctica totalidad de los restos fósiles humanos se perdieron, aunque por suerte Weidenreich había hecho copias de ellos para preservar sus características físicas.

La vinculación del Sinanthropus pekinensis con el Pithecanthropus erectus de Dubois, así como con otros restos importantes descubiertos entre 1931 y 1941 por el paleontólogo y geólogo alemán Gustav Heinrich Ralph von Koenigswald (1902 – 1982), era manifiesta. Todos los restos, entre los que destacaban más de una docena de fragmentos de cráneo, pertenecían al Homo erectus. Koenigswald excavó primero en un lugar de la isla de Java también cercano a Trinil, en el río Solo, y después en otros yacimientos de la isla. Entre 1931 y 1933 lo hizo cerca de la aldea de Ngandong, en la zona oriental de la isla, también junto al río Solo, donde encontró catorce fragmentos de cráneo, dos tibias y una pelvis, de una antigüedad entre 117.000 y 108.000 años, en el Pleistoceno tardío. Lo denominó, acertadamente, Homo erectus soloensis (Homo soloensis). El volumen del cerebro oscilaba entre los 1013 y los 1251 cm3. Las hembras podían alcanzar los 158 cm de altura y pesar alrededor de 58 kg.  En 1941, en Sangiran, en Java central, a unos 15 km al N de Surakarta, de nuevo en el valle del río Solo, descubrió restos fósiles (grandes fragmentos de mandíbula y cráneo, junto con varios dientes aislados) de un individuo al que llamó Meganthropus paleojavanicus, probablemente una extraña variedad de Homo erectus, si bien el estudio de tales restos por Franz Weidenreich revelaron que la altura de ese individuo podía alcanzar los 244 cm y el peso entre 181 y 272 kg. Algunos lo han considerado un Australopitécido. En 2004 se consideraba con bastante unanimidad como un Homo erectus.

Una vez resuelto el rompecabezas que supuso el llamado Hombre de Piltdown, que resultó ser una falsificación (se descubrió el engaño en 1953, 37 años más tarde del «hallazgo» de los restos), y a medida que se ponían a punto mejores métodos de datación y un esquema claro de clasificación, pudo llegarse a la conclusión de que los primeros Hombres, pese a las diferencias de detalle en su anatomía, habían evolucionado en su totalidad como una especie única, Homo erectus, que se había ido extendiendo por el planeta.

Otro hallazgo destacado lo efectuó Camille Arambourg en 1955 en Ternifine (Thigennif, al norte de Argelia), restos de un Homo erectus de unos 700.000 años que bautizó como Atlanthropus mauritanicus, conocido hoy como Homo mauritanicus.

 

 

*Capítulo III. El cazador.

El Homo erectus unió a la alimentación fundamentalmente vegetal del Australopithecus, una alimentación cárnica. Debido a que la carne incluía numerosas ventajas nutritivas vitales, la selección natural [Teilhard de Chardin no aceptó este concepto] hizo que los individuos que poseyeran en cierto grado los caracteres físicos o mentales que los convertían en cazadores más diestros, se vieran favorecidos en relación con sus congéneres peor dotados.  

Aparte de las modificaciones físicas que este cambio en la dieta pudo aportar al Homo erectus, hemos de considerar la que se operó cuando en este ser fue disminuyendo cada vez más el pelo que le cubría el cuerpo, teniendo lugar una evolución completa en su sistema piloso, de tal modo que la piel se le adaptó al ambiente que habitaba, se le multiplicaron las glándulas sudoríparas, y, en general, se le desarrolló la transpiración. Todo esto permitió al Homo erectus una regulación sobre la temperatura corporal, de manera que le fue posible realizar ejercicios violentos durante el día, a pleno sol, sin peligro.

Ahora bien, la razón primordial por la que el erectus se fue transformando en mucho mejor cazador que sus antepasados Australopitécidos, no hemos de buscarla sobre todo en las aptitudes físicas, sino en la evolución de su cerebro. Mediante el desarrollo del cerebro fue capaz de construir mejores y más eficaces herramientas de caza, fue capaz de observar con atención el comportamiento animal, así como desarrollar la memoria; pudo también planear y elaborar por anticipado estrategias de caza. De igual modo, la constitución de grupos y bandas mediante las cuales la caza constituía un fenómeno colectivo, permitió al erectus cazador apresar piezas cada vez más grandes y realizar batidas cada vez más eficaces. La caza de animales muy grandes, como el mamut, imposible de haber sido abatido por un solo cazador, le proporcionó al Homo erectus comida abundante y ciertas reservas para un tiempo, sobre todo para aquellas estaciones en que los productos silvestres de que se alimentaba disminuían sensiblemente en las regiones en que reinaba un intenso frío durante algunas temporadas del año, y a las que había ahora tenido acceso.

Todo esto, unido al uso del fuego, no sólo como método de caza, sino, igualmente, utilizado para la cocción de los alimentos, proporcionó al erectus una dieta más nutritiva, suministrándole una serie de calorías necesarias a su desgaste físico. Poco a poco iría cambiando su fisonomía.

Testimonios precisos de los métodos de caza del Homo erectus los poseemos en Terra Amata (Terre aimée, Niza), en Choukoutien, en Olorgesailie (al sur de Kenia), y, sobre todo, en Torralba y en Ambrona (en la provincia española de Soria). Estos descubrimientos y emplazamientos, particularmente el de Torralba – Ambrona, han revelado métodos colectivos de caza, así como el hecho de que el Homo erectus compartía el alimento equitativamente entre todos los miembros del grupo. Para las grandes cacerías, se agrupaban miembros de diferentes bandas, que se unían e incluso se desplazaban grandes distancias siguiendo las rutas de migración de los animales, siendo posteriormente, una vez concluida la caza, distribuida la carne entre los individuos que no habían participado en la cacería y que habían quedado en los refugios.

 

 

 

EL HOMBRE DE NEANDERTAL

*Capítulo I. El antepasado que nadie deseaba

Precisamente fueron restos fósiles del Hombre de Neandertal, los primeros que de hombres primitivos se encontraron en Europa y en el resto del mundo. Además del cráneo de Gibraltar en 1848, el hallazgo más resonante tuvo lugar en 1856 en el valle de Neander, cerca de Düsseldorf, en Alemania (ver supra). Pero la Ciencia no estaba aún en condiciones de reconocer estos restos fósiles como pertenecientes a un tipo de Hombre antepasado de nosotros. Ni siquiera se aceptaba todavía la evolución de las distintas especies animales y vegetales, imperando, por el contrario, la concepción fijista, según la cual las especies actualmente existentes, existieron desde siempre y fueron colocadas por Dios sobre la faz de la Tierra durante los días que duró la Creación del mundo. Incluso en noviembre de 1859, cuando se publicó El origen de las especies de Charles Darwin, se aceptó una evolución de las especies animales y vegetales, pero no una evolución del Hombre.

Lo que empezó a modificar las opiniones y a hacer pensar que la presencia del Hombre sobre la Tierra databa de muchos años atrás, miles incluso llegó a pensarse, fue el hecho de que, junto a los restos fósiles, o aisladamente, se encontrasen utensilios de sílex o de piedra que de ninguna manera podían ser considerados como un capricho de la Naturaleza, sino que tendrían que haber sido hechos por las manos del Hombre, aun cuando éste fuese muy primitivo. Hubo, incluso, quien pensó que tales utensilios podían ser caprichos de la propia Naturaleza, aunque esta teoría fue desmoronándose con el transcurso del tiempo.

