El judaísmo en la época helenística y romana hasta finales del siglo II después de Cristo
Anotaciones al estudio Introducción al Nuevo Testamento, de Helmut Köster (1980). Por Enrique Castaños, Doctor en Historia del Arte.
*A la muerte de Salomón, en el 930, le sucedió su hijo Roboam,
bajo cuyo reinado la tensión entre el norte y el sur del reino estalló,
produciéndose la escisión. Las diez tribus del norte se separaron,
constituyendo el reino de Israel, cuyo primer rey fue Jeroboam
(Yeroboam I, 929 – 909), siendo la capital Siquem. El reino del sur se
llamó Judá (formado por las tribus de Judá y de Benjamín), siendo su
primer rey Roboam y la capital Jerusalén.
El último rey de Israel fue Oseas (ca. 732 – 722). Impuesto por su poderoso vecino,
Tiglatpileser III de Asiria, rebelóse contra éste. Derrotado por Salmanasar
III, fue cegado y convertido en cautivo. El reino de Israel desaparece como tal
y se convierte en provincia de Asiria.
*Siendo Acaz rey de Judá, el reino se convirtió en vasallo de
Tiglatpileser III de Asiria. El último rey de Judá fue Sedecías
(Sedequías, 597 – 587/585). Nombrado rey por Nabucodonosor II de Babilonia, la
caída de Jerusalén supuso el fin de su reinado y el comienzo de la cautividad
de los judíos, que duró hasta el 538, gracias a un edicto del rey persa Ciro II
el Grande, quien permitió el regreso de los judíos a Jerusalén (Helmut Köster
fecha en 521 el permiso para el regreso a Jerusalén de una parte de los judíos)
y que el Templo fuese reconstruido. Las tropas de Nabucodonosor II saquearon el
Templo y lo destruyeron junto con la ciudad de Jerusalén. Sólo los judíos muy
pobres permanecieron para cultivar la tierra.
*Desde los asirios hasta los persas, el santuario de Yahvé de la
anfictionía israelita (la federación de las tribus), se convirtió, primero, en
el templo nacional real de Jerusalén, y, después, bajo una dirección
sacerdotal, en el lugar de culto de un Estado vasallo carente de poder
político. El periodo de la historia del judaísmo conocido como Segundo
Templo, transcurre desde la reconstrucción del Templo de Jerusalén ca. el 520
– 515 a. C. (emprendida por Zorobabel, judío nacido quizás durante la
cautividad de Babilonia y gobernador de Judá bajo la soberanía persa ca. el
520) y la destrucción del Templo de Herodes el Grande por los romanos en el año
70 d. C.
En el periodo del postexilio, una vez asentados de nuevo los judíos en
Jerusalén bajo el dominio persa, hubo necesidad de una reordenación religiosa y
litúrgica. En este marco se produce la reordenación del culto a Yahvé en
Jerusalén llevada a cabo por Esdras y por Nehemías, anteriores ambos a la época
helenística. Dos problemas requerían atención: a) la regulación y la sanción de
los ritos necesitaban una nueva base para mantener la continuidad con la
antigua tradición; b) era necesario fijar los ingresos sagrados del Templo,
pues la nueva situación política de dependencia requería una nueva regulación
para determinar la relación entre los ingresos de la provincia persa (Yehud
Medinata, provincia persa de Judá) y los que le correspondían al Templo.
Esdras,
según el Diccionario de la Biblia
dirigido por el alemán Herbert Haag y el holandés Adrianus van den Born (1951 –
1957), era seguramente consejero para asuntos judíos en el gobierno persa. El
cronista (Crónicas) sitúa la fecha de
este cargo en el séptimo año del rey persa Artajerjes I (465 – 424), es decir,
en el 458. Algunos estudiosos han retrasado la fecha, situándola al final del
reinado del mencionado Artajerjes I o incluso durante el de Artajerjes II (404
– 358), en 398. Esdras fue enviado desde Persia a Jerusalén con el encargo de
ordenar, basándose en la ley judía, la situación de la comunidad judía de
Palestina. Estuvo acompañado en su viaje de unos 1.500 judíos, a los que se
añadieron 238 levitas y servidores del Templo.
En cuanto a Nehemías, según el citado Diccionario de la Biblia, era hijo de Jakalyá, copero del rey de
Persia. En el año 20 de Artajerjes I (445) se dirigió a Jerusalén, con la
autorización de la corte persa de reconstruir los muros de la ciudad santa.
Consiguió su propósito, a pesar de la oposición de los samaritanos y de otros
enemigos de los judíos. Nehemías fue nombrado gobernador persa de Judá,
volviendo por breve tiempo a Persia en el año 32 de Artajerjes I (433), desde
donde regresó de nuevo a Judá, siéndonos desconocida su suerte ulterior.
*En la ley cultual introducida por Esdras, el llamado «código
sacerdotal», se otorga un lugar preponderante a las prescripciones para la
celebración de sacrificios y a minuciosas normas y regulaciones para aquellos
que deseaban participar en ciertos ritos y fiestas religiosas. La legislación
de Esdras tiene en cuenta, además, el que las autoridades judías no tuvieran
ningún derecho a recaudar impuestos y derechos arancelarios. Las donaciones al
Templo del rey persa y de los dirigentes de las tribus judías, fueron concretas
en el tiempo e insuficientes como base financiera para la actividad cultual.
Por eso, los ingresos regulares fueron fijados como contribuciones por los
servicios de culto, como derechos sobre las primicias (prestación de frutos y
ganado), diezmos y rentas de las tierras del Templo. La recaudación del dinero
quedó confiada a funcionarios nombrados especialmente para este fin (Ne 12,
44). También se determinó exactamente el grupo de las personas que debían ser
los beneficiarios de estos ingresos (Ne 11, 10 / 12, 1). [Esd: Libro de Esdras
/ Ne: Libro de Nehemías].
Helmut Köster no está de acuerdo con el orden cronológico seguido por el Libro de las Crónicas, que es el que
sigue básicamente el citado Diccionario
de la Biblia, y sitúa a Nehemías antes que a Esdras. Al principio de la
conquista persa, Jerusalén estaba sometida a los sátrapas de Samaría. Poco
después de mediados del siglo V (ca. 445), Nehemías fue enviado como
sátrapa de la provincia de Judea, independiente de Samaría. Confirmó las
aspiraciones de independencia de Jerusalén, frente al sátrapa de Samaría y al
de Transjordania. De este periodo arranca la oposición entre Jerusalén y Samaría,
de un lado, y Transjordania de otro, donde gobernaba la rica familia sacerdotal
de los Tobíadas en nombre de los persas.
Hacia el 400, según Köster, llega Esdras a Jerusalén, quien
reorganizó la administración del Estado judío. El puesto de gobernador
(sátrapa) persa de Judea fue sustituido por un Consejo de Ancianos, que
respondía directamente ante el rey persa, y que era la más alta autoridad en
cuestiones legales y cultuales. Surge así un Estado en torno a un Templo, si
bien ese Estado, constituido por Jerusalén y otras pocas ciudades vecinas, no
tenía nada que ver con la ciudad-estado griega. En Jerusalén era la ley
religiosa (ni siquiera una ley civil sancionada por la divinidad) la que
constituía el Estado, y el Sumo Sacerdote era el dirigente supremo del sistema
estatal (teocracia).
*La batalla de Issos (333), librada en el límite entre Cilicia y Siria,
muy cerca del golfo de Alejandreta, abrió Siria y Palestina a Alejandro. La
sublevación de Samaría (331) fue aplastada, la ciudad destruida y a
continuación refundada. Por esta época se reconstruyó la antigua ciudad de
Siquem por los judíos expulsados de Samaría, quienes erigieron su propio
santuario en el vecino monte Garizim, origen del posterior cisma samaritano
bajo el asmoneo Juan Hircano. A la muerte de Alejandro, quedó Palestina (con
Judea y Samaría) bajo el poder de los Ptolomeos de Egipto durante un siglo. El
rey seléucida Antíoco III conquistó Palestina y Fenicia en 198, después de
vencer a Ptolomeo V Epifanes en las fuentes del Jordán, en el lugar donde
después se erigió Cesarea de Filipo. Los hierosolimitanos apoyaron a Antíoco
III, quien mantuvo y amplió los privilegios del Estado teocrático judío. Pero
la helenización de Palestina fue inevitable. Este proceso se centró en las
ciudades. En época ptolemaica y seléucida surgieron o se refundaron ciudades
como Ptolemaida (Acco, Acre), Jamnia (Yamnia), Ascalón y Gaza, las cuatro en la
costa fenicia. Al S y al E del Mar de Galilea, ciudades que en época romana
pertenecieron a la Decápolis, tales como Pela (Pella), Philadelphia o
Filadelfia (Rabbat Ammón, hoy Ammán), Gadara, Escitópolis (Scythopolis / Bet-San / Beth Shean / Beisan), Seleucia (Abila / Rafana / Raphana) y
Gerasa (refundada como Antioquía por Antíoco IV Epifanes). Los habitantes de
estas ciudades eran macedonios, griegos, sirios, fenicios, árabes helenizados y
judíos.
Entre los príncipes más conocidos destacaban los Tobíadas de
Transjordania, enemigos de Jerusalén desde el dominio persa. El tobíada
José (2ª mitad del siglo III), delegado del rey egipcio, fue durante 22
años administrador financiero de Siria. Hijo del gobernador militar ptolemaico
de Transjordania y de la hija del sumo sacerdote de Jerusalén, era el típico
judío helenizado. También las familias sacerdotales dirigentes de Jerusalén,
ligadas por lazos familiares y financieros con los Tobíadas (a pesar de la
enemistad histórica), debían estar muy helenizadas.
*Rebelión de los Macabeos.
Antes de la conquista de Palestina por Antíoco III, existía allí un
fuerte partido proseléucida. A él pertenecían el sumo sacerdote Simón de
Jerusalén y los hijos mayores del tobíada José. La helenización de los Tobíadas
y de las familias dirigentes de Jerusalén provocaba recelos entre los
seguidores de las antiguas tradiciones judías. Otro factor notable era la
disensión interna entre las familias sacerdotales dirigentes de Jerusalén. El
comienzo de las hostilidades ocurrió en la época de la humillación infligida
por los romanos a Antíoco IV Epifanes, relacionada con las dificultades
financieras del Imperio seléucida. Tampoco son desdeñables las concepciones
utópicas apocalípticas formadas en el postexilio.
El conflicto comenzó con una lucha de los partidos prosirios
(proseléucidas) y proegipcios por el puesto de sumo sacerdote y por el control
de las finanzas del Templo de Jerusalén.
Simón (sumo sacerdote
sadoquita[1]
proseléucida de Jerusalén, † ca. 200)
↓
Onías III (sumo sacerdote proegipcio,
hijo de Simón) ⸻hermano de⸻ Jasón (proseléucida)
↓
Onías IV (sumo sacerdote
nominal proegipcio, hijo de Onías III; sus expectativas se frustraron con la
elección de Alcimo en 162)
Onías III apoyó al hijo menor del tobíada José. El joven tobíada se había
enemistado con sus hermanos, partidarios del difunto sumo sacerdote Simón,
padre de Onías III. Dispuso, además, a su antojo de los recursos del Templo,
por su amistad con Onías III. El asesinato del rey Seleuco IV Eupator en 175,
dio a los Tobíadas y a sus partidarios helenistas la oportunidad de expulsar a
Onías III y colocar en su lugar a su hermano Jasón (forma griega de
Josué), con el apoyo del nuevo rey, Antíoco IV Epifanes. Éste le dio permiso
para refundar Jerusalén como nueva ciudad griega con el nombre de Antioquía,
sustituyendo el antiguo Consejo de Ancianos (gerusía) por otro nuevo, creando una Asamblea popular, construir un
gymnasium y potenciar la educación
griega. No sabemos si emprendió una reforma religiosa. Para Helmut Köster, si
suponemos hipotéticamente que hubiese intentado equiparar a Yahvé con Zeus,
ello no sería suficiente para explicar la terrible rebelión que se desencadenó.
Simón (alto funcionario del
Templo)
↓ hermano
de
↓ ↓
Menelao Lisímaco
Jasón, que, aunque reformador helenizado, como legítimo sadoquita
garantizaba las «leyes de los padres», fue expulsado, ocupando su lugar Menelao
en 172. Éste era más grato al partido reformador, contó con el apoyo de los
Tobíadas y pagó más a Antíoco IV por el cargo de sumo sacerdote que su
predecesor. Se deterioró ante el pueblo la figura del sumo sacerdote, que
empezó a ser vista como ilegítima. Menelao resistió con dificultades, a pesar
del descontento popular. Aprovechando una visita suya a Antioquía, y habiendo
dejado como representante en Jerusalén a su hermano Lisímaco, éste fue
asesinado. Los acontecimientos exteriores facilitaron la organización de la
resistencia al partido reformador, resistencia político-militar conformada por
los hasidim o «piadosos», a los que
pertenecía la familia de los Macabeos. De esos hasidim procedieron más tarde los esenios y los fariseos.
En 169 y en 168 Antíoco IV Epifanes dirigió dos campañas contra Egipto. A
su vuelta efectuó una visita amistosa a su nueva pólis griega, Antioquía-Jerusalén, si bien saqueó los tesoros del
Templo. Encendióse la cólera popular, aumentada por un intento de Jasón de
recuperar el poder. Cuando el rey seléucida abandonó Jerusalén, los hasidim tomaron la ciudad, encerrando a
Menelao en el Acra (Akra o Ciudad Baja), el barrio helenístico fortificado.
Esta acción supuso el comienzo de la rebelión. La reacción de Antíoco IV fue
inmediata y despiadada. Conquistó Jerusalén, mató o deportó a los habitantes
judíos y la convirtió en una katoikía
(asentamiento urbano en el que la ciudadanía estaba formada por soldados y
colonos sirios). Después de esto, Apolonio, lugarteniente del rey, persiguió a
los fieles tradicionales por motivos políticos, no religiosos, a fin de someter
al pueblo rebelde. El culto a Yahvé -que desde la reforma de influencia helena
se denominaba Zeus Olímpico- se transformó en otro al Baal sirio, helenizado
ahora como Zeus Baal, adorado junto con Atenea y Dioniso. Las «leyes de los
padres» dejaron de tener vigencia. Los decretos de Antíoco IV de 167
legitimaban el nuevo culto y prohibían el del Dios judío en Jerusalén y en
Judea. Los fieles tradicionales fueron perseguidos en esa región. La población
judía de la ciudad santa fue obligada a cumplir con el nuevo culto. Prohibición
de la circuncisión. La señal de incumplimiento era negarse a comer carne de
cerdo. La represión fue feroz. Muchos murieron de modo cruel.
La resistencia guerrillera se organizó en los montes de Judá, poniéndose
al frente de la misma Judas Macabeo (= el martillo). Como la Casa de los
Asmoneos no descendía de este Judas Macabeo, sino de su hermano mayor Simón, el
Libro 1º de los Macabeos presenta
equivocadamente la rebelión como iniciada por Matatías, el padre de ambos. La
nueva resistencia, opuesta frontalmente a los reformadores helenizados, apeló a
los valores defendidos por los hasidim,
convirtiéndose en un poderoso movimiento religioso nacional de amplio apoyo. Todos
los hasidim secundaron a Judas Macabeo,
pero cuando los herederos de éste consiguieron el poder político en Jerusalén,
algunos grupos de los hasidim, tales
como los esenios y los fariseos, rompieron con la dinastía Asmonea.
Tras cuatro años de guerra (168 – 164) y éxitos militares de Judas Macabeo,
los judíos helenísticos de Jerusalén promovieron una reconciliación,
consiguiendo de Antíoco IV una revocación de los edictos contra la religión judía.
A los huidos se les permitió volver. Pero ya era tarde. Poco después, Judas
Macabeo conquistó Jerusalén. Los helenistas se refugiaron en la ciudadela del
Acra. En 163 murió el rey. Su lugarteniente Lisias, gobernador de la parte
occidental del reino seléucida, no pudo intervenir, debido a los problemas
sucesorios. Judas Macabeo consolidó su poder y llegó incluso a un acuerdo con
el nuevo soberano, Antíoco V Eupator, por el cual el Templo volvió a la antigua
religión judía. Menelao fue ejecutado. En vez de Onías IV (helenista), que era
a quien le correspondía, fue nombrado Alcimo (Alcimus) sumo sacerdote en 162.
Poco después, Antíoco V fue asesinado por su primo Demetrio I Soter (162 –
150). Judas Macabeo cayó en desgracia. Alcimo se entendió con el nuevo rey,
siendo aceptado por los hasidim. Sin
el apoyo de éstos, Judas volvió a la lucha armada. Báquides, un general de
Demetrio, derrotó a Judas en 160, que murió en la batalla. Después de la muerte
de Alcimo, Báquides llegó a un entendimiento con Jonatán, hermano de Judas
Macabeo. Desde Michmasch (Michmash o Michmas, localidad de la tribu de Benjamín
en el camino a Jerusalén, al SE de Bethel / ver mapa: palestina2), Jonatán
actuaría como «juez», pero se abstendría de intervenir en Jerusalén (año 157).
El cargo de sumo sacerdote quedó vacante. La paz duró hasta el 153. Reanudóse
la lucha, ahora sólo por el poder político. Jonatán y su hermano Simón sacaron
partido de las disensiones internas seléucidas. En 153 Alejandro Balas intentó
destronar a Demetrio, quien buscó apoyo en Jonatán Macabeo, permitiéndole
ocupar Jerusalén. Jonatán aceptó, pero al poco abandonó a Demetrio y se alió
con Alejandro Balas, quien le nombró sumo sacerdote en 152. Después de su
victoria sobre Demetrio (150), Alejandro Balas enalteció a Jonatán como «amigo
del rey», nombrándole estratega y
lugarteniente de Judea. Los cimientos del Estado de los Asmoneos estaban
puestos.
*La época de los Asmoneos.
MACABEOS Y ASMONEOS
Gobernantes y monarcas |
Acontecimientos |
Después del 200
muere Simón, a quien sucede Onías III como sumo sacerdote |
195 Jerusalén recibe a Antíoco III |
175 Jasón (Josué), sumo sacerdote |
175 Asesinato de Seleuco IV Eupator –
Jerusalén pólis griega |
172 Menelao, sumo sacerdote |
169 Antíoco IV Epifanes saquea el Templo |
168 – 160 Judas Macabeo, caudillo de la rebelión |
168 – 164 Levantamiento de los Macabeos |
|
167 Jerusalén se transforma en Antioquía |
|
164 Muere Antíoco IV Epifanes |
|
160 Restauración del culto judío en el
Templo |
152 – 143 Jonatán Macabeo, sumo sacerdote |
|
143 – 134 Simón Macabeo, sumo sacerdote Judas, Jonatán y
Simón Macabeo eran hijos de Matatías |
142 Expulsión de la guarnición siria de
Jerusalén 142 Exilio del «Maestro de Justicia» |
134 – 104 Juan Hircano I (hijo de Simón Macabeo) |
128 Destrucción del templo samaritano del
Monte Garizim |
104 Aristóbulo I (hijo de Juan Hircano) |
|
104 – 78 Alejandro Janneo (hijo de Juan Hircano) |
94 Revuelta de los fariseos |
76 – 67 Alejandra, viuda de Alejandro Janneo |
|
67 – 65 Hircano II y Aristóbulo II, hijos de Alejandro Janneo |
65 Pompeyo Magno entra en el Templo de Jerusalén |
El reino judío de los Asmoneos, que en realidad comienza con Jonatán
Macabeo, aunque formalmente con Simón Macabeo, supo aprovechar las
disensiones internas de los seléucidas. En 145 Alejandro Balas es desplazado
por el hijo de Demetrio I Soter, Demetrio II Nicator. Ello reforzó la posición
de Jonatán Macabeo como sumo sacerdote, a quien se le permitió administrar el
sur de Samaría. Pero, poco después, la situación de Jonatán empeoró, pues al
apoyar al nuevo pretendiente al trono sirio, el todavía niño Antíoco VI (aunque
detrás se ocultaba el verdadero usurpador, Diodoto Trifón – Diodotus Tryphon,
142 – 138), momentáneamente le deslumbró un espejismo, ya que tanto él como su
hermano Simón Macabeo se apoderaron de la franja costera desde Gaza hasta
Galilea y Damasco. Cuando Diodoto se apoderó de Antíoco VI y desveló sus
intenciones, haciéndose proclamar rey, hizo prisionero a Jonatán y ordenó su
asesinato (año 143). Simón Macabeo volvió a alinearse con Demetrio II,
quien le reconoció como rey de Judea, aceptó exenciones fiscales para los
judíos y la expulsión de la guarnición siria de la fortaleza del Acra (142 –
141).
En la práctica, la nueva situación de Simón Macabeo significaba la
independencia política. Conquistó las ciudades de Gezer (Gazara / Tell
el-Jazari), al W de Jerusalén, y Jaffa, en la costa. Se hizo confirmar como
príncipe por los sacerdotes, laicos, ancianos y gente principal, adjudicándose
los títulos de «regente», sumo sacerdote y «general en jefe» (año 140). Aunque
evitaba el título de rey, su actuación se asemejaba a la de un rey helenístico.
Su posición se sustentaba en el poder militar. Aunque sumo sacerdote, su
legitimidad no estaba clara, pues no pertenecía a la familia de los sadoquitas
(ver nota 1). Una parte de los hasidim,
los esenios, se exiliaron, voluntaria o forzadamente. Los esenios, bajo la
dirección del «Maestro de Justicia», un sacerdote sadoquita, fundaron su propia
comunidad junto al Mar Muerto. Para ellos, Simón Macabeo era un «sacerdote
ateo». Medio siglo después, los Asmoneos perseguirían a los fariseos, otra
parte de los hasidim.
En 139 el trono sirio recayó en Antíoco VII Sidetes, un soberano capaz.
Consintió la independencia de Simón Macabeo, pero le conminó a devolver Gezer y
Jaffa, así como restituir la guarnición siria en el Acra de Jerusalén. Simón se
negó. Sus dos hijos, Judas y Juan Hircano, derrotaron al general de Antíoco
VII. En 134, Simón Macabeo, junto con su esposa y sus hijos Judas y Matatías,
fueron asesinados, siguiendo instrucciones de Antíoco VII, por el propio yerno
de Simón, Ptolomeo (hijo de Abubus), gobernador de Jericó.
De la matanza se libró Juan Hircano (134 – 104), que heredó los
cargos de su padre. Fue cercado en Jerusalén por Antíoco VII. Devolvió las
ciudades conquistadas, Gezer y Jaffa, pero permaneció independiente, con la
ciudadela del Acra libre de sirios, aunque tuvo que pagar tributos más altos.
Su situación mejoró notablemente en 129, cuando Antíoco VII Sidetes cayó ante
los partos.
Durante los decenios siguientes el reino de los Asmoneos amplió sus
conquistas sobre toda Palestina, incluida la franja costera y las ciudades
griegas. Ello ocurrió, especialmente, bajo Juan Hircano, aunque también bajo
sus hijos, Aristóbulo I (104) y Alejandro Janneo (104 – 78). La construcción
de un Estado judío tal y como lo concebían los Asmoneos era incompatible con la
existencia de ciudades griegas ajenas al culto a Yahvé. Todas las ciudades
griegas de Palestina fueron conquistadas, a excepción de Ptolemaida-Acco
(Acre), en la costa, y de Philadelphia (Rabbat Ammón, hoy Ammán). El proceso de
helenización de Palestina fue cercenado de raíz. Ello no fue óbice para que se
mantuvieran muchas costumbres griegas, asumidas incluso por la dinastía
reinante, los Asmoneos. El cambio de los nombres de los hijos de Juan Hircano
es prueba de ello. Éste último reclutó mercenarios extranjeros. La religión se
convirtió en un medio para vincular a todos los habitantes de Palestina con
Jerusalén y su sumo sacerdote, al mismo tiempo rey. Al sur de Judea, se
conquistó Idumea. En las ciudades griegas conquistadas se deportó o mató a la
población no judía. La capital de Samaría, Siquem, fue conquistada, así como
destruido el templo del monte Garizim (128). Los samaritanos fueron obligados a
reconocer la supremacía religiosa de Jerusalén. Los fariseos, que eran uno de
los grupos principales de los hasidim,
mantuvieron su actitud crítica con la dinastía asmonea. El conflicto con los
fariseos estalló abiertamente en época de Alejandro Janneo, quien continuó las
conquistas de su padre, Juan Hircano. La revuelta del año 94, al parecer
instigada por los fariseos, ocasionó una guerra civil de seis años. Los
rebeldes fueron apoyados por el rey sirio, Demetrio III, pero Janneo venció.
Unos 800 dirigentes de los sublevados fueron crucificados. A Alejandro Janneo
le sucedió su viuda, Alejandra (78 – 69), quien permitió a los fariseos formar
parte del gobierno. Con la muerte de Alejandra, la dinastía asmonea comienza a
desintegrarse. Hircano II fue desplazado por su hermano menor, Aristóbulo II.
En Petra, capital de los nabateos, halló refugio Hircano II, quien contó con la
ayuda del político más sagaz de la región, el idumeo Antípatro (padre de
Herodes el Grande). Aristóbulo II fue derrotado y hubo de refugiarse en el
Templo (año 65). Ambos partidos recurrieron a Cneo Pompeyo Magno, quien en el
año 63 conquistó Jerusalén, entrando en el sanctasantórum
del Templo por vez primera un no judío. Este fue el fin del reino de los
Asmoneos.
*La diáspora judía. Durante la época helenística aumentó la
dispersión de los judíos. La diáspora
babilonia comenzó con el exilio en 587. El edicto de Ciro II el Grande
permitiendo el retorno a Jerusalén es del 538, aunque parece ser que se hizo
efectivo desde 521. Sólo una parte de los judíos de Babilonia retornó a
Jerusalén; más tarde lo hicieron otros en tiempos de Nehemías (ca. 445) y de
Esdras (ca. 400). Sin embargo, muchos otros judíos permanecieron en Babilonia.
Además de en esta ciudad, había comunidades judías importantes en Seleucia del
Tigris y en Alejandría (más reducidas en Dura Europos, Edessa, Nisibis de
Mygdonia y en el distrito de Adiabene, situado un poco al sur de la antigua
Nínive y al este del Tigris superior). Los judíos de Babilonia ejercieron una
gran influencia en los de Palestina (hasta el maestro más importante del
judaísmo farisaico, Hillel -que vivió entre el 70/50 a. C. y el 10 d. C.,
aunque algunos sitúan su nacimiento ca. 110 a.C.-, procedía de Babilonia). Esa
influencia y los lazos entre Babilonia y Palestina se debían en parte a que la
mayoría de los judíos de ambos lugares hablaban arameo. Los judíos babilónicos
mantenían buena relación con los seléucidas y con los partos. Después del año
70, la escuela rabínica de Jamnia, al S de Jaffa, trató de reorganizar el
judaísmo, imponiéndose como texto normativo el texto babilónico de la Biblia
hebrea (base, a su vez, del texto masorético de la Biblia, es decir, el
resultado de la labor de los masoretas -«masora» = tradición- judíos dedicados
a la crítica textual). En resumen, el texto babilónico de la Biblia hebrea
desplazó al texto usado hasta entonces en Palestina. Este último texto se nos
ha conservado en la traducción griega de los Setenta (la Septuaginta o
traducción de la Biblia del hebreo al griego llevada a cabo en Alejandría en
época de Ptolomeo
II Filadelfo, rey entre 285 – 246 a. C.), en el Pentateuco de los samaritanos y
en los manuscritos del Mar Muerto hallados en 1947 en las cuevas del valle
desierto de Qumrán, en Judea. Más tarde, el Talmud babilónico (completado ca.