Fue precisamente Jacques Boucher de Perthes (1788 – 1868) quien, en el decenio de 1830, vislumbró la verdad acerca de tales utensilios con los descubiertos en las terrazas de grava del valle del río Somme, en el NO de Francia, en Abbeville.

Al hallazgo fósil del valle de Neander se le recibió con desprecio por parte de la comunidad científica, pensándose que se trataba, o bien de un hecho aislado, esto es, una deformación natural, o bien, como pensó el médico y antropólogo alemán Rudolf Virchow (1821 – 1902), de un individuo moderno que había padecido raquitismo y artrosis, por lo que era así explicable su deformación. Solamente fue el geólogo angloirlandés William King (1809 – 1886), en 1863, quien consideró el ejemplar como una especie distinta, a la que llamó Homo neanderthalensis, incluyéndolo, pues, dentro de la familia humana. Pero, una vez emitida la opinión del eminente anatomista Virchow, hasta el propio King cambió de opinión y se replegó. De esta manera, los estudios acerca del Homo neanderthalensis permanecieron estancados, incluso olvidados, ya que la Ciencia sólo aceptaba como antepasados del Hombre actual, restos fósiles que tuvieran un gran parecido con los hombres modernos, no admitiéndose aquellos que presentaran cierto aspecto simiesco. Debido a esta curiosa norma, hubo una general aceptación en considerar los restos encontrados por Louis Lartet en 1868 en las proximidades de una colina conocida con el nombre de Cro-Magnon, en la localidad de Les Eyzies, en la Dordoña, como pertenecientes a un antepasado del Hombre moderno, debido a que sus rasgos ofrecían un gran parecido con los hombres actuales, con trazas de ser un individuo alto y señorial. La presencia de utensilios de piedra y de huesos de animales extinguidos junto a los restos fósiles del Hombre de Cro-Magnon, no dejaba duda de que el Hombre había vivido mucho tiempo atrás. Rápidamente se le admitió en el árbol genealógico humano, creyéndose, pues, que el Hombre había tenido siempre el mismo aspecto.

Ahora bien, las cosas se complicaron cuando, en 1886, aparecieron en una caverna próxima a la aldea belga de Spy (en Valonia, en la provincia de Namur) dos esqueletos. Ambos fósiles, sobre todo uno de ellos, recordaban extraordinariamente la bóveda craneana hallada en el valle de Neander. Esta vez, la opinión de Virchow de considerar ambos esqueletos como nuevos ejemplares enfermos del Hombre moderno, no pudo ser muy tomada en cuenta por la mayoría de los científicos, ya que el hallazgo junto a los fósiles humanos de trozos de sílex y de restos de animales extintos, hacía pensar en la notoria antigüedad de este tipo de Hombre.

Con el descubrimiento, en 1891-1893, del Pithecanthropus de Java por Eugène Dubois, la línea de la evolución aparecía cada vez más nítida, habida cuenta de que este ser era más primitivo que los restos que se tenían del Homo neanderthalensis. Se veía clara una línea ascendente que, desde el Pithecanthropus, un Homo erectus, pasando por Neandertal, había desembocado en el Hombre de Cro-Magnon. Esta opinión fue reforzada por el descubrimiento en 1907, en una mina de Mauer, cerca de Heidelberg, de una mandíbula maciza, que ofrecía una gran semejanza con el Pithecanthropus de Java hallado por Dubois, lo que parecía indicar que el Pithecanthropus había vivido en Europa en una época anterior a los Hombres de Neandertal y de Cro-Magnon, representado en este Homo heidelbergensis (en realidad, un preneandertal).

De nuevo se les volvió a prestar atención a los Neandertales. Por estas fechas, durante el primer decenio del siglo veinte, se estaban realizando importantes trabajos de Paleontología y de Antropología humanas en la Dordoña. A partir de 1908 tuvieron lugar relevantes hallazgos. Ese año se encontró, en el interior de la cueva Bouffia Bonneval, situada cerca del pueblo de La Chapelle-aux-Saints, en el departamento de Corrèze (Aquitania), un esqueleto muy completo de un ejemplar masculino adulto cuya antigüedad está firmemente establecida entre 47.000 y 56.000 años. El individuo debía haber muerto con unos cuarenta años y estaba aquejado de osteoartritis. Fue cuidadosamente enterrado por sus congéneres. Pertenece a la especie Homo neanderthalensis. Otra caverna cerca de Le Moustier (en la Dordoña), en la que anteriormente se habían recogido una gran cantidad de útiles de piedra, ofreció en mayo de 1914 otro esqueleto de un joven de la especie, determinada en 2002 por Bruno Maureille, Homo neanderthalensis. En un abrigo rocoso de La Ferrassie, en la Dordoña, encontraron Louis Capitan (1854 – 1929), antropólogo y médico, y el prehistoriador Denis Peyrony (1869 – 1954), en 1909, un varón adulto de Neandertal (su capacidad craneana era de 1641 cm3), y, más tarde, los restos de varios niños. Otro abrigo rocoso en La Quina (en Aquitania), excavado por el médico Léon Henri-Martin desde 1906 a 1936, contenía partes de varios esqueletos de Homo neanderthalensis. El primer esqueleto lo halló el 18 de septiembre de 1911. La mayoría de los hallazgos expuestos ofrecían restos fósiles bastante completos. Pero cuando se le encomendó al paleoantropólogo Marcellin Boule (1861 – 1942), del Museo Nacional de Historia Natural de Francia, tenido como la más notable autoridad en fósiles a principios del siglo veinte, una reconstrucción, a partir de los completísimos restos fósiles encontrados hasta entonces del Hombre de Neandertal, hizo una valoración tan equivocada de esos fósiles, que esa reconstrucción reveló errores verdaderamente lamentables. Su reconstrucción, en la que el Hombre de Neandertal, parecía más un ser simiesco que un Hombre, desorientó durante decenios a los estudiosos. No obstante, cuando Boule publicó sus resultados en tres volúmenes entre 1911 y 1913, hubo una minoría de prehistoriadores que se mantuvo fiel a la idea de que los Neandertales eran antepasados perfectamente respetables del Hombre moderno.