550 d. C., uno de los dos comentarios -el otro es el Talmud de Palestina,
completado ca. 450 d. C.- a la Mishnah o compilación de la Ley rabínica, que
data aproximadamente del año 200 d. C.) se convirtió en la codificación
normativa de las tradiciones rabínicas.
La diáspora egipcia superó en importancia a la babilónica. En Egipto
había colonias judías importantes desde la época de la conquista de Jerusalén
por Nabucodonosor II (fue entonces cuando el profeta Jeremías se exilió en
Egipto, muriendo allí), y, después, en época persa. En Elefantina, cerca de la
1º catarata, había una colonia militar judía en el siglo VI a. C. Pero la
comunidad principal, con diferencia, estaba en Alejandría, adonde fueron
llegando judíos desde su fundación. El dominio egipcio en Siria meridional y en
Palestina durante el primer siglo de los Ptolomeos, favoreció la emigración
judía a Alejandría. Tampoco podemos olvidar la existencia de un partido
proegipcio en Jerusalén en época seléucida. Onías IV, que no pudo suceder a su
padre Onías III como sumo sacerdote, y que era un caudillo de mercenarios al
servicio de Egipto en tiempos de Ptolomeo VI Filometor (180 – 145 a. C.),
encontró asilo en el país del Nilo, fundándose para él y sus soldados una katoikía
(colonia militar: ver supra) en Leontopolis (Taremu, en el Delta, hoy Kafr Al Muqdam o Tell el-Muqdam), con un templo judío. No obstante, hubo un pogrom
en época de Ptolomeo VIII Evergetes (desde el 145).
En el siglo II a. C. llegaron de Egipto emigrantes judíos a la Cirenaica.
También hubo comunidades judías en las islas del Egeo y en Creta en época
Ptolemaica. La diáspora hebrea de Roma dependía del judaísmo alejandrino (por
la importancia comercial de Alejandría). Desde el siglo II a. C. hubo una
importante comunidad judía en Antioquía. También hubo otras en Apamea del
Orontes, Damasco y en los territorios limítrofes entre Siria y Palestina.
De carácter especial fue la diáspora judía en Asia Menor occidental y
meridional, así como en la costa del Mar Negro. La sinagoga de Sardes, del
siglo II d. C., anteriormente una basílica romana, ha despertado una gran expectación
entre los arqueólogos desde 1958.
La diáspora judía en Grecia fue más reducida que en Asia Menor y en las
islas del Egeo. No obstante, al principio de la época imperial había
comunidades judías en Tesalónica, Atenas, Corinto y Argos. En el Occidente
mediterráneo tampoco había muchos judíos. Las primeras comunidades se formaron
en la Magna Grecia. Desde la época imperial, el centro del judaísmo en
Occidente fue la ciudad de Roma.
En Alejandría, Antioquía, Asia Menor y Roma, la lengua de los judíos era
el griego. La Septuaginta se impuso rápidamente en las sinagogas de estos
lugares. Los emigrantes judíos procedentes de Mesopotamia y de Palestina
sustituyeron en el Occidente el arameo coloquial por el griego. La adopción del
griego supuso una invasión de conceptos helénicos en el pensamiento judío. Las
proposiciones teológicas se transformaron en conceptos «filosóficos». La
herencia literaria de Israel se vio afectada. La helenización del judaísmo
durante el periodo helenístico es un hecho incuestionable (contra ella se alzó
la rebelión de los Macabeos). Los judíos de la diáspora no contaban con una
autoridad suprarregional institucionalizada. La autoridad de Jerusalén era
ideal, no institucional. El tributo al Templo tenía un carácter simbólico. Sólo
en casos excepcionales gozaron los judíos de la diáspora de plenos derechos de
ciudadanía bajo el dominio romano, aunque nunca quedaron exentos oficialmente
de participar en los cultos públicos del Estado romano. Ni en la época
helenística ni en la romana, el judaísmo fue una religio licita, esto es, una «religión autorizada oficialmente». Sí
fue tolerada, incluso ampliamente en ocasiones, lo que no impidió conflictos y
tensiones. En época romana hubo incluso persecuciones antijudías. El
antijudaísmo procede de la época helenística, y se sustentaba en las
diferencias religiosas y culturales. Un notable ejemplo helenístico de
antijudaísmo lo encarna el escrito del sacerdote egipcio Manetón, en el siglo
III a. C. Pronto aparecieron apologetas judíos, como después surgieron los
apologetas cristianos. Entre las causas del antijudaísmo, además de las diferencias
religiosas y culturales, las hay también políticas y económicas. Los monarcas
helenísticos y los Césares romanos hubieron de intervenir repetidas veces a fin
de hacer posible un modus vivendi con
los judíos.
*La historia de la religión judía.
a) Los Saduceos. El Pentateuco se concluyó en los decenios
anteriores a la conquista helenística, e incorporó la ley introducida por
Esdras. El culto en el Templo fue el centro de la religión oficial. La Ley
estaba ligada al Templo. Aunque bajo la administración persa, dentro del Estado
teocrático judío ninguna instancia política estaba por encima del Templo y de
su jerarquía. Jerusalén y los distritos bajo su jurisdicción constituían una
comunidad cultual, dominada por los sacerdotes. Las estrictas leyes teocráticas
emanadas de Jerusalén (prohibición de matrimonio con quien no perteneciese a la
comunidad religiosa judía) originaron tensiones con los Tobíadas de
Transjordania y con Samaría. Pero el Pentateuco era aceptado por toda la
comunidad de creyentes judíos. Los custodios del Templo y de su culto, así como
los intérpretes de la Ley, eran los sacerdotes hierosolimitanos. La mayoría de
estos pertenecían a familias acomodadas. Estas familias, no obstante, estaban
abiertas a las influencias helenísticas. Una de las pruebas está en la
helenización de la familia sadoquita de los Oníadas, factor relevante en la
rebelión de los Macabeos. No obstante, después del triunfo de la rebelión, los
sacerdotes del Templo se apartaron por completo de la helenización del culto
que habían propugnado los reformadores helenistas. La nueva aristocracia
sacerdotal dirigente de la época de los Asmoneos, los Saduceos, era claramente
conservadora. Hay estudiosos que han identificado los términos «sadoquita» y
«saduceo». En cualquier caso, los Saduceos deseaban garantizar la exacta
observancia de la legislación sobre el Templo y el culto, ya codificada en la
Ley escrita. Los profetas no constituían para ellos una autoridad vinculante.
Asimismo, repudiaban una tradición oral. Cualquier punto de vista teológico
debía documentarse en la Ley escrita. Los Saduceos eran contrarios a la
doctrina farisaica de la resurrección. Con la muerte del cuerpo perece también
el alma. Retribución y castigo conciernen sólo a la vida intramundana. El
destino no existe. Según los Hechos de
los Apóstoles, los Saduceos negaban la existencia de los ángeles y de los
espíritus. Oposición frontal a una renovación teológica inspirada en el
Helenismo. Ello no es óbice para que sus costumbres externas y estilo de vida estuviesen
influidos por la cultura helenística. Como guardianes de la Ley mosaica,
continuaron siendo los dirigentes de la política religiosa oficial de Israel
durante la época romana, hasta el año 70.
b) El género apocalíptico. La apocalíptica llegó a ser el más
importante movimiento teológico del judaísmo durante la época helenística, y
desempeñaría un papel decisivo en la formación del cristianismo. Representa el
puente entre el Antiguo y el Nuevo Testamento (transmitió la herencia esencial
de Israel y la herencia de los profetas a Jesús), influyendo en el judaísmo
tardío. El pensamiento apocalíptico hunde sus raíces en el exilio de los judíos
en Babilonia (desde el 586). La destrucción de Jerusalén y del Templo,
alteraron sin duda la teodicea histórica, pero ello no es suficiente para
explicar esta nueva eclosión espiritual. La monumental obra histórica que
supuso el Deuteronomio
(publicado definitivamente poco antes del 561 a. C.), no se aparta de la
teodicea histórica. Dios queda justificado en la Historia. La
responsabilidad de las desgracias concierne únicamente a Israel, incluida
la mencionada catástrofe. La conversión de Israel permitirá que Dios le dé una
nueva oportunidad. Pero, frente al autor del Deuteronomio, existen otros que rehusaban concebir la presencia y
la acción de Dios en el estrecho horizonte de la experiencia histórica del
pueblo. La Historia era para ellos un enigma. El Libro de Job (quizás del siglo VI) ve a Dios fuera de la historia y
de la política. Dios aparece en la fuerza de la creación y de la naturaleza. Es
el vencedor del caos. El hombre no es nada frente al poder y la sabiduría de
Dios. Por eso se debe someter a Él. Precedentes
de la literatura apocalíptica son el Deutero-Isaías[2], que
presentaba a Ciro II el Grande como el salvador de Israel designado por Dios,
pero admitiendo que Israel no sufre por su culpabilidad histórica, sino en pro
de un orden universal nuevo, sólo descriptible desde una base mítica; la
concepción del nuevo Templo por Ezequiel; los pasajes apocalípticos de Isaías
(capítulos 24-27) y de Zacarías (capítulos 9-14), del siglo V o poco después; y
el Trito-Isaías (el autor de los
capítulos 56-66 del Libro de Isaías).
En todos estos escritos está desarrollada una concepción mitológica del futuro
que influirá en la teología apocalíptica. En definitiva, en época helenística
fue elaborándose una concepción apocalíptica del pensamiento judío que debe
mucho a esa recepción de tradiciones míticas (cananeas, babilónicas, iranias) y
al mismo proceso de helenización.
Los rasgos del
género apocalíptico en época helenística, fueron:
1.
Los conceptos de
caos y creación son dominados crecientemente por ideas de las mitologías
orientales.
2.
El futuro se
contempla como una nueva creación cósmica. La renovación no procede, pues, de
los cambios producidos por los acontecimientos históricos.
3.
Se impone una
visión dualista en el cosmos y entre los hombres. Dios y Satán / ángeles buenos
y ángeles malos / creyentes y ateos. Esta visión impregnaría posteriormente a
la Gnosis especulativa (dualismo
entre el Dios bueno y el Dios malo).
4.
La visión del
presente es pesimista.
5.
El hombre aparece
ante Dios como fundamentalmente imperfecto[3], ya
que está ligado al cuerpo y sujeto a las vicisitudes de la Historia.
6.
La idea de la
misión profética se democratiza. Las tareas y las promesas encomendadas a los
Profetas se transfieren a Israel. Ello es perceptible en el Deutero-Isaías y en El Libro de Daniel.
7.
Se rompe la
conexión entre «nación» y «pueblo elegido». La misión profética sólo puede ser
desempañada por los miembros del pueblo que sean fieles a Dios y cumplan sus
mandamientos. Los impíos serán castigados.
8.
Creencia en la
resurrección individual y en la inmortalidad[4].
9.
La teología de la
historia es reemplazada por la «sabiduría». La gnosis será una consecuencia lógica del pensamiento apocalíptico.
Resulta sintomático
que los más antiguos fragmentos apocalípticos se transmitieran en el interior
de los libros proféticos (Isaías, Ezequiel y Zacarías). Los representantes de
las concepciones apocalípticas, pues, debían pertenecer a los círculos que
apelaban a la tradición profética y la continuaban. Recordemos lo dicho
anteriormente sobre los Saduceos después de la rebelión de los Macabeos: no
consideraban vinculantes los libros de los Profetas.
Es evidente que los hasidim, principales responsables del
levantamiento contra los reformadores helenizados, cultivaban ideas
apocalípticas, como demuestra el Libro de
Daniel, redactado en lo esencial durante la rebelión de los Macabeos y
exponente de las experiencias y aspiraciones de los rebeldes. El autor de ese
libro no confía en la historia ni en la política, sino en la intervención de
Dios que haga brotar una época nueva, en la que el pueblo de los elegidos
(simbolizado en la figura del «Hijo de Hombre») habría de ser el justo soberano
de los pueblos. Para los hasidim y
los partidarios del Libro de Daniel,
pues, la dinastía Asmonea no cumplía en absoluto sus esperanzas. La
apocalíptica se apartaba de la historia porque lo que se proclamaba como
cumplimiento de la historia defraudaba sus expectativas. La supervivencia de
los hasidim sólo era posible como
secta, ajena a la religión oficial del Templo de los Asmoneos. A partir de
aquí, las concepciones apocalípticas sólo sobrevivieron como sectas (esenios,
fariseos, cristianos), hasta desembocar en esa forma radical que fue la gnosis [José Ferrater Mora incide sobre
todo en la llamada Gnosis especulativa],
con su rechazo de la Historia como principio metafísico.
c) Los Esenios. Conocidos a través de los escritos de Filón de
Alejandría, Flavio Josefo, San Hipólito de Roma († ca. 235 en Cerdeña), y por
algunas observaciones de Plinio el Viejo y de Dión Crisóstomo, el
descubrimiento desde 1947 de los manuscritos del valle desierto de Kirbet
Qumrán (Khirbet Qumran), junto a la orilla NO del Mar Muerto, en Cisjordania,
permitió un conocimiento fidedigno y contrastado de esta secta. Los esenios
salieron de los círculos de los hasidim
que apoyaron el levantamiento de los Macabeos. La ruptura con los Asmoneos se
produjo desde el momento en que Simón Macabeo usurpó para él y sus
descendientes, ca. el 140, el cargo de sumo sacerdote, hasta entonces en manos
de los sadoquitas. Las instalaciones casi conventuales de los esenios en el
valle de Qumrán datan de poco después de mediados el siglo II a. C., siendo
destruidas por los romanos en el año 68, en el marco de la Guerra Judía. Las
instalaciones comprendían un gran edificio principal de planta cuadrada, de
37,5 metros de lado (unos 1.406 m2), con salas comunes y escritorio,
al lado del cual se erigía un refectorio de 4,5 x 22 metros (unos 99 m2),
junto con un salón para reuniones. Disponían de cisternas, canales y estanques
para el riego y el consumo de agua. Hay restos de construcciones para fines
agrícolas, almacenes, dos molinos, un cementerio grande y dos pequeños con unas
1.200 tumbas, así como huesos de animales cuidadosamente enterrados. Los
manuscritos, esto es, la biblioteca, fueron escondidos en cuevas durante la Primera
Guerra Judía.