El hecho de que los restos de Neandertales se encontrasen sólo en Europa, aunque en muy variadas regiones del viejo continente, afianzaba a los científicos en afirmar que tales restos revelaban sólo una casualidad evolutiva localizada. Pero, poco a poco, fueron encontrándose restos fuera de Europa. En 1921 fueron descubiertos restos fósiles en la mina Broken Hill de la localidad de Kabwe, en la región central de Zambia, denominándose a este espécimen Hombre de Rodesia (Homo rhodesiensis). Presentaba un cráneo bajo y una frente huidiza como los Neandertales europeos, así como arcos superciliares muy pronunciados, pero también se destacaba en él un rasgo de modernidad: los huesos de sus extremidades eran más rectos y más esbeltos que los de los Neandertales europeos. Se creyó entonces que se trataba de un Neandertal, pero en 2004 estaba bastante asentado que era un pre-sapiens (ver supra). También en Asia fueron descubiertos supuestos restos de Neandertal. El hallazgo fue realizado por Gustav von Koenigswald, y tuvo lugar en 1931, cerca de la aldea de Ngandong, en la zona oriental de la isla de Java, junto al río Solo, y aunque había parentesco con los Neandertales europeos, también era cierto que la mayor espesura del cráneo revelaba una mayor antigüedad. Koenigswald la cifró entre 117.000 y 108.000 años, en el Pleistoceno tardío. Lo denominó, acertadamente, Homo erectus soloensis (Homo soloensis) (ver supra). Este vacío entre el Homo soloensis y los Neandertales europeos, fue cubierto por un hallazgo efectuado en Rusia por el arqueólogo Alexei Okladnikov (1908 – 1981), el 4 de julio de 1938, en la cueva de Teshik-Tash (actualmente en Uzbekistán, en el Asia Central, unos 125 km al sur de Samarcanda). Se trataba de un esqueleto incompleto y cráneo de niña, con toda la dentadura, de un Neandertal. La edad del individuo era de unos siete u ocho años. El cerebro tiene un volumen de 1500 cm3. Su antigüedad está cifrada en 70.000 años, aunque hay quien lo retrasa unas decenas de miles de años más.

Otros dos de los hallazgos más importantes de Neandertales fueron los que tuvieron lugar en la vertiente W del Monte Carmelo, en Israel, unos 20 km al sur de Haifa. Las cuevas pertenecen al conjunto de cuevas de Nahal Me’arot o Uadi el-Mughara. El primero en la cueva Tabun, descubierta por la arqueóloga británica Dorothy Garrod, quien la examinó entre 1929 y 1934. Se encontró entonces el esqueleto casi completo de una mujer y una mandíbula inferior masculina. La antigüedad era de unos 120.000 años. El segundo hallazgo tuvo lugar en la cueva Skhul, y los restos de Neandertal encontrados oscilaban entre los 80.000 y 120.000 años de antigüedad. Estos restos de Skhul fueron interpretados por algunos especialistas como ocupando una posición intermedia entre los Neandertales clásicos y el Hombre moderno.

De todas formas, y a pesar de estos descubrimientos, los Neandertales seguirían relegados, por un gran número de científicos, a una rama lateral de la evolución humana, pensándose que, contemporáneos a ellos, vivieron ya especímenes que pertenecían al antepasado directo de los hombres actuales. Todos estos científicos lo que pretendían era encontrar restos fósiles de hombres verdaderos, pero que tuvieran una gran antigüedad. Nunca vieron coronados por el éxito sus trabajos. El yacimiento de Grimaldi (en Liguria), por ejemplo, reveló ser muy reciente, mientras que el Hombre de Piltdown resultó ser una falsificación. El único caso en el que se estuvo a punto de dar con lo deseado por la Ciencia, es decir, con un ejemplar que fuese muy antiguo, y, al mismo tiempo, presentase rasgos modernos, fue con el cráneo femenino de Swanscombe (al NO del condado de Kent, en Inglaterra), al que, en principio, se le asignó una antigüedad de 250.000 años. Fue encontrado entre 1935-1936 por Barnfield Pit. El hecho de que un individuo más evolucionado que el Homo neanderthalensis hubiese vivido anteriormente a éste, planteó serios interrogantes.  Se pensó que todo lo más que podía decirse es que tanto el Homo neanderthalensis como el individuo al que perteneciese el cráneo de Swanscombe, vivieron durante la misma época, aunque sin estorbarse mutuamente, en regiones distintas. Estos interrogantes se mantuvieron incluso cuando se descubrió en 1933 otro cráneo muy parecido al de Swanscombe, el cráneo de Steinheim, que presentaba rasgos muy parecidos (el Hombre de Steinheim pertenecía a la especie Homo heidelbergensis, un preneandertal; ver supra). Las dudas se resolvieron en 1964, cuando un equipo de estudiosos, con la ayuda de computadoras y comparando los restos de Swanscombe con los de otros Neandertales europeos, determinaron que el cráneo de Swanscombe pertenecía a un tipo Neandertaloide, o, más bien, Pre-neandertaloide, y que no era tan moderno, sino que había pertenecido a un tipo de hombre primitivo. Así, pues, lo que había parecido una prueba de la existencia de verdaderos hombres en tiempos muy remotos, quedaba descartado una vez más.

Debemos mencionar aquí el hallazgo de una mandíbula por Raoul Cammas (1905 – 1987), el 18 de junio de 1949, en las cavidades cársticas de Montmaurin (en Occitania, al sur de Francia), dentro de la cueva La Niche. Su antigüedad se estimó entre los 200.000 y los 240.000 años (Pleistoceno Medio), haciendo presumir una estrecha similitud morfológica con las mandíbulas de los Neandertales europeos, pero sofisticadas técnicas han permitido emparentarla con el Homo georgicus de Dmanisi. Parece ser de un individuo adulto joven, quizás una mujer. Según José María Bermúdez de Castro, «nos encontramos con una mandíbula arcaica y unas piezas dentales que taxonómicamente son indiscutiblemente neandertales, lo que viene a respaldar la hipótesis de que la evolución del linaje neandertal no fue lineal sino en mosaico». La adscripción de esta mandíbula sigue siendo incierta. Aquí la incluiremos, provisionalmente, entre los Preneandertales.

 

Asimismo, cerca del pueblo de Tautavel, en Occitania, en el yacimiento de la cueva del Arago (caune de l’Arago), excavada desde 1963, tuvo lugar, el 22 de julio de 1971, un hallazgo llevado a cabo por el prehistoriador francés Henry de Lumley (nacido en 1934) y su esposa Marie-Antoinette, de dos fragmentos de un cráneo humano (cara y frontal) de una antigüedad de unos 450.000 años (en el Pleistoceno Medio). De unos veinte años, de entre 45 y 55 kg, 160 cm de altura y unos 1166 cm3 de volumen cerebral, el Hombre de Tautavel ha sido adscrito a la especie Homo heidelbergensis, un Preneandertal. Ocho años más tarde se halló un parietal derecho.

En realidad, el cambio de valoración acerca de los Neandertales, considerándoselos como pertenecientes al árbol genealógico humano y antepasados directos nuestros, comenzó en el decenio de 1950, al realizarse un nuevo estudio detallado de un Neandertal típico, el de la Chapelle-aux-Saints (ver supra). Entre estos Neandertales clásicos de la Dordoña francesa y el Hombre de Cro-Magnon, se situaron los restos del Monte Carmelo. De ahí que los fósiles del Próximo Oriente sirvan para establecer un sólido nexo evolutivo entre los Neandertales y el Hombre moderno. Hoy en día es ya casi generalizado hablar del llamado Homo sapiens neanderthalensis, que, aunque nos indica cierta diferencia con el Hombre moderno, esto es, con el Homo sapiens sapiens, nos permite colocarlo en la grey humana.