La comunidad esenia de Qumrán se consideraba como el verdadero pueblo de
Dios de la nueva alianza de los últimos días. Lo esencial era realizar y
mantener la purificación cultual de la comunidad. Para ello era fundamental la
interpretación de la Ley, interpretación que se apoyaba en el fundador de la
secta, el «Maestro de Justicia», un sacerdote. Cuando éste murió, la dirección
de la comunidad continuó en manos de sacerdotes. Pureza del culto. Uso de un
calendario solar en el que las fiestas del año litúrgico nunca caían en sábado.
Promesa de veracidad y lealtad en el comportamiento moral. Las disposiciones se
han conservado en la Regla de la
comunidad, válida para los miembros de pleno derecho, hombres obligados al
celibato. Otra regla, conocida a través de manuscritos medievales, el llamado
«Documento de Damasco», servía para los esenios dispersos por Palestina que
llevaban una vida civil normal. Orientación escatológica del pensamiento de la
secta. Los esenios se consideraban el pueblo elegido, que debía estar preparado
para las luchas del final de los tiempos que se avecinaban. Comunidad de bienes
y pobreza personal de los miembros de pleno derecho. Anticipación de la
plenitud de los tiempos mesiánicos. Comidas comunes como anticipación del
banquete mesiánico. Interpretación escatológica de la Escritura. Método
hermenéutico no alegórico: los esenios identificaban pasajes de la Escritura
con acontecimientos pasados, presentes y futuros. Concepciones teológicas
totalmente apocalípticas. Esquemas teológicos rígidamente dualistas, aplicables
tanto al cielo como a la tierra (ángeles buenos, con el «príncipe de la luz» a
la cabeza, contra ángeles malos, dirigidos por Belial / luz y tinieblas / Dios
y Belial / el espíritu de la verdad y el espíritu de la mentira). Los ángeles
son potestades cósmico-mitológicas enzarzadas en una batalla irrefrenable. Rígido
determinismo. Las generaciones de los hijos de la Luz y de las Tinieblas han
sido predeterminadas por Dios. La comunidad aguarda la venida de varias figuras
mesiánicas: el profeta escatológico, el rey mesiánico de la Casa de David y el
sacerdote mesiánico de la Casa de Aarón. No habrá una «segunda venida» del
«Maestro de Justicia» (diferencia en esto con la doctrina de Jesús). La figura
mesiánica preeminente es el mesías sacerdotal. Pero no se puede hablar «del Mesías». El centro de la expectativa
escatológica no es una figura mesiánica individual, sino el pueblo de los
elegidos. Conciencia de inmortalidad. Después de la destrucción de Qumrán por
los romanos, los esenios desaparecieron de la historia. Fariseos después del
año 70 y cristianos, sí adoptaron muchos elementos de la apocalíptica de los
esenios.
d) Los Fariseos. Quizás, aunque no es seguro, «fariseos» = «los
separados». Nuestro conocimiento de ellos en época precristiana y
protocristiana es limitado. Estamos sujetos a lo que dicen de ellos los
Evangelios, Flavio Josefo y la Mishnah (la Ley rabínica, compilada ca. el año
200). Las tres fuentes son tendenciosas respecto a un conocimiento exacto de
los fariseos. Como los esenios, constituyeron al principio una parte de los hasidim que apoyaron la rebelión de los
Macabeos. Pero, a diferencia de los esenios, los fariseos no se apartaron de la
vida político-religiosa en época de los Asmoneos, tratando, en cambio, de
aumentar su influencia. Los fariseos no eran un movimiento sacerdotal (un
sacerdote no podía ser rabino), sino de laicos, juristas y escrituristas, y no
compartían la pretensión esenia de hallarse en posesión de la auténtica
tradición sacerdotal. No se hallaban, pues, enfrentados directamente con el
poder establecido, es decir, con los Asmoneos y los saduceos. Del relato de
Josefo no podemos deducir que los 800 crucificados por Alejandro Janneo fuesen
fariseos (ver supra). Los fariseos
eran un movimiento político bien organizado. Ello se corrobora por su
participación en el gobierno en tiempos de Alejandra (78 – 69), la viuda de
Alejandro Janneo (ver supra). Es casi
seguro que entonces procedieron sin piedad contra los asesores de Janneo. Al
principio, Herodes el Grande se entendió con ellos, pero la situación se
deterioró al final del reinado, haciendo ajusticiar a varios de ellos. Desde
ese momento terminó su presencia como factor de poder político.
En tiempos de Jesús y de las primeras comunidades cristianas, los
fariseos persiguen sólo fines religiosos. Esta transformación de la secta se
debe en buena medida a Hillel (ca. 50 a. C. – 10 d. C.), jurista judío de
Babilonia que fundó en Palestina una escuela rabínica rival de la de Shammai
(50 a. C. – 30 d. C.). Hillel aparece como el rabino popular y tolerante,
mientras Shammai como riguroso y elitista. Lo importante es que Hillel, a
través de su hermenéutica, desligó la observancia de la Ley del marco cultual,
trasladándola al ámbito cotidiano, con lo que puso los fundamentos de la
democratización de la Ley. Aunque, con Hillel, el fariseísmo se helenizó en
buena medida, todavía conservó esperanzas apocalípticas y mesiánicas
procedentes de los hasidim. Pero, por
el contrario, desde Hillel no se asoció ya el cumplimiento de la esperanza
apocalíptica con la realización de metas políticas. El carácter vivo de las
expectativas de los fariseos, tanto en época de Jesús como después del año 70,
estaba sólo unido al cumplimiento de la Ley por parte de Israel. El destino y
el futuro del hombre depende del cumplimiento moral y ritual de la Ley. Esta
concepción es helenística; de ahí que Josefo hable de los fariseos como de una
«secta filosófica». La tradición interpretativa se transmitía de maestro a
discípulo, y la terminología de las escuelas rabínicas farisaicas estaba llena
de ideas filosóficas griegas. El llamado liberalismo de los discípulos de
Hillel no es otra cosa que la doctrina de que el cumplimiento de la ley mosaica
también es posible en las condiciones diferentes de una época nueva. Otro
elemento helenístico dentro del fariseísmo religioso es el individualismo. Como
era factible el cumplimiento de la Ley en el marco de una sociedad no judía, la
idea de retribución y de castigo, así como la esperanza de la resurrección y la
idea del juicio de los fariseos, se entendían de manera individual y eran
paralelas a la idea griega de la inmortalidad y del juicio de los muertos. Otro
rasgo helenístico dentro del fariseísmo es la mística. Es posible que, más que
una secta, los fariseos fuesen una asociación informalmente unida por intereses
comunes, cuya única instrucción era la escuela, en la cual los jóvenes eran
enseñados como en una escuela de filósofos.
e) La teología sapiencial. La predecesora de la teología
sapiencial de la época helenística es la sabiduría experimental de Israel. Los
comienzos de la institucionalización de la tradición sapiencial se remontan en
Israel al tiempo de Salomón.
A partir de la experiencia del exilio, se modificó el concepto de «sabiduría»,
correspondiéndole una función nueva. Desde ese momento, en la «sabiduría»,
el principio del orden (frente al caos) no se encontró en la reflexión
retrospectiva sobre la experiencia histórica, sino en la contemplación de la
creación, de la naturaleza y en las experiencias humanas de validez universal
ancladas en tiempos inmemoriales. Igual que la apocalíptica, hermana gemela
de la sabiduría, el pensamiento sapiencial podía invocar épocas inmemoriales y
la creación. Los comienzos de la teología sapiencial, pues, son muy parecidos a
los del género apocalíptico. En la apocalíptica se unía la orientación hacia la
creación y los tiempos primitivos con las nuevas experiencias y esperanzas
históricas de un resto escogido del pueblo de Israel. La sabiduría
sapiencial, por su parte, se refería a la experiencia del individuo y configuraba
el ideal del piadoso con una cosmovisión universalista del Helenismo.
La sabiduría no ha sido creada por Dios, sino que salió de su boca y
estaba ya antes del comienzo de la creación. Aparece como la consorte (sýzygos) de Yahvé.
Al participar del origen divino, el sabio conoce el verdadero sentido del
acontecer del mundo.
La sabiduría escéptica judía se resistió ante el mensaje de la teología
sapiencial,
y, frente a ella, insistió en la falta de sentido del acontecer del mundo y en
la caducidad del hombre. El testimonio más palmario de esa sabiduría
escéptica es el Libro del Eclesiastés
o Qohelet, redactado ca. el 200 a. C.
Para este escepticismo, no se puede vincular la idea de Dios con la experiencia
vital del individuo. Dios sólo se puede entender como el poder general del
acontecer del mundo y del destino universal del género humano.
La teología sapiencial se defendió contra este escepticismo y sus
consecuencias uniendo la sabiduría con la Ley. El cumplimiento de la Ley es el único
camino para el cumplimiento de la decisión divina respecto del hombre. La
sabiduría está vinculada a lo que siempre pretendió la antigua legislación de
Israel. La experiencia del sabio en el mundo es presentada como atemporal y
de validez universal. Estos sabios, por ejemplo, son los patriarcas de
Israel, prototipos de filósofos para Filón de Alejandría. El tema del origen
divino del sabio y la oscuridad que rodea a su verdadero ser en este mundo, nos
conduce directamente al gnosticismo.
La «geografía» terrena y celestial de esta sabiduría o teología
sapiencial, es mitológica. Influyó en el cristianismo primitivo. El
conocimiento del mundo no se basa en la observación de la naturaleza y en la
experiencia, sino en las visiones inspiradas de aquellas cosas del cielo y
de la tierra que no son accesibles a la observación y a la experiencia.
f) Los Samaritanos. Hasta la conquista de Alejandro, la provincia
de Samaría era el territorio de las tribus de Efraín y Manasés, y, desde el
punto de vista político-religioso, tan israelita como Judea y Transjordania. La
ciudad de Samaría fue fundada por Omrí (878 – 870 a. C.) como capital del reino
israelita del Norte (antes había sido Siquem). En 721, la ciudad es conquistada
por los asirios, llegando a ser capital de una provincia reducida. La situación
se mantuvo con los babilonios y los persas. Después del exilio, hasta Nehemías,
estuvieron Jerusalén y Judea sometidas al gobernador de Samaría. La provincia
aceptó la reforma legal de Esdras. A partir de Alejandro, los caminos de Samaría
y Jerusalén divergen. Ya hemos visto antes las consecuencias de la rebelión
contra Alejandro de Samaría. La construcción del templo del monte Garizim no
fue el motivo del cisma samaritano. Las causas hay que hallarlas en la época de
los Asmoneos. En el 128 Juan Hircano destruyó el templo de Garizim y veinte
años después conquistó y asoló la ciudad de Samaría, anexionando la provincia
al reino asmoneo. Su intento de someter a los samaritanos al culto del Templo
de Jerusalén fracasó. Fueron los romanos quienes admitieron que fueran una
comunidad religiosa independiente. Desde entonces (63 a. C.) proliferó una
literatura samaritana específica. Los elementos fundamentales de la
apocalíptica samaritana están muy emparentados con la fase macabea del
pensamiento apocalíptico judío. Los samaritanos confiaban en la espera de
Moisés como el profeta del fin de los tiempos. El Mesías samaritano era el Taheb (tā’ēb), esto es, «el que vuelve», que debe restaurar todas las
cosas. Otros puntos en común con la apocalíptica judía eran la angeología, la
creencia en el juicio final y la resurrección de los muertos. En tiempos de
Jesús y del cristianismo primitivo los samaritanos eran rechazados y
despreciados por los círculos influyentes de Jerusalén. La acusación de que
eran israelitas semipaganos, apóstatas y totalmente sincréticos, es falsa e
injusta. No se les puede culpar de que Herodes el Grande reconstruyese el año
30 a. C. la ciudad de Samaría con el nombre de Sebaste, en honor de Octavio Augusto,
erigiendo un gran templo dedicado al princeps.
Tampoco son culpables de que el heresiarca cristiano Simón Mago[5]
procediese de esta región. El Evangelio de Juan (cap. 4) sabe perfectamente que
el centro religioso de los samaritanos no era la ciudad de Samaría, sino el
Garizim, cerca de Siquem, y que esperaban la venida del Mesías lo mismo que los
judíos. Es probable que la verdadera razón del rechazo judío a los samaritanos
a comienzos del siglo I d. C. se deba a que la comunidad cultual samaritana
había comenzado su evolución peculiar un siglo antes del momento en que los
fariseos (influidos por el rabino Hillel, † 10 d. C.) generaban los impulsos
decisivos para la renovación religiosa del judaísmo.
*La literatura del judaísmo en la época helenística.
a) Las lenguas del judaísmo en la época helenística. [Ver lo
resumido sobre esta cuestión en el archivo Época
helenística: historia, cultura y religión]. El hebreo de la época
helenística fue siendo cada vez más una lengua de especialistas y una lengua
oficial que perduró en el judaísmo rabínico después del año 70. En Siria y
Mesopotamia la lengua de uso vulgar era el arameo occidental, hablada también
como forma dialectal, el galileo (emparentado con el Talmud palestiniense), en
Palestina en tiempos de Jesús. Al mismo grupo del galileo pertenecían el
samaritano y el arameo cristiano de los melquitas[6]
de Siria y Egipto. El arameo y el hebreo eran lenguas semíticas
noroccidentales. Asirios, babilonios y persas usaron el llamado «arameo
imperial», auténtica lingua franca de
toda una amplísima región del Próximo Oriente. Al arameo oriental pertenecían
el Talmud de Babilonia, el mandeo y el siríaco. Ésta última llegó a ser la más
importante lengua escrita del Oriente cristiano. Pero todo esto no puede
hacernos olvidar la creciente expansión del griego en todos los reinos
helenísticos, como lengua de la Administración, y, sobre todo, de la alta
cultura. La lengua común de la época helenística fue la koiné, que deriva de la prosa ática.
b) La
Septuaginta. También llamada Biblia
de los Setenta, de los LXX o Biblia griega. Según una leyenda, recopilación en
griego koiné (la lengua «común» de la época helenística y romana) de los textos
hebreos y arameos de la Biblia hebrea (aunque escrita ésta última en su mayor
parte en hebreo, el llamado texto masorético, hay algunos escritos, como el
Libro de Daniel, el Libro de Esdras y algún otro, redactados en arameo). La
Septuaginta fue una empresa de traducción llevada a cabo por expreso deseo del
rey helenístico egipcio Ptolomeo II Filadelfo (285 – 246 a. C.), quien,
supuestamente, hizo traer desde Jerusalén hasta Alejandría a 72 sabios judíos
con esa finalidad. Originariamente la historia hablaba sólo de la traducción
del Pentateuco, en el siglo III a. C. en Alejandría. Hubo repetidas revisiones
de la Septuaginta, así como traducciones posteriores. Más precisamente, a lo
largo de los siglos II y I a. C. se tradujeron al griego otros libros del AT
(profetas y hagiógrafos). Se fueron añadiendo otros escritos, tales como el 3º
y 4º Libro de los Macabeos, la Sabiduría de Salomón, el 1º y 2º
Libro de los Macabeos, Tobías, Judith, Baruc y Eclesiástico.
Esto significa que la colección griega de textos veterotestamentarios es más
amplia que el canon hebreo fijado por el judaísmo rabínico ca. el año 100. Los
LXX constituyen, en cualquier caso, una valiosa comprobación de la exactitud
del texto hebreo masorético oficial, que también experimentó revisiones. La
Septuaginta se convirtió en la Biblia de los primeros cristianos, siendo el
testimonio más preclaro de la helenización del judaísmo. A pesar de que en la
Septuaginta hay pasajes de una traducción más literal y otros de una traducción
más libre, se convirtió en la fuente del lenguaje teológico del judaísmo
helenístico, y, por tanto, del cristianismo primitivo. La historia de las recensiones
o revisiones de la Biblia griega, demuestra que la unión entre el texto
griego y el hebreo permaneció vigente durante siglos.
Martín Lutero, sin embargo, siguió en su traducción el canon hebraico conocido por el judaísmo medieval, relegando a un apéndice los escritos de los LXX no incluidos en aquél, aunque sí estaban en parte contenidos en la Vulgata latina. La Reforma, pues, relegó por completo todos esos libros no admitidos por el canon del judaísmo medieval.
c) La literatura del movimiento apocalíptico. Los textos más
importantes son: 1) El Libro de Daniel.
En el canon judío se conservó parte en hebreo y parte en arameo. Fue compuesto
entre el 167, año de la profanación del Templo por Antíoco IV Epifanes, y el
164, año de su muerte. Su autor, pues, no es Daniel, el sabio judío en la Corte
del rey de Babilonia, aunque se usa material de época persa. Presentación
«profética» de la historia pasada. Predicción visionaria del futuro. Uso de
elementos mitológicos babilonios y cananeos. La figura del «semejante a un Hijo
de hombre» significa «Israel» para Helmut Köster, esto es, «el pueblo de los
santos del Altísimo» (sobre este pasaje de Daniel 7, 13-27, ver el resumen del
estudio de Geza Vermes, Jesús el Judío,
pág. 17). La imagen expresaría la esperanza escatológica de los hasidim. Fragmentos del Libro de Daniel se han hallado en poder
de los esenios. 2) El Libro 1º de Henoch
(Apocalipsis de Henoc). Sólo se
conserva íntegro en una traducción etiópica, una compilación agrupada en el
siglo I o II d. C. El original estaba escrito en arameo y el final en hebreo.
Se han hallado fragmentos en Qumrán. Muchas concepciones son afines a las de
los esenios. 3) La Ascensión de Moisés.
Se ha conservado sólo en una traducción latina que procede de un texto griego,
y éste, a su vez, se basa en un original arameo o hebreo. Compuesto
probablemente en el siglo II a. C., Moisés profetiza los acontecimientos del
final de los tiempos. Un miembro de la estirpe de Leví lo prepara todo para la
llegada del profeta escatológico. Crítico con los Asmoneos, herodianos y
fariseos. Estrecho parentesco con los escritos de Qumrán. 4) El Rollo de la guerra (Milhama, 1 QM). Descubierto en Qumrán. Escrito en hebreo. La
redacción debe proceder del siglo I d. C., aunque en las cuevas 1 y 4 de Qumrán
se encontraron fragmentos más antiguos. Puede definirse como una versión
escatológica de la Guerra Santa veterotestamentaria. 5) Los Oráculos sibilinos. El nombre proviene
de las sibilas griegas. Colección de oráculos de una sibila judía del siglo II
a. C. De los catorce libros de oráculos helenísticos compilados por los
cristianos, el libro 3º y partes del 4º y del 5º parecen ser de creación judía.
El tema principal son las predicciones apocalípticas. Monoteísmo. Rechazo de la
idolatría. Dios es quien guía el mundo y domina la naturaleza. Creencia en un
Juicio Final. Castigo y recompensa. 6) El llamado Testamentos de los XII Patriarcas. Sólo se ha conservado en griego,
probable traducción de originales hebreos y arameos de época precristiana.
Claros signos de una recensión cristiana del siglo II. Esperanzas escatológicas
semejantes a las de los esenios. El Mesías real de Judá aparece subordinado al
Mesías sacerdotal de Leví. 7) El Manual
de Disciplina y el llamado Documento
de Damasco. El Manual de Disciplina
o Regla de la Comunidad (Serek hayyahad: 1 QS) de Qumrán, está
escrito en hebreo. Pertenece a los esenios. Intenta ser la ley fundamental de
la comunidad de la nueva alianza. Contiene la doctrina de los dos espíritus, el
de la verdad y el de la mentira. El Documento
de Damasco (CD) fue encontrado en 1896, en tres manuscritos fragmentarios
de los siglos XI y XII, en la Geniza[7]
de El Cairo. Fue publicado en 1910 por el rabino moldavo Salomón Schechter. La
fecha más tardía de redacción es el siglo I a. C. Es posible que estuviese
dirigido a esenios civiles que vivían fuera de Qumrán. Contiene, además, una
legislación matrimonial. 8) Los Comentarios
(Pesher). Comentarios bíblicos de
procedencia esenia. Los más conocidos son el Pesher sobre Habacuc (1 Qp Hab) y el Pesher a Nahum (4 Qp Nah). Fueron utilizados posteriormente por los
cristianos. 9) Los Himnos (Hodayot). Asimismo, de procedencia
esenia. Manuscrito deteriorado. Expresan de modo directo la experiencia
religiosa personal. 10) Salmos de Salomón.
Colección de himnos que no procede de Qumrán. Manuscritos griegos. El original,
procedente de Palestina, debió escribirse en hebreo, pero se perdió. Compuestos
entre el 60 y el 30 a. C. Los autores se diferencian de los esenios, pues no
creen en un mesías sacerdotal y aceptan el culto del Templo. Sus adversarios no
se pueden equiparar sin más a los saduceos. La autoría farisaica es muy dudosa.
Religiosidad pietista, autoconciencia muy pronunciada del justo y crítica
severa de los pecadores. Esperanza en un Mesías davídico. Creencia en el Juicio
Final.
d) La historia de Israel reflejada en la literatura judía de la época
helenística. Los textos principales son los siguientes: 1) El Libro de los Jubileos. Conservado parcialmente en una
traducción latina e íntegramente en otra etiópica. Ambas proceden de un modelo
griego que se basa en un original hebreo. Son una refundición midráshica[8]
de Gen 1 hasta Ex 12. Los jubileos son periodos de 49 años. Hay 49 jubileos
desde Adán hasta la legislación de Moisés. Enfatiza la importancia de Noé y de
Abraham. Observancia del sábado y obligación de la circuncisión. Probable
procedencia esenia. Posible elaboración en el siglo I a. C. 2) El Génesis apócrifo (1 Q ap Gen).
Emparentado con los Jubileos.
Descubierto en Qumrán. Elaborado entre el 50 a. C. y el 50 d. C. No presenta
rasgos típicamente esenios. Manuscrito muy deteriorado. Es una apología del Libro
del Génesis. Parecido interés
apologético del Génesis ofrece un
texto latino de autor desconocido, poco anterior al año 70, y conocido como Antigüedades bíblicas del Pseudo Filón (Libro Philonis Judaei de initio mundi).
El texto latino deriva de una versión griega, y ésta de un original hebreo. Es
una narración refundida desde Adán hasta Saúl. El talante teológico del autor
se desprende de su fe en la resurrección, una angeología muy evolucionada y el
énfasis en la elección de Israel. 3) Fragmentos
de Alejandro Polihistor. Esta obra perdida, cuyo autor transmite fragmentos
de autores judíos que escribían en griego y se ocupaban del Génesis y de la historia de Israel, la
conocemos por las referencias de Flavio Josefo, Clemente de Alejandría y
Eusebio de Cesarea. Procedente de Mileto, Polihistor llegó a Roma como
prisionero de la guerra contra Mitrídates VI del Ponto, siendo liberado por
Sila y muriendo poco después de mediados del siglo I a. C. Aunque poco crítico,
su valor estriba en habernos conservado valiosas porciones de obras perdidas.
Otra reinterpretación de la tradición judía es el llamado Anónimo samaritano, escrito después del 200 a. C., pero antes de la
rebelión de los Macabeos y del cisma samaritano bajo Juan Hircano (ver supra). Intento de reescribir la
historia de la creación y de los patriarcas. Otro texto es el de Eupólemo, que escribió en Palestina en
la 2ª mitad del siglo II a. C. Escribe sobre Moisés, David y Salomón. Es un
típico texto apologético al servicio de la propaganda de los Asmoneos. Otro
autor es Artápano, que escribió antes
de mediados del siglo I d. C. Conservamos fragmentos sobre Abraham, José y
Moisés. La historia como aretalogía (narración de los hechos prodigiosos de un dios o de
un héroe). 4)
El libro de José y Asenet. Es una
especie de novela alegórica que surgió quizás en Egipto en el siglo I a. C. Se
ha transmitido en 16 manuscritos griegos y en distintas versiones en latín,
siríaco, armenio, eslavo, etc. Uso peculiar de la historia de los patriarcas.
No existen elementos cristianos. Asenet sería la reencarnación de la comunidad
convertida a la verdadera fe y José la personificación del enviado celestial.
El ágape como el pan celestial (maná). 5) Hecateo.
Bajo el nombre de Hecateo, en Flavio Josefo aparecen una serie de citas
procedentes de un escritor griego, Hecateo de Abdera, que vivió en Egipto en
torno al año 300 a.C., bajo Ptolomeo I, y fue autor de un libro llamado Egyptiaca, en el que se encuentra un
largo excurso sobre los judíos citado por Diodoro Sículo. La autenticidad de
las citas de Josefo tomadas de un libro Sobre
los judíos atribuido a Hecateo, es dudosa. Tales citas quizás procedan de
un historiógrafo y apologeta judío de los últimos años de la dominación egipcia
sobre Palestina, que escribió con el nombre de Hecateo. 6) Libros 1º y 2º de los Macabeos. La obra histórica más importante
sobre la rebelión de los Macabeos, hoy perdida, escrita en griego poco después
de mediados del siglo II a.C., era del judío helenizado Jasón de Cirene, de la
que conservamos fragmentos en el Libro 2º
de los Macabeos. Éste último es un epítome del libro perdido de Jasón de
Cirene. Fue compuesto en griego ca. el 100 a.C. Trata sobre los años que median
entre el 175 y el 161, aunque también contiene información del periodo 187-175,
correspondiente al reinado de Seleuco IV. Pero este Libro 2º de los Macabeos empleó mucho material legendario. El
interés del autor se centra en la exaltación del Templo y en la observancia de
la Ley. En cuanto al Libro 1º de los
Macabeos, trata parcialmente los mismos acontecimientos y emplea las mismas
fuentes que Jasón de Cirene. Pero el periodo que abarca va del 175 al 134, es
decir, desde el comienzo de Antíoco IV Epifanes hasta el sumo sacerdote Simón
Macabeo. Escrito en hebreo, sólo se conserva en griego. Sus fuentes son de gran
calidad, aunque es un relato proasmoneo. 7) El libro de Esther. En su forma hebrea original es parte integrante del canon
judío. Utiliza leyendas y temas propios de cuentos y fábulas. La alusión a la
historia es un simple recurso estilístico. La intención del libro es propagar
la fiesta de los Purim[9]
al inicio del Reino Asmoneo, momento de su redacción. 8) El Libro de Judith. Estrechamente emparentado con el
Libro de Esther. Fue también escrito
en hebreo al principio del periodo de los Asmoneos. Sólo se ha conservado en la
traducción griega de la Septuaginta.