 

 

 

*Capítulo II. El Hombre de las épocas glaciales

Podemos considerar al Homo neanderthalensis como un tipo de Homo sapiens evolucionado que apareció hace unos 100.000 años, aunque primitivos Homo sapiens vivieron ya durante los 200.000 años anteriores a la aparición del Neandertal, es decir, después del Homo erectus. Durante la época de estos Preneandertales u Homo sapiens primitivos (Mauer, Hombre de Steinheim, Swanscombe, Montmaurin, Hombre de Tautavel), hace unos 250.000 o 300.000 años, e incluso algo más, la población de la Tierra puede estimarse en unos diez millones de habitantes. Durante este tiempo, los parajes que habitó el Hombre fueron muy distintos. En Europa, por ejemplo, se gozaba de un clima cálido, hasta el punto de que incluso a orillas del Mediterráneo había selvas. Asia se presentaba como menos acogedora, aun cuando el Hombre se había extendido ya por todo el perímetro meridional de este continente, desde el Próximo Oriente hasta Java, penetrando incluso en China central. El continente más poblado era África. La mayoría de estos Homo sapiens primitivos o Preneandertales vivían en territorios herbosos o parcialmente cubiertos de bosques. En estos lugares la abundancia de alimentos era notable, sobre todo por la cantidad de manadas de animales que vivían en estas zonas. La tundra, aun siendo un paraje con abundantes especies animales, seguía sin ser explorada por los Preneandertales, en parte debido a los rigores del clima.

Aun cuando podemos imaginar algunos de los comportamientos y técnicas utilizadas por los Preneandertales, como el hecho de abrigarse con pieles de animales, de construir cabañas para refugiarse, el uso del fuego, etc, el documento más excepcional que poseemos es el utillaje lítico. El estilo de este utillaje ha sido llamado Achelense, por el yacimiento francés de Saint- Acheul, cerca de Amiens. La tradición Achelense ofrece como útil más característico el hacha de mano bifacial (véase supra la industria lítica del biface, esto es, guijarros tallados, descubierta por Mary Leakey en Olduvai): un instrumento oval algo achatado o en forma de pera, con filos cortantes de trece o quince cm de longitud en cada lado. Este utensilio tenía variados usos: recortar pieles, descuartizar animales, cortar o raspar madera, etc. Estas primitivas hachas de mano fueron perfeccionándose gradualmente, sobre todo cuando el Hombre aprendió a desbastar la materia prima, sílex o cuarcita, con algún tipo de percutor blando, como madera o hueso, con lo que el hacha de mano presentaba filos más agudos y cortes más regulares.

De igual manera, hace unos 200.000 años, esto es, unos 100.000 antes de que apareciesen los verdaderos Neandertales, se extendió por todo el mundo una nueva técnica para fabricar instrumentos de lascas: la técnica Levallois, denominación en la que ha insistido el gran prehistoriador francés François Bordes (1919 – 1981), quien considera incorrecto hablar de industria Levalloisien o «Levalloisiense», término empleado por Henri Breuil. El término Levallois procede de los hallazgos realizados en los alrededores de la localidad francesa de Levallois-Perret (en la región de la Île-de-France, al NO de París). El método Levallois consiste en que, en vez de golpear simplemente en un gran nódulo de sílex para producir lascas, se empezaba por desbastar un nódulo de sílex por los lados y por arriba; a continuación, el núcleo así preparado era golpeado con un golpe seco en determinado punto de un lado. El resultado del golpe era una lasca de tamaño y forma previstos, con filos largos y agudamente cortantes. Esta técnica Levallois parece ser originaria de África, aunque bien pudo ser descubierta simultáneamente en otros lugares.

A los tiempos más o menos apacibles en que vivían los Preneandertales, les sucedieron otros, hace unos 200.000 años, en los que las temperaturas comenzaron gradualmente a descender. Aparecieron las últimas glaciaciones (Riss, hace unos 200.000 años, y después Würm, hace unos 80.000 años).

 

Interglacial acual, iniciado hace unos 11.000 años.

Glaciación Würm, iniciada hace unos 80.000 años.

Interglacial Riss-Würm, iniciado hace unos 140.000 años.

Glaciación Riss, iniciada hace unos 200.000 años.

Interglacial Mindel-Riss, iniciado hace unos 390.000 años.

Glaciación Mindel, iniciada hace unos 580.000 años.

Interglacial Günz-Mindel, iniciado hace unos 750.000 años.

Glaciación Günz, iniciada hace unos 1.100.000 años.

 
 

 

 

 

 

 

 

 


Las teorías propuestas para explicar las glaciaciones, estudiadas principalmente en los Alpes, han sido muy dispares. Unos han creído que las épocas de intenso frío eran debidas a que los volcanes arrojaban, al entrar en erupción, formidables cantidades de polvo fino que, al quedar suspendido en la atmósfera, impedía la penetración de los rayos solares, con el consiguiente enfriamiento. Otros han supuesto nubes periódicas de polvo cósmico, que atravesaban los espacios comprendidos entre la Tierra y el Sol, con lo que igualmente los rayos solares no podían calentar el globo terráqueo. También hay quien ha pensado que las épocas glaciales eran debidas a la variación del ángulo del eje de rotación de la Tierra y de su órbita alrededor del Sol, modificándose así la cantidad de calor solar que recibe nuestro planeta. Otros, por último, han relacionado las glaciaciones con las erupciones de manchas solares y llamaradas, que acentúan la energía calorífica solar, produciéndose periodos fríos cuanto tales erupciones solares no tienen lugar. Lo que no ha sido suficientemente explicado son las alternancias de periodos fríos y periodos cálidos, dando lugar a los periodos interglaciales.

La glaciación Riss fue la que le tocó vivir a los Preneandertales. La impresionante congelación de agua hizo decrecer el nivel de los mares en unos 150 metros, por lo que enormes plataformas continentales quedaron al descubierto, aumentado de ese modo las posibilidades de recursos animales para estos hombres primitivos. Las condiciones desfavorables estimularon la inteligencia y ayudaron a perfeccionar las técnicas del labrado de la piedra. De la glaciación Riss procede el cráneo aplastado que Henry de Lumley, en julio de 1971, encontró en la cueva de Arago, en unas colinas al pie de los Pirineos de Occitania, cerca del pueblo de Tautavel, y al que denominó Hombre de Tautavel (ver supra). Presentaba una cara proyectada hacia adelante (prognatismo), un recio arco óseo sobre los ojos, la frente huidiza y una caja cerebral ligeramente inferior a la del promedio moderno. Este cráneo, junto con unas mandíbulas halladas en el mismo sitio, presentaba similitud con los fragmentos de Swanscombe y Steinheim, ofreciéndonos una visión bastante precisa de los hombres que vivieron entre el Homo erectus y los Neandertales.

También nos habla del ingenio de estos hombres que vivieron durante la glaciación Riss, un sorprendente hallazgo hecho por Henry de Lumley a partir de 1962 en la gruta de Lazaret, al SE de Niza. Los restos humanos del yacimiento tienen una antigüedad de unos 170.000 años. El descubrimiento más célebre es el de los vestigios de una cabaña hecha con pieles de animales extendidas sobre un entramado de ramas y sujetas por un cinturón de piedras en el perímetro. Levantada sobre la pared de la roca, medía 11 metros de longitud por 3,5 metros de profundidad. El estudio del yacimiento y la reconstrucción minuciosa de la cabaña, hecha por Henry de Lumley, fue objeto de una monografía de este prehistoriador publicada en 1969.