También aquí el pueblo se salva por la actuación de una bellísima mujer. Su
intención es religiosa, no relatar hechos históricos reales. Fidelidad a la Ley
y observancia de las prescripciones de purificación. Tanto el Libro de Esther como el de Judith están relacionados con los hasidim. 9) Otras leyendas judías helenísticas. Entre ellas hay que
mencionar el Tercer Libro de Esdras
(en la Septuaginta, 1º Esdras), de la
misma época y muy próximo a los de Esther
y Judith. Otra leyenda son las Adiciones a Daniel de la Septuaginta.
Una tercera leyenda es el Libro 3º de los
Macabeos, escrito en griego hacia finales del siglo I a.C. o en el año 40
a.C. Se opone a los intentos de los judíos de Alejandría de obtener derechos
civiles, remitiéndose a los que ya poseían desde la fundación de la ciudad. 10)
El Libro de Tobías. Tiene una estrecha
relación con la novela helenística. Redactado ca. el 200 a.C. Se ha transmitido
en griego en la Septuaginta. Probablemente redactado en su origen en arameo.
Presencia del tema del viaje y del motivo legendario del muerto agradecido.
e) De la sabiduría a la apologética filosófica. Nos referimos a
seis textos. 1) La sabiduría de Jesús ben
Sirach (= Eclesiástico en los LXX
/ también Sirácida). El nieto del
autor tradujo el libro al griego, en Alejandría, en 130 a.C. A finales del
siglo XIX, en la Geniza (ver nota nº 7) de El Cairo, encontráronse fragmentos
hebreos del Sirácida. En el decenio de 1970 se ha descubierto en Masada
(fortaleza al W del Mar Muerto) un manuscrito hebreo completo. El original
hebreo se remonta ca. el 190 a.C. El escrito es una colección de tradiciones
sapienciales. El autor es un miembro de la aristocracia culta de Jerusalén.
Aunque conservador, defiende a los justos empobrecidos. Inculca la sabiduría
heredada de los padres y la identifica con la Ley. Rechazo del escepticismo. No
aceptado por el canon hebreo. 2) Qohelet
(= Eclesiastés en los LXX). Escrito
en hebreo con muchos arameísmos. Escrito en Palestina ca. el 200 a. C. Aceptado
por el canon hebreo. Mantiene una actitud
de sabiduría escéptica frente a la teología sapiencial del judaísmo a partir
del postexilio. 3) Libro de Baruch (1 Baruch de los LXX). Emplea como pseudónimo el
nombre del secretario del profeta Jeremías. Se ha conservado sólo en versión
griega y en esta forma se compiló a finales del periodo asmoneo. La sabiduría
aparece, bajo la forma de la Ley, como propiedad exclusiva de Israel. 4) Carta de Aristeas y el Pseudo Focílides. La Carta de Aristeas pretende presentar los
fundamentos de la autoridad de la ley judía en su versión griega, con fines
propagandísticos. Está dirigida a los paganos. No fue escrita durante el
reinado de Ptolomeo II Filadelfo (284-247), sino un siglo después. De un nivel
más elevado es el Pseudo Focílides,
poema didáctico compuesto en los siglos II o I a.C. por un poeta judío bajo el
nombre del poeta gnómico[10]
griego Focílides de Mileto (siglo VI a.C.). 5) Libro 4º de los Macabeos. En él un filósofo judío de la 1ª mitad
del siglo I presenta una diatriba griega sobre el poder de la razón. Las
virtudes cardinales-justicia, prudencia, misericordia y templanza-pueden
superar el sufrimiento, el dolor y la muerte. Creencia en la inmortalidad del
alma. 6) La Sabiduría de Salomón. Escrito
griego del siglo I a.C., admitido en el canon de la Septuaginta. Aunque
helenizado, el autor, en el capítulo 1º, sigue en lo esencial la tradición de
la sabiduría teológica israelita. Contrario al escepticismo del Qohelet. Rechazo de la idolatría pagana.
Nula simpatía por el culto judío y la ley ritual. En este libro la noción de
«sabiduría» se vincula al pensamiento helenístico. La sabiduría como un camino
fundamental para el ser humano, como una posibilidad de existencia, desligada
de la historia y de origen divino. Fe en la inmortalidad del alma. Aproximación
a la gnosis.
f) Filón de Alejandría (ca.
20 a. C. – ca. 45 d. C.). Filósofo judío helenizado. Esmerada educación. Magnífico
conocimiento de la lengua griega. Conocimientos amplios de la historia, la
filosofía y la literatura griegas. Su método interpretativo apologético y
alegórico le permitió traducir a categorías griegas el contenido moral y
jurídico del Pentateuco. El personaje más importante de la historia es Moisés,
a quien Filón denomina «hombre divino» y a quien ve como el caudillo de los
secretos divinos, el sabio que indica al alma el camino para salir de la
prisión terrenal.
De todas sus
numerosas obras, la más profunda y más amplia es su comentario alegórico al Génesis, conservado parcialmente sólo en
21 libros. Al menos otros nueve se han perdido por completo. En esta obra Filón
trata cuestiones filosóficas, éticas, políticas, científicas y teológicas.
Respecto a su género literario, este escrito se parece a las Enéadas de Plotino. El objetivo
específico de esta magna obra es la liberación del espíritu en la
contemplación, que conduce a la visión mística de Dios.
Filón es el máximo
ejemplo de que la base del pensamiento del periodo helenístico tardío había
llegado a ser una especie de estoicismo platonizante. Su método exegético, el
alegórico, es estoico, al igual que su interpretación de las figuras del AT
como virtudes. Su idea de Dios ofrece también rasgos estoicos: Dios es
inmutable y eterno; es la fuerza básica del cosmos en cuanto persona (Filón no
logra despojarse de los rasgos personales de Dios en el AT). Asimismo, Filón
identifica a Dios con la naturaleza, y el logos,
como en el estoicismo, es la potencia divina que todo lo penetra. A pesar de
ello, la cosmovisión de Filón, especialmente su antropología, es platónica. El
mundo visible, tal cual es transmitido por los sentidos, no sólo es
transitorio, sino que se caracteriza por predicados negativos. El alma (o el
espíritu) tiene su origen en el mundo divino. Mientras el espíritu habita en el
cuerpo, se halla preso entre las redes de la existencia terrena, de la que debe
liberarse. La percepción verdadera de la esencia de la realidad no es posible a
través de los sentidos. Sólo el espíritu humano puede conocer a Dios y al logos, para lograr la liberación del
mundo visible a través de la sabiduría y el ejercicio de la virtud; sólo así
vencerá el espíritu al cuerpo y será capaz de retornar a su patria, el mundo
celeste. Filón no considera simplemente el mundo material como la causa del
mal, del vicio, sino que concibe al cuerpo como un lugar absolutamente extraño
por contraste con la patria celestial y como una vestimenta impropia para el
alma divina. Otro elemento platónico de la cosmología de Filón es que Dios creó
en primer lugar el mundo de las ideas como el prototipo del mundo visible.
Filón concibe el logos tanto en
términos platónicos como estoicos. Según la Stoa, el logos es el poder que gobierna el Universo todo; pero en sentido
platónico es también la imagen de Dios, según la cual el hombre ha sido creado.
Por esta razón, el ser humano pertenece a Dios en su verdadera esencia y es
fundamentalmente diferente del mundo visible. A través de Clemente de Alejandría
y de Orígenes, Filón fue uno de los principales factores en el desarrollo de la
teología y de la visión cristiana del mundo.
*PALESTINA Y EL JUDAÍSMO EN LA ÉPOCA IMPERIAL
a) Herodes el Grande. Al entrar victorioso Pompeyo en Jerusalén,
en el año 63, restituyó como sumo sacerdote a Hircano II (ver supra), uno de los dos hijos de
Alejandro Janneo. El otro hijo, Aristóbulo II, fue llevado a Roma. Poco después
huyó a Judea, pero los pompeyanos lo envenenaron en el 49, por simpatizar con
Julio César. Un hijo de Aristóbulo II, Alejandro (padre de Mariamne, la que
fuera esposa de Herodes el Grande), fue decapitado. Otro hijo, Antígono,
escapó.
Hircano II .....……hermanos……….Aristóbulo
II
↓
Alejandro (hijos de Aristóbulo II) Antígono
Mariamne (hija de Alejandro, casada con) Herodes el Grande
Después de la batalla de Farsalia (9 agosto 48), en la que Pompeyo es
derrotado por César, éste, una vez asesinado Pompeyo en Egipto, viose en
dificultades en este país. En su ayuda corrió Hircano II, al tiempo que su
ministro idumeo Antípatro (padre de Herodes el Grande) envió tropas que
prestaron grandes servicios a César. Por su parte, Hircano II movió a la
comunidad judía de Alejandría en favor del nuevo amo de Roma. En el 47 presentóse
Antígono ante César en Siria, con el propósito de hacer valer sus derechos a la
soberanía de Palestina y ser nombrado sumo sacerdote del Templo. César no se
fio de él. Al contrario, concedió la ciudadanía romana a Antípatro, otorgándole
el rango de procurador romano de Judea. En cuanto a Hircano II, fue confirmado
como sumo sacerdote y nombrado etnarca
(aquí sinónimo de jefe, administrador y juez supremo de la comunidad judía). Se
amplió el territorio de Judea, que fue declarado Estado aliado, liberándolo de
ciertos impuestos. Antípatro reorganizó la administración del país, nombrando a
su hijo Fasael gobernador (estratega)
de Judea y de Perea, y a su hijo Herodes (el Grande) estratega de Galilea. Antípatro viose de nuevo en dificultades
después del asesinato de César en marzo del 44. En un principio se pone a
disposición de Bruto y de Casio, pero los asesinos de César expoliaron
Palestina. Antípatro es víctima de una conjura y muere envenenado en el 43.
Antígono aprovecha para caer sobre Galilea, pero Herodes, el hijo de Antípatro,
lo derrota. Una vez derrotados y muertos los asesinos de César en la batalla de
Filipos (oct 42), Herodes llega a un acuerdo con el nuevo señor de Oriente,
Marco Antonio. Pero al abandonar éste Siria y trasladarse a Egipto, los partos
cayeron sobre Siria y Antígono consigue con su ayuda conquistar Palestina.
Hircano II y Fasael son víctima de un engaño de los partos. Mientras que Fasael
se suicida cuando iba a ser entregado a Antígono, éste decide cortarle las
orejas a su tío, Hircano II, que no puede ya ejercer de sumo sacerdote. Mientras
tanto, Herodes, anticipándose, había huido, dejando protegida a su familia en
la fortaleza de Masada. Poco le duró a Antígono (40 – 38) su intento de
renovación de la dinastía asmonea en Palestina. Los romanos cayeron sobre él en
el 38, después de que Herodes llegase en Roma a conseguir el apoyo de los
triunviros y el Senado le nombrase rey de Judea (38 – 4). Expulsados los
partos, conquistada Jerusalén y muerto Antígono, Herodes quedó como dueño del
país, pero el conflicto entre Marco Antonio, su protector, y Octavio, hace
peligrar su posición. Después de la batalla de Actium, en el 31, Herodes se
presenta de improviso en Rodas y pone su corona a disposición del vencedor,
Octavio, quien lo restituye en el trono, añadiendo a sus dominios, en el 30, la
franja costera palestina, Samaría y Jericó. Posteriormente, obtuvo también los
territorios al N y al E del Mar de Galilea. Su lealtad a Augusto fue sincera
durante todo el resto de su vida.
Herodes no era judío, sino de Idumea (hijo de Antípatro y de Cypros,
princesa nabatea de Petra), aunque favoreció a los judíos, imitando también la
política de pacificación de Octavio Augusto, con lo que su reinado en Palestina
conoció un prolongado periodo de prosperidad y de paz. Emprendió, imitando a
Octavio, una notable actividad constructiva, refundando antiguas ciudades.
Entre ellas Samaría, la vieja capital del N, que Herodes refundó con el nombre
de Sebaste, en honor de Augusto. Totalmente nueva fue otra gran ciudad
portuaria, Cesarea Marítima, asimismo nombrada así en honor del princeps. Esa actividad constructora
dirigióse también a erigir o reforzar numerosas fortalezas por todo el
territorio, así como a reconstruir de manera grandiosa el Templo de Jerusalén. Asimismo,
construyó el santuario de Abraham en Mamré[11],
la hoy llamada Tumba de los Patriarcas, en la ciudad palestina de Hebrón, en
Cisjordania. No obstante, nunca logró Herodes reconciliarse con el pueblo
judío. Ni los fariseos ni los saduceos parecieron apoyarle, si bien plegáronse
a él. Su vida familiar personal está marcada por la tragedia y por su crueldad.
Ordenó ejecutar, acusada de conspirar contra él, a su cuarta esposa, la asmonea
Mariamne, nieta de Aristóbulo II, en el año 29. También a dos hijos tenidos con
ésta, Alejandro y Aristóbulo, en el año 7. Antes había ordenado ejecutar al
anciano Hircano II, de ochenta años, en el año 30. El mismo año de su muerte,
el 4 a.C., ordenó matar a su hijo Antípatro, tenido con Doris, su segunda
esposa. Cuando murió hubo disturbios en Palestina, reprimidos con dureza por Publio
Quintilio Varo (el que fuera aniquilado en el bosque de Teutoburgo el año 9
d.C.), legado entonces de Siria.
b) Palestina bajo los hijos de Herodes el Grande. A su muerte,
Herodes había dejado testamentariamente el reino a sus hijos Arquelao, Herodes
Antipas (ambos tenidos con la samaritana Malthace) y Herodes Filipo II (tenido
con Cleopatra de Jerusalén). Octavio Augusto, a pesar de la oposición judía,
confirmó el testamento.