 

 


 

 

Otro indicio de la creciente complejidad y sutileza de la conducta humana en estas épocas, son los cráneos de lobo que el matrimonio Lumley encontró a la entrada misma de cada una de las tiendas, todos en el mismo sitio y uno en cada lugar.

Del periodo interglacial Riss-Würm, que siguió a la glaciación Riss, procedían supuestamente dos fragmentos de cráneo encontrados por la paleontóloga francesa Germaine Henri-Martin (1902 – 1975) en 1947 en la cueva de Fontéchevade (explorada desde 1870), en el departamento de Charente, en Aquitania, al SO de Francia, unos 27 km al este de Angulema. La antigüedad de los fragmentos, un hueso frontal y otro parietal, se creyó entonces que oscilaba entre los 200.000 y los 120.000 años, y fueron considerados como de un Pre-sapiens por los paleoantropólogos franceses de la época. En el decenio de 1990, el paleoantropólogo estadounidense Harold Lewis Dibble (1951 – 2018) puso en duda estas conclusiones. La supuesta existencia en Fontéchevade de la llamada cultura Tayaciense (bautizada así por Henri Breuil a partir del utillaje encontrado en el yacimiento de La Micoque, en Dordoña, y con una antigüedad entre los 440.000 y los 350.000 años, siendo su instrumento más conocido la punta de Tayac), es para François Bordes un utillaje lítico perteneciente al Musteriense anterior a la glaciación Würm, es decir, una industria Pre-Musteriense del mencionado interglacial Riss-Würm. En 2007, Philip G. Chase, de la Universidad de Pensilvania, fechó aquellos dos fragmentos de cráneo entre los 39.000 y los 33.000 años, esto es, en el Proto-Auriñaciense y dentro de la última glaciación, la Würm. Esto quiere decir que, efectivamente, pudieron pertenecer a un Pre-sapiens evolucionado.

Durante el interglacial Riss-Würm, hace unos 110.000 años, comienzan a surgir los verdaderos Neandertales, entre los que se hallan los restos de cráneo encontrados el 21 de septiembre de 1925 en una cantera del valle del río Ilm, próxima a Ehringsdorf, en Turingia, pertenecientes a una mujer de entre 20 y 30 años de edad, con una antigüedad cifrada actualmente en unos 230.000 años, aunque inicialmente se fijaron entre los 126.000 y los 115.000 años. Por lo tanto, pertenecen al interglacial Mindel-Riss. También pertenecen al Homo neanderthalensis los dos cráneos de Saccopastore, encontrados cerca de Roma en una cantera de grava próxima a la confluencia entre los ríos Aniene y Tíber. El primer cráneo, probablemente de una mujer adulta, fue hallado en 1929 por unos trabajadores, y el segundo, de un adulto masculino de unos 35 años, en 1935 por el abate Henri Breuil y el paleontólogo Alberto Carlo Blanc (1906 – 1960). La antigüedad de ambos cráneos se estima desde 2015 en unos 250.000 años, muy temprana para un Neandertal.

Lo más sobresaliente de los Neandertales clásicos del periodo interglacial Riss-Würm, era el aumento del volumen cerebral, y, por tanto, un mayor desarrollo de la inteligencia. El indicio más claro de este desarrollo nos lo ofrece la perfección de la industria lítica típica de los Neandertales, la Musteriense, sobre todo si la comparamos con las anteriores. Los Neandertales clásicos vivieron entre hace unos 110.000 años y unos 40.000 años, llegando a conocer la glaciación Würm. Cuando de nuevo los hielos aparecieron en Europa, los Neandertales permanecieron en el viejo continente, sin emigrar a tierras más cálidas, estimulando considerablemente su industria lítica y la adaptación a las nuevas condiciones climáticas. Se inventó una nueva técnica de la talla de la piedra: se recortaba un nódulo de piedra por los bordes para formar un núcleo en forma de disco; a continuación, dando martillazos hacia el centro del disco, golpeaban repetidamente sus bordes, haciendo saltar lasca tras lasca hasta conseguir que el núcleo quedara gastado por completo. Por último, las lascas inacabadas se arreglaban a fin de dotarlas de los bordes necesarios para trabajar la madera o la piedra. El equipo instrumental de los Neandertales clásicos resultó ser mucho más variado que el de sus antecesores, incluyendo más de sesenta tipos distintos de útiles para raspar, cortar, perforar y vaciar. Los utensilios encontrados en los territorios situados al norte del Sahara y por el este hasta China, pertenecen al Musteriense, mientras que al sur del Sahara podemos hablar de dos estilos distintos, aunque coetáneos al Musteriense: la industria Fauresmithiense (por la localidad de Fauresmith, en Sudáfrica), versión sumamente evolucionada del Achelense, y la industria de Sangoan o Sangoense, caracterizada por la presencia de un instrumento largo, estrecho y pesado, y cuya denominación deriva del yacimiento de Sango Bay, en la orilla occidental del lago Victoria, en Uganda.

Estos hombres de Neandertal se extendieron mucho más allá de lo que lo habían hecho sus más inmediatos antecesores, penetrando hasta incluso en las selvas de la cuenca del río Congo, diseminándose por las vastas llanuras del oeste de Rusia y aventurándose hasta el mismo corazón de Asia. El único lugar no alcanzado por ellos, además de Australia, parece ser América, ya que aun cuando durante la glaciación Würm el estrecho de Bering dejase al descubierto un puente de tierra que unía Siberia con Alaska, también es cierto que los obstáculos para llegar a este puente de tierra eran formidables, sobre todo por las cadenas montañosas que se extendían por la Siberia oriental. Los hombres de Neandertal carecían del utillaje necesario, de las vestimentas adecuadas, así como de las capacidades inventivas para guarecerse en refugios fabricados por ellos mismos, que les hubiesen permitido adentrarse en el Nuevo Mundo, tierra, por otra parte, muy rica en reservas de todo tipo para los hombres de aquellos tiempos que se hubiesen internado en ella.

 

 

*Capítulo III. La vida cotidiana hace 60.000 años

Debido a que este capítulo es fundamentalmente descriptivo, sólo indicar que existía una notable diferencia, aunque se mantuviesen constantes esenciales, entre la vida de una banda de Neandertales que habitase las tundras del norte de Europa y otra que viviese en las sabanas tropicales. Las hordas de los paisajes de tundra, por ejemplo, las que podían vivir en el territorio que actualmente comprende Alemania, estaban integradas por unos 25 individuos, existiendo un mayor número de hombres que de mujeres, y estando muy arraigada la división sexual del trabajo entre los machos cazadores y las hembras recolectoras. El mayor número de hombres que de mujeres, como lo han confirmado los distintos yacimientos excavados, puede responder en cierta medida a la práctica del infanticidio femenino, debido a que, al ser concretamente la caza el medio fundamental de subsistencia de estas gentes, y al no dedicarse las mujeres a ella, un número excesivo de hembras podría resultar perjudicial para la horda en cuestión. Asimismo, un número excesivo de niñas con vida, con posibilidad de convertirse en futuras madres, podría poner en peligro a cualquier banda, sobre todo por un exceso de población al no disponerse de los recursos alimenticios necesarios.

Estas bandas de Neandertales, que necesitaban extensos territorios para subsistir, solían desplazarse hacia el norte con la llegada de la primavera y el verano, constituyendo estas dos estaciones las épocas del año de mayor abundancia de caza y de mayor variedad en el régimen alimenticio. No sólo animales herbívoros, sino también peces, aves, etc, eran capturados en estos meses primaverales y estivales. Con la llegada del invierno y de las grandes nevadas, los grupos se desplazaban más hacia el sur, refugiándose en abrigos seguros, tales como las grutas y cavernas. Los frutos, raíces, tubérculos, bayas, semillas, etc, recogidos por las mujeres durante los meses de menos frío, podrían constituir reservas de alimento para los días del invierno en que la caza no fuese abundante. Estos hombres siempre cazaban en grupo, no sólo para que la caza fuese más eficaz, sino para que también se corrieran menos riesgos.

Por el contrario, la vida de una banda de Neandertales en la sabana, giraba en torno a cambios estacionales de tiempo seco y tiempo lluvioso. Las mujeres recolectaban productos diferentes que los que podrían recogerse en los parajes del Norte, donde estaban los hielos, de igual modo que los hombres cazaban otras especies animales: en vez del reno, el rinoceronte lanudo y el mamut, se capturaban cebras y antílopes.

 

 

 

*Capítulo IV. El amanecer del espíritu humano

Podemos considerar a los Neandertales como los primeros seres humanos que exhibieron el espectro completo de procederes considerados constitutivos de la naturaleza humana. No sólo practicaban enterramientos, como síntoma de su creencia en un más allá, no sólo ofrecían indicios de una cierta atención y cuidado a los disminuidos físicos y a los ancianos, sino que realizaban una serie relativamente compleja de ritos mágicos.

El culto a los muertos entre los Neandertales aparece bien documentado, ya que la mayoría del utillaje lítico y de los restos humanos encontrados lo han sido en tumbas y fosas. Tanto los restos encontrados en el valle de Neander, como los hallados en Spy (en Bélgica) y en La Chapelle-aux-Saints, estaban en distintos tipos de tumbas, enterrados deliberadamente. Lo mismo ocurre en los abrigos rocosos de La Ferrassie (Dordoña) y de La Quina (Aquitania). Muchos de los cadáveres descubiertos en los mencionados yacimientos se hallan en posición fetal, con las piernas encogidas y el cuerpo reposando sobre uno de sus lados. No se sabe a ciencia cierta a qué podía responder este tipo de colocación del muerto en la tumba, aunque se ha pensado o bien en una economía del espacio disponible, ahorrándose así los excavadores el hacer una fosa mayor, o bien en una posición que recordaría la de un niño en el seno materno.

También se han encontrado en muchos enterramientos restos de utensilios y de armas que acompañan a los cadáveres. De una manera prácticamente generalizada, los especialistas opinan que esos útiles y armas acompañarían a los muertos en su vida de ultratumba. Pero hay que tener presente, como ha señalado François Bordes, que, en la mayoría de los enterramientos, lo que se han encontrado han sido utensilios o armas del tipo La Quina – La Ferrassie, existiendo, como se sabe, otros tres tipos de técnica Musteriense de labrado de la piedra entre los Neandertales: el Musteriense denticulado, el Musteriense típico y el Musteriense de tradición Achelense. Tan sólo a los utensilios o armas del Musteriense típico o del Musteriense tipo La Quina – La Ferrassie, se los ha encontrado asociados a restos humanos, mientras que los otros dos tipos de Musteriense no ofrecen esta característica. Ello no quiere decir que los Neandertales vinculados al Musteriense denticulado y al Musteriense de tradición Achelense, no hubiesen practicado un cierto culto a los muertos, ya que el enterramiento no constituye la única muestra existente de ese culto. Bien pudieron exponer los cadáveres a la salida de las grutas, o practicar la incineración.

Restos muy importantes también de esta práctica de culto a los muertos entre los Neandertales, han sido encontrados en la caverna de Kiik-Koba, al sur de la península de Crimea, unos 25 km al este de la localidad de Simferopol, descubierta por el arqueólogo Gleb Bronch-Osmolovsky (1890 – 1943) y excavada por él entre 1924 y 1926, donde halló utillaje lítico en tres capas (Achelense tardío, Musteriense temprano y Musteriense medio) y dos tumbas excavadas en el suelo, una con los restos de un hombre adulto de Neandertal, y la otra con los de un bebé de un año de la misma especie; en dos cuevas de la vertiente W del Monte Carmelo (ver supra); la cueva de Teshik-Tash, en Uzbekistán (ver supra); y en la cueva de Shanidar, en los Montes Zagros, en el Kurdistán iraquí, donde el antropólogo estadounidense Ralph Solecki (1917 – 2019), de la Universidad de Michigan, encontró en 1953 los restos de un probable Neandertal niño, entre 1956-1957 tres esqueletos de Neandertales no fosilizados, y en las excavaciones de 1960 restos de siete Neandertales adultos y dos bebés, con una datación (los de 1960) entre los 65.000 y los 35.000 años. El primero de los enterramientos de Shanidar excavado en 1960 revelaba, después de los análisis de polen efectuados, que se habían depositado gran cantidad de flores distintas sobre la sepultura.

Los ejemplos más notables de una cierta atención y cuidado por parte de los Neandertales hacia los enfermos, disminuidos físicos y ancianos, pueden observarse en La Chapelle-aux-Saints y en Shanidar.

También se han encontrado yacimientos en los que los restos humanos presentan indicios de una cierta práctica del canibalismo y de la antropofagia, aparte de que algunos de los fósiles presenten señales de muerte violenta. Estas muertes violentas, bien pudieron ser ocasionadas por sus propios congéneres o por los animales que les servían de alimento. Con respecto al canibalismo y a la antropofagia, no todos los especialistas están de acuerdo en su uso, como lo revela el estudio realizado en 1970 por el biólogo estadounidense Stanley Marion Garn (1922 – 2007) y por Walter D. Block. En muchos yacimientos la cabeza y el cráneo se encuentran separados del cuerpo. Incluso la abertura de la base del cráneo, el foramen magnum o agujero occipital, aparece ensanchado, como si se hubiesen querido extraer los sesos y el cerebro. Esto se observa muy bien en los cráneos descubiertos en las riberas del río Solo, en Java. Ahora bien, no tenemos por qué establecer una relación directa entre canibalismo y ensanchamiento del agujero occipital. Uno de los casos más curiosos de posible culto a los muertos y de prácticas rituales, fue descubierto por el paleontólogo Alberto Carlo Blanc en 1939, en el monte Circeo, al sur del Lazio, donde, dentro de un círculo de piedras que se encontraban en el lugar más recóndito de la gruta Guattari, fue hallado un cráneo de Homo neanderthalensis (en realidad, el hallazgo del cráneo fue del propietario de la gruta, aunque inmediatamente fue puesto a disposición del paleontólogo italiano) al que también se le había ensanchado el foramen magnum. Los especialistas han visto aquí la práctica de una ceremonia ritual.