Arquelao obtuvo Judea, Samaría e Idumea. Se le concedió el título de etnarca. Fue depuesto por los romanos el
año 6 d.C. y desterrado a Vienne, en el SE de las Galias. Arquelao era el
gobernante a quien José, el esposo de María, temía al volver de Egipto, y por
eso marchó a Nazaret, en Galilea, donde gobernaba Herodes Antipas.
Herodes Antipas fue nombrado tetrarca
de Galilea y Perea, sobre las que reinó desde el año 4 a.C. hasta el 39 d.C.
Taimado y cruel, sin verdadera grandeza, continuó la actividad constructora de
su padre. Amplió la ciudad de Séforis, capital de Galilea, y fundó, ca. el año
20, la ciudad de Tiberias o Tiberíades, a orillas del lago, llamada así en
honor de Tiberio. De población pagana, es probable que Jesús nunca la visitase.
En el siglo II convirtióse en la metrópoli del judaísmo rabínico. Herodes
Antipas fue quien ordenó degollar al Bautista, así como a quien Poncio Pilato
remitió a Jesús, siéndole inmediatamente devuelto. Primeramente, estuvo casado
con Phasaelis, una princesa nabatea hija del rey nabateo Aretas IV; Phasaelis
se separó de él cuando supo que tenía intención de unirse a Herodías, mujer de
su hermanastro de padre Herodes Filipo I (hijo de Herodes el Grande y de
Mariamne II). Juan el Bautista había denunciado esta unión adúltera, por lo que
era odiado por Herodías. Según Flavio Josefo, esta unión empeoró sus relaciones
con los nabateos: reaparecieron tensiones fronterizas y Aretas IV lo derrotó
estrepitosamente. Finalmente, fue destituido por Roma y desterrado por orden de
Calígula a Lyon, en las Galias. El territorio de la tetrarquía le fue concedido a Herodes Agripa I (hermano de
Herodías), sobrino carnal de Herodes Antipas. [Herodes Agripa I y Herodías eran
hijos de Aristóbulo (hijo de Herodes el Grande y Mariamne) y de Berenice].
En cuanto a Herodes Filipo II, fue tetrarca de las regiones del E y del N
del Mar de Galilea: Traconítide (Trachonitis), Gaulanítide (Gaulanitis) y
Auranítide (Auranitis). En la falda del monte Hermón fundó su residencia, la
ciudad de Cesarea de Filipo (Caesarea Philippi), llamada así en honor de
Augusto. Al pueblo de Betsaida (Bethsaida) lo convirtió en una ciudad,
renombrándola como Julia (Julias), por la hija de Octavio Augusto. Parece ser
que fue un rey vasallo, justiciero y razonable. Su esposa fue su sobrina-nieta
Salomé, la hija de Herodías (ya que ésta era su sobrina). Murió sin hijos en el
año 34.
c) Judea bajo administración romana. Después de que Arquelao fuera
depuesto, Octavio Augusto puso la administración de Judea, Samaría e Idumea
bajo un procurador[12],
responsable directamente ante él, aunque militarmente dependía del legado de
Siria. Este legado era, además, el más alto funcionario romano para la franja
costera, desde Jamnia hasta Gaza, y para la Decápolis. Por vez primera en
Judea, en el año 6, se llevó a cabo un census
(relación para las listas de impuestos). La sede del gobierno del nuevo
procurador fue Cesarea Marítima. Cuando tenía que acudir por algún tiempo a
Jerusalén, se reforzaba el contingente militar de la Ciudad Santa en la torre
Antonia. Todo el país fue dividido en once toparquías o distritos, en cada una
de las cuales había un Sanedrín (synedrion)
para causas judiciales judías de carácter menor. Las relevantes las dilucidaba
el Sanedrín de Jerusalén, también limitado en sus atribuciones. Las acusaciones
que podían conllevar la pena de muerte, eran competencia del tribunal del
procurador. Éste era también responsable de la recaudación de los impuestos
directos, a través de empleados. Los publicanos se encargaban de la recaudación
de los impuestos indirectos y de los derechos aduaneros. No gozaban de buena
fama. El sumo sacerdote del Templo era nombrado por el procurador, quien
intentaba respetar todo lo posible las leyes religiosas judías. Hasta el año 26
no hubo disturbios ni conflictos importantes. Ese año fue nombrado Poncio
Pilato prefecto (praefectus, como
atestigua una inscripción hallada en Cesarea Marítima) de Judea, cargo que
ostentó hasta el año 36. Bajo su mandato se acumularon los incidentes, que
comenzaron al iniciarse los trabajos de un gran acueducto para mejorar el
abastecimiento de agua a Jerusalén. Los alborotos fueron reprimidos sin piedad.
En el caso de Jesús, pudo ver en Él a un agitador potencial: de ahí su
sentencia implacable. Su brutal represión, en el 36, de un movimiento religioso
fanático de Samaría, indujo al legado sirio, Lucio Vitelio el Viejo, a
recomendar su destitución. Hubo de rendir cuentas en Roma, y, probablemente,
fue obligado a suicidarse (según otros escritores, habría sido ejecutado por
Nerón; según el apócrifo la Tradición de
Pilato, siendo ya cristiano, fue ejecutado por Tiberio: Los Evangelios apócrifos, Madrid, BAC,
2003, págs. 484 – 489).
d) Herodes Agripa I y Herodes Agripa II. Una de las primeras
decisiones de Calígula al llegar al poder en el año 37 fue conceder a su amigo
Agripa (Herodes Agripa I, ver supra)
la tetrarquía de Abilene, un pequeño
país al N de las fuentes del Jordán y al W de Damasco, y la antigua soberanía
del tetrarca Herodes Filipo II al E y
al N del Mar de Galilea, vacante desde el 34. En el 39, al ser depuesto Herodes
Antipas, la tetrarquía de Galilea y
Perea fue también heredada, asimismo por decisión de Calígula, por Herodes Agripa
I. Pero el deseo de Calígula, en ese mismo año 39, de tener una estatua dentro
del Templo de Jerusalén, no pudo ejecutarla, entre el 40 y el 41, el legado
sirio Publius Petronius, por temor a una rebelión judía. Cuando Petronio y
Agripa I intentaron disuadir de tan descabellado propósito al emperador, éste
había sido ya asesinado (24 de enero del 41). Entonces, Agripa I desempeñó un
papel relevante en la proclamación del nuevo emperador, Claudio, quien lo
recompensó haciéndolo rey de todo el territorio de Palestina sobre el que había
reinado su abuelo Herodes el Grande. Entre el 41 y el 44, Herodes Agripa I fue
rey de todo el territorio del antiguo Israel. Disfrutó del aprecio de los
círculos dirigentes judíos, quizás porque, a través de su abuela Mariamne, era
un descendiente legítimo de la Casa de los Asmoneos (ver esquema genealógico de
la pág. 20). Favoreció todo lo que pudo la religión judía, de acuerdo con las
autoridades religiosas de Jerusalén. Por los Hechos de los Apóstoles (12, 1-2) sabemos que ordenó la ejecución
de Santiago el Mayor, el hijo de Zebedeo y hermano de San Juan Evangelista. Fijó
su capital política en Cesarea Marítima. El legado sirio impidió varios
movimientos sospechosos del rey. Murió inesperadamente, de una enfermedad, en el
año 44 (había nacido ca. 11/10 a.C.).
Agripa I dejó un hijo, asimismo llamado Agripa (Herodes Agripa II, nacido
ca. el 27/28). En el año 50 se le concedió Calcis (Chalcis ad Belum / Qinnasrin
/ Kenneshrin, unos 30 km al SO de la ciudad de Aleppo), un pequeño principado al N
del valle que hay entre las cordilleras del Líbano y el Antilíbano[13].
En el año 53 cambió Calcis por la antigua tetrarquía de Herodes Filipo II y
además por Abilene (ver supra),
obteniendo después parte de Galilea y la ciudad de Tiberíades. También fue el
encargado de la inspección del Templo de Jerusalén. En la Guerra Judía se
mantuvo leal a los romanos. Permaneció como soberano hasta el año 100. Su
reinado careció de importancia política.
e) Palestina hasta la caída de Jerusalén en el año 70. Después de
la muerte de Agripa I en el 44, los romanos reorganizaron toda Palestina como
una provincia, intentando afianzar el control. Nuestra fuente principal para
este periodo es Flavio Josefo, quien incide en los desaciertos de la
administración romana, los cuales fueron muy probablemente verdad en los años
inmediatamente anteriores a la rebelión. Hasta el estallido de la Guerra Judía,
en el 66, hubo siete procuradores al frente de la provincia. El procurador Fado
(44 – 46) aplastó la rebelión de Teudas, cabecilla de un movimiento
profético-mesiánico que fue ejecutado. El siguiente procurador fue Tiberio
Alejandro (46 – 48), sobrino del filósofo Filón de Alejandría. Le siguió Cumano
(48 – 52). Hubo de castigar, en el 51, a los responsables judíos de Jerusalén
de una expedición de castigo contra los samaritanos (Cumano se había negado a
sancionar a los culpables de la muerte en territorio samaritano de un peregrino
judío que se dirigía a Jerusalén). El legado sirio, Cuadrato, envió a Roma a
todos los implicados (a Cumano y a los dirigentes judíos y samaritanos), para
que defendieran allí su causa (verano – otoño del 52). El sumo sacerdote
Jonatán llegó a un arreglo con el poderoso secretario imperial para la
administración, Palas, de tal modo que acordaron enviar a Félix (primavera del 53
– 58), un liberto hermano de Palas, como procurador de Palestina. Este paso se
reveló funesto. Félix era un incapaz, que no pertenecía, además, al orden
ecuestre, del que se extraían los procuradores. Su gobierno estuvo repleto de
disturbios, en buena medida debido a su incompetencia. Fue entonces cuando
aparecieron por vez primera los sicarios
(«hombres del puñal», de sicca =
puñal), que escondían un puñal entre sus ropas y apuñalaban a cualquier
presunto colaborador con Roma. Félix reprimió con crueldad un levantamiento
religioso y una insurrección. Pablo de Tarso, por su parte, fue acusado de
introducir a un no judío en el interior del Templo, por lo que fue encarcelado
en Cesarea Marítima (su cautiverio se extendió, casi con seguridad, entre el 58
y el 60). Las autoridades religiosas judías colaboraban con Félix. A éste le
sucedió Festo (58 – 62). Josefo nos informa que Félix fue acusado por las
autoridades judías ante Nerón, salvándole su riquísimo hermano Palas (quien
sería condenado a muerte por Nerón en el 62). Sobre la procuraduría de Festo,
un hombre brillante y eficaz, guarda silencio Flavio Josefo (quizás por esa
misma eficacia). Festo murió repentinamente, lo que produjo un breve periodo
vacante, durante el cual fue ejecutado Santiago el Menor, hijo de Alfeo
(Cleofás) y de María de Cleofás, tenido por la tradición como uno de los cuatro
hermanos de Jesús[14].
Quizás fue este trágico acontecimiento el que decidió a la comunidad cristiana
de Jerusalén a trasladarse a Pella (Pela), una ciudad de la Decápolis, bajo la
administración directa del legado sirio. El sucesor de Festo fue Albino (62 –
64). Según Flavio Josefo, era un individuo muy corrompido. Le sucedió Gesio
Floro (64 – 66), aún peor. Su incapacidad favoreció la rebelión. La Primera Guerra
Judía inicióse en el 66 en Cesarea Marítima, como consecuencia de las polémicas
entre la población griega y judía. En vez de resolver este conflicto (iniciado
por la obstaculización parcial, debido a unas obras, para acceder a una
sinagoga), Gesio Floro fue a Jerusalén, cogió el tesoro del Templo y permitió a
sus soldados saquear la ciudad. Josefo nos lo presenta como el responsable
máximo de la ruptura de las hostilidades. Pero tampoco pueden subestimarse las
esperanzas mesiánicas de tintes escatológicos entre amplios sectores de la
población judía. No sólo las clases bajas, sino la generación joven de las
capas altas fue afectada por esa ideología radical político-escatológica. Los
rebeldes, acaudillados por el hijo del sumo sacerdote, expulsaron a Gesio Floro
de Jerusalén. A esa clase alta partidaria de la rebelión pertenecía Josefo, que
con treinta años se convirtió en general en jefe de Galilea. El sumo sacerdote,
junto con Herodes Agripa II, en el verano del 66, intentaron atemperar a los
rebeldes, pero sin éxito. Cuando los 3.000 soldados que protegían al sumo
sacerdote y a Agripa II fueron también expulsados de Jerusalén, el legado
sirio, Cestio Galo, decidióse a intervenir. Eso fue en el otoño del mismo año
66. Intentó un asalto a la ciudad, pero, viendo la imposibilidad, decidió
retirarse. En el camino fue atacado por los rebeldes, salvando la vida con gran
dificultad. Lo que había estallado era un auténtico movimiento revolucionario
en contra de Roma. Josefo nos habla de un nuevo grupo revolucionario, los
«zelotes». Su mesianismo escatológico era extremadamente radical. El propio
Josefo, como general en jefe de Galilea, tuvo pronto diferencias con ellos, en
el invierno del 66-67, en particular con uno de sus cabecillas, Juan de Giscala
o Gischala (Yohanan mi-Gush Halav o Yohanan ben Levi). Entretanto, Nerón
encomendó a su general Flavio Vespasiano (el futuro emperador) sofocar la
rebelión de Palestina. La campaña militar fue iniciada en la primavera del 67,
dirigiéndose en primer lugar a Galilea. El cuartel general de los rebeldes en
Galilea, establecido en Jotapata (Yodfat, unos 9 km al N de Séforis), cayó.
Flavio Josefo fue hecho prisionero y conducido ante Vespasiano, a quien
profetizó que un día sería emperador. En cuanto a Juan de Giscala, huyó a
Jerusalén y se hizo allí con el poder. Mientras en Jerusalén proliferaban las
discusiones sangrientas entre los rebeldes, Vespasiano hízose con casi toda
Palestina en la primavera del 68. También cayó Qumrán, donde los esenios
apoyaban la revuelta. La muerte de Nerón (9 de junio del 68) retrasó las
operaciones bélicas. Un grupo radical de zelotes, al mando de Simon bar Giora,
penetró en Jerusalén, viéndose obligado Juan de Giscala a compartir con él el
poder. En la primavera del 69 inició Vespasiano el asedio de la Ciudad Santa.
La convulsa sucesión de Nerón y la proclamación de Vespasiano como emperador (1
de julio del 69), retrasaron de nuevo la ofensiva romana, ocasión
desaprovechada de nuevo por los rebeldes, envueltos en sus luchas intestinas.
El mando supremo le fue entregado a Tito, hijo de Vespasiano. El verdadero
asedio de la capital comenzó en la primavera del año 70. En septiembre habían
caído todos los barrios. Aunque parece ser que no fue intención de los romanos,
el Templo fue pasto de las llamas, aunque se salvaron sus tesoros, exhibidos
después por Tito en su triunfo en Roma. La fortaleza de Masada (Massada) cayó
en el 73, una vez que sus asediados moradores se suicidasen. Se les prohibió a
los judíos entrar en Jerusalén, que fue renombrada Aelia Capitolina. La antigua
capital de Samaría, Siquem, fue llamada Neápolis (Nablus). Los fariseos no
comprometidos con la rebelión, intentaron reconstruir en la ciudad costera de
Jamnia (Yamnia) una nueva forma de judaísmo, el judaísmo rabínico.
f) El judaísmo después de la destrucción de Jerusalén. Carecemos
casi por completo de fuentes directas sobre el judaísmo del último tercio del
siglo I y de todo el siglo II. Los escritos más antiguos del judaísmo rabínico
son de alrededor del año 200 (Mishnah[15]
y Midrashim[16]). Las
Antigüedades judías de Flavio Josefo
son de tendencia profarisaica. Tampoco han sido muy reveladoras las
excavaciones arqueológicas. En Jamnia, en vez de un Sanedrín, se estableció un
«tribunal de justicia» (Beth-Din), al
frente del cual había un presidente (Nasi)
y un vicepresidente (Ab Beth-Din). Ya
se ha hablado antes de Hillel († 10 d.C. / según Köster murió el año 20),
procedente de Babilonia y padre del judaísmo rabínico. También nos hemos
referido a Shammai y sus diferencias con Hillel. El sucesor de Hillel fue Gamaliel
(Rabban Gamaliel el Viejo, fallecido antes del comienzo de la Guerra Judía)
(según Helmut Köster, probable hijo de Hillel; según el Diccionario de la Biblia de Herbert Haag y Adrianus van den Born,
su nieto), doctor de la ley, fariseo, a cuyo consejo y alocución debieron los
Apóstoles que el Sanedrín, del que era miembro, los pusiera en libertad (ca. el
año 30). Pablo le debió a Gamaliel toda su educación en el fariseísmo. El hijo
de este Gamaliel fue Simeón ben Gamaliel (10 a.C. – año 70), cabecilla del
partido belicista de los fariseos en la Primera Guerra Judía, si bien hubo de
plegarse ante posiciones más extremistas.
El renacimiento del judaísmo después de la Guerra Judía le debe mucho al gran erudito y rabino Yohanan ben Zakkai († ca. 90),
discípulo de Hillel. Contrario al partido belicista y a la violencia, abandonó
Jerusalén el año 68, presentándose en el cuartel de Vespasiano, quien le
autorizó a residir en Jamnia. Otros maestros judíos moderados uniéronse a
Yohanan ben Zakkai en esta ciudad. Ante la ausencia del Templo y del Sanedrín,
los métodos interpretativos y los principios de conducta de Hillel fueron
puestos en práctica por Zakkai en la escuela rabínica que fundó en Jamnia hacia
el año 72. Se adoptaron, todavía en vida suya, importantes resoluciones
jurídicas y litúrgicas. Se ha mencionado ya la creación de un «tribunal de justicia» (Beth-Din). Este tribunal, en lugar de los sacerdotes del Templo,
dictaminó sobre «lo puro e impuro». De este modo, la interpretación legal de
los saduceos y su rechazo de la creencia en la resurrección, fueron repudiados.
Este triunfo de los seguidores de Hillel no significaba la derrota de los
discípulos de Shammai. Además, un hijo del antiguo cabecilla del partido
belicista Simeón ben Gamaliel, llamado Rabban Gamaliel (Gamaliel II), escapó de
la matanza de Jerusalén y llegó a Jamnia ca. el 80, siendo elegido, antes de la
muerte de Yohanan ben Zakkai, Nasi
del Beth-Din. En esta elección tuvo
mucho que ver que fuera descendiente de Hillel, cuya genealogía se hizo
remontar hasta David. Conservó el puesto hasta el año 135. Su sucesor en el
puesto de Nasi fue su hijo Simeón
(Simeon ben Gamaliel II), que lo mantuvo hasta el 175. A este Simeón le sucedió
un hijo suyo, Jehuda (Judah ha-Nasi), llamado «el príncipe» (HaNasi), que fue Nasi hasta el 220. A este periodo de tiempo desde la muerte de
Hillel hasta la redacción definitiva de la Mishnah del patriarca Jehuda HaNasi,
se le llama la época de los tannaitas,
es decir, «transmisores» o «maestros» (derivado del verbo arameo tena, «repetir», «transmitir», que
corresponde al hebreo shanah, de la
que se deriva la palabra «Mishnah» o «Mishna»). Los dos maestros más
significativos de esta época fueron Akiva ben Yosef († 28 de sep 135) y
Yishmael ben Elisha (Ismael ben Eliseo, † ca. 135). Akiva ben Yosef sistematizó
la tradición de la halachah[17]en
seis apartados que se han conservado en la redacción posterior de la Mishnah.
Akiva vinculaba con más fuerza la halachah
con la Escritura. Cualquier detalle minúsculo de la Biblia judía era
importante. En cambio, Yishmael ben Elisha criticaba el sentido literal de Akiva en la interpretación de
la Escritura. Completó las siete reglas interpretativas de Hillel, modificándolas
y dividiéndolas en trece, decisivas para el judaísmo rabínico posterior.
El judaísmo rabínico de Jamnia no fue interferido por Roma, que lo
respetó. Su influencia, no obstante, era limitada todavía en el siglo IV. La
mística, la apocalíptica y la gnosis
no eran desconocidas en Jamnia.
Pero, a pesar de la actitud pacífica del judaísmo rabínico de Jamnia, el Beth-Din nunca se desprendió de la
esperanza de realización de las expectativas mesiánicas. La negativa de
Trajano, poco después del 110, a que los judíos reconstruyeran el Templo de
Jerusalén, reavivó el nacionalismo judío militante. El levantamiento comenzó en
la Cirenaica y en Egipto, pasando después a Palestina. Su sangrienta represión
repercutió en el Beth-Din de Jamnia,
que fue obligado a trasladarse al NE de Jamnia, a Lydda (Diospolis, hoy Lod, a
unos 15 km al SE de Tel Aviv). Sus atribuciones fueron restringidas. Los
radicales fueron imponiéndose progresivamente a los pacifistas, liderados por
Akiva. El último levantamiento se desencadenó en 132, cuando Adriano decidió
levantar un templo a Júpiter capitolino en el solar del Templo de Jerusalén. La
Segunda Guerra Judía duró tres años (132 – 135) y fue especialmente sangrienta.
El dirigente rebelde judío fue Simeon Bar Kokhba o Kochba (= «estrella de
Jacob») (Simón Bar-Kokebá). Las consecuencias del levantamiento fueron
catastróficas. Después del brutal aplastamiento, Adriano tomó conscientemente
medidas en contra del ejercicio de la religión judía propiamente dicha. Se
prohibió terminantemente a los judíos acercarse a Jerusalén, la práctica de la
circuncisión, la observancia del sabbat
(en hebreo, šabbāt) y de las fiestas
judías y la enseñanza de la Torá. El anciano Akiva, que no quiso doblegarse
ante tamaña prohibición, murió martirizado con más de noventa años. El Beth-Din fue abolido. La población
judía, especialmente la de Judea, aniquilada o desterrada.
Antonino Pío suavizó tan drásticas medidas. El Beth-Din se restableció en Tiberíades. Los discípulos de Akiva
continuaron aquí la tradición de los tannaitas.
De esta época, en torno al año 200, proceden las obras de la literatura más
antigua del judaísmo rabínico posterior al Segundo Templo, a saber, la Mishnah, los Midrashim y la Tosefta[18]
(una segunda colección de tradiciones jurídicas o halachah de los tannaitas
o «transmisores»).
[1] Sadoquita:
descendiente de Sadoc, sumo sacerdote de la época del rey David. No olvidemos
que tanto los Tobíadas de la Transjordania como los judíos de Jerusalén y de
las ciudades vecinas, consideraban el Templo hierosolimitano como el centro
supremo del culto judío.
[2] El Deutero-Isaías o «Segundo Isaías»,
segunda colección de oráculos de los tres que la Biblia agrupa bajo el nombre
del profeta Isaías; el Deutero-Isaías fue escrito por un autor desconocido que
probablemente vivió con los desterrados en Babilonia entre los años 550-538 a.
C.
[3] Los rasgos 4 y 5
hallarán diversos ecos en Lutero, Calvino y Jansenio.
[4] Estas creencias
proceden del pensamiento griego.
[5] Quiso comprar a
Pedro el poder de conferir el Espíritu Santo. De ahí «simonía».
[6] Los melquitas
eran los cristianos que habían aceptado las disposiciones del Concilio de
Calcedonia (en Bitinia), entre octubre y noviembre de 451. Seguían la fe del basileus bizantino. Rechazo del
monofisismo. Jesús, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, tiene plena
naturaleza humana y plena naturaleza divina.
[7] Geniza: depósito
de archivos sagrados de la sinagoga Ben Ezra de El Cairo. Contiene unos 200.000
manuscritos judíos redactados entre el 870 y 1880, escritos en hebreo,
judeo-árabe y árabe.
[8] Midrás (Midráš) (plural: midrasim / midrašim).
Antiguo comentario judío sobre la Escritura, hecho por los rabinos. Los
comentarios más antiguos datan del siglo II d.C. Su finalidad era adaptar la
Escritura a los lectores de cada generación.
[9] Purim: fiesta
judía en recuerdo de la liberación de los judíos en Persia, llevada a cabo por
Esther y su tío Mardoqueo bajo el reinado de Jerjes I (485-465). Se celebraba
los días 14 y 15 del mes de Adar. El término procede del hebreo pur (singular) / purim (plural) = suerte, pues Ammán, el enemigo de los judíos,
había fijado por medio de la suerte el día en que los judíos debían ser
aniquilados en toda Persia.
[10] La gnómica es un
género de poesía que consiste en un conjunto de
máximas puestas en verso como auxilio a la memoria. Pertenece a la familia de
la literatura sapiencial.
[11] Mamré (Elonei
Mamre / Beth Ilanim o Botnah).
Actualmente, quizás, Hebrón-Halhul (Halhul está unos 5 km al N de Hebrón, ambas
localidades en Cisjordania), en el Estado palestino. Mamré estaría entre ambas
localidades, a unos 4 km al N de Hebrón (Hebrón el Khulil en un mapa inglés de
Palestina de 1851). Se encuentra aún la encina de Mamré, es decir, la encina de
Abraham en Mamré. La Biblia de Jerusalén dice: «Llegaron a Canaán, y Abram atravesó
el país hasta el lugar sagrado de Siquem, hasta la encina de Moré» (Génesis,
12, 6).
[13] De este
principado de Calcis fue rey Herodes Polio († 48), hermano de Herodías y de
Herodes Agripa I, y, por tanto, tío de Herodes Agripa II. De éste último se
rumoreaba que mantuvo relaciones incestuosas con su hermana Berenice (nacida en
el 28), amante en el 69 del futuro emperador Tito, once años menor que ella.
[14] Ahora bien, no todos los exégetas están de
acuerdo en identificar a ese Santiago «hermano» de Jesús con Santiago el Menor,
hijo de Alfeo (Cleofás). Ver las anotaciones sobre La amarga Pasión de Cristo, de Ana Catalina Emmerich.
[16] Midrás (plural:
Midrasim o Midrashim). Ver nota 8.
[17] halachah (halajah o halaká). Literalmente, «conducta legal», piedra angular del judaísmo rabínico
en tiempos de Jesús de Nazareth. Pero, sobre todo, el vocablo remite al periodo
posterior al año 70, significando el comentario o interpretación de la Ley
hecho por los rabinos. Su objetivo era actualizar los mandamientos escritos
explicando cómo se aplicaban a circunstancias modificadas.
[18] Tosefta. Término arameo que significa «añadido». Consistía en un
comentario sobre la Mishnah compilado a principios del siglo III. En cierto
modo actúa como un suplemento de la Mishnah.
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