Al igual que otros cazadores – recolectores de nuestros días, los Neandertales quizás tuvieran creencias y costumbres relacionadas con los momentos clave del ciclo de la vida humana: nacimiento, pubertad, iniciación de los cazadores, elección del jefe, matrimonio y muerte.

Muy revelador fue el descubrimiento de huesos de Neandertal efectuado el 7 de julio de 1917 por Theophil Nigg en la caverna de Drachenloch, en los Alpes suizos (en el muro rocoso de Seewerkkalk, perteneciente al pico Drachenberg, a unos 2427 metros sobre la localidad de Vättis, en el cantón de St. Gallen), y remitidos ese mismo día al naturalista Emil Bächler[1] (1868 – 1950), de la Universidad de la ciudad de St. Gallen (Saint-Gall). En esta caverna de Drachenloch también fue hallado un cráneo de oso enterrado. Otro destacado hallazgo fue el realizado en el yacimiento de la cueva de Regourdou, en la Dordoña, donde el 22 de septiembre de 1957 se descubrió una mandíbula de Homo neanderthalensis, y, ese mismo año, bajo la dirección de Eugène Bonifay, un enterramiento de otro individuo de la misma especie, así como un enterramiento de un oso pardo, que nos permite hablar de los ejemplos más famosos de caza mágica propia de los Neandertales, el culto al oso. En ambos casos, en Drachenloch y en Regourdou, los cráneos de osos fueron depositados en una especie de cavidad cúbica hecha de piedras, sita en el interior de las cavernas. Tales prácticas parecen estar relacionadas con creencias acerca del funcionamiento del Universo. Estas prácticas necesitarían un periodo muy largo de formación hasta que tomasen la forma que advertimos en los Neandertales.

También las poblaciones de Neandertales esbozaron los cimientos de lo que posteriormente constituiría un arte relacionado con prácticas rituales y mágicas. Muy pocos, por no decir prácticamente ninguno, son los testimonios que se nos han conservado de estos rudimentarios comienzos de la práctica estética entre los Neandertales: fragmento de marfil recortado en forma ovalada y luego pulimentado y recubierto de ocre, en Hungría; orificio en un hueso de animal en las grutas de Pech-de-l’Azé, en la localidad de Carsac-Aillac, en la Dordoña, y dos fósiles de animales marinos en las grutas de la localidad de Arcy-sur- Cure, en la región de Borgoña-Franco Condado, pero, aun siendo tan escasos, ponen de manifiesto que el arte necesitó un periodo de formación larguísimo, lleno de tropiezos y obstáculos, hasta que el Homo sapiens de Cro-Magnon lo realizara de una manera perfecta.

 

 

*Capítulo V. La extinción de los Neandertales

Puede decirse que los hombres de Neandertal se extinguieron de la superficie de la Tierra hace unos 40.000 años, siendo sustituidos por otros, los hombres de Cro-Magnon, que son ya Homo sapiens sapiens. En lo que los especialistas no se ponen de acuerdo es si los Neandertales fueron sustituidos violentamente por los hombres de Cro-Magnon, incluso exterminados por éstos, o si, por el contrario, se transformaron gradualmente en hombres cada vez más modernos, hasta presentar los caracteres actuales.

Uno de los documentos más excepcionales que poseemos, son los utensilios de piedra que fabricaron. En muchos yacimientos se observan una serie de niveles intermedios entre los instrumentos de piedra elaborados por los Neandertales y los hechos por los Cro-Magnon, que aparecen estériles. Estos niveles estériles han dado pie y fundamento a aquella teoría que establece que tal hecho es síntoma de que el paso de una especie a otra se produjo violentamente, es decir, que los hombres modernos, que habían evolucionado en lugares diferentes de otro tronco homínido distinto al tronco neandertaloide, invadieron e irrumpieron violentamente en los territorios ocupados por los Neandertales, exterminándolos, debido a su superioridad física y cerebral.

En cambio, se han encontrado otros yacimientos, muchos incluso, en los que se observa una transformación gradual de los utensilios hechos por los Neandertales en útiles propios de los hombres de Cro-Magnon. Si tenemos en cuenta que la industria propia de los Neandertales, la Musteriense, se dio durante el Paleolítico Medio, nos encontramos con que, en muchos yacimientos, en vez de aparecer niveles intermedios estériles, estos niveles ofrecen utillaje lítico que lo mismo presenta rasgos propios del Paleolítico Medio como del Superior. Estos niveles a los que nos referimos, situados más arriba que los niveles donde aparece la industria Musteriense, y, por tanto, del Paleolítico Superior, nos presentan una industria lítica denominada Perigordiense (el término Périgordien fue acuñado en 1933 por Denis Peyrony, distinguiéndose entre un Perigordiense inferior y otro superior, división hoy obsoleta y que ha sido substituida por Châtelperronien y Gravettien, esto es, Châtelperroniense y Gravetiense), que parece ser que deriva directamente del Musteriense de tradición Achelense, esto es, del Musteriense más evolucionado. Un lugar importante en Europa donde se ha encontrado esta industria Musteriense de tradición Achelense, es en los depósitos de Combe-Capelle (en el valle del riachuelo de la Couze, en el municipio de Saint-Avit-Sénieur, en la Dordoña), indicando tal industria que el sitio había sido ocupado por los Neandertales hace unos 50.000 años.

Lo que fundamenta esto que decimos a propósito de la procedencia de la industria Perigordiense del Musteriense de tradición Achelense, es precisamente el hecho de que, si las industrias musterienses se caracterizan fundamentalmente por la fabricación de lascas, y las industrias líticas del Paleolítico Superior, como la Perigordiense, por la fabricación de hojas, nos encontramos con que en el Musteriense de tradición Achelense hay una tendencia cada vez más pronunciada a fabricar hojas en vez de lascas, lo mismo que a fabricar instrumentos cada vez más especializados, como los buriles, propios también de las industrias del Paleolítico Superior. Lo que no aparece tan claro es cómo se produjo este cambio en la tradición de fabricación de instrumentos, ya que bien pudo originarse por innovaciones difundidas mediante conquistas, trueques, migraciones, tradiciones orales o uniones de hombres y mujeres entre bandas vecinas, o bien por una inteligencia en ascenso, por un desarrollo del lenguaje, etc.

En cuanto a la extinción propiamente dicha de los Neandertales, existe un periodo de tiempo comprendido entre hace 52.000 y 32.000 años, importantísimo para dilucidar esta cuestión, periodo del que poseemos escasos restos, que nos impiden establecer unas conclusiones firmes. A un lado y otro de esa laguna de unos 20.000 años, nos encontramos con los Neandertales, por un lado, y con los Cro-Magnon, por otro. Para muchos estudiosos aún sigue siendo un misterio por qué las diferencias entre una y otra raza (en rigor, especie) tienen lugar en tan corto espacio de tiempo. Pero haciendo una valoración de los restos fósiles encontrados, podemos observar que muchos de ellos pertenecen a individuos que bien pudieran ser seres intermedios entre el Hombre de Neandertal y el de Cro-Magnon. La opinión corriente entre los antropólogos es que los Neandertales pueden considerarse como los antepasados de las poblaciones de Homo sapiens sapiens. Para sustentar esta opinión, nos encontramos con los siguientes restos fósiles humanos:

a) los descubiertos en los yacimientos del Próximo Oriente, sobre todo en las cuevas de Skhul, en el Monte Carmelo, y Qafzeh, en el valle de Jezreel, al sur de Nazareth, donde aparecen cráneos que presentan una mezcla claramente equilibrada de rasgos arcaicos y modernos;

b) en la Europa oriental no sólo se ha encontrado una mandíbula superior de aspecto intermedio, sino que los Neandertales más recientes eran bastante avanzados;

c) en Australia se han descubierto restos fósiles que hacen pensar en un eslabón intermedio entre el Homo erectus soloensis de Java y los más antiguos fósiles de aborígenes australianos, ya sapiens sapiens.

d) en África faltan ejemplares de transición, aunque se han descubierto algunos Homo sapiens sapiens de aspecto rudimentario, con más de 40.000 años de antigüedad, descendientes, posiblemente, del Homo rhodesiensis.

 

Europa occidental es la única zona donde no ha podido establecerse ningún tipo de eslabón intermedio entre el Neandertal y el Cro-Magnon. Aquí las opiniones están divididas. Mientras algunos investigadores, como el antropólogo estadounidense Charles Loring Brace (1930 – 2019), piensan que sí puede hablarse de una línea evolutiva entre los Neandertales y el Hombre de Cro-Magnon, otros, como el especialista estadounidense en el lenguaje humano Philip Lieberman (1934 – 2022) y el anatomista también estadounidense Edmund Slocum Crelin (1923 – 2004), en un artículo conjunto publicado en 1971 en la revista Linguistic Inquiry, del MIT (Instituto de Tecnología de Massachusetts), apoyándose en análisis lingüísticos, abogan por la extinción definitiva de los Neandertales y su sustitución por el Hombre de Cro-Magnon.

Loring Brace fundamenta su opinión de que los Neandertales pudieron evolucionar hacia formas propias de los hombres modernos, en la gran antigüedad de los fósiles encontrados, lo que les hubiera permitido tener tiempo suficiente de transformarse en hombres como los actuales. Para Loring Brace, el hecho de que la cara de los Neandertales fuera ancha y prognata, rasgo primitivo que les diferencia de los hombres modernos, residía en que tal estructura era adecuada para soportar los dientes delanteros, que eran muy anchos, con lo que conformarían la estructura toda de la cara y del cráneo neandertaloide. Parece ser que tal primitivismo en la dentición era debido a causa de que todavía los dientes eran usados como herramientas. Una vez que los útiles de piedra se perfeccionan, los hombres irían prescindiendo paulatinamente de sus dientes como instrumentos de trabajo, y, de esta manera, los dientes adquirirían su aspecto moderno, con la consiguiente transformación de todo el resto de la estructura facial y craneana.

David Pilbeam, siguiendo las investigaciones de Philip Lieberman y de Edmund S. Crelin, basadas en el lenguaje, no está de acuerdo con la opinión de Loring Brace, ya que cree que, aun cuando sí que hubo una transformación gradual desde el Neandertal hasta el Cro-Magnon, ésta no fue debida a lo aducido por Loring Brace, sino que tal transformación fue posible como consecuencia del cambio de la parte superior de la garganta en una faringe capaz de producir toda la gama de la vocalización moderna. Esta teoría de Pilbeam presenta en su favor el hecho de que es capaz de explicar mejor que la de Loring Brace la evolución tan rápida que se operó entre ambas razas (en rigor, especies). El desarrollo de la faringe podría haberse producido rapidísimamente, ya que el habla es un recurso de incalculable valor.

En 2004 se sabía ya con bastante certeza que los neandertales se originaron en Europa y el Homo sapiens en África, y que tanto unos como otros pertenecen a especies distintas que procedían de un antepasado común (no es que fueran razas diferentes). Los párrafos anteriores dedicados al Homo neanderthalensis obvian esta cuestión esencial. Ese antepasado pudo ser el Homo antecessor, pero esta hipótesis no está ni mucho menos confirmada. También obvian los antedichos párrafos el hecho de que los Neandertales pudieron haberse extinguido por una desconocida enfermedad congénita, propia de su específica genética, con lo que se descartaría la desaparición violenta. De hecho, es muy probable que neandertales y cromañones se encontrasen pacíficamente y mantuviesen un conocimiento personal entre ellos, a pesar de pertenecer a especies distintas.

 

 

 

 

Pre-australopitécidos → Australopitécidos (Australopithecus africanus de Sterkfontein, Australopithecus africanus o Niño de Taung,) → Parántropos (Paranthropus robustus y Paranthropus Boisei, entre otros) → Homo habilisHomo erectus (Homo erectus georgicus Homo ergaster Pithecanthropus erectusSinanthropus pekinensisHomo mauritanicus y Homo soloensis) → Homo antecessor → Preneandertales (Hombre de Heidelberg, Hombre de Steinheim y Elvis, en la Sima de los Huesos en Atapuerca, todos de la especie Homo heidelbergensis) → Homo neanderthalensis (cráneo de Gibraltar, cráneo del valle de Neander, Hombre de Le Moustier) → Pre-sapiens (Homo rhodesiensis) → Homo sapiens sapiens (Hombre de Cro-Magnon, Hombre de Aurignac, Hombre de Chancelade, Hombre de Grimaldi)   

 

 

Hombre de Cro-Magnon, descubierto en 1868 en la colina de ese nombre, en la localidad de Les Eyzies (Dordoña). Tres adultos varones y una mujer. Capacidad craneana de 1590 cm3 y uno de los adultos varones medía 180 cm de altura.

Hombre de Grimaldi, descubierto el 26 de mayo de 1872 en la Cueva del Cavillon, entre Menton (Francia) y Ventimiglia (Liguria), en territorio italiano. Otros esqueletos parecidos fueron también hallados en la Grotte des Enfants. Los esqueletos masculinos ofrecían una altura entre 180 y 190 cm. Los femeninos alrededor de 157 cm. La capacidad craneana era muy grande.

Hombre de Chancelade, descubierto el 1 de octubre de 1888 por Michel Hardy y Maurice Féaux en el yacimiento de Raymonden, en Chancelade (en Dordoña). Correspondía a un varón de entre 35 y 40 años. Capacidad craneana de 1700 cm3. Estatura entre 150 y 160 cm.


ETAPAS DEL CENOZOICO


Holoceno (desde 10.000 a. C.)

                                                            CUATERNARIO

Pleistoceno (2,59 millones de años)



Plioceno (5,33 millones de años)

                                                            NEÓGENO

Mioceno (23 millones de años)




Oligoceno (33,9 millones de años)


Eoceno (56 millones de años)            PALEÓGENO


Paleoceno (66 millones de años



 



[1] Anteriormente, en 1904, Emil Bächler (1868 – 1950) había excavado en la caverna de Kirchlihöhle (perteneciente a un sistema de tres cuevas, Kirchlihöhle o Altarhöhle, Untere Höhle y Obere Höhle, llamado Wildkirchli), en los Alpes suizos (al NE de Suiza, en el cantón de Appenzell Innerrhoden), donde encontró restos fósiles del Hombre de Neandertal.

 


